Y SIN EMBARGO, GRACIA (II)
Donde se intenta novelar la vida balbuceante de una hermana
Tantos miles de pacientes, cerebros requemados, computaciones e imputaciones, no personas con el rostro algo extraviado, los cuerpos con la motricidad estropeada y sus historias personales sin que a nadie importara
Natalia Carrero 28/05/2024
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Terapia electroconvulsiva
Si realmente de un velo se tratara, como le dijo una vez la doctora Fortí, bastaría con que mi mano ayudara a la suya a tirar del mismo desde un extremo para descubrir su rostro, su mirada retirada por efecto de las decenas de pastillas prescritas cada veinticuatro horas trescientos sesenta y cinco días, tenemos el listado, la pauta de medicamentos la llaman, cinco hojas impresas a una sola cara me entregó la psicóloga del centro, toma aquí tienes un breve informe médico y la pauta que deberíamos cumplir a rajatabla durante esta semana de convivencia fuera de la institución, claro que sí, Gracia, obedeceremos, y si por un casual en algún momento no lo hacemos será puro despiste, se nos echó el tiempo encima y nos saltamos la toma de la una, o se fue rodando la píldora por detrás de la jarra de agua y se coló por una ranura, cayó al suelo pero ni nos dimos cuenta, esa excusa del despiste casual que tantas personas saben emplear también nosotras aplicaremos y acaso de esta manera falseadora sintamos que por fin cuadramos, encajamos en el puzle superpoblado de los cuerpos supuestamente sanos, esta civilización bárbara que pisa estropea expolia la tierra, es capaz de cualquier cosa para eludir la verdad, la responsabilidad, las consecuencias de tantas pequeñas resoluciones emitidas como si fuéramos máquinas sin conciencia, la mal llamada e hipervalorada inteligencia artificial ya estuviera actuando para nuestra tranquilidad de inconsciencia; ay, de nuevo estoy derivando por vericuetos que ahora no. El velo, volvamos al velo que en realidad no es tal, Gracia, no hay tela fina ni gasa ni seda ni tejido del que tirar y descubrirte a la luz del día mediterráneo, y tu rostro que ya está al descubierto y es así, tan apagado que en más de una ocasión he temido que estuvieras realmente muerta, tan zombi como demasiado cerca del estado definitivo y sin retorno; tu rostro machacado durante décadas lo dice todo y no dice nada, apenas tienes voz, cómo te cuesta expresarte, te queda un jodido hilo de voz trémulo y que encima teme pronunciarse, ser algo más de lo que casi te han convencido que eres, un despojo, una tan desastre que no importaría a nadie; tu voz teme a la psiquiatra como a la que más y en alguno de nuestros protopaseos llegué a pensar que hasta me temías a mí, en alguna ocasión no me contuve y me enfadé, salté sin freno y te asusté de manera innecesaria cuando me dijiste que te habían prescrito otra sesión de terapia quemaneuronas, ¿para cuándo?, dentro de una semana, qué tortura, tú misma me lo habías intentado transmitir con tus ojos enrojecidos, la boca fruncida, los dientes que te faltan y los que tienes llenos de caries, han sido casi treinta años de esa terapia electroconvulsiva aplicada sistemáticamente cada quince, treinta o sesenta días según la temporada y la pertinencia o conveniencia clínica, el personal becado en el área de investigación psiquiátrica y la disponibilidad de la planta de TEC. En un amago de fortaleza me dijiste que un día morirías en esa planta del clínico donde te metían corriente no sé si en el cerebelo o qué ubicación anatómica, y para ello te retenían con contenciones mecánicas. Quedé callada, el estruendo urbano, seguí hurgando sobre qué decir o qué hacer con esa insólita bomba informativa, cómo y hacia dónde reconducirla, cuando para mi asombro seguiste hablando, te digo una cosa, quiero donar mi cerebro al mismo sitio donde me lo han machacado. Qué buena idea, claro, para que comprueben el resultado de lo que te han hecho, seguimos andando entre la marabunta turística que desde hace años invade aceras, terrazas, calles peatonales y comercios, impide que sigamos conversando con una calma que ya nunca volverá a poblar esta atmósfera otrora más salina dada su proximidad con el mar. Me dio entonces por pensar que sí tenías un velo en la cabeza, ¿de verdad creías que tu cerebro, una vez requemado por la última descarga eléctrica serviría para la ciencia? Si tu bombilla se había apagado la desecharían en el basurero universal y el siguiente cerebro de alguien cualquiera ocuparía el mismo lugar. Agradecí que la atonal orquesta del mundo intoxicado impidiera la conversación, no debía decirte todo eso, tampoco quería tragarme las palabras de mis pensamientos embrollados y probablemente erróneos por cierta desesperación; aproveché para desprenderme de todas estas cutreces y que se las llevara el viento del norte o la pericia de la escoba barrendera, las arrojé en plena calle tomada por la marabunta, de pronto me pareció oír hablar en ruso, de la que también formamos parte, las imaginé como el escupitajo o lapo que con toda eficacia y desdén lanzan algunas bocas asqueadas del trabajo y otras infructuosidades.
Ejercicios preliminares
Algún día tendré que hablar con tu psiquiatra, díselo cuando hables con la doctora Fortí, o al menos intenta contarle lo que me has contado a mí, que tienes miedo, no quieres otra sesión de TEC, no es no, te dije al despedirnos antes de que volvieras a la residencia cuyo interior yo no podía conocer porque a efectos de la institución en la que tu padre decidió, sin tu consentimiento ni el de nadie más, ingresarte de manera vitalicia, a la hermana de la paciente Gracia no le estaba permitida la entrada. Yo no era nadie para esa fundación que recibía subvenciones por sus aportaciones a la ciencia psiquiátrica, área de neurobiopsicológía creo que la llama el instituto perteneciente a la misma fundación, desde el cual se desarrollan numerosas investigaciones; una suerte de propaganda atisbé en su página web hace semanas, cuando las fuerzas me acompañaron y me animaron a intentar comprender, llegué a una página con cifras, números de color azul que transmitían orgullo, tantas miles de sesiones TEC realizadas desde tal año en tantos miles de pacientes, cerebros requemados, computaciones e imputaciones, no personas con el rostro algo extraviado, los cuerpos con la motricidad estropeada y sus historias personales sin que a nadie importara; de lo contrario no padecerían esa suerte de abandono, estado limbo en el que la autoridad médica sugería la existencia de cierto velo en la cabeza que convenía erradicar mediante otra sesión, en fin, horrorizada me alejé de la pantalla y abrí otra botella de ribeiro fresco y barato en busca del consuelo de caer dormida lo antes posible. Algún día conseguiríamos sacarte de ahí y mejorar tu vida, de momento seguirían los encuentros, pasearíamos, tal vez poco a poco la psicóloga o alguna enfermera de planta del centro más bien opaco iría viendo, comprobando, que no estabas tan sola, mucho menos abandonada pues había alguien, una hermana que reclamaba tu mejoría y tu derecho a la dignidad, algún día tal vez me atrevería a solicitar por lo legal el historial clínico negado así como una actualización de tu diagnóstico y de ese tratamiento con tantas TECS. Cada vez que bebía y pensaba en lo que te habían hecho, tu consolidación o perpetuación como paciente psiquiátrica me llevaba a la cabeza, ¿me lo estaba inventando, era todo eso un producto de mi imaginación que en tantas ocasiones a mí misma me había apabullado, espantado? Procuraba ser cabal, pies en el suelo, observación a una prudente distancia, enfoque. En la forma dócil de tu cuerpo con curvas casi imposibles de rehabilitar se había grabado una historia tremenda que apenas lograré traducir en palabras digeribles. Al igual que tú, Gracia, yo también practico el humilde arte del balbuceo, no somos nada.
Terapia electroconvulsiva
Si realmente de un velo se tratara, como le dijo una vez la doctora Fortí, bastaría con que mi mano ayudara a la suya a tirar del mismo desde un extremo para descubrir su rostro, su mirada retirada por efecto de las decenas de pastillas prescritas cada veinticuatro horas...
Autora >
Natalia Carrero
es colaboradora habitual de El Ministerio y autora a su pesar de 'Otra' (Tránsito, 2022), 'Yo misma, supongo' (Rata, 2016) y 'Una habitación impropia' (Caballo de Troya, 2012), entre otras. Preferiría no haber escrito nada.
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