MADRÍ, ZONA DE OBRAS
Devotos de Debod
Cuando el templo egipicio llegó a Madrid, el arqueólogo Martín Almagro Bosch se vio obligado a juntar las piezas a ojo
Ricardo Aguilera 14/01/2024
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1972: un monumento del antiguo Egipto aterriza en Madrid. Exactamente dos nanosegundos después estalla el gracejo popular: ¿cuál es el edificio más antiguo de la capital? El Templo de Debod. 2.200 años nos contemplan haciendo chascarrillos sin parar. Y mucho cuidado con las rimas en cinco. Madrid tal cual.
La historia del templo es larga, como corresponde a su antigüedad, pero centrémonos en la reciente. Por algún defecto congénito todavía no aclarado por la ciencia, los generales sienten debilidad por los embalses, de manera que cuando Nasser decidió construir la presa de Asuán, allá por 1960, Franco se apuntó al bombardeo. Él era así. Además, estaba la “tradicional amistad entre España y los países árabes”, cimentada en siglos de guerras y miles de muertos. Total, que España prestó ayuda para salvar de la riada los templos de Nubia que estaban con el agua al cuello. Como las arcas de Egipto tampoco es que estuvieran para tirar cohetes, agradecieron el favor regalando monumentos, que de eso iban sobrados. Cuatro países fuimos los agraciados en esta pedrea de pedrolos: Estados Unidos, Países Bajos, Italia y España. A nosotros nos tocó el Templo de Debod. Bingo.
Una vez formalizado el trueque, en 1968 se procedió a desmontar el santuario bloque a bloque, subirlo a un barco rumbo a Valencia y luego llevarlo a Madrid a fuerza de camiones. Montarlo otra vez tuvo tarea: buena parte de las piedras no estaban numeradas y otras tantas tenían marcas confusas o directamente erróneas, por no hablar de las que se perdieron en el traslado. Con estos mimbres, el encargado de la maniobra, el arqueólogo Martín Almagro Bosch, se vio obligado a usar la técnica de la anastilosis, que según el diccionario es “el estudio metódico del ajuste de los diferentes elementos que componen la arquitectura”, o sea, juntar las piezas a ojo. Viva el buen cubero.
Cuando llegó a la alcaldía aquel emprendedor llamado Arias Navarro le encontró uso al erial como lugar para instalar el templo egipcio
La elección del lugar donde asentar el templo también tuvo lo suyo. Como todos sabemos, está enclavado en el solar del antiguo Cuartel de la Montaña. Hagamos memoria, que ahora se lleva mucho. Esa loma ha conocido mucha sangre. En 1808 fue testigo de los fusilamientos inmortalizados por Goya. Más de un siglo después, fue el epicentro de otra gesta. El 19 de julio de 1936, el general Fanjul, al mando de una tropa de cadetes y una partida de falangistas, se encerró en el Cuartel de la Montaña para sumarse a la sublevación de los fascistas españoles y mucho españoles. Creía que Madrid iba a caer a la primera. Se adelantó a los acontecimientos, porque allí se presentó la Guardia Civil, la Guardia de Asalto y un gentío indignado que rodeó el edificio. Por más que ametrallaron a todo el que pasara por la calle Ferraz, el cuartel fue finalmente tomado por los del tricornio y allí se montó la marimorena. Fanjul fue herido, detenido, juzgado y fusilado, que es lo que les pasa a los militares que se levantan en armas contra su propio país, aunque en España no se suele llegar a este happy end, sino al contrario.
Tras la guerra, el cuartel de marras acabó totalmente destrozado; no en vano estaba en la línea del frente por donde pasaron los que no debían haber pasado. Durante décadas fue una escombrera y nadie sabía qué hacer con él. Se barajó la posibilidad de construir allí la Casa de Falange. Qué bonito hubiera sido. Al final, el Ayuntamiento se quedó con la titularidad del solar y dejó dormitar el asunto entre expedientes. Mientras tanto, se habilitaron allí unos campos de fútbol de esos en los que te despellejabas las rodillas con la tierra. Sin embargo, cuando llegó a la alcaldía aquel emprendedor llamado Arias Navarro, apasionado de los paredones y los scalextrics, le encontró uso al erial como lugar adecuado para instalar el templo egipcio. Mandó limpiar la zona, se construyeron unos estanques, se plantaron árboles y se escogió una fecha adecuada para abrir el templo milenario al público: el 18 de julio de 1972. Igual que la cabra tira para el monte, se ve que los cabrones tiran para la montaña, con o sin cuartel.
Los años no pasan en balde ni para los egipcios milenarios, y unas pocas décadas en Madrid dan para mucho desgaste
El resultado de todos estos desvelos fue óptimo. El templo gustó a los madrileños, que hicieron cola para visitarlo. Hoy las colas siguen, pero no hay ni un castizo: todos son turistas. Los visitantes se encuentran, eso sí, con unas instalaciones algo diferentes a las originales. Los años no pasan en balde ni para los egipcios milenarios, y unas pocas décadas en Madrid dan para mucho desgaste. El clima continental de la ciudad no es lo más adecuado para las históricas piedras; tampoco el vandalismo de los catetos ni la contaminación ambiental. A estas plagas, hay que sumar la dejación municipal en su conservación y algo aún peor: su inventiva. Para mayor confort del personal, se instaló un sistema de aire acondicionado que agujereó malamente el templo. Tampoco fue moco de pavo la idea de instalar un gran ventanal en la fachada hipóstila, pegando el cristal con silicona a la piedra arenisca. Pepe Gotera y Otilio siempre presentes en nuestro pensamiento. El uso del recinto del templo como cine de verano, teatro al aire libre y demás actividades de esparcimiento, tampoco ha sido la mejor idea para conservar la integridad, dignidad y decoro del hogar de los dioses egipcios. Desde hace décadas, en sucesivos Congresos de Egiptología Ibérica se ha pedido al Ayuntamiento que se ponga las pilas para conservar el templo. La respuesta invariable del consistorio se resume en cuatro palabras: no es pá tanto. La última intervención en este sentido ha sido la de un famoso televisivo, el arqueólogo Zahí Hawass, ministro de Antigüedades de Egipto, que en 2020 escribió al minúsculo alcalde que nos toca instándole a tomar medidas. Consecuentemente, el pequeño José Luis Martínez convocó un concurso de ideas a tal fin. Hasta la fecha parece que a nadie se le ha ocurrido nada.
Hoy el parque circundante al Templo de Debod es un lugar de encuentro muy solicitado. El mirador al oeste de la capital impresiona. Las vistas abarcan desde el Palacio Real hasta la Casa de Campo, incluyendo las lejanas barriadas de Carabanchel, Usera, Lucero o Aluche. Para mejor ver tanta maravilla hay instalados unos telescopios de esos de echar monedas. No funcionan, aviso. Entre la fronda es frecuente encontrar grupos de gente ejercitándose en el tai-chi, el yoga, las artes marciales o el dolce far niente. Abundan los músicos callejeros, los coches de bebé, las pandillas de adolescentes y los ancianos al sol. Incluso hay gente rara: el otro día había un señor leyendo. Los turistas, eso sí, se llevan la parte del león de esta humanidad a pie de parque. Suelen entrar por la escalinata que hay en la calle Ferraz, parada obligada de los autobuses colorados de dos pisos que los transportan por los madriles. Allí se encuentran con el monumento que Vaquero Turcios –¿quién si no?– construyó en honor a los caídos en el Cuartel de la Montaña. Sobre un fondo de sacos terreros, yace suspendida una tosca figura de bronce mutilada. Nadie, sea de la nacionalidad que sea, perdona una foto de grupo frente a este espanto. Una vez llegados a la explanada del templo, son recibidos por un estanque desecado por años de dejadez. La primera intención de todo el mundo es pisar la avenida de piedras que lleva al templo, pero no. Al punto reacciona uno de los mostrencos de seguridad privada que merodean por la zona, sustituyendo a los guardias municipales de toda la vida. Con malas maneras les señalan que está prohibido pisar donde antaño hubo agua. Una manía municipal como cualquier otra. Los turistas, sorprendidos, acatan las órdenes, seguramente pensando que cada país tiene sus costumbres, o bien que los antiguos dioses egipcios se verían insultados por haber roto algún tabú. Si supieran la verdad se volvían a su país.
1972: un monumento del antiguo Egipto aterriza en Madrid. Exactamente dos nanosegundos después estalla el gracejo popular: ¿cuál es el edificio más antiguo de la capital? El Templo de Debod. 2.200 años nos contemplan haciendo chascarrillos sin parar. Y mucho cuidado con las rimas en cinco. Madrid tal cual.
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Ricardo Aguilera
Iba para biólogo pero las cosas se torcieron y devine en periodista. Por favor, no se lo digan a mi madre.
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