vigesimonoveno día de asedio
El Líbano evita por el momento la escalada bélica
El líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, lanzó un mensaje televisado amenazante, pero contenido. Los enfrentamientos entre Israel y la poderosa milicia han desplazado ya a casi 20.000 personas en el sur del país
Marta Maroto Beirut , 5/11/2023
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No escala la guerra, de momento. El Líbano ha contenido el aliento esta semana. En los comercios, la televisión encendida con la pantalla fija en el contorno de los edificios de Gaza, que a cada nueva explosión se derrumbaban en columnas de humo negro. El viernes habló Hassan Nasrallah, el líder de Hezbolá, cuyo silencio ha mantenido en vilo a Oriente Medio en el mes que ya dura la guerra, sumiendo al Líbano en la incertidumbre y a sus seguidores en la duda: hasta dónde está dispuesto el ‘Partido de Dios’ a forzar un nuevo conflicto que expanda los límites del actual por defender la causa palestina.
Televisado en las plazas de sus bastiones a lo largo del país –en Dahie, Beirut; en Nabatiyeh, en el sur o el Bekáa, en el este– la enigmática imagen de Nasrallah aparecía de nuevo ante una gran ovación y los himnos bélicos de la milicia. En la memoria, el fantasma de la dureza de sus palabras en la guerra contra Israel de 2006, victoria que consolidó su liderazgo y popularidad en el mundo árabe, construyendo en torno a su figura el mito de estratega militar y guardián de la integridad territorial del Líbano.
Esta nueva intervención, que no fue emitida en directo por los grandes canales de televisión israelíes, ha quedado lejos de aquella grandilocuencia: Nasrallah tenía la complicada tarea de mantener un equilibrio entre arengar a sus seguidores y justificar las bajas entre sus filas –ya son 57 ‘mártires’– y lanzar a Israel un mensaje lo bastante amenazante pero comedido como para resultar creíble sin provocar un estallido ni una mayor escalada de violencia en la línea azul.
La hora y media de monólogo, en el que no hubo sorpresas, no cambia el rumbo de la guerra y deja todas las opciones abiertas
La hora y media de monólogo, en el que no hubo sorpresas, no cambia el rumbo de la guerra y deja todas las opciones abiertas, pero sirve como declaración de intenciones, como un intento de volver a coger las riendas de la narrativa bélica y recordar el poder de sus amenazas: Hezbolá es una de las milicias mejor armadas y sofisticadas del mundo que, según su líder, cuenta con 100.000 combatientes, un arsenal de más de 100.000 misiles y armas de precisión, capaces de alcanzar objetivos dentro de Israel.
Nasrallah: el sur del Líbano ya es un frente de guerra
“Estamos tan sorprendidos como el resto”, dijo Nasrallah, quien celebró la ofensiva de Hamás pero tomó distancia: “Fue 100% de los palestinos y por los palestinos”. Se desmarcaba de esta manera de la operación ‘Tormenta de Al Aksa’ del 7 de octubre, apuntando a que se había hecho en el más absoluto secreto sin involucrar a sus aliados regionales. Si ni Hezbolá ni Irán sabían lo que iba a pasar, no son autores ni responsables directos, ni tienen tampoco la obligación de intervenir.
Sin embargo, son numerosas las informaciones sobre la coordinación y la planificación conjunta del ataque con el llamado ‘Eje de la resistencia’ en reuniones que habrían tenido lugar en Beirut. La semana pasada, la oficina de prensa de Hezbolá publicaba una imagen en la que se daba cuenta de una reunión entre Nasrallah, un alto cargo político de Hamás, Saleh al-Arouri, y el jefe de la Yihad Islámica, Ziad al-Nakhala. Una manera de reforzar la imagen de coordinación y sintonía frente a Israel.
El Sayid, el maestro islámico, habló de los ataques de otras milicias y grupos vinculados a Irán –los houthis en Yemen o milicias en Siria e Iraq– como parte de la ayuda que los aliados prestan a Hamás. En esta lógica se enmarcan los ataques e intercambio de fuego diario de Hezbolá a Israel en el sur del Líbano desde el 8 de octubre, que hasta ahora se han concentrado en objetivos militares y posiciones estratégicas por parte de ambos bandos en un margen de escasos kilómetros dentro de cada territorio.
Con esto Nasrallah argumentó que Líbano ya es un frente de guerra que desvía recursos del ejército israelí y evita que todos los esfuerzos se centren en Gaza: “Puede parecer moderado”, dijo el líder de Hezbolá en relación a la tensión en el sur del Líbano, “pero está a la altura de la guerra de 2006”.
El foco sigue estando en Gaza. “Lo que ocurre en la frontera con el Líbano depende de lo que ocurre en Gaza. [Nasrallah] No dio la impresión de que quisiera una guerra. En el momento que en Gaza las cosas se calmen, también lo harán aquí”, explica Joe Malone, analista libanés.
Hezbolá mantuvo sus amenazas hacia Estados Unidos, añadiendo un alto al fuego en Gaza como nueva condición para que no se extendiera la guerra a otros países de la región. El Secretario de Estado de Estados Unidos, Anthony Blinken, que visitó Israel por cuarta vez el viernes pasado, ha insistido en una pausa humanitaria para que los palestinos puedan acceder a la ayuda. Sin embargo, Israel sigue rechazando que esta opción esté encima de la mesa mientras Hamás no libere a los alrededor de 240 rehenes que mantiene secuestrados.
Casi 20.000 desplazados por los bombardeos
Los enfrentamientos con Israel han aumentado de intensidad desde el jueves 2 de noviembre, día previo al discurso de Nasrallah, como muestra de fortaleza –ese día Hezbolá reclamó 20 ataques y usó drones para destruir posiciones del enemigo, armamento que no había utilizado hasta ahora–. Las fronteras difusas del Líbano, que no ha llegado a firmar un acuerdo de paz con Israel sino una tregua, llevan siendo testigo de las dinámicas de la guerra durante generaciones, como recuerda Kris Attié, experto en política libanesa. Los enfrentamientos diarios ya han desplazado a 19.646 personas, según la Organización Internacional de las Migraciones.
Los enfrentamientos con Israel han aumentado de intensidad desde el jueves 2 de noviembre
“Lo peor no es haber tenido que marcharnos, lo peor está por venir”, lamenta Joseph Kalakesh, de 46 años, con su bebé de cinco meses en brazos. Después de trabajar durante décadas en el ejército, decidió volver a casa y cultivar olivos en Ramiah. Cuando empezaron los ataques, parte de la familia viajó a Beirut, y otros llegaron hasta Tiro, la primera ciudad de la costa libanesa, a 25 kilómetros de Israel.
Aquí la familia de Kalakesh se refugió junto a otros desplazados internos en una escuela, donde las aulas ahora vacías sirven de hogar hasta que el conflicto amaine o encuentren otras zonas donde reubicarse. “Nosotros pertenecemos a la frontera, aquí nos sentimos extraños”, continúa este padre de familia, que dice haber perdido su futuro en las bombas de fósforo que ha tirado Israel, contaminando el agua y la tierra y dejando inservibles, baldías, hectáreas de cultivos en una de las zonas agrícola más importantes del Líbano.
A falta de Estado, es la sociedad civil la que se organiza. El alcalde de Tiro, Hassan Dbouk, se ríe cuando es preguntado por planes o ayuda del Gobierno libanés. “Tenemos un plan en caso de escalada, pero no recursos”, sostiene. A este distrito, primera línea después del frente de batalla, han llegado 9.000 personas de pueblos cercanos. A través de las ONGs y las organizaciones civiles se ha desarrollado un sistema de acogida en diferentes edificios de la municipalidad o en hoteles o casas que ceden particulares, monitoreo de las llegadas y las salidas, reparto de comida, medicinas y servicios de transporte que coordina la municipalidad. Nadie quiere la guerra, pero el sur del Líbano se está preparando para una escalada.
Algo similar sucede en Nabatiyeh, en el sur del Líbano, uno de las regiones emblemáticas para Hezbolá, donde partidos políticos y sociedad civil llevan semanas haciendo campañas para aumentar las donaciones de sangre y recogida de medicamentos para abastecer al principal hospital de la región. George Nakar, cirujano de urgencias con treinta años de experiencia y familia en España, explica que todo está dispuesto para, en el peor de los casos, empezar a tratar a los heridos. “Tenemos capacidad para atender diálisis durante al menos un mes si todo está cerrado, y hemos habilitado espacios para doblar e incluso triplicar el número de camas”, sostiene. “Hemos aprendido de 2006 y estamos preparados”.
Cae la noche sobre la playa en Douma, en un resort que ahora hospeda a 25 familias de Aitaroun, a tres kilómetros de Israel. Varias familias charlan al fresco en un círculo de sillas, la luz de las farolas se corta cada pocos minutos y los teléfonos no paran de sonar: ha sido el peor día de bombardeos en el pueblo. Ellos salieron corriendo tras escuchar el primer impacto, hace tres semanas, y han vuelto en un par de ocasiones a comprobar que su casa sigue en pie y a recoger algo de ropa.
En 2006, la mayoría de los habitantes de esta localidad se marcharon a las montañas, como antes habían hecho sus padres cuando la relación se tensaba con el país vecino. De vez en cuando en casa juegan a esconderse, a buscar el mejor refugio para estar preparados. “2006 fue muy duro, hasta ahora”, dice Ali, de 67 años, que cuando regresó tras los 33 días de guerra se encontró su farmacia y la clínica de su mujer totalmente destruidas. Ahora también lo es, por la incertidumbre y porque el país, después de años de crisis económica y política, está muy empobrecido, lo que da menos margen de maniobra a las familias para alquilar viviendas en otras partes del país.
“Ahora tenemos más miedo, porque las armas son más letales que hace diez años”, continúa Ali, a quien todos llaman doctor. “Pero si es tan difícil para nosotros, ¿cómo será para la gente de Gaza?”.
No escala la guerra, de momento. El Líbano ha contenido el aliento esta semana. En los comercios, la televisión encendida con la pantalla fija en el contorno de los edificios de Gaza, que a cada nueva explosión se derrumbaban en columnas de humo negro. El viernes habló Hassan Nasrallah, el líder de Hezbolá, cuyo...
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