Apunte
Atención
Nuestra mirada no está únicamente determinada por lo que sabemos y la manera en la que se configuran socialmente los saberes con los que nos relacionamos, sino por lo que nos atrevemos a imaginar
Noelia Pena 10/02/2017
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Cuando las primeras expediciones de antropólogos se encontraron con las tribus más remotas, la sorpresa que se llevaron los occidentales al toparse con nuevas evidencias de la disparidad de costumbres humanas que reclamaban una explicación teórica no debió ser tan grande como la de los nativos al comprobar que las preguntas y anotaciones que hacían en sus cuadernos los recién llegados formaban parte de los métodos de observación, descripción y análisis con los que la antropología los convertía en un objeto de estudio y en un hallazgo.
No siempre sabemos el significado que tenemos a los ojos de los demás ni cómo se hacen los descubrimientos. Arte y ciencia nos proveen de numerosas pruebas. Francisco Riba-Rovira no lo sospechaba cuando los ojos de Gertrude Stein, que paseaba a su perro por la ribera del Sena, se detuvieron en el cuadro que él pintaba. Una mirada encuentra en ocasiones algo que lleva tiempo buscando. Es quizás en momentos de escasa vigilancia, en la recámara del sueño, cuando va preparándose lo que podrá ser visto luego, una vez despiertos, y son esas personas, esos pequeños sucesos –una cifra o anotación al margen–, los que nos conducen a su encuentro. No hablo de magia, simplemente sueño (algo que hacemos cada vez menos y cada vez peor).
Quien sí soñó fue Descartes. Él mismo cuenta cómo la idea de su Mathesis Universalis, ese método válido para la ciencia que tanto precisaba, se presentó ante él, en su inmensidad, una noche en sueños. Algo parecido debe de suceder a algunos novelistas, que ven su obra en imprenta antes de estar concluida. Somos, en un sentido muy literal, herederos de los sueños de nuestros antepasados y continuadores de algunos de los de nuestros mayores (el universo también había hablado a Galileo en lenguaje matemático). La Historia demuestra que es necesario soñar, hacerlo sin respiro y largamente para rozar lo imposible, para ver lo no visible, en definitiva, para crear.
Tomemos otro ejemplo prestado de la ciencia, el de Johannes Kepler, quien tras años de estudio rechazó el principio de la circularidad de las órbitas de los planetas –que había sido aceptado durante siglos– porque no permitía determinar con precisión la posición de Marte en un momento determinado de su órbita. Para explicar cómo se comportaba el movimiento de los astros era necesaria la presencia de una forma que no había sido contemplada en astronomía con anterioridad, la elipse. Los datos, que se habían callado ante los ojos de Tycho Brahe, indicaron esa forma geométrica a Kepler.
Nuestra mirada no está únicamente determinada por lo que sabemos y la manera en la que se configuran socialmente los saberes con los que nos relacionamos, sino por lo que nos atrevemos a imaginar. En el fango diario nuestros ojos extienden una piel que envuelve las cosas y las prepara para ser vistas, siguiendo unos principios de percepción, sentimiento y acción que casi nunca somos conscientes que comienzan en nuestra simple acción de mirar, de detener los ojos acá o allá.
¿Qué podría desafiar una mirada hoy, que se puede ver ya cualquier cosa y tenemos tanta curiosidad?
Quizás solo nos queda decidir a qué prestamos atención.
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Noelia Pena es licenciada en Filosofía por la Universidad de Barcelona. Desde 2013 escribe en la sección Culturas del periódico quincenal Diagonal. Forma parte del colectivo interdisciplinario Contratiempo, Historia y Memoria. Es autora de El agua que falta (Caballo de Troya, 2014). Lleva diez años intentando poner en práctica un pensamiento en red. Actualmente es profesora de Filosofía en enseñanza secundaria.
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