MADRÍ, ZONA DE OBRAS
La curva
Habita en esa iglesia el ectoplasma de don Luis Carrero Blanco, que descendió de los cielos el 20 de diciembre de 1973 para recalar en uno de sus patios interiores con Dodge y todo. Una gesta
Ricardo Aguilera 17/12/2023
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El Triángulo de las Bermudas, la Zona Cero de Nueva York, la Fosa de las Marianas… Nombres que nos sugieren enigmas tenebrosos, tragedias históricas, misterios abisales. Sumemos otro lugar más cercano: la curva de los Hermanos Bécquer. Tiene tela. Atención al plano. Hermanos Bécquer comienza en el cruce de Serrano con Diego de León. Es una cuesta abajo de vértigo que hace curva para convertirse en General Oraá, y acaba desembocando en el Paseo de la Castellana, o más bien, en la Glorieta de Emilio Castelar. ¿Estamos?
Arriba del todo, en Serrano casi esquina Diego de León, encontramos el primer edificio notable: la iglesia de San Francisco de Borja, un trasto neobarroco de exquisito mal gusto. Fue perpetrado a finales de los años cincuenta por un arquitecto cuyo nombre parecía predestinado a la construcción de templos: Francisco de Asís Bort. Sin embargo, no se trata de una iglesia franciscana, sino de jesuitas. Tanto es así que allí reposan los restos del titular de la parroquia, San Francisco de Borja, y de otro santo jesuítico, José María Rubio. Del primero cabe señalar que fue un pez gordo, descendiente por vía bastarda de reyes y papas, y que ostentó el tercer generalato de esa orden tan belicosa. Del segundo se dice que fue persona humilde y muy pegada a la capital, al punto de ser considerado apóstol de Madrid. También habita en esa iglesia el ectoplasma de don Luis Carrero Blanco, que descendió de los cielos el 20 de diciembre de 1973 para recalar en uno de sus patios interiores con Dodge y todo. Una gesta.
El recuerdo de aquel vuelo corto nos lleva directamente al edificio de enfrente: la Embajada de EEUU. Es un enorme bloque blanco que se hace notar. Fue inaugurado en 1954, cuando estaba fermentando el Plan de Estabilización que acabaría con la fugaz visita de Mr. Marshall a cambio de unas bases militares de nada. El diseño es de un par de arquitectos norteamericanos, muy similar al de la embajada USA en La Habana: líneas rectas, sobria elegancia, exterior luminoso… Hay que ver los buenos arquitectos que tiene los yanquis con lo horteras que son para otras cosas. Pese a que los planos eran más ambiciosos, hubo que rebajar varias plantas la altura del edificio porque la España del momento no podía permitir que esa guarida de cowboys fuese notablemente más alta que la iglesia de los jesuitas. ¡Hasta ahí podíamos llegar! El marrón de remodelar el diseño recayó en Mariano Garrigues Díaz–Cañabate, que finalizó una obra que sigue siendo el primer ejemplo de arquitectura moderna al estilo internacional que se hizo en Madrid. El paseante notará que el edificio tiene dos remates en plan Securitas Direct: a pie de calle, una tanqueta y un montón de policías; en la azotea, un enjambre de antenas para bien espiar. Bueno, pues según la historia oficial debemos creernos que ni por esas se dieron cuenta de que al lado había unos señores excavando un túnel para volar las aspiraciones de continuidad del Régimen. ¿Misterio o cuento chino?
Dejándonos caer por la curva cuesta abajo llegamos a un lugar muy principal, el número 8 de la calle Hermanos Bécquer, la casa familiar de la saga Franco. Se trata de un edificio señorial, como todos los de esa zona que apesta a facherío viejo. En el sencillo ático de ese bloque –650 metros cuadrados, tres salones, seis dormitorios, seis cuartos de baño y una terraza corrida de aúpa– vivió Doña Carmen Polo de los Collares desde el óbito de la momia hasta el suyo propio. Dicen que eligió este emplazamiento por su cercanía a la iglesia ya mencionada, por la seguridad que le daba estar al lado del batallón de policías que guardan las espaldas a los americanos y porque el vecindario era propicio. Por lo visto, con el tiempo se fue comprando todo el edificio, de manera que allí también pernoctaban hijos, nietos y sobrinos que encontraban un ambiente favorable, un servicio bien domesticado y el atractivo añadido de estar a un paso del lujoso burdel que hay al principio de López de Hoyos. Todo son ventajas, o lo eran, porque los tiempos cambian. Entre las quejas que la familia le pone ahora a la localización figura en primer lugar que los vecinos ya no son tan franquistas como antes y no les vitorean cuando salen camino de misa. Nadie lo diría viendo cómo es el personal que acude al restaurante José Luis, nada más cruzar la calle: gente con fachaleco, pulserita rojigualda, pelo engominado, vaqueros pitillo, calcetines ejecutivos y mocasines Sebago, o sea macarras con dinero no trabajado. Hoy, el ático de la Collares está vació. No quedan ni los fantasmas de sus latrocinios. Según aseguran los anticuarios de la zona, los jóvenes más excéntricos al tronco fetén de la familia no paran de acercarse a estos comercios ofreciendo Rolex, candelabros, encendedores de oro, quincalla con el marchamo histórico de haber pertenecido a los Franco. Lo llevan en la sangre. Al que le interese, el ático está en alquiler en Idealista: 7.000 euros al mes.
En la acera de enfrente, antes de dar la curva, se encuentra la sede de la mayor empresa financiera de la Eurozona: la Banque Paribas. Es un pedazo de palacete del año 1900, cuyos suculentos jardines lindan con todo el aparato de protección Made In USA de la embajada. No se puede negar que esta gente sabe colocar el dinero con la máxima seguridad. Un poco más abajo, doblada ya la curva camino de la Castellana, aparece uno de los edificios más estupendos de la capital, el Castelar, diseñado por Rafael de la Hoz a finales de los 70. Estamos ya en la calle General Oráa, un militroncho de cuando las guerras carlistas. El Castelar es una torre de cristal azul verdoso que parece sostenerse en el aire porque sí. Está encastrada en un cuerpo de hormigón que permanece semioculto al viandante. Tiene estilo y, según cuentan los que saben, soluciones tecnológicas de vanguardia en cuestión de aislamiento, sostenibilidad, etc. Como atraídos por un círculo virtuoso –algo que pensábamos que era solo una metáfora utópica– otros tres edificios colonizaron en los 90 la Glorieta de Emilio Castelar luciendo cristales azul verdosos. Esta armonización de conjunto es algo inédito en el Madrid moderno, solo preocupado por los pelotazos individuales. En fin: ¡cosas veredes, amigo Sancho!
Con el tiempo se compró todo el edificio, de manera que allí también pernoctaban hijos, nietos y sobrinos que encontraban el atractivo de estar a un paso del lujoso burdel que hay cerca
Ya que hemos desembocado por fin en la Glorieta de Emilio Castelar, algo habrá que decir. En el XIX su lugar lo ocupaba la Fuente del Obelisco, que hoy está en el parque de la Arganzuela. A principios del XX aterrizó allí el grupo escultórico de Mariano Benlliure que rinde homenaje a don Emilio Castelar, presidente de la Primera República. Fue levantado por suscripción pública, o sea que el tío tenía tirón. En el grupo hay de todo: una mujer rendida a los pies de Castelar, un gentío subiendo alborozado la escalera para acercarse al tribuno, y un remate en todo lo alto con tres señoras desnudas que representan la libertad, la igualdad y la fraternidad. No hay manera de entender cómo han aguantado allí, en bolas, semejante desafío a los Principios Fundamentales del Movimiento, o a la barbarie liberal de los de ahora mismo. Hay que tener valor. Lo mejor del monumento es la efigie de Castelar. Benlliure lo cazó al vuelo en una de sus famosas intervenciones en el Congreso: la mano alzada, los dedos en ristre, la espalda erguida, la cabeza proyectada hacia delante y la boca presta a construir uno de esos discursos de oratoria florida que han hecho que el pueblo llano acuñe la frase “estás hecho un Castelar” para aplicársela al que suelta una buena parrafada. Como el monumento está en medio de la Castellana, nadie puede pararse a verlo de cerca. Hace falta que te pille el semáforo y tengas vicio por estas cosas para fijarte en el detalle. No lo recomiendo, porque le asaltan a uno pensamientos deprimentes: hemos pasado de la brillante retórica de Castelar a los balbuceos erráticos y “tontolhaba” de Rajoy I y Rajoy II. La raza degenera.
El Triángulo de las Bermudas, la Zona Cero de Nueva York, la Fosa de las Marianas… Nombres que nos sugieren enigmas tenebrosos, tragedias históricas, misterios abisales. Sumemos otro lugar más cercano: la curva de los Hermanos Bécquer. Tiene tela. Atención al plano. Hermanos Bécquer comienza en el cruce de...
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Ricardo Aguilera
Iba para biólogo pero las cosas se torcieron y devine en periodista. Por favor, no se lo digan a mi madre.
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