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Se presentaba el Atleti en Granada en unas circunstancias bastante especiales. Con las dudas provocadas por la mala imagen que el equipo ha dado en los partidos jugados fuera de su feudo, con una cita importante en apenas tres días, con varios jugadores negociando su salida, con una directiva pregonando a través de sus chicos de confianza ese cuento de hadas que dice que no tienen dinero para reforzar el equipo (y que eso hay que entenderlo como algo normal), habiendo hecho un esfuerzo titánico para eliminar de la Copa del Rey al equipo de “todos” y con todas las dudas posibles respecto a eso que seguimos llamando arbitraje. No está mal. Y visto así, lo mismo la victoria tiene todavía más mérito.
Simeone decidió rotar la plantilla, creo que con buen criterio, y eso aumentó la sensación de que la primera parte sería otra de esas pesadillas terroríficas a las que el equipo rojiblanco nos tiene acostumbrados cada vez que juega fuera del Metropolitano. No fue así. El equipo, quizá aprovechando que el Granada no impusiera un ritmo demasiado alto, salió a controlar el partido y, más o menos, lo consiguió. La pena fue que las carencias de la plantilla, físicas y técnicas, estaban ahí y también salieron a relucir.
Sin que hubiese una jugada particularmente decisiva, Savic, por ejemplo, volvió a no transmitir buenas sensaciones. Quizá por tener la cabeza en otro sitio, quizá porque no está en forma, quizá porque ha alcanzado ese momento de su carrera en el que ya cuesta más. El caso es que el montenegrino, que tantos días de gloria nos ha dado, no parece estar en su mejor momento. Con todo, era mucho peor el centro del campo. Sin Koke y De Paul, la capacidad de fabricar fútbol parecía demasiado mermada. Llorente, que tampoco está en su mejor momento, intentaba pelearse por la banda y lo hacía, pero contra sí mismo. Barrios alternaba actitud y buenas ideas con malas ejecuciones. Y Saúl… Bueno. Lo de Saúl es más preocupante porque empieza a ser recurrente su falta de confianza, y eso redunda en actuaciones normalmente mediocres. Ni Riquelme, ni Nahuel lograban tampoco enganchar y solamente Griezmann parecía tener capacidad para fabricar algo de fútbol ofensivo.
El Atleti llegaba, pero no tenía contundencia para acabar las jugadas. En el minuto 25, por ejemplo, un buen gesto técnico de Morata abría un buen balón a la banda dejando a Nahuel en superioridad, pero el pase del argentino fue tan deficiente que la jugada acabó en nada. Tres minutos después Griezmann metía un buen balón al área, que Morata estrellaba en el portero. Riquelme disparó poco después desde la frontal del área, pero con tan poca mordiente que apenas podemos considerarlo como ocasión de gol. Esa era la tónica. Eso sí, la primera ocasión del equipo rival llegó en el minuto 38 y fue un disparo desde lejos de Gumbau, que no asustó a nadie.
Con la salida de Lino y De Paul, el equipo ganó en dinamismo, en verticalidad y en capacidad ofensiva, casi al instante
Simeone se dio cuenta de que hacía falta algo y durante el descanso dejó a Llorente y Riquelme en la banca para poner a Lino y De Paul. Y fue como inyectar una dosis de adrenalina a un cuerpo herido. El equipo ganó en dinamismo, en verticalidad y en capacidad ofensiva, casi al instante. El propio Lino no tardó ni cinco minutos en encarar por la izquierda y estrellar el balón en el cuerpo de Batalla.
Las sensaciones eran otras, y no tardamos ni diez minutos en verlo reflejado también en el marcador. El gol llegó gracias a lo que podría considerarse como un estándar del Atleti moderno: De Paul combina con Griezmann, el francés la cuelga al área y Morata remata junto al palo. El tanto subió al marcador, pero tenía truco. La repetición mostraba una posición tan justa que, debo ser honesto, a mí me pareció fuera de juego. No lo fue, según esa extraña sociedad religiosa a la que llamamos VAR.
El cuadro rojiblanco, hoy otra vez de verde, siguió dominando el partido a pesar del gol. Y eso, créanme, es una buena noticia porque no suele ser lo habitual. Los madrileños mantuvieron la presión adelantada, el juego de apoyos y la verticalidad por banda. Y claro, jugando bien, llegó otro gol. Hermoso desplazó un buen balón a la banda derecha, Nahuel volvió a colgarlo al área y Saúl lo metió en la red rematando de cabeza. Esta vez el árbitro lo anuló en el propio campo y el VAR corroboró esa decisión. Honestamente, a mí esta vez sí que me pareció gol legal.
El partido entró entonces en una fase, prácticamente intrascendente, en la que Alexander Medina comenzó a cambiar el dibujo del Granada para meter jugadores de ataque (Arezo, Callejón, Melendo o Puertas) y el Atleti, como suele ser habitual, se fue desinflando como un muñeco hinchable pinchado. A partir del minuto 70, el partido era ya del Granada, lo que no auguraba un final tranquilo para los colchoneros. El banquillo lo vio y Simeone trató de meter piernas frescas. El problema, que tampoco es nuevo, es que la salida de los nuevos, lejos de mejorar al equipo, lo empeoró. Koke no llegó a acoplarse al ritmo del juego en ningún momento, pero fue mucho más dramático ver a Correa, que volvió a deambular por el campo como el jugador que no es y que no deberíamos ver. Una vez más, volvió a elegir mal en todas las decisiones que tuvo que tomar. Quizá su cabeza está ya en otro sitio. Aun así, soy de los que cree que es un jugador que se ha ganado elegir su futuro y que si tiene que salir del equipo, que sea entre aplausos.
Los últimos minutos, desgraciadamente, volvieron a ser una agonía para el conjunto madrileño. Simplemente a base de acumular jugadores cerca del área, el Granada metió a su rival debajo de la portería y de ahí ya no salió. Tampoco hubo ocasiones muy claras de los locales hasta prácticamente el último minuto, pero la sensación era que la tragedia podía aparecer en cualquier momento. Y daba rabia, porque las dos veces que los rojiblancos se estiraron un poco casi lograron resolver el partido. Primero con un poste y una mala definición de Correa. Después con otro gol anulado a Griezmann, esta vez por un claro fuera de juego.
A punto de cumplirse ya una alargue que para mí no se justificaba, otro de los recién entrados, Giménez, tuvo uno de esos errores que no se pueden cometer. Intentando devolver el balón a su portero con la cabeza, en un gesto técnico muy fácil, se equivocó y lo cabeceó a su propia mano. Honestamente, creo que no es penalti, porque la acción es completamente involuntaria, pero honestamente también, creo que muchas veces hemos visto pitar como penalti cosas muy parecidas. Si fuese aficionado del Granada estaría enfadado. Sobre todo, porque además pudieron hacer el empate después, con un remate cruzado que primero paró Oblak y después sacó Hermoso de la línea de gol.
La victoria era importante, por las malas sensaciones del equipo fuera de su casa, por lo complicada que está la clasificación liguera y porque estamos en un momento de la temporada en el que armarse de confianza es tan importante como seguir respirando. El drama es que esto no para y que no hay mucho tiempo de sacar conclusiones. En tres días hay otra final.
Se presentaba el Atleti en Granada en unas circunstancias bastante especiales. Con las dudas provocadas por la mala imagen que el equipo ha dado en los partidos jugados fuera de su feudo, con una cita importante en apenas tres días, con varios jugadores negociando su salida, con una directiva pregonando a través...
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