cantar patrás
Mísera humanidad, la culpa es tuya
El siglo XXI comenzó con una desconfianza radical ante la imagen mediática manipulada por los intereses del poder. Por ello, quizá, los sirios en 2011 grabaran su propia muerte con los teléfonos móviles
Aurora Fernández Polanco 23/11/2023

Los desastres de la guerra, n.º 74: ¡Esto es lo peor!. Francisco de Goya, hacia 1814.
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Contradiciendo sus lemas fundadores, esta revista no ha querido llegar tarde a unas noticias que invaden día tras día nuestro mísero sensorio occidental. No es moralmente posible llegar tarde a las noticias porque el contador del genocidio palestino registra las muertes en directo. La ONU, además, alertaba el pasado 19 de noviembre de un nuevo peligro que corría toda la población de Gaza: morir de hambre.
A finales de octubre, CTXT publicó un artículo donde Franco ‘Bifo’ Berardi daba cuenta de la psicosis que padece la humanidad: la razón ética que sostenía el edificio heredado tras la Segunda Guerra Mundial ha desaparecido. La imaginación política, esa facultad que invita a ponerse en el lugar del otro, carece de asiento en la mesa de instituciones occidentales, como la ONU o la Unión Europea. De esa ineptitud se desprende el hecho patológico de que el otro ya sólo sea el enemigo.
En pequeña escala, esta sintomatología se ha podido ver actualmente en Madrid, en un desenfreno sin límites de mentiras y confiscación de las palabras, desde las muñecas hinchables ante la sede del PSOE (síntoma ¡muy, muy grave!), al rostro de Pedro Sánchez disfrazado de Hitler, serigrafiado en un autobús, señal de la más perversa impunidad ante la tergiversación del sentido. Estas (terribles) imágenes logran hacerse un sitio en cuanto iconos para ser trabajados en los departamentos universitarios. En el genocidio que Netanyahu está llevando a cabo, no hay imágenes que se erijan en icono, solo cadáveres entre ruinas. Cada día. Y cada día más. Hubo, sí, una imagen, pero verbal, la del “animales humanos” dirigido a los gazatíes que ha calado profundamente. En el grabado de Los Desastres de la Guerra que nos acompaña, el animal está escribiendo: “Mísera humanidad, la culpa es tuya. Casti”. Giambasti Casti era el autor del libro Los animales parlantes (1813). Le devuelvo la imagen de Goya a Netanyahu. Y me siento concernida.
Las ‘Crónicas desde el infierno’ que está relatando el periodista gazatí Mahmoud Mushtaha, y anteriormente la campaña de CTXT “Israel no quiere testigos”, me animaron a desempolvar en mis clases el viejo asunto de la “imagen-testimonio” a partir de una genealogía del “Yo lo vi”, el grabado 42 de Los Desastres de la Guerra de Goya. La noche empezaba ya a caer en esos horarios universitarios tan tardíos y el asunto llevaba mucho hierro para unas estudiantes muy jóvenes (¡bravas!). Comentábamos cómo esa enfermedad de la que habla Bifo comparece muy pronto en Occidente, lo hace en el soldado distraído y ajeno a todo que limpia su fusil en La ejecución del emperador Maximiliano de Manet. Como dijo algún crítico cuyo nombre no recuerdo: “Es el 3 de mayo de Goya menos lo que ese cuadro significa”. Manet prefigura la indiferencia y la incapacidad para la atención, la dificultad para la empatía, el sentimiento necesario para exigir que se pare o repare el daño. Y todavía estábamos en 1867. A partir de entonces, el relato se articula en torno a una humanidad que no puede ver o sentirse concernida, pero lo intenta. Lo intenta en Hiroshima mon amour, la película de Resnais con guion de Marguerite Duras, en ese magnífico diálogo del comienzo entre el arquitecto japonés y la turista francesa: “No has visto nada en Hiroshima” / “Lo he visto todo. Todo”. “¿Qué ha significado para ti la bomba atómica?”, le dice él. El estupor, el hecho de que hayan osado, que lo hayan logrado, el comienzo de un miedo desconocido y “la indiferencia, el miedo a la indiferencia también”.
Desde los años de la primavera árabe y la ocupación de las plazas, los juegos y trasiegos entre imágenes, palabras, cuerpos y dispositivos de visibilidad nos ayudaban a construir políticamente la mirada
La humanidad sanó momentáneamente de su enfermedad cuando la fotografía que el reportero Nick Ut le hizo a la niña Kim Phuc, en medio del horror del napalm, contribuyó claramente al final de la guerra de Vietnam. Sanó también gracias a las cuatro fotografías del horror arrancadas por el Sonderkommando en Auschwitz; imágenes “pese a todo”, tan imprescindiblemente analizadas por el filósofo francés Georges Didi-Huberman. El cineasta Jean Luc Godard señalaba nuestra enfermedad con el dedo desde sus Histoire(s) du cinema: “No has visto nada en Hiroshima, nada en Leningrado, nada en Sarajevo”. Nada tampoco, aseguraría más tarde en el periódico Liberation, vimos en el bucle de imágenes de las Torres Gemelas. Y así comenzaba el siglo XXI, con una desconfianza radical ante la imagen mediática manipulada por los intereses del poder. Por ello, quizá, los sirios en 2011 grabaran su propia muerte con los teléfonos móviles, imágenes que el artista libanés Rabih Mroue recupera en su trabajo Revolución pixelada y compara con las de los medios oficiales de al-Ásad. Desde los años de la primavera árabe y la ocupación de las plazas, los juegos y trasiegos entre imágenes, palabras, cuerpos y dispositivos de visibilidad nos ayudaban a construir políticamente la mirada. Según los estudiosos del fenómeno, entramos en la época de la image/maker/protester, cuyas postrimerías pudieron sentirse en las protestas de 2019, desde Líbano hasta Chile. La coreografía y la iconografía que estrenaron “Las Tesis” en Valparaíso curó momentáneamente nuestra impotencia afectiva. El fármaco se convirtió en un fenómeno mundial. Desgraciadamente, los memes y los gifs de las redes sociales no parecen lograr hoy convocar en este país a ningún levantamiento colectivo capaz de decirle a Netanyahu: “¡El genocida eres tú!”.
Contradiciendo sus lemas fundadores, esta revista no ha querido llegar tarde a unas noticias que invaden día tras día nuestro mísero sensorio occidental. No es moralmente posible llegar tarde a las noticias porque el contador del genocidio palestino registra las muertes en directo. La ONU, además, alertaba el...
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Aurora Fernández Polanco
Es catedrática de Arte Contemporáneo en la UCM y editora de la revista académica Re-visiones.
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