EL LOBO ESTEPARIO
Tracy Chapman y el ‘coche veloz’ del éxito
La cantante ha vuelto al foco mediático por su clásico ‘Fast car’. Ella, mejor que nadie, ha sabido no estrellarse con él
Miguel Ángel Ortega Lucas 12/03/2024
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Todos soñamos con coches veloces que nos lleven lejos, antes o después. Demasiados lo hacen a diario; no ya anhelando las posibilidades infinitas del horizonte, sino como un puro grito de supervivencia: urdiendo un plan con el que escapar de la miseria, la esclavitud, la humillación y la derrota diarias. Lo hacen a millones, en mil nidos distintos del planeta, de sur a norte, de oriente a poniente, del Senegal a Harlem. “No duerme nadie por el cielo. Nadie. Nadie”, vislumbró Lorca en la capital del Capital. Alucinando también un barco negrero arribando a las costas de Manhattan: “¡Mirad el mascarón! ¡Qué ola de fango y luciérnagas sobre Nueva York!”.
La cantautora afroamericana Tracy Chapman (Cleveland, Estados Unidos, 1964) soñó en un punteo nocturno, siendo aún veinteañera, la canción de una muchacha de suburbio –trasunto alterado de ella misma– que fantasea con una vida mejor: Fast car. Podemos hacer un trato, le decía a su novio: tu coche es veloz y yo quiero un billete a cualquier parte. Cualquier parte será mejor, le decía, porque empezando de cero no hay nada que perder. He conseguido ahorrar algo. Podemos cruzar la frontera, llegar a la ciudad; conseguiremos trabajo, sabremos al fin lo que es vivir. Libre de una vez del padre alcohólico, de la madre que se fue y de la casa que tengo que mantener yo sola.
Esa canción pertenece a su álbum homónimo de debut, Tracy Chapman (1988), que la catapultó al éxito planetario y le hizo ganar, entre otros honores, tres Premios Grammy en 1989. Treinta y cinco años después, en la reciente ceremonia de los Grammy 2024, Chapman irrumpió, para sorpresa de todos, y volvió a interpretarla acompañada del músico de country Luke Combs, cuya versión de Fast car fue número 1 en las listas de Estados Unidos el año pasado, poniendo de nuevo los focos sobre Chapman, quien, a pesar de llevar huyendo décadas de esos focos, jamás ha “pasado de moda”, porque los clásicos no las necesitan. Como tampoco Fast car: lo que narra es atemporal, y cada día canta mejor. Esa canción es el sueño roto de quienes jamás pudieron cumplir el sueño americano, pues su vida es una pesadilla recurrente. Pero también es la de muchos, jóvenes y ya no jóvenes, que en tantos lugares del mundo anhelan llegar a fin de mes sin una soga al cuello. Aquí, nuestro invencible pudor de castellanos viejos, y la comprensible resistencia a la desilusión, lo esterilizó con el término “precariedad” porque siempre fue duro llamar a la pobreza por su nombre.
Millones en todo el planeta sueñan con coches veloces, como carrozas de cuento, que transfiguren la esclavitud cotidiana en la victoria redentora de eso que llaman “éxito”. Tracy Chapman logró un éxito sin paliativos con su debut; especialmente, precisamente, con esa canción que habla de sueños de éxito. En el caso de la muchacha ficticia, sin embargo, huida al fin en el bólido de su novio, su sueño de “ser alguien” debe esperar, porque al llegar a la ciudad prometida tiene que trabajar de cajera en un supermercado. Sigue aún muy lejos poder comprar “una casa más grande en las afueras”. Y el comportamiento de su novio empieza a parecerse sospechosamente al del padre que dejó atrás.
“El éxito es un terrible desastre” –dice un poema de Malcolm Lowry recogido por Javier Cercas en La velocidad de la luz–, “el estrépito del derribo / cuando las vigas caen cada vez más deprisa / mientras tú sigues allí, testigo desesperado / de tu condenación”. Porque hay éxitos y éxitos. Y aquello que creemos la redención de nuestra vida puede ser la reedición, corregida y aumentada, de aquello de lo que huimos. El techo de la casa soñada empieza a caérsele encima a la chica de la canción como antes se le caía la de su casa natal. No fue así para la autora de la pieza. Con álbumes de mayor o menor recepción popular (New beginning, en 1995, fue su otro aldabonazo), a Chapman pareció interesarle cada vez más actuar para organizaciones benéficas que para sí misma, replegarse en su intimidad y componer sólo cuando fuera la hora. Hasta el punto de que su último disco data de 2008, cuando apenas contaba 44 años: su época de silencio casi iguala ya en duración a la que estuvo en activo. Ella dice que es tímida, que no se siente cómoda bajo los focos. Pero también puede ser que en este tiempo su brújula haya marcado otras carreteras; otras que no impliquen la ambición por estar donde tantos matarían por estar.
Porque demasiados sueñan en todo el mundo con su legítima salida del infierno, de la esclavitud de mil cabezas; pero muchos otros, que no carecen en absoluto de lo necesario, viven frustrados, corriendo frenéticos en la rueda de hámster a ninguna parte con tal de conseguir eso que llaman “éxito”. Para descubrir, como la muchacha de Fast car, que la trampa sólo cambió de escenario (“Aún debes tomar la decisión: irte esta noche o vivir y morir así”). Lo que la conducta vital, artística y civil de Chapman parece sugerir es que el éxito es algo muy distinto de lo que tantos “sueños” pretenden.
Hay otro viejo poema de Manuel Rivas, titulado Accidente, que ilustra en muy pocos versos el desenlace de otro coche frenético: “Con rabia, / pisó a fondo en la cuesta de la Rocha. / Pasaba de los treinta años / y aún no era rico”.
Todos soñamos con coches veloces que nos lleven lejos, antes o después. Demasiados lo hacen a diario; no ya anhelando las posibilidades infinitas del horizonte, sino como un puro grito de supervivencia: urdiendo un plan con el que escapar de la miseria, la esclavitud, la humillación y la derrota diarias. Lo hacen...
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Miguel Ángel Ortega Lucas
Escriba. Nómada. Experto aprendiz. Si no le gustan mis prejuicios, tengo otros en La vela y el vendaval (diario impúdico) y Pocavergüenza.
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