arquitectura hostil
No solo un banco
Sobre la disposición, nada inocente, del espacio público
Victoria Borrás Puche 1/10/2023
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
En las últimas semanas, he tenido la suerte de experimentar una de esas sincronicidades de la vida en las que todo lo que lees, a lo que juegas, ves o escuchas parece haberse puesto de acuerdo para dirigir tu atención hacia una misma idea. En mi caso, la atención se ha concentrado en un punto concreto: la habitabilidad de los espacios y qué cuerpos quedan excluidos de ellos. Creo que tengo bastante instalada la sospecha en la mirada y, en general, no suelo aceptar como inofensivo todo lo que aparentemente lo es. Según mi parecer, es un error pasar por la vida pensando que existe la neutralidad. Todo, absolutamente todo, tiene una interioridad cargada de forma política. Y dentro de ese todo se incluye algo tan cotidiano y aparentemente “neutro” como un banco para sentarse.
Todo empezó hace unas semanas, cuando descubrí el videojuego “Monuments to guilt”: una experiencia jugable disponible en itch.io en la que los jugadores tenemos la oportunidad de darnos un paseo por una exposición ficticia del mismo nombre. En ella, se presenta una colección de bancos y asientos públicos reales tomados de distintas ciudades y que comparten un aspecto en común: su diseño excluyente. En la exposición encontraremos esferas de piedra, tubos de metal, bancos en ángulos imposibles, baldas llenas de ondulaciones, esquinas y separaciones. Bancos cuyos aparentes ‘reposabrazos’ no son sino un dispositivo para impedir que una persona que necesita tumbarse en la calle pueda hacerlo en ese banco. Todos ellos son artefactos que delimitan el tiempo de estar en la calle e imposibilitan la habitabilidad para aquellas personas que se encuentran en situación de desahucio y literalmente no tienen dónde dormir. Se trata de una violencia explícita sobre un cuerpo concreto, sobre un tipo de ciudadanía concreta y sobre un ritmo vital concreto que, sin embargo, utiliza lo estético o incluso el aparente confort como estrategia de disimulo.
Para asegurarse de que estos hechos no pasaran por alto, el destino se empeñó en insistir en el tema poniéndome por delante la magnífica serie disponible en Filmin The architect. Sin entrar en demasiados detalles, la serie presenta una sociedad distópica dolorosamente próxima (si no ya existente) en la que la habitabilidad en la ciudad es absolutamente imposible para el ciudadano de a pie. El precio de las casas es desorbitado y empiezan a surgir soluciones destartaladas ante semejante crisis de la vivienda. En un momento de la serie, nuestra protagonista se echa las manos a la cabeza cuando su amiga empieza a quitar con su radial unas estructuras de hierro que dividen un banco por la mitad. La protagonista, una arquitecta a la que le falta conciencia de clase, se horroriza ante la destrucción de esa obra de arte que, según ella es mucho más que un banco. En la siguiente escena, un hombre que vive en la calle se tumba en el banco, ahora libre de impedimentos, para poder dormir un rato.
Para mí, uno de los aspectos fundamentales de esta serie es, sin duda, la importancia de la comunidad. Y para construir una comunidad primero tienes que tener conciencia de tu situación en el mundo, identificarte con el “bando al que perteneces”. Si siendo una precaria que no tiene ni para pagarse un café te identificas con los ricos que ven obras de arte en un banco, nunca podrás actuar de forma colectiva para hacer habitable la ciudad y, muy probablemente, acabes interponiéndote en la lucha de clase por conquistar esos espacios.
Por continuar con la mirada sospechosa, quise ampliar el foco y centrarme ya no solo en los ataques a nivel de individuo (de banco), sino a nivel de comunidad (y formas de interponerse en la construcción de las mismas), a escala de ciudad. Y como yo siempre barro para casa, me puse a pensar en mi barrio, el barrio de Huelin, en Málaga. En su libro Biopolítica y urbanismo, el doctor en arquitectura Eduardo Serrano explica cómo el industrial inglés Huelin encargó realizar un barrio para la gente que trabajaba en sus fábricas. No se tarda en entender que el tipo de construcciones que empezaron a desarrollarse en este barrio estaban, efectivamente, pensadas para el desmantelamiento de la comunidad. El diseño habitual en los barrios obreros malagueños (el corralón) difería completamente del tipo de diseño que se buscaba implementar en Huelin. Frente al diseño de avenidas y calles que construyen las manzanas del barrio de Huelin en las que se encuentra claramente diferenciado el espacio doméstico (dentro de las viviendas) del espacio público (las calles), en el diseño del corralón encontramos el patio, que no es ni calle ni espacio doméstico. El patio común es un lugar donde no entra la policía, donde el gobierno no limpia ni tampoco vigila. El patio es ese espacio intermedio y común que desbarata la relación bipolar entre lo público y lo privado. Es decir: es un lugar donde se hace comunidad, que es justamente lo que impide el esquema del urbanismo que empezó a implementarse en Huelin en el siglo XIX.
Ser consciente de este hecho (de lo que el poder no quiere que hagamos) nos da una pista de sus puntos débiles, de por dónde hay que ir para reforzarse frente a estas actuaciones de desmantelamiento que atacan al individuo y a su capacidad de organizarse en una comunidad que lucha por su dignidad. En ese sentido, tenemos que estar atentas a las formas en las que se personifica el poder en la ciudad. Con qué estrategias se disimulan las violencias, cómo se debilita la capacidad de organización y resistencia y cómo podemos hacernos más conscientes de esto para dejar de pasarlo por alto.
Para finalizar con esta tríada de bellas casualidades, en estas últimas semanas también ha coincidido en mí la lectura de un libro excelente que creo que todas deberíamos leer: Cómo no hacer nada. Resistirse a la economía de la atención, de Jenny Odell. En la conclusión, la autora acuña un concepto clave que es el de ‘desmantelamiento manifiesto’. El desmantelamiento manifiesto viene a significar algo así como ‘deshacer el embrollo’, que se desliga de la idea de progreso asociada a ‘poner cosas nuevas’ y se equipara a la idea de progreso en cuanto a ‘quitar lo que sobra’, con destrucción, eliminación y, en última instancia, reparación. En palabras de la autora, “es la extraña sensación de avanzar retrocediendo en el tiempo”.
Así que, por terminar ya con esta diatriba sobre bancos para sentarse, violencias veladas y destrucción de comunidades, quiero acabar con una nota positiva sobre la importancia de tener la mirada despierta y, en la medida de lo posible, revolverse contra las violencias disfrazadas de estética y desmantelar lo que nos ataca para reclamar nuestra habitabilidad en el mundo. Y aunque esto suene a soñar revoluciones imposibles, muchas veces el acto más revolucionario empieza por hablar con tus vecinas en lugar de con la policía.
----------------
Victoria Borrás es la fundadora de la editorial feminista y queer Amor de madre. Especializada en Literatura general y comparada y en Estudios de igualdad y género, con su trabajo busca instalar la sospecha en la mirada para impedir que las violencias pasen inadvertidas. @viccarious @amordemadreed
En las últimas semanas, he tenido la suerte de experimentar una de esas sincronicidades de la vida en las que todo lo que lees, a lo que juegas, ves o escuchas parece haberse puesto de acuerdo para dirigir tu atención hacia una misma idea. En mi caso, la atención se ha concentrado en un punto concreto: la...
Autora >
Victoria Borrás Puche
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí