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Volver a estudiar
La educación para adultos: contrarreloj para dejar atrás la precariedad
Noelia Pena 13/04/2024
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Más de una vez lo he sentido. Desde el inicial salto al precipicio hasta la leve inclinación en que la fuerza de la costumbre ha convertido cada inicio de clase. Hay días en los que ni siquiera me doy cuenta de que me enfrento a una fuerza incontrolable, la de las personas que se concitan todas las tardes para pensar juntas sobre algo casi desconocido llamado Filosofía en los planes de estudios.
Leemos. Desde hace tiempo he incorporado con buenos resultados la necesidad de leer. Ya basta del gimoteo acerca de lo poco que leen los jóvenes; ya basta de echarle la culpa a las pantallas, pantallas que también a los adultos nos tienen demasiado distraídos. Ni siquiera nosotros leemos tanto, a decir verdad.
Mis alumnos han retomado los estudios porque quieren abandonar la precariedad de sus trabajos
Leemos en clase, digo. Combatimos con lo esencial nuestras distracciones. Nos concentramos. Desde hace unos cursos, me funciona la conferencia de David Foster Wallace llamada Esto es agua, impartida a un grupo de jóvenes que se graduaron en la Universidad de Kenyon (Ohio, Estados Unidos). Leemos en alto. Nos detenemos con frecuencia para resaltar lo que dice el autor. Nos interesa, también nos hace gracia. Llegado un momento, nos encontramos en una jornada laboral de un adulto estadounidense que, mutatis mutandi, podríamos ser cualquiera de nosotros. Mis alumnos trabajan además de estudiar bachillerato por las tardes y las noches. La mayoría son veinteañeros. Han retomado los estudios porque quieren abandonar la precariedad de sus trabajos. Leer en común y en voz alta nos ayuda a ponernos en la piel de los personajes. Ahora todos estamos en la cola de un supermercado y en breve solo deseamos volver a casa enfrascados en un atasco de coches en hora punta. El agobio que transmite David Foster Wallace nos resuena. Alguien interrumpe la lectura: “A mí también me pasa. Hay días en los que cuando llego a casa por la noche, después de haber trabajado todo el día, estoy tan cansada, que lo único que tengo son ganas de llorar”. Eva comparte con nosotros su experiencia. El precipicio se abre ahora delante de mí. Refuerzo mi convicción de que estos chicos tienen mucha, muchísima fuerza. La tienen para trabajar y estudiar. La tienen para no resignarse con lo que conocen o les ha tocado en suerte. Se han dado cuenta de que deben continuar su formación. No es tarde. El momento en el que uno se da cuenta de que tiene que seguir estudiando es siempre un buen momento. Tengo ganas de abrazar a Eva y decirle que lo va a conseguir, que en unos años sus días y sus noches serán diferentes, que llegará el momento en el que dejará de estar tan cansada. Varios compañeros comentan la situación descrita por el discurso de Foster Wallace y seguimos leyendo. Deben hacer una valoración crítica del texto de al menos cuatrocientas palabras.
El alumnado de 2° de Bachillerato comienza su periplo por diferentes etapas del pensamiento, analizan puntos de vista de filósofos muy alejados en el tiempo. A veces las preguntas que se hacen los autores las replicamos y nos damos cuenta de lo alejados o no que estamos de ellos. Sócrates cree que basta con conocer el bien para cumplirlo. Cuando alguien obra mal lo hace por ignorancia, porque no conoce el bien, porque no sabe cómo se hacen las cosas de otra forma. La clase reacciona. “Eso no es verdad”, interviene un alumno, “hay gente que hace las cosas mal a sabiendas de que está obrando mal”. En seguida, otro alumno, que vive en un barrio deprimido de la ciudad, no muy lejos del instituto, comienza a hablar: “Algunas personas no hacen mejor las cosas por pura ignorancia”. Se abre el precipicio de nuevo. Sé que Jaime no habla por hablar. Fue un desastre en su momento y está dejando de serlo. Ahora aprovecha el tiempo. Trabaja y estudia. Se esfuerza. No se resigna. Proviene de un barrio donde las posibilidades son escasas, más bien nulas, pero yergue la cabeza y se despereza. Estudia. Intercambiamos nuestras opiniones sobre lo que pensaba Sócrates. Diría que empezamos a filosofar esa tarde. Es algo que se repite al hablar del epicureísmo o el estoicismo; al pensar en la felicidad o en la justicia.
El ascensor social, en el ámbito educativo, sigue funcionando. Sobre todo, cuando perteneces a un estrato social bajo. Con estudios medios puedes mejorar tus condiciones de vida significativamente. Puedes aspirar a dejar atrás trabajos con mayor carga física. Mis alumnos adultos pretenden eso mismo. Muchos quieren dejar la hostelería. Algunos desean seguir sus estudios en la universidad, otros en grados superiores o sencillamente quieren opositar. Todas esas opciones mejorarán sustancialmente sus vidas. Saben lo que implica dejar los estudios demasiado pronto y saben lo que es trabajar mucho por sueldos más bien bajos.
La vida adulta no te librará de esos padecimientos. Intuyo que lo sospechas. Pero este año y el que viene me esforzaré por convencerte de que merece la pena tanto esfuerzo
Este es el primer año que doy clases a adultos. Trabajo en un barrio humilde de la ciudad. Imparto clases por la mañana y dos días en el bachillerato de adultos, por la tarde y la noche. Desde el primer momento sentí que estaba donde debía estar. “Este es tu sitio, Noe”, me dije, “ayúdales a leer”. En esas estoy, intentando ayudar a leer textos, con la convicción de que leer mejor un texto es un paso previo para leer mejor la realidad.
Escribir, leer y pensar son todavía mis máximas.
A veces yo misma estoy fatigada, Eva. La vida adulta no te librará de esos padecimientos. Intuyo que lo sospechas. Pero este año y el que viene me esforzaré por convencerte de que merece la pena tanto esfuerzo. Vaya si merece la pena.
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Noelia Pena es autora de El agua que falta (Caballo de Troya, 2014) y La vida de las estrellas (La Oveja Roja, 2018). Estudió Filosofía entre Santiago de Compostela y Barcelona, donde se licenció en 2004. Ahora es profesora de Secundaria y Educación de Adultos en Málaga. Vive con dos gatos.
Más de una vez lo he sentido. Desde el inicial salto al precipicio hasta la leve inclinación en que la fuerza de la costumbre ha convertido cada inicio de clase. Hay días en los que ni siquiera me doy cuenta de que me enfrento a una fuerza incontrolable, la de las personas que se concitan todas las tardes para...
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