CARTAS DESDE BAIRES
Oxígeno popular en los cien días de Milei
Unas 400.000 personas se reúnen en la plaza de Mayo para reivindicar los derechos humanos a 48 años del golpe de Estado. Fue un rechazo al presidente, un plantón a la destrucción del Estado y, también, una promesa de lucha
Emiliano Gullo 26/03/2024
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La noche del domingo 24 de marzo nos fuimos a dormir un poco más acompañados. Un poco más organizados. Un poco más fuertes. Esa fue la sensación al salir de la Plaza de Mayo, donde nos encontramos –desde la mañana hasta el atardecer– unas 400.000 personas para conmemorar la vigencia de los derechos humanos a 48 años del golpe de Estado cívico-militar. Para recordar la resistencia al terrorismo de Estado. Días atrás, una militante de la organización HIJOS denunció el abuso y la tortura por parte de dos sujetos que le esperaron adentro de su casa. La movilización también fue parte nuclear del rechazo al proyecto que encarna Javier Milei y que acaba de cumplir cien días en el Gobierno nacional. Un plantón de cara a la atomización de la sociedad. Al despedazamiento de las relaciones de solidaridad. A la destrucción del Estado; de sus empresas y de sus trabajadores. A la financiarización de la vida.
Fue, también, una promesa de lucha esparcida en toda la plaza. Ahí estaban los trabajadores de la agencia nacional Télam, que aún siguen sin poder entrar al edificio. Los trabajadores del Canal 7, la señal estatal que sufrió el recorte de dos noticieros, con decenas de trabajadores ya en la calle y que –según trascendió– tendría el mismo destino que Télam: edificio vallado y sin acceso para los empleados. Las organizaciones sociales y políticas se multiplicaban a lo largo de toda la avenida de Mayo, la arteria principal que alimenta el caudal de gente de la plaza. Estatales y privados, organismos y empresas, en todos los sectores de la producción y de los servicios hubo –hay– despidos, amenazas o recortes. Y gente no organizada, familias con hijos recién nacidos, personas solas. Todos formaron un torrente de gritos y cánticos antifascistas, antimileístas, entre avenida de Mayo y la plaza de Mayo, donde balconea la Casa Rosada.
Las organizaciones sociales y políticas se multiplicaban a lo largo de toda la avenida de Mayo
En su plan para desmantelar el Estado –que lleva, exactamente, 115 días–, el Gobierno de Javier Milei puso a los medios públicos de comunicación como prioridad excluyente. “Va a ser una masacre”, me dijo estos días un periodista amigo al ver las primeras noticias del avance del Gobierno contra su propia señal televisiva. La única pública. La más antigua de toda la grilla. La primera en transmitir a color. La que tiene más personal, con los mejores sueldos. Con un terreno propio valuado en 45 millones de dólares. Y una carpeta con su ficha para ser vendida como el local de una pizzería.
El Estado para matar al Estado. Un cuerpo automutilándose. Su disfrute. La celebración de la destrucción. El goce del sufrimiento. En el universo Milei, la política es un arma de devastación doble; el Estado ya no es el garante de nada sino más bien lo contrario. Solo existe –en última instancia– en cuanto función punitiva. Y, al mismo tiempo, incentiva el canibalismo social como único método para sobrevivir. El que no tiene para pagar, muere. El que no tiene para defenderse, muere. El Estado observará como el emperador desde las gradas del circo.
En poco más de tres meses de gestión, quizá el mayor logro de Milei haya sido trasladar su pulsión de vida del mundo cotidiano. El antiguo axioma individualista “sálvese quien pueda” ahora es “sálvese quien pueda acabar con el otro”. La violencia del presidente contra los gobernadores del sur en torno a la distribución de los impuestos coparticipables. Las amenazas a diputados y legisladores en caso de no aprobar sus leyes. “Si lo que buscan es conflicto, conflicto tendrán”, avisó en el discurso de apertura de sesiones del Congreso. O contra su propia vicepresidenta, a la que mandó su ejército de trolls para amenazarla en las redes por habilitar el tratamiento del DNU en el Senado.
La calle es sensible al clima político. Así lo entendió también el encargado del supermercado chino Los Hermanos, del barrio de Almagro, en el centro de Buenos Aires. Lo vi una noche de semana con poco movimiento sobre la calle Lavalle.
Una cajera me está cobrando un vino y algo sucede que la altera. Una sombra pasa detrás de mí. Levanta la vista y avisa al encargado del local que entró un muchacho que le quiso robar hace unos días. El muchacho lleva una campera celeste y una gorra blanca. Yo pago el vino y cuando giro la cabeza me encuentro con la salida bloqueada por el encargado y un empleado. El encargado tiene un machete en la mano. Son dos pibes de poco más de 20 años, como el muchacho. Paso por el medio de los dos. Avanzan mientras yo salgo; ocupan el lugar que acabo de dejar. Solo escucho una voz. “Qué grande ese cuchillo, qué vas a hacer”, alcanza a decir el pibe de campera celeste antes de recibir uno, dos, tres, cuatro golpes del machete. Se cubre con el brazo y sale corriendo. No tiene cortes visibles. El encargado le pegó con la parte plana. Y ahora grita. “Es la última vez que venís a robar acá, ¿escuchaste?”.
Milei incorporó las estrategias de los movimientos políticos que considera enemigos
Milei incorporó las estrategias de los movimientos políticos que considera enemigos. Los naturaliza, los invierte y los ejecuta con la firmeza de quien los siente propios desde siempre. Ejerce fuerza y liderazgo reconocidos por muchos dirigentes peronistas y macristas pero su carisma no es amigable. Es un carisma del rencor.
Su gesto estético fue siempre un anzuelo para las audiencias. Y un comodín para los productores de televisión, que lo llamaban cuando necesitaban levantar el rating con alguien que no tuviera límite para hacer un show. Su show.
Milei es un ilusionista de certezas. En su discurso todo tendrá una explicación simple, un sostén de apariencia racional. Una causa y una resolución. La certeza que calma. Una fe disfrazada de lógica. “Síganme. no los voy a defraudar”, era la frase de campaña presidencial de su político preferido –Carlos Menem– en 1989. En 2024, Milei podría decir “Créanme, les voy a explicar”.
A diferencia de Mauricio Macri, Milei construye su propio relato de grandeza nacional y se apropia de un pasado que marchaba hacia esa grandeza. Argentina debe retomar un rumbo que extravió a mitad del siglo XX. Romantiza el país de principios de siglo, ese granero del mundo donde los ricos tiraban –literalmente– manteca al techo (al piso más bien) y el resto de la población moría de hambre y de fiebre amarilla. Es decir, le da un origen a su proyecto, un mito fundacional. Se apropia de elementos del liberalismo argentino como vehículo de reafirmación identitaria.
La expresidenta Cristina Fernández dijo en 2016, su primer año fuera del gobierno, que “el Estado también te puede desorganizar la vida cuando no te da políticas de certidumbre y de previsión”. En la tempestad del caos argentino, Milei –con la torpeza de un mago de feria– logra vender ecuaciones hilarantes como verdades científicas. Mueve las tazas de un lado a otro, las mezcla, sin que la oposición entienda dónde está la pelotita. Y, alrededor, los creyentes. Un capitalismo evangélico para un país desesperado y dispuesto a creer. ¿Por cuánto más? Tuvo la avidez, a suerte o a consciencia, de encontrar el troquelado histórico que le permitió cortar por donde tenía que hacerlo. Fácil y redituable como un kiosco de golosinas dentro de una escuela. Quizá haya una pista en el consumo cultural de la juventud –principal nicho libertario–, en donde, salvo puntuales excepciones, los nuevos ídolos musicales hacen culto de la genialidad individual, le cantan al dólar y a los autos millonarios.
En la tempestad del caos argentino, Milei logra vender ecuaciones hilarantes como verdades científicas
Mientras tanto, el presidente despliega una estrategia poco convencional para afianzarse en el poder: crear incendios en todos los sectores, abrir frentes de conflictos simultáneos. Inventarlos donde no existen. Profundizarlos donde recién emergen. Como si quisiera trasvasar su propia inestabilidad al país que conduce. El Che Guevara creía que si se generaban pequeños focos de insurrección, el incendio revolucionario sería imparable. Milei, otra vez en espejo, practica un foquismo patronal con la obsesión de quemarlo todo.
***
Avenida de Mayo, domingo 24 de marzo. Un hombre canoso y su mujer se emocionan al ver pasar una columna de militantes jóvenes. Son chicos y chicas de organizaciones peronistas de base. El hombre solloza. La mujer lo sostiene de la cintura y apoya la cara en su cuerpo. No están encolumnados en ninguna organización, en ningún sindicato. Sólo están parados ahí, en la vereda, mirando la gente pasar. Los chicos los filman. Uno de ellos subirá el video a una red social y escribirá “hay futuro”.
La noche del domingo 24 de marzo nos fuimos a dormir un poco más acompañados. Un poco más organizados. Un poco más fuertes. Esa fue la sensación al salir de la Plaza de Mayo, donde nos encontramos –desde la mañana hasta el atardecer– unas 400.000 personas para conmemorar la vigencia de los derechos humanos a 48...
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