los domingos
Sobre los hacinados
La Estatua de la Libertad, actualmente, carece de significado. O nada de lo que ocurre sería posible, o todo lo que ocurre sería aún un pecado mayor y más imperdonable. O seríamos peores que peores
Guillem Martínez 17/09/2023
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La Estatua de la Libertad –su maravilloso primer nombre: La Liberté Éclairant le Monde– ha tenido diversos significados desde su creación. Dicen que dos. Estas líneas son para demostrar, precisamente, que no, que han sido tres. El primer significado es, sin lugar a dudas, el primer republicanismo internacional, la idea de que aquel republicanismo, sustentado en una idea vigorosa de libertad y de igualdad, socializante, iba a cambiar el mundo. El monumento nació, precisamente, al inicio de la sumamente precaria, en su momento fundacional, III República francesa. La idea es que fuera un regalo del pueblo francés a Estados Unidos en su primer centenario, en 1876. En realidad, era una petición de socorro de una república acosada, para ser reconocida, identificada, en el mundo. Como es sabido, la estatua no fue posible en la fecha indicada, sino que fue inaugurada diez años más tarde, en 1886. Su primer significado, el inicial, se ha perdido. No lo ves en ninguna parte de la estatua cuando la observas. Pero está presente, y visible, y brilla aún en las primeras copias de la estatua, más pequeñas, en París –junto al Sena, de 1885–, en Buenos Aires –en Belgrano, de 1886–, o en Barcelona –en la Biblioteca Arús, de 1894–. Para entonces la estatua, la grande, la original, ya tenía otro significado. Ese significado empezó a nacer, tímidamente, unos años antes, en 1883, durante una subasta de pequeños objetos artísticos, para sufragar el pedestal de la estatua. Emma Lazarus, anarquista, poeta y activista judía, cuando eso carecía de nombre y era poco probable y factible, colaboró en la subasta con un trozo de papel en el que aparecía escrito, a lápiz, un soneto, El Nuevo Coloso. Se trataba de un soneto empezado a imaginar, sin saberlo, unos años antes, cuando la estatua era un proyecto lejano y desconocido, y Emma frecuentaba la futura Isla Libertad –entonces se llamaba Isla Bedloe–, y la cercana Isla Ellis, que por entonces estaban literalmente saturadas por los inmigrantes recién llegados de Europa, supervivientes de los pogromos rusos y ucranianos. Emma asistía, repartía alimentos, consolaba, en mitad de la nada, a esos perdedores sangrantes de una batalla que no se había producido, salvo en su furia sin piedad. En su soneto, Lazarus ubicaba la estatua en su lugar, frente a los inmigrantes de la isla de Ellis. Y la resignificaba. En las primeras estrofas era un nuevo Coloso de Rodas. Pero diferente: era ‘Madre de los exiliados’, a quienes adopta y acoge, y ofrece algo necesario, y que ella no vio cuando atendía a los refugiados: “Desde el faro de su mano brilla la bienvenida para todo el mundo”. Es más, ese antes Coloso y ahora Madre, podía ver a los inmigrantes, rotos ya antes de la travesía. Y podía hablarles a ellos y al mundo entero. Al verles, decía, así, a Europa, esa anciana senil: “¡Guardaos, tierras antiguas, vuestra pompa legendaria!”. Y, justo después, la estatua, decía, con dignidad de madre, algo importante, a través de palabras que hacían temblar la tierra y las almas: “Dadme a vuestros rendidos, / a vuestros pobres, / a vuestras masas hacinadas que anhelan respirar libertad, / a los desdichados rechazados de tu orilla rebosante. / Envía a estos, los desamparados sacudidos por las tempestades, a mí”. En 1903, cuando este soneto ya se había hecho con todo el significado de la estatua, fue escrito en una placa de bronce fundido, que aún se puede leer en su pedestal. Condensa las miradas y los pechos y las heridas de todos los que llegaron a New York, a Buenos Aires, a México, a San Francisco, a San Pablo, por siglos, agotados, huyendo de su pasado sin futuro, y accediendo a un lugar en el mundo.
La Estatua de la Libertad –su maravilloso primer nombre: La Liberté Éclairant le Monde– ha tenido diversos significados desde su creación. Dicen que dos. Estas líneas son para demostrar, precisamente, que no, que han sido tres. El tercer significado es el actual. La estatua, actualmente, carece de significado alguno. No tiene ninguno, no puede tenerlo, debe de carecer completamente de significado. O nada de lo que ocurre sería posible, o todo lo que ocurre sería aún un pecado mayor y más imperdonable. O seríamos peores que peores.
La Estatua de la Libertad –su maravilloso primer nombre: La Liberté Éclairant le Monde– ha tenido diversos significados desde su creación. Dicen que dos. Estas líneas son para demostrar, precisamente, que no, que han sido tres. El primer significado es, sin lugar a dudas, el primer...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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