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Símbolo de la ciudad, efigie clásica, alegoría de la resistencia, divisa de la ilustración, insignia del agua, emblema futbolero… Así podríamos seguir casi indefinidamente. Cibeles representa muchas cosas, lo bueno y lo malo de la ciudad. La balanza se inclina. Veremos.
La Fuente de Cibeles se instaló en 1782, dentro del proyecto Salón del Prado: una amplia avenida arbolada con palacios dedicados a las ciencias y las artes. La Ilustración abriéndose paso en tierras cazurras. El diseño del salón en general, y de Cibeles en particular, corrió a cargo de Ventura Rodríguez. La realización la llevaron a cabo distintos escultores a lo largo del tiempo, añadiendo piezas, quitándolas… Sólo la diosa, los leones y el carro son permanentes. El proyecto vino auspiciado por Carlos III, ese rey ilustrado que llegó a Madrid y se le cayeron los palos del sombrajo. Él, que venía de tierras civilizadas, se encontró con una ciudad oscura y oscurantista, con peste a cirio, vieja y sin gracia. Se imponía aportar toneladas de glamourpara soportar la estancia en la capital y pidió ayuda a los dioses. Los clásicos, claro está.
La diosa Cibeles es de las más antiguas de su clase. Su culto se remonta a la revolución del neolítico, cuando se adoraba la fertilidad y las deidades dominantes eran femeninas. Representa la tierra, la naturaleza, los animales, todo aquello que produce riqueza esencial: lo que hoy llamamos “sector primario”. Su representación clásica se remonta a los frigios, de ahí el gorrito que la corona. Luego fue asimilada por Roma, que tenía la política de cuantos más dioses mejor, para así no hacerle demasiado caso a ninguno. Gente sabia. Su culto se las traía: para ser sacerdote de Cibeles había que autocastrarse. A tal fin, se usaban unas tenacillas primorosamente decoradas que se asemejaban mucho a un cascanueces. ¡Ay!
Cuando se instaló la fuente de Cibeles, lo importante era el agua, no la diosa. Allí iban las aguadoras a llenar cántaros para un Madrid sediento, hediondo y sin cañerías a domicilio. A finales del XIX, la frigia dejó de tener un uso funcional: ya habían llegado los fontaneros a las casas. El único recuerdo de aquello que queda hoy es una humilde fuente municipal –de las de grifo–, que está a mano izquierda del edificio de Correos, según se mira. Todavía en los años sesenta iba gente allí a llenar garrafas con las aguas cristalinas del arroyo de la Castellana, que decían que eran salutíferas. Lo único que se ha podido comprobar científicamente es que mal no hacen, pero bien tampoco.
Todavía en los años sesenta iba gente a Cibeles a llenar garrafas con las aguas cristalinas del arroyo de la Castellana
Ya que hablamos de Correos, hablemos de Correos. A ese magnífico edificio se le conoció como Nuestra Señora de las Telecomunicaciones por su aspecto catedralicio. Se inauguró en 1919, obra de los arquitectos Antonio Palacios y Joaquín Otamendi, los mismos que levantaron el hospital de Maudes. Bien que se nota: mismo ADN en piedra blanca de Novelda. El objetivo era construir un palacio para el público, un lugar donde desarrollar tareas cotidianas, como los trámites epistolares, con el boato restringido a la nobleza. Un concepto revolucionario. Correos era la versión española del metro de Moscú, con sus salones tan suntuosos como subterráneos. El Palacio de Telecomunicaciones es una obra de arte total, por dentro y por fuera. Combina diversos estilos, desde el barroco al modernismo, fluyendo en un sin fin de recovecos y estancias. Todo apabulla: el pórtico de los buzones, el hall central, la cúpula de cristal, las fenestras de la fachada... Dioses de distintas procedencias adornan los pliegues del edificio, tiradores de bronce antiguo dan acceso a las puertas, los mármoles se ponen a los pies del visitante... Tanta pompa al servicio del populacho no podía durar. Con la crisis mundial del servicio de Correos, el faraón Gallardón, desembarcó en el templo y lo hizo suyo. Desde 2007 es la sede del Ayuntamiento madrileño. Hoy estremece pensar en el contraste entre la grandiosidad del edificio y la poquedad integral del gusarapo que repta en el despacho de la alcaldía.
Antes de ser reconvertida en rotonda, la Fuente de la Cibeles no estaba en el eje de Prado/Recoletos, sino un poco más arriba, pegada al Palacio de Buenavista. Este lujoso edificio fue inaugurado en 1777 sobre las ruinas de otro palacete propiedad de Isabel de Farnesio, madre de Carlos III. El nuevo, el que todavía perdura, fue mandado construir por aquella Cayetana que se quitaba y se ponía la ropa delante de los lienzos de Goya. Poco después, pasó a ser propiedad fugaz de Godoy, que no llegó a habitarlo, y eso que se dejó una pasta en acondicionarlo a su gusto. Después, Pepe Botella pensó en convertirlo en pinacoteca, y finalmente, en 1847, se convirtió en el Ministerio de la Guerra. Eran tiempos en los que a las cosas se las llamaba por su nombre. Allí plantó cara a la jauría fascista el general Miaja, y los impactos de proyectiles de los edificios de la zona datan de la batalla de Madrid. Tenían a Miaja en la mirilla. Hoy es el Cuartel General del Ejército de Tierra, y conserva unos jardines estupendos, con gran masa arbolada, efigies clásicas, un Belén en navidades y mucho generalato que va y viene entre taconazos de reclutas.
Justo enfrente del poder bélico, el poder de verdad: el Banco de España. Fue construido en 1891 por los arquitectos Eduardo Adaro y Severiano Sáinz de Lastra siguiendo patrones franceses e italianos, pero con las manos libres para unir con eclecticismo cualquier estilo. Si el exterior es apabullante en su solemne enormidad, el interior avasalla por la suntuosidad: escaleras que ya quisieran en los musicales de Hollywood, cristaleras que son la envidia de las catedrales, alfombras de la Real Fábrica de Tapices, arañas de cristal de La Granja, cuadros de Zuloaga, Madrazo, Maella, Sorolla... Cualquiera diría que allí hay dinero. En la cámara acorazada reposan unas toneladas de oro. No se dice cuántas. La puerta blindada que da acceso a tan santo lugar es redonda, “made in USA”, pesa 15.000 kilos, tiene tres cerraduras y tres claves, como en las películas de gangsters. La leyenda dice que una canalización une la fuente de Cibeles con la cámara aurífera, de manera que si las cosas se ponen feas, se puede inundar el silo de los orillos para disgusto de los ladrones y alegría de los hombres rana. Así que ya saben: si ven bajar el nivel de agua de la fuente es que están poniendo el oro en remojo.
Durante la Guerra Civil, Cibeles tuvo que ser rebozada en sacos terreros porque la piara franquista tiraba a dar donde más duele, arte e historia incluidos
Cruzando la plaza en diagonal nos damos de cara con el Palacio de Linares. Toda una historia. Esta bombonera neobarroca la levantó en 1900 el arquitecto Carlos Colubí para José de Murga, marqués de Linares y mayordomo de semana de Alfonso XII, sea lo que sea eso. Es un palacete con todas sus consecuencias y aditamentos: salones rococó, primeras calidades y un fantasma. Como lo oyen/leen. Resulta que los marqueses de Linares, el citado Pepe Murga y doña Raimunda Osorio, eran medio hermanos sin saberlo. Cuando se enteraron, pidieron bulas papales y demás sortilegios de los católicos, pero con poca fortuna. En lo que sí tuvieron suerte fue en la cama, porque les nació una hija llamada Raimundita a la que acabaron emparedando en casa para que el escándalo de su incesto no hiciera cientos de habladurías. No hay manera de comprobar la veracidad de todo este culebrón, porque las únicas pistas son unas psicofonías que los avispados periodistas del negocio de los misterios sacan a relucir cuando no tiene un OVNI que echarse a la boca. No hay que darle mucho crédito a todo esto, porque allí rodó Berlanga Patrimonio Nacional (1981), y si el fantasma de Raimundita estuviera emparedado por allí la habrían oído reírse, y no fue el caso. El palacio estuvo casi un siglo cerrado y acumulando polvo. En ese tiempo pasó por las manos de Trasmediterránea, la Confederación de Cajas de Ahorros, el Ayuntamiento de Madrid e incluso el empresario Emiliano Revilla. Al final fue Patrimonio Nacional –el de verdad, no el de la película– quien se hizo cargo de su restauración. Hoy es la Casa de América, acoge conferencias, presentaciones y eventos en el interior, y esos nuevos zombies que son los turistas en la terraza de su jardín. Raimundita, por fin, tiene compañía.
Volvamos a Cibeles, la divina, aunque más que deidad de la naturaleza y la fertilidad, parece la diosa del acoso. Durante la Guerra Civil tuvo que ser rebozada en sacos terreros porque la piara franquista tiraba a dar donde más duele, arte e historia incluidos. En los años sesenta, se puso de moda que la hinchada del Atleti celebrase sus éxitos en la fuente cibelina. Por fortuna para la frigia, esto sucedía muy de vez en cuando. En los ochenta, sin embargo, las hordas madridistas tomaron el relevo, arrumbando a los atléticos a los pies de Neptuno. Como los merengues ganan varias ligas todos los años –o eso me da la impresión a mí, que no entiendo de fútbol– están todo el día dando la tabarra a la diosa oriental en su propia casa. Tan borricos se ponen en esas ocasiones que le han roto un brazo dos veces. La segunda, además, se lo llevaron y todavía no ha aparecido. Eso es lo que sucede cuando miles de hooligans berrean sus complejos mientras los locutores de las televisiones dicen aquello de: “Observen cómo la afición da rienda suelta a su sana alegría”. Para rematar la faena, la alcaldía popular, cada vez que tiene ocasión la rodea de banderas de España-España-España, que para eso tienen la fuente cercada de mástiles cual mastines de la raza. Mientras, ella resiste con estoicismo marmóreo, los leones miran a izquierda y derecha con ecuanimidad y los amorcillos que van detrás del carro juguetean con los chorrillos de agua. ¡Lo que ha tenido que soportar esta mujer!
Símbolo de la ciudad, efigie clásica, alegoría de la resistencia, divisa de la ilustración, insignia del agua, emblema futbolero… Así podríamos seguir casi indefinidamente. Cibeles representa muchas cosas, lo bueno y lo malo de la ciudad. La balanza se inclina. Veremos.
La Fuente de Cibeles se instaló en...
Autor >
Ricardo Aguilera
Iba para biólogo pero las cosas se torcieron y devine en periodista. Por favor, no se lo digan a mi madre.
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