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El ejército israelí cierra el paso de Kisufim durante la retirada unilateral de Gaza en 2005. / IDF (Wikimedia Commons).
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La política israelí de separación y contención está fracasando ante nuestros ojos. De un modo espantoso. La desastrosa idea de que la Franja de Gaza puede considerarse una realidad independiente del resto de Palestina, y de que la disuasión militar y la tecnología israelíes son suficientes para mantener la violencia a un nivel suficientemente manejable que no obligue a tomar decisiones políticas importantes, se vino abajo el 7 de octubre con las imágenes de camiones llenos de combatientes de Hamás que cruzaban la valla de separación de Gaza.
Durante la mayor parte del siglo XXI, Israel ha aplicado en Gaza políticas que creía que le darían espacio para continuar con sus regímenes de apartheid y ocupación. Manteniendo la separación, fomentando los cismas políticos y haciendo todo lo posible por cortar los lazos culturales, económicos e incluso familiares entre los palestinos de Cisjordania, Israel y Gaza, esperaba compartimentar a cada grupo demográfico y tratar por separado los retos políticos y de seguridad que cada uno de ellos planteaba. Al retirar sus tropas y colonos de Gaza, como hizo en 2005, Israel creyó que podría evitar la presión internacional para que hiciera lo mismo en Cisjordania.
Ese período ha concluido.
El Gobierno israelí ya está dando forma a la realidad geopolítica que surgirá cuando las aguas se calmen finalmente en Gaza. Incluso en esta fase inicial, el modo en que trate de alcanzar sus objetivos tangibles de esta guerra incipiente –asegurándose de que Hamás ya no pueda gobernar ni suponer una amenaza para Israel– forjará también la realidad política de las próximas décadas. Aún no sabemos cuál es ese enfoque, pero no cabe duda de que mientras el actual Gobierno israelí esté al mando, cualquiera que sea la forma que adopte estará diseñada para consolidar el apartheid y la desigualdad.
Mientras el actual Gobierno israelí esté al mando, cualquier proyecto político estará diseñado para consolidar el apartheid
Si hay alguna posibilidad de alterar esa trayectoria, la comunidad internacional tendrá que reconocer urgente y explícitamente que la anterior política israelí de separación y contención en Gaza, de la que fue cómplice, es un paradigma roto, y que no puede haber una “respuesta” a Gaza independiente del resto de la cuestión palestina en general. […].
Un mero encogimiento de hombros
Israel plantó las semillas de su política de separación y contención de Gaza en 1991, cuando dejó de permitir que los gazatíes entraran y salieran libremente del territorio. Con el cambio de siglo, Israel comenzó a cercar Gaza. Cuando, en 2005, retiró sus tropas y colonos de la franja, sus dirigentes propagaron la fantasiosa idea de que Israel se había desentendido del territorio costero. Después de que Hamás accediera al poder en 2006, Israel sitió a toda la población de Gaza, lo que provocó la devastación económica, la pobreza más absoluta y el encarcelamiento de dos millones de civiles, que imponía cada pocos años mediante campañas de bombardeos a las que se aludía alegremente como “cortar el césped” o “mantenimiento”.
Los sucesivos gobiernos israelíes convencieron al mundo de que sus políticas hacia Gaza estaban justificadas por motivos de seguridad, algo por lo que a Israel no le costará cosechar simpatías y comprensión en los próximos años. Pero los principales objetivos de la retirada, el asedio y la política de separación eran meramente políticos: garantizar la supervivencia de un régimen de apartheid. Esto nunca fue un secreto, pero, al igual que hizo con la disonancia cognitiva que permitió a Israel creer en el paradigma viciado de la separación, la comunidad internacional también optó por mirar hacia otro lado.
Un año antes de la retirada de Gaza, Dov Weissglas –jefe de gabinete del primer ministro israelí Ariel Sharon y persona de contacto con la Casa Blanca de George W. Bush– explicó que la decisión de Sharon de llevar a cabo la retirada de Gaza se basaba en la creencia de que aliviaría las futuras presiones internacionales para que se retirara de la Cisjordania ocupada. “En realidad, la retirada es formaldehido”, dijo Weissglas. “Suministra la cantidad de formaldehído necesaria para que no haya un proceso político con los palestinos”.
Los palestinos de Gaza no sólo nunca eligieron a Hamás para que gobernara, sino que tampoco se les ha ofrecido nunca una alternativa
Funcionó. Cuando Israel archivó la segunda parte del plan de retirada, “la Convergencia”, que debía eliminar la mayoría de los asentamientos israelíes en Cisjordania que no estuvieran cerca de la Línea Verde, la comunidad internacional simplemente se encogió de hombros. Cuando, en 2014, el primer ministro Benjamín Netanyahu prometió que nunca pondría fin a la ocupación de Cisjordania tras torpedear el último intento serio de negociación, el mundo no hizo nada. Cuando, a lo largo de los años, Israel intensificó la crueldad de su asedio a Gaza, el mundo siguió mirando hacia otro lado. Y cuando Israel dijo claramente que el asedio no tenía nada que ver con la seguridad, sino con un castigo colectivo, nadie se opuso.
A pesar de no haber elegido nunca al gobierno autocrático de Hamás en Gaza, Israel decidió que toda la población civil de Gaza es responsable de todos y cada uno de los cohetes que lanza. Es cierto que Hamás obtuvo una mayoría de votos en las últimas elecciones legislativas palestinas celebradas en 2006, pero apoyó a un gobierno dirigido por Al Fatah hasta que ambos libraron una sangrienta guerra civil que derivó en la expulsión de Al Fatah de Gaza un año después. Los palestinos de Gaza no sólo nunca eligieron a Hamás para que gobernara, sino que tampoco se les ha ofrecido nunca una alternativa.
En una de las expresiones más tajantes de esa política, el presidente israelí, Isaac Herzog, insistió esta semana ante periodistas extranjeros en que toda la nación palestina es responsable del atentado de Hamás en el que murieron más de 1.400 civiles israelíes: “Podrían haberse sublevado. Podrían haber luchado contra ese régimen malvado que se apoderó de Gaza en un golpe de Estado”.
A tal efecto, Israel hizo todo lo posible por convertir Gaza en un lugar indeseable para vivir. Su política de separación de la franja, anterior a la toma del poder por parte de Hamás, pretendía crear “una brecha clara y discernible en el crecimiento económico y la gobernanza entre la Franja de Gaza y Cisjordania”, escribió Udi Dekel, exjefe de la Dirección de Planificación del ejército israelí y durante mucho tiempo director del grupo de expertos del Instituto de Estudios de Seguridad Nacional de Israel (INSS, por sus siglas en inglés).
El gobierno de Fatah nunca ha sido tan impopular, mientras que Hamás no ha hecho más que fortalecerse
En un documento anterior, Dekel expuso los objetivos de Israel en términos más contundentes: “Demostrar especialmente a los residentes de Gaza el precio de su apoyo a Hamás”. Salvo con un golpe violento, no está claro cómo esperaba Israel que respondieran los palestinos a su intento de hacerles pasar hambre –de esperanza y alimentos– para que se sometieran a Israel y fueran leales a Fatah, rival de Hamás, y a su gobierno. En cualquier caso, no funcionó. El gobierno de Fatah nunca ha sido tan impopular, mientras que Hamás no ha hecho más que fortalecerse política y militarmente.
Cambiar el paradigma
No sabemos qué será lo siguiente que ocurra en esta guerra. La dinámica puede cambiar rápidamente. Los planes militares pueden cambiar, al igual que nuestra forma de entenderlos. La carta blanca que las potencias occidentales dieron a Israel tras las atrocidades cometidas por Hamás probablemente disminuirá a medida que aumente el número de civiles asesinados en Gaza, especialmente si Israel es veraz sobre su objetivo de acabar con la capacidad de Hamás de volver a amenazarle, lo que invariablemente significará una invasión terrestre. El apoyo de la opinión pública israelí puede descender si sus propias bajas aumentan de forma inesperada.
Sin embargo, acabar con el dominio de Hamás en Gaza es un objetivo militar y, como dice el cliché, la guerra no es más que política por otros medios. El objetivo político de Israel, tal y como lo han articulado analistas y políticos en los últimos días, podría incluir: tratar de cortar totalmente los lazos de Gaza tanto con Israel como con Cisjordania, para, de alguna manera, convertirla en el problema de Egipto o de otros países de la región; alternativamente, entregar el control de Gaza a la Autoridad Palestina controlada por Fatah; o fomentar la huida de los palestinos de Gaza. De lo que podemos estar seguros es de que, bajo este gobierno israelí, ninguna de esas políticas está destinada a promover la autodeterminación palestina, los derechos de los palestinos o un futuro justo para palestinos e israelíes.
Estados Unidos y el resto de la comunidad internacional pueden –y deben– rechazar de una vez el paradigma que afirma que el asedio, la ocupación y el apartheid ofrecen seguridad
No se puede permitir que Israel configure por sí solo la realidad política del momento después de esta guerra. Sin embargo, para que Estados Unidos y el resto de la comunidad internacional lleguen a un punto en el que estén dispuestos a dar esos pasos, primero tendrán que rechazar el anterior paradigma político que Israel les vendió: su política de separación. En muchos sentidos, eso será más difícil: en todo caso, la crudeza y el alcance de la violencia de la semana pasada sirvieron para acelerar el odio existente entre los grupos, el trauma y la demonización del otro, convirtiendo en algo casi impensable la ya de por sí descabellada perspectiva de un futuro pacífico y democrático juntos.
La laxitud de Israel para determinar una vez más el futuro de la vida en Gaza también demuestra, de un modo innegable, que sólo hay un verdadero soberano entre el río y el mar. No hay una vía clara desde este momento hasta un futuro en el que la comunidad internacional reconozca esta realidad de apartheid de un solo Estado y actúe en consecuencia, pero es innegable que está en marcha un momento de cambio inusual, al entenderse, por los hechos acaecidos la semana pasada, de que no hay vuelta atrás al orden anterior.
Este es el momento en que Estados Unidos y el resto de la comunidad internacional pueden –y deben– rechazar de una vez por todas el paradigma que afirma que el asedio, la ocupación y el apartheid ofrecen seguridad a todo el mundo. Es el momento de deliberar seriamente sobre alternativas que no eludan el fin del asedio, la ocupación y el apartheid sólo para conseguir unos años de tranquilidad.
Quizá no sea el desenlace más probable, pero como el mayor propiciador del apartheid y la ocupación israelíes, el Gobierno de Biden tiene el deber de intentarlo. La alternativa es condenar a otra generación de niños a crecer en una realidad de apartheid y guerra constantes.
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Este artículo se publicó en inglés el 18 de octubre en +972 Magazine.
Traducción de Paloma Farré.
La política israelí de separación y contención está fracasando ante nuestros ojos. De un modo espantoso. La desastrosa idea de que la Franja de Gaza puede considerarse una realidad independiente del resto de Palestina, y de que la disuasión militar y la tecnología israelíes son suficientes para mantener la...
Autor >
Michael Schaeffer Omer-Man (+972Magazine)
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