Cartas desde Meryton
Anatomía de un ‘cayeborrokari’
Más allá de los memes y chistes, hay algo que me preocupa mucho: que lo que les mueve es el rechazo por los principios básicos de la democracia
Silvia Cosio 6/12/2023
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Llevo semanas preguntándome qué es lo que puede llevar a alguien cada mañana, mientras se coloca el chaleco de plumas de El Ganso o coge el bolso de Bimba y Lola y se ajusta los pendientes de Tous, a tomar la decisión de que al salir del trabajo va a dejar a los chiquillos con la suegra para irse a rezar el rosario, llamar putas a las ministras del Gobierno o gritar a todo pulmón que vivimos en una dictadura frente a la sede de Ferraz. Me lo pregunto en serio porque siempre me ha parecido un coñazo ir a manifestarme. Y lo dice alguien que ha nacido en una tierra peleona –ahora ya no tanto, que con el AVE y el turismo hemos llegado al siglo XXI y ya sabemos, por fin, hacer fuego solitos sin tener que ir a robarlo a Madrid– y que he mamado desde la cuna las movilizaciones de la minería, la siderurgia, los astilleros, contra la desindustrialización o por los derechos lingüísticos. Decidme una causa de los últimos treinta años y seguro que he ido a una manifestación: contra la violencia sexual (check), por Palestina (check), por el Sáhara (check), todo el 15M, contra los recortes de Rajoy, las políticas migratorias, la OTAN, la guerra, el ECOFIN, la contaminación, la minería a cielo abierto, la subida de las tasas universitarias, todas las reformas laborales, por la oficialidad del asturianu... (check, check, check...). Por eso es que me parece un coñazo ir a manifestaciones, porque ir a una manifestación es reconocer que el mundo es un lugar desagradable e injusto en el que se nos quitan derechos, se nos arrebata bienestar, se masacra a inocentes. Se va porque no queda otra, porque poco más podemos hacer que levantar la voz y mostrar que no queremos conformarnos, que no vamos a ser cómplices. Por eso me molestan las batucadas y el estilo festivo, porque me parecen fuera de lugar –no sé, están bombardeando hospitales y tú le estás dando al tambor y bailando y siendo una molestia, igual hay que darle una vuelta–. Además hace ya un tiempo que he observado que una parte de la izquierda entiende las manifestaciones como una forma de procesión laica. En los tiempos duros del confinamiento, gente que cronometraba los minutos que tardaban sus vecinos en sacar al perro entró en pánico cuando se prohibieron las manifestaciones del 1 de Mayo. Era como si les hubieran robado un ritual que daba sentido a su vida, de repente se sentían vacíos, traicionados. Sin embargo, a mí me encantaría un mundo sin manifestaciones, porque eso significaría que las cosas van bien, que no solo me van bien a mí, sino que le van bien a todo el mundo, en todo el mundo. Así que entenderéis que no acabe de pillar lo de las concentraciones y protestas en Ferraz. Por mucho que te moleste la amnistía hay que reconocer que no hay nada en esa ley que perjudique, ni en derechos ni en condiciones materiales, la vida de la gente que se planta indignadísima a gritar insultos en plena calle, a cortar calles, a portar muñecas hinchables... gente a la que, por lo visto, no les importa compartir espacio físico e ideológico con requetés, fascistas, nazis, apologetas de la violencia sexual, integristas religiosos, señores disfrazados de Capitán España, de soldados de los tercios de Flandes, portadores banderas y parafernalia franquista, los chicos del coro del Cara al sol y pancarteros en contra de la misma Constitución que dicen salir a defender. Pero más allá de la imagen grotesca que mucha de esa gente está dando, más allá de las risas que nos pueden entrar a muchos cuando los cayeborrokaris descubren, de repente, que la policía es violenta, más allá de los memes y chistes, hay algo que me preocupa mucho: que lo que les mueve es el rechazo por los principios básicos de la democracia, pero también es preocupante la rabia que acumulan y la desfachatez con la que exhiben su convencimiento de que están por encima de las reglas que nos rigen al resto. Y aterra además saber que dos partidos que aspiran a gobernar el país –y que gobiernan en casi todas las comunidades y en un montón de ayuntamientos– han dado cobertura y han estado animado a esta gente porque viven y pescan en el enfrentamiento, en la polarización y en la tensión política constante y que han apostado por el trumpismo patrio más burdo, alimentando teorías conspiratorias y rumores de pucherazo porque han entendido que así, aupándose en la ola reaccionaria que está arrastrando Occidente, van a alcanzar el poder y que, pese a su mentiras e histrionismos, más de doce millones de personas les han dado su apoyo y no parecen muy preocupadas por todo esto.
Llevo semanas preguntándome qué es lo que puede llevar a alguien cada mañana, mientras se coloca el chaleco de plumas de El Ganso o coge el bolso de Bimba y Lola y se ajusta los pendientes de Tous, a tomar la decisión de que al salir del trabajo va a dejar a los chiquillos con la suegra para irse a rezar el...
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Silvia Cosio
Fundadora de Suburbia Ediciones. Creadora del podcast Punto Ciego. Todas las verdades de esta vida se encuentran en Parque Jurásico.
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