JARDÍN DE GENTE
‘Proyecto Cardo’
¿No resulta significativo que en muchos de nuestros trabajos se utilice tanto la palabra ‘deadline’? Se usa para referirse al límite de un plazo, pero literalmente significa ‘línea de muerte’
Socorro Giménez 13/02/2024
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Hacia finales de 2001, cuando la debacle argentina del momento era a todas luces inminente, mi hermana y yo estábamos fuera de la ciudad, en la finca de unos parientes. No éramos unas niñas (ella veinticinco, yo veintiocho); sabíamos lo que estaba pasando y que lo que venía por delante iba a ser todavía más difícil. Ni siquiera el entorno privilegiado que nos rodeaba nos protegía de la sensación de desastre colectivo que flotaba en el aire. Nos apartamos de la reunión familiar, caminamos hasta un descampado y nos sentamos sobre un suelo pedregoso, desértico. Era al atardecer y hablamos de las flores de cardo que teníamos delante: una especie de alcauciles de color violeta intenso y pelillos suaves que surgen en verano de tallos espinosos y oscuros. ¿Cómo podía una flor tan delicada crecer en un terreno tan hostil?
Tenemos que hacer algo como el cardo, dijo alguna de las dos.
Sí, tenemos que festejar la exuberancia en medio del desierto.
Bastó eso. Volvimos y llamamos a todos los artistas mendocinos que conocíamos: pintores, bailarines, músicos, poetas, djs, diseñadores… El plan se puso en marcha. Iba a ser una celebración, tal vez una frivolidad en la catástrofe, pero el desánimo general nos parecía lo peor. Ninguno de los convocados dijo que no, ninguno pidió plata. Faltaba el lugar, y mi hermana y yo pensamos en la casa de infancia de nuestra abuela paterna, suficientemente grande y alejada del centro, que por entonces estaba cerrada y olvidada. El tío dijo que sí, que de todas maneras, y la casa y sus dos enormes patios de tierra se abrieron para el “Proyecto Cardo”.
Hubo varias visitas de los artistas para conocer el lugar. En la primera, el hijo de un bailarín se trepó como un mono feliz al ombú del patio trasero, que había sido el árbol más querido por generaciones. Su padre dijo “así es”, y todos dijimos “así es”. El entorno mandaba y los invitados se acoplaron a él como si lo conocieran desde siempre.
El entorno mandaba y los invitados se acoplaron a él como si lo conocieran desde siempre
Todo estaba listo y ensayado, pero llovía fuerte. Y siguió lloviendo, tan fuerte que la primera fecha de la fiesta (que apareció anunciada en los dos diarios locales) tuvo que posponerse hasta nuevo aviso. El sitio era puro barro y Natura manda. Mi pasaje para Barcelona estaba comprado desde hacía varios meses, y mi hermana, que es empeñada, intentó gestionar las fuerzas naturales para que yo no me perdiera el acontecimiento. Buscó en la guía telefónica el número del señor de la televisión que pronosticaba el tiempo y llamó a su casa.
— ¿Federico Norte?
— Sí.
— Perdone, disculpe mucho que lo moleste, pero es que estamos organizando una fiesta importante y hemos tenido que correr la fecha, y quisiera saber si el próximo 7 de febrero va a seguir lloviendo en Bermejo.
— …
— ¿Hola?
— … No entiendo bien el llamado; yo no trabajo por encargo ni en mi domicilio, esto es del todo irregular.
— Sí, perdone otra vez, tiene razón, le pido mil disculpas, pero necesitamos saber...
— … El 7 va a llover en Bermejo. Y NO vuelva a llamarme.
Nueva postergación y yo ya tenía que volar a España, el mismo día de la fiesta. Desde Madrid, apenas llegada y en el día de mi cumpleaños 29 llamé por teléfono público a mi hermana: más de ochocientas personas habían llegado a ese suelo barroso, todos los artistas invitados desplegaron sus quehaceres, hubo músicos y baile, recitados, Reiki, salón de aromas, salón de panes amasados y compartidos, desfile de modas con material de desecho, gente trepando al ombú. Nadie pagó ni cobró un peso. Lloré de alegría por el “Proyecto Cardo”, de pena por no estar ahí, de pena por Argentina, de alegría por el espíritu, el ánimo, la vida amable y exuberante que puede florecer cuando menos posible parece.
Vivo en Buenos Aires desde 2008 y hasta hoy apenas había vuelto a pensar en el “Proyecto Cardo”. Ahora, mientras durante el día sigo los debates en el Congreso por la ley monstruo de Milei y trabajo –todavía trabajo–, durante la noche sueño con flores violetas y peludas.
¿Cómo resistir? ¿Cómo ser personas? Mis herramientas de actuación política son pobres. Apenas puedo firmar petitorios, escribir mails a los legisladores (que rebotan) o ir a la Plaza cuando la convocatoria es multitudinaria, porque el nuevo protocolo de seguridad permite que me lleven impunemente detenida y eso me da miedo, porque de esas cosas hay una larga y lamentable historia en este país.
Hablo con los almaceneros, los taxistas, algún vecino. Ayer con un taxista:
— Tremendo calor, ¿no? Y no se puede prender mucho el aire acondicionado, porque lo que nos va a fundir son las tarifas.
— ¡Sí!
— Yo lo voté a Milei (miento).
— ¡Yo también!
— Pero me siento muy defraudada. ¡Cómo nos estafó! Prometió en campaña “ajustar a la casta” y ya perdimos todos menos ellos un treinta por ciento del salario. ¡Y las leyes derogadas! Fíjese: la ley de tierras, por ejemplo. En este momento, con el decreto vigente, Elon Musk podría estar comprándose la Patagonia entera.
— … Bueno, es que hay que sacrificarse.
A veces puedo levantar la vista y salir del pasmo y la desazón que me producen la coyuntura local –por ejemplo, el último acto de gobierno por parte del presidente en sus redes, una representación, hecha con I.A., del león que, justo al lado del Congreso, abre una jaula hacia la que marcha una multitud argentina–, y leo algunas noticias del resto del “mapamundi”. Entonces todo empeora, porque también tengo que recordar su inverosímil discurso anticolectivista en Davos, y porque las películas de Marvel y las diversas formas del terraplanismo y las miles de fórmulas autoafirmativas, saludables y proactivas del “vivir bien” parecen haberse enseñoreado de prácticamente todo modo de pensamiento y expresión, y miles de hombres mujeres “de bien” se disponen (nos disponemos) más o menos alegremente al sacrificio en su nombre. Cuánto acertaron y qué cortos se quedaron la Escuela de Frankfurt, Guy Debord, Black Mirror…
Pequeñas epifanías de mi cotidiano, por ejemplo:
¿No resulta significativo que en muchos de nuestros trabajos se utilice tanto la palabra deadline? Se usa para referirse al límite de un plazo, a la fecha final para realizar determinada tarea, pero literalmente significa ‘línea de muerte’, y ahora que lo pienso, no es para nada extraño que estar continuamente lidiando con deadlines nos produzca angustia.
O bien preferimos atravesarlos lo más rápidamente posible, como quien enfrenta algo muy difícil y quiere apurar el trago, y entonces cualquier gozo en el proceso se neutraliza como tal y se convierte en pura aceleración hacia el deadline, o bien procuramos demorar su consecución –siempre de manera infructuosa–, lo que redunda en más angustia con el agregado nada menor de la culpa. Son formas de colonización de nuestras vidas que trabajan en silencio, y que sin embargo llevan, en su propio vocabulario, toda la explicación.
Los astrólogos hablan otro idioma y por eso me gustan. Sus palabras son lindas, incluyen nombres de planetas, estrellas y satélites; el mapamundi que nombran es más largo y más vasto. Ellos están diciendo que es la era de Acuario, que Urano está en Acuario y que todo está cambiando, aunque los cardos, las madreselvas y los horneros repitan movimientos. Los astrólogos se rigen por las leyes enunciadas en El Kybalión –un texto esotérico, tan raro que se le atribuye a Hermes Trimegisto, de donde viene la palabra hermético–, la segunda de las cuales, la de Correspondencia, dice: “Como es arriba, es abajo; como es adentro, es afuera.”
Hoy hablé con mi hermana y con tres amigos: viven en Mendoza, en Buenos Aires, en Barcelona y en Lleida. Casi lloraban, y estoy pensando en convocarlos para que, a distancia, bailemos, cada quien como pueda y donde pueda, porque la cosa pinta oscura y quizá lo único y mejor que podamos hacer sea aferrarnos a lo vivo imitando esas flores violetas y peludas que levantan celebrantes y humildes sus corolas al cielo y se agrupan contra vientos y sequía para seguir diciendo sí.
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Socorro Giménez (Mendoza, Argentina, 1973) es escritora y coordinadora editorial del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, MALBA. En 2021 publicó en España su primer libro, Casa se busca (Caballo de Troya).
Hacia finales de 2001, cuando la debacle argentina del momento era a todas luces inminente, mi hermana y yo estábamos fuera de la ciudad, en la finca de unos parientes. No éramos unas niñas (ella veinticinco, yo veintiocho); sabíamos lo que estaba pasando y que lo que venía por delante iba a ser todavía más...
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Socorro Giménez
(Mendoza, Argentina, 1973) es escritora y coordinadora editorial del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, MALBA. En 2021 publicó en España su primer libro, Casa se busca (Caballo de Troya).
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