SI BREVE...
El calor
Los agricultores ven en la UE uno de sus problemas. Y sin protestar, ni expresar un programa, ni exigir cambios estructurales, se han amotinado
Guillem Martínez 7/02/2024
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
El marrón agrícola en la UE se debe, me dicen, a tres motivos. El a) es la irrupción en la UE de productos ucranianos en modo me-lo-quitan-de-las-manos. El b) es la retirada de las ayudas a los combustibles. Algo, por cierto, dramático y que va más allá de la agricultura en Alemania, el exmotor europeo y hoy un Estado dispuesto a inmolarse en defensa de criterios de austeridad. Se dice rápido. Vaya, se me ha ido el hilo. Ah, el punto c). ¿Cuál es la tercera razón del marrón agro-europeo? Es complicado, pero se entiende mejor si observamos que a) y b) no se producen en España, donde está la cosa también al baño maría. La cosa c) difusa es algo, por tanto, que visualizan al vuelo los agricultores de la UE. Lo que apunta a que es muy posible que ese algo no sea otra cosa que la UE. Los agricultores ven en la UE, en fin, uno de sus tres problemas. Lo que no debería preocupar una higa a la Comisión, pues la agricultura no es un colectivo nutrido ni, estrictamente, necesario en la cosmovisión neoliberal. Supone, tan solo, el 1,3% del PIB de la UE. Se trata, además, de una actividad que parece agrupar a unos 18 millones de personas, lo que es algo más que la población de Grecia –aquel país no escuchado por la Comisión, que fue intervenido, desdemocratizado, aplastado en la pasada década–, pero muchísimo menos que la población total de los PIGS, un gran contingente demográfico y también omitido por la Comisión hace diez añitos. ¿Por qué en esta ocasión la Comisión parece escuchar a un colectivo canijo que aduce problemas? ¿Es más, por qué parece escucharlo de manera inmediata, al punto de que, desde que empezó el pitote, la Comisión ha accedido a suprimir tres medidas que los agricultores solicitaban –no se las pierdan: 1) cierto proteccionismo ante Ucrania, 2) ponerse menos green deal con los pesticidas, que van a tutiplén en los productos que se importan, y 3) olvidar la obligación del barbecho arbitrario del 5% del terreno disponible para cultivo en cada propiedad, y la consecuente eliminación del formulario 45/6Z8, el 67/W1 y, tal vez, el R-48-31–? Pues, posiblemente, porque la agricultura supone un hecho contradictorio en la UE.
La Comisión ha hecho con los agricultores lo contrario de lo que hizo con Grecia en su día
La agricultura en la UE supone lo peor del neoliberalismo –al punto que la Comisión ha animado, por la vía de los hechos/el mercado, a abandonar esa vía, más cara que los combustibles empleados para importar–, y lo peor de una economía centralizada –la burocracia, el centralismo, el absurdo, el comisario de abastos que cena de restaurante y dice chorradas sobre la heroica cosecha de pepinos–. Y ambos dos peores lados configuran, a su vez, la Comisión. La agricultura es, por lo tanto, la metáfora de una institución escasamente democrática, sin control ni límites, con más poder que inteligencia colectiva, que debe ofrecer un hipotético servicio de planificación desde una cultura en la que no se cree en planificación alguna, sino en el libre mercado y en objetivos a 20 o 30 años que si eso ya yo, yo ya. La Comisión ha hecho con los agricultores lo contrario de lo que hizo con Grecia en su día, sencillamente porque no es una institución democrática. Es una monarquía anterior al XVIII, sensible, por ello mismo, al motín. Y el 1,3% del PIB europeo –nada–, y unos 18 millones de personas –poco–, se ha amotinado –mucho–. Es importante ese matiz. Y los motines, hasta el XVIII, finalizaban cuando el rey hacía un gesto. Los agricultores no han protestado, no han expresado un programa, no han exigido cambios estructurales. No han hecho el griego, sino que se han ido un par de siglos atrás y se han amotinado, cerrando vías de comunicación, paralizando ciudades. Algo que, por cierto, no es terrorismo. Ni en España ni en ISIS, los dos territorios planetarios con la idea más abierta del concepto.
Hasta el siglo XVIII, los motines eran en verano, cuando el trabajo del campo lo permitía, y el calor volvía majara a las personas con hambre. En el XXI hace calor todo el año, y en Europa hay rey, ese oficio consistente, hasta el XVIII, en saber leer motines. Acostúmbrense al motín. Es una gramática que vuelve, parece.
El marrón agrícola en la UE se debe, me dicen, a tres motivos. El a) es la irrupción en la UE de productos ucranianos en modo me-lo-quitan-de-las-manos. El b) es la retirada de las ayudas a los combustibles. Algo, por cierto, dramático y que va más allá de la agricultura en Alemania, el exmotor europeo y hoy un...
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí