MEMORIA HISTÓRICA
Dos aviones, una bala y, quizá, otro avión
Sobre la función estratégica que desempeñó la Cruz Roja durante la Guerra Civil y los impedimentos para que actuase en el ‘bando nacional’
Víctor Sombra 27/04/2024
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AIRBUS A320
El caso Henny, libro del historiador Sébastien Farré1, arranca con el aterrizaje en Barajas de un avión procedente de Ginebra. “A la derecha de nuestro avión aparece, al final de la pista, una gran cruz blanca de varias decenas de metros de longitud. Está dibujada sobre la ladera de un valle rocoso. Esta marca en el paisaje apenas provoca reacción alguna en los millones de pasajeros que pasan por este aeropuerto, si acaso suscita indiferencia. Para la mayoría de los turistas esa señal probablemente evoca el fuerte sentimiento católico de la sociedad española o un eventual homenaje a los desaparecidos en alguna catástrofe aérea”. Me da la impresión de que somos muchos, no solo turistas, los que hemos hecho una reflexión parecida, entre apresurada y desatenta, tras avistar esa cruz que parece de tiza por la ventanilla del avión, en mi caso un AIRBUS A320 procedente también de Ginebra.
El caso Henny relata cómo encaró el Comité Internacional de la Cruz Roja el inicio de la Guerra Civil y la masacre de Paracuellos
Nada que ver. La cruz es tan visible como oculto ha quedado lo que señala: el lugar en que fueron enterradas las víctimas de las matanzas de Paracuellos en el invierno de 1936. Esa cruz apunta por tanto al cerco de Madrid en el principio de la Guerra Civil española: los militares alzados en armas acaban de vadear el Manzanares y el frente de la Ciudad Universitaria se hace cada vez más inestable, con algunas avanzadillas de tambores que llegan a superar el Parque del Oeste hasta alcanzar la Plaza de España, e incluso la Gran Vía. El “no pasarán”, la llegada de las Brigadas Internacionales y la resistencia popular salvarán in extremis la situación, pero entretanto el Gobierno se traslada a Valencia y crece el temor por el riesgo que entrañan las cárceles más cercanas al frente, en las que se hacinan cientos de simpatizantes de los sublevados. La cruz blanca señala el lugar de la ejecución sumaria de muchos de esos prisioneros durante los meses de noviembre y diciembre de 1936 y el de su enterramiento, primero en fosas comunes, luego, una vez acabada la guerra, en el Santuario de los Mártires de Paracuellos.
El caso Henny relata cómo encaró el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) el inicio de la Guerra Civil y la masacre de Paracuellos. Lo hace a partir del breve periplo del primer delegado del CICR en el Madrid cercado por los militares. Georges Henny, que acababa de terminar su residencia en el Hospital Cantonal de Ginebra, fue nombrado adjunto al delegado general para España, Marcel Junod. A diferencia de su jefe, que llevaba a cabo sus tareas desde el País Vasco francés, Henny se instalará en Madrid y se hará cargo de poner en marcha una oficina que funcionará a pleno rendimiento durante la guerra. El joven médico llegó a Madrid el 15 de septiembre de 1936. Tenía 29 años. Nunca había estado en España ni hablaba español. Tres meses después fue repatriado por carretera, tras ser derribado el avión con el que trató de abandonar la ciudad unos pocos días antes.
Un periplo corto y un delegado anodino, del que apenas se conservan trazas en los archivos del CICR o de las instituciones españolas. Y sin embargo, Henny desempeñará un papel decisivo en la puesta en marcha de las operaciones humanitarias del CICR en el Madrid de la Guerra Civil.
La enorme cantidad de refugiados (entre 7.000 y 10.000) influyó en el desarrollo de las operaciones humanitarias y la consolidación del derecho internacional
En los meses que siguieron al levantamiento militar miles de personas se refugiaron en las delegaciones diplomáticas de la capital. Se trataba de militares, empresarios, políticos, religiosos, profesionales, personas cercanas a los sublevados o que podían ser considerados como tales, en un ambiente de tensión máxima por los bombardeos sobre la población civil y la cercanía del frente. La enorme cantidad de refugiados (entre 7.000 y 10.000) en las embajadas y la duración de la protección que se les otorgó, que, en algunos casos se extendió casi hasta el final de la guerra, influyeron poderosamente tanto en el desarrollo de las operaciones humanitarias del CICR como en la consolidación de los principios de derecho internacional relacionados con la inviolabilidad de las legaciones diplomáticas y la inmunidad de su personal.
Ante la suspicacia de las autoridades republicanas, que hacían frente a una población soliviantada por los bombardeos, el CICR apoyó la evacuación de los refugiados de las embajadas, una buena parte de los cuales, una vez cruzada la frontera francesa, la volvían a cruzar en otro punto para integrarse de un modo u otro en el esfuerzo militar del bando sublevado. En esta actividad el CICR colaboró estrechamente con una red de diplomáticos de países neutrales, la mayoría de los cuales simpatizaba con el bando de los militares rebeldes. Esta red se dedicaba también a ayudar a escapar a personas escondidas en distintos lugares de la ciudad, lo que incrementaba la desconfianza republicana hacia sus miembros y, por extensión, hacia el delegado de Cruz Roja que trabajaba con ellos.
Henny puso especial énfasis en las tareas relativas a la información y la localización de los desaparecidos, así como en la atención a los prisioneros de las cárceles de Madrid, que recibían medicamentos, ropa y alimentos a través del CICR. Tal y como señala Farré, “la identificación de las personas desaparecidas, las listas de prisioneros, su lugar de encarcelación, y, de una forma general, el desarrollo de contactos con la administración de prisiones constituyen una apuesta significativa para las familias pero también para las redes de solidaridad clandestinas que poco a poco se han ido poniendo en pie”.
En estrecha relación con todas estas tareas, el CICR se ocupará, con desigual fortuna, de organizar intercambios de prisioneros entre los dos bandos.
El CICR era heredero de una concepción elitista del trabajo humanitario, que se reflejaba en sus órganos de dirección, copados por nobles y grandes fortuna
Pese a que el CICR trataba de reivindicar la neutralidad como seña de identidad frente a organizaciones vinculadas a movimientos políticos como el Socorro Rojo, este rasgo de se veía comprometido doblemente, tanto por factores internos como externos. El CICR, al igual que las sociedades nacionales de la Cruz Roja, era heredero de una concepción elitista del trabajo humanitario, que se reflejaba en sus órganos de dirección, copados por nobles y grandes fortunas. Además el CICR era muy cercano al Gobierno suizo y actuaba a menudo como un instrumento de una política internacional marcadamente conservadora y anticomunista. Esto se puso de manifiesto en distintas circunstancias, por ejemplo, en los intercambios de prisioneros que se organizaron en el País Vasco en el que el CICR tomó siempre como interlocutores a representantes católicos del nacionalismo vasco (PNV) en detrimento de las autoridades laicas de la República.
Los factores externos comprometieron aún más la neutralidad del CICR. Aunque a regañadientes, el Gobierno de la República aceptó que Henny y otros delegados del CICR cumplieran sus cometidos. Sin embargo, pese a las garantías formales recibidas, la mayor parte de los delegados enviados a la zona nacional no pudieron cumplir su tarea y en algunas ocasiones ni siquiera se les permitió instalarse en las ciudades asignadas. El clasismo y conservadurismo de la CICR no eran tales a los ojos rebeldes: sus actividades fueron obstaculizadas y a veces directamente impedidas. Militares golpistas como Queipo de Llano tacharon al CICR de instrumento del comunismo y la francmasonería y llegaron a detener a sus delegados. La prensa golpista se sumó al acoso contra el CICR y centró sus ataques en el delegado general para España, Marcel Junod, al que calificaban reiteradamente de masón, lo que le hacía acreedor de la conspiranoia genocida de los alzados, que convertía a masones, judíos y protestantes en blanco de represalias por el solo hecho de serlo.
La consecuencia de este desequilibrio será la indefensión de los presos y perseguidos republicanos, la falta de información sobre desaparecidos y ejecutados en el bando nacional, frente al fuerte apoyo a la evacuación de los refugiados en Embajadas, el sostén a los presos en cárceles republicanas y la documentación, a menudo minuciosa, de las víctimas de ejecuciones extrajudiciales en la capital controlada por la República.
POTEZ 54
El 8 de diciembre de 1936 Henny se disponía a regresar a Ginebra. Aunque llevaba poco tiempo en su puesto, las circunstancias habían sido extremadamente difíciles: un ritmo de trabajo endiablado y mucha tensión con sus interlocutores locales y sus superiores del CICR. Sus visitas a las convulsas prisiones madrileñas y otras gestiones en favor de refugiados y prisioneros contravenían las instrucciones de limitar al máximo la asunción de riesgos. Era preciso descansar y recibir apoyo y orientación en la sede de la CICR.
El viaje de regreso resultó tan atribulado como el desempeño de sus funciones. Henny abordó un bombardero de la Embajada francesa, un Potez 54 adaptado para uso civil, que fue derribado poco después de despegar de Barajas. Los supervivientes del ataque, incluido Henny, herido de bala en una pierna, fueron atendidos en un hospital republicano cerca de Pastrana. Pocos días después Henny seguirá su viaje a Ginebra por vía terrestre. Ya sea por agotamiento y desmoralización o por el descontento de las autoridades del CICR sobre su desempeño, Henny no volverá como delegado a España.
Ya vimos que en su corta estancia en el Madrid sitiado, pese a las difíciles circunstancias, Henny sentó las bases de distintas actividades que el CICR llevó a cabo durante la guerra: evacuación de refugiados de las embajadas, y posiblemente también de otros perseguidos, localización de desaparecidos, apoyo a los prisioneros de las cárceles de la República y canjes entre los de distintos bandos. Entre todas sus actividades, hubo un episodio especialmente decisivo, tanto por el número de vidas implicadas, como por el impacto que tuvo en la construcción de los imaginarios de la Guerra Civil.
El 6 de noviembre de 1936, ante la inminente caída de Madrid, el Gobierno republicano se desplazó a Valencia. Las tropas franquistas estaban al borde de la ciudad y el frente se situaba especialmente cerca de la cárcel Modelo, ubicada en Moncloa, con lo que las autoridades republicanas temían que la eventual liberación de los presos, muchos de ellos militares, supusiera un golpe definitivo para hacerse con la ciudad. Se tomó entonces la decisión de trasladar a los presos políticos en dirección a Alcalá de Henares. Los traslados tuvieron lugar entre el 7 y el 9 de noviembre y, en un segundo periodo, entre el 18 de noviembre y el 4 de diciembre y afectaron también a otras tres prisiones madrileñas. Solo una pequeña parte de los prisioneros, alrededor de 200, llegarían a su lugar de destino. Entre 2.000 y 2.500 personas (2.263 conforme a la documentación del CICR) fueron ejecutadas en Torrejón y Paracuellos de Jarama y enterradas en fosas comunes.
La noticia de las sacas y las sospechas sobre el fatal destino de los prisioneros se conocieron muy pronto y tanto Henny como miembros de la red diplomática antes mencionada trataron de evitar que se siguieran produciendo traslados y determinar el paradero de los prisioneros ya evacuados. En esta tarea contaron con el apoyo de algunos funcionarios de prisiones y políticos republicanos en el marco de una situación de caos agravada por la salida del Gobierno de Madrid. El consecuente vacío de poder, la falta de coordinación y el antagonismo entre distintos cuerpos de seguridad y milicias de los partidos republicanos hizo especialmente difícil esta tarea.
Aquellos días se sucedían los combates aéreos, con participación no solo de aviones españoles, republicanos y rebeldes, sino también de soviéticos y nazis
Tras entrevistarse con distintas autoridades y hacer frente a un cúmulo de voces contradictorias, Henny y sus colaboradores consiguieron no solo verificar el lugar de las ejecuciones y enterramiento de las víctimas sino también constatar en los registros de la prisión qué personas habían sido evacuadas y, tras deducir aquellas que llegaron a destino, conocer de forma precisa los que habían sido ejecutados. En todo este proceso llama la atención la porosidad de las prisiones republicanas a las que el CICR y los diplomáticos de distintos países siguen accediendo con relativa facilidad para entrevistarse con prisioneros y entregarles donativos. Destaca también la connivencia de algunos funcionarios de prisiones, que colaboraban con el CICR y criticaban con dureza el descontrol en la prisión y las ejecuciones extrajudiciales.
Se sabe por tanto quiénes fueron asesinados y dónde fueron enterrados. De hecho, tras ganar la guerra, el bando nacional construyó un santuario en su honor al que fueron trasladados los cuerpos de las víctimas. Ese es justo el lugar que marca la cruz blanca que se ve desde las pistas de Barajas. Pasamos delante de Paracuellos sin verlo, sí, y quizá el libro de Farré, al tiempo que revela detalles significativos de la labor del CICR en España arroje también luz sobre las dinámicas del conocimiento y la consideración social de las ejecuciones extrajudiciales durante la Guerra Civil.
En los archivos del CICR en Ginebra se conservan las listas de las sacas que preparó Henny con ayuda de los funcionarios de las prisiones de Madrid y que contienen los nombre de los trasladados, con la indicación de si llegaron o no a destino, esto es, si se salvaron o fueron ejecutados. Esta actividad no fue exclusiva de Henny, diplomáticos de distintos países tuvieron acceso a las mismas fuentes, por lo que las cancillerías de las grandes potencias supieron muy pronto la dimensión precisa de lo que estaba sucediendo y tomaron medidas para tratar de detenerlo. Las protestas diplomáticas contribuyeron a impulsar la recuperación del control de las cárceles por el Gobierno y el cese inmediato de las ejecuciones, lo que se logra el 4 de diciembre de 1936, con el nombramiento del cenetista Melchor Rodriguez García como delegado especial de la Dirección General de Prisiones.
El avión de la embajada francesa en el que Henny volvía a Ginebra fue abatido poco después de las ejecuciones de Paracuellos y de la preparación de las listas. Algunos historiadores han sostenido que el avión fue derribado para tratar de evitar que Henny presentara pruebas de los crímenes de Paracuellos ante el CICR. Los investigadores debaten sobre si fue derribado por el bando franquista o por la República. En aquellos días se sucedían los combates aéreos en el cielo de Madrid, con participación no solo de aviones españoles, republicanos y rebeldes, sino también de cazas soviéticos y nazis que apoyaban a cada bando. Sebastien Farré presenta en su libro una prueba concluyente de quién disparó contra el avión francés, aunque no de sus motivaciones. Se trata en todo caso de una prueba muy sólida porque Henny la llevó en su cuerpo hasta que se la extrajeron en un hospital republicano. Como funcionario diligente la llevó luego consigo para entregarla a sus superiores en Ginebra donde hoy se conserva en el Museo del CICR.
NORTH AMERICAN B-25 MITCHELL
No quiero desvelar el misterio de la bala, la que identifica a la fuerza aérea responsable del derribo del POTEZ 54, la que tira de la trama de El caso Henny. Prefiero centrarme en el delegado que no volvió a España, renunció a su trabajo para el CICR tras entregar sus informes (y el proyectil) y ejerció como médico en un apacible barrio de Ginebra hasta su jubilación. Henny no cambió nunca de trabajo, permaneció soltero y no tuvo hijos. No se le conocen otras actividades ni aficiones.
No puedo evitar imaginarle al llegar a casa tras una monótona jornada de trabajo. Tumbado en la penumbra de su cuarto, sin quitarse los zapatos ni abrir la cama, cierra los ojos para abrirlos en el Madrid sitiado. Henny tuvo mucho tiempo para reflexionar sobre sus tres meses madrileños, no solo sobre su frenética y peligrosa actividad como delegado del CICR, sino también sobre su propia experiencia como víctima de guerra. Llevar en su cuerpo el testimonio de la identidad del agresor le haría reflexionar sobre la importancia de los datos y la información verificable para el trabajo que desempeñó en Madrid. ¿Cómo evaluar sin ellos los crímenes extrajudiciales? Imagino a Henny recordando los nombres de las listas de Paracuellos y sus frenéticas y arriesgadas visitas a las prisiones y, más tarde, a las fosas comunes. El miedo y las dudas sobre a quién confiarse, y hasta dónde, y aún así, su obstinación por esclarecer lo sucedido, hasta lograr la localización e identificación de las víctimas y conocer las circunstancias de su brutal ejecución. Reflexionaría sin duda sobre las limitaciones de su cometido en el bando republicano, pero no podría evitar compararlas con la ausencia del CICR sobre el terreno de las violencias del bando nacional, sobre la falta de ayuda a los presos y a quienes eran objeto de persecución política al otro lado del frente.
Es posible que un interés sobrevenido hacia los aviones de combate, a raíz de su experiencia del derribo de la aeronave que lo sacaba del frente, le hiciera interesarse en los años cuarenta por el llamado sesgo de supervivencia y su aplicación por el matemático Abraham Wald al reforzamiento del fuselaje de los aviones empleados en el esfuerzo de guerra contra Alemania. Los Aliados mapearon los agujeros de bala en los bombarderos que tras regresar a sus bases mostraban impactos de fuego enemigo (ver imagen inferior, tomada de Wikimedia). Buscaban así reforzar las áreas más fuertemente golpeadas por la artillería enemiga y disminuir el número de aviones abatidos. La reacción inicial fue centrarse en las partes del avión que tenían más puntos rojos, pero Wald sostuvo el punto de vista contrario. Había que reforzar las áreas sin impactos ya que los aviones que habían sido alcanzados en tales áreas eran los que habían sido derribados y no regresaron nunca a sus bases.
El sesgo de supervivencia muestra muchas otras cosas, pero nos habla del valor de lo no manifiesto, de lo que no se puede constatar fehacientemente (en este caso los aviones que reposan en el fondo del Atlántico o que explotaron y se estrellaron sin dejar restos) y llama a actuar con prudencia cuando se pretende sacar conclusiones generales a partir tan solo de lo directamente verificable.
Henny, que llevó alojada en su cuerpo la bala que identificaba a su agresor, debió de ser especialmente consciente de los terribles efectos de la falta de información, provocada por la ausencia de cuerpos, localizaciones y nombres, o de una conexión fiable entre ellos. Consciente también –en sus apacibles tardes de recuerdos pavorosos– de la eficacia de la voluntad criminal que busca no dejar rastros y evitar testigos.
En el caso de las ejecuciones extrajudiciales durante la Guerra Civil hay una tendencia a contrastar las cifras de los crímenes de Paracuellos, verificadas a partir de los registros de las prisiones y la identificación de los cadáveres, con las múltiples conjeturas sobre crímenes del otro bando, en los que se desconocen las circunstancias exactas de los asesinatos y el lugar de los enterramientos. Cuerpos sin nombre y nombres sin cuerpos. O ni unos ni otros. Ni siquiera un relato, una hipótesis, un rumor. Solo silencio.
Las trabas para que el CICR actuase en el bando nacional impidieron la identificación y localización de las víctimas y que se brindase apoyo a los presos y perseguidos
Esta contraposición se hace aún más marcada por la creación de santuarios, monumentos, panteones, donde se señala de forma ominosa la presencia de víctimas del bando rebelde. Estas grandes cruces, como en Paracuellos o el Valle de los Caídos, los monumentales panteones y enterramientos en cementerios e iglesias, no solo honran a los mártires de la Cruzada, caídos por Dios y por España, sino que ensalzan su presencia constatable, identificada, localizada, frente a la ausencia indefinida, frágil, especulativa de las víctimas del otro bando. Resulta significativo que la forma de celebrar a los fallecidos del bando nacional fuera gritar sus nombres, encabezados por el de José Antonio Primo de Rivera, y seguidos cada uno de ellos por la advocación ¡Presente!, que uno imagina a veces pronunciada con cierto furor comparativo. Y sí, normalmente sus restos estaban bien localizados, dignamente constatables y dispuestos.
Los impedimentos para que el CICR actuase en el bando nacional cumplieron una función estratégica. Impidieron la identificación y localización de las víctimas y que se brindase apoyo a los presos y perseguidos. Que el daño no fuera constatable suponía multiplicarlo y extenderlo a sus familias y al entorno social de la víctima. Tenía asimismo como consecuencia distorsionar la opinión pública y alterar la información susceptible de influir en la comunidad internacional. La humillación que suponía enterrar de mala manera a las víctimas de ejecuciones extrajudiciales, en páramos y cunetas, ofrecía una lectura desde el fanatismo religioso de muchos de quienes las perpetraban: quien no deseaba morir conforme a la Iglesia podía ser enterrado de cualquier modo y en cualquier sitio. O dicho de otro modo: quien renegaba de la vida eterna no podía decidir más allá de la terrena. Esta lógica se llevó a su extremo en el Valle de los Caídos donde se impuso a las víctimas del bando republicano compartir enterramiento con las del bando contrario y hacerlo conforme a sus ritos y creencias.
Al volver a Ginebra veo de nuevo desde la ventanilla del avión la cruz blanca de Paracuellos. El libro de Sébastien Farré la ha hecho visible, comprensible. Pienso en los que allí están, presentes, y los que descansan en otros lugares que desconocemos, sobre los que a veces circulan distintos relatos y testimonios. Otras, nada. Un silencio atronador. Una ausencia que nunca cesa.
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Nota:
1. Sébastien Farré, El caso Henny. El Comité Internacional de la Cruz Roja y las masacres de Paracuellos del Jarama (noviembre-diciembre 1936), Chêne-Bourg (Suiza), Georg Editeur, 2022.
AIRBUS A320
El caso Henny, libro del historiador Sébastien Farré1, arranca con el aterrizaje en Barajas de un avión procedente de Ginebra. “A la derecha de nuestro avión aparece, al final de la pista, una gran cruz blanca de varias decenas de metros de longitud. Está...
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