1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.340 Conseguido 91% Faltan 16.270€

malas compañías (V)

Almodóvar vs. Boyero: desmadres paralelos

El director y el crítico han protagonizado uno de los largometrajes más apasionantes del cine español contemporáneo

Miguel Ángel Ortega Lucas 9/05/2024

<p>Pedro Almodóvar y Carlos Boyero. / <strong>El País YT</strong></p>

Pedro Almodóvar y Carlos Boyero. / El País YT

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

“La felicidad consistiría en decir siempre la verdad y que nadie sufriera por ello”, dijo alguien que lamentamos no ubicar ahora. No; la felicidad no consistiría sólo en tal cosa. Pero cierto que viviríamos todos más tranquilos si nadie tuviera que sufrir por escuchar nuestras –en ocasiones insufribles– confesiones; o por aguantar las de otros. Claro que la capacidad de sufrimiento resulta, en muchos casos, directamente proporcional al peso que damos a las opiniones ajenas.

“Cada vez que alguien se me acerca y me dice ‘voy a ser sincero contigo’, sé que va a sacar un bate de béisbol y me va a hacer papilla”. Sí podemos ubicar al autor de esa última frase: la dijo el director de cine Fernando Trueba en El crítico (2022), película documental sobre un viejo conocido suyo, Carlos Sánchez Boyero. Un sujeto, éste, biológicamente incapacitado para decir que algo le gusta cuando no le gusta, y viceversa. Ambos se conocieron hace cincuenta años en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. Trueba recordaba el impacto que le causó Boyero nada más verlo aquel primer día de clase de 1972: “¡Coño, qué alegría, uno más feo que yo!”, pensó de súbito, con inevitable (sincero) alborozo. De inmediato se dio cuenta también de que era más chulo que un ocho. Por cortesía –por esa necesaria omisión de sinceridad que a veces llamamos cortesía–, Trueba no le dijo a Boyero ninguna de esas dos cosas; prefirió hacerse amigo suyo. Pero siempre nos quedará la duda: qué le habría respondido éste en caso contrario. Quizás –quién sabe– hubieran tardado aún menos en dejar el aula para irse a beber a la cafetería: encantado, Boyero, de dar tan rápidamente con un cómplice en el sincericidio (“mi semejante, mi hermano”).

Porque a Carlos Boyero (1953), la persona y el personaje –no hay divisoria posible– que acabaría siendo El Crítico de cine más influyente de España –amado y odiado a partes simétricas españolas–, no le interesaban las clases, no le interesaba la “comunicación audiovisual”, no le interesaba casi nada el mundo que le había tocado vivir. Y si le interesó el tal Trueba fue porque le demostró muy pronto que sabía de cine: la ventana mágica por la que Carlos Boyero huiría del frío durante toda su vida, soñando que ninfas con la efigie de Lauren Bacall le llevaban al este del Edén sobre una nube de opio, con banda sonora de Van Morrison y dirección de Martin Scorsese. 

A Carlos Boyero le interesaban muchas cosas en realidad, pero éstas tenían muy poco que ver con el régimen llamado Realidad: le interesaban el cine, la literatura, la música, las drogas, el alcohol, el póker, los amigos, las novias y las juergas que incluyeran, a poder ser, todo lo anterior. Con un matiz radical: no aspiraba a profesionalizarse en ninguna de ellas. No quería ser, como Trueba y sus compadres de clase, director ni actor ni guionista de cine; no quería ser periodista ni escritor, y si llegó a ser un híbrido entre estos dos últimos (y ninguno de ellos a la vez) fue por pura inercia, por talento natural y porque empezaron a pagarle. Por no querer, no quería ni ser joven suicida de prestigio. Decía a los veinte años lo mismo que dijo luego siempre en los periódicos: aspiraba a ser Nada. Su modelo filosófico era Bartleby, el escribiente de Herman Melville, cuyo código vital reza: “Preferiría no hacerlo”. Hubiera formado colosal pareja con otro espécimen de su generación, Michi Panero; o –quién sabe– hubieran acabado a hostias a los diez minutos (“mi semejante, mi hermano”).

Boyero también conoció de primera mano la mala educación: en el colegio de curas escolapios que hubo de padecer en la Salamanca de su infancia –“esos cuervos pederastas”, que nunca se le acercaron–, del que le acabaron echando por levantisco. Por otra parte, conoció la bondad gracias a su madre y su tía, “seres inocentes y generosos”. Con el padre no se llevó nunca y lo mató rápido, empezando por quitarse su apellido de la firma. 

A Pedro Almodóvar Caballero (1949), la persona y personaje que acabaría siendo el director de cine español con mayor impacto internacional durante décadas, también le interesaron de jovencito la literatura, las juergas y los psicotrópicos de vario espectro. Pero tuvo claro muy pronto lo que quería ser: El Director de Cine Pedro Almodóvar. No es difícil imaginarse a la comadrona manchega diciéndole a su madre, nada más nacido: “Enhorabuena, Paca; has tenido un Pedro Almodóvar de tres kilos y medio”. Porque Pedro Almodóvar, como sabe todo el mundo, nació en La Mancha, en el pueblo de Calzada de Calatrava, aunque su familia se trasladaría varias veces antes de recalar en Madrid (él hizo el bachillerato en Cáceres). Da lo mismo: casi toda España era dura, áspera y taciturna por entonces; como esos paisajes castellanos descritos por Azorín y compañía, a los que tanto les “dolía España”. Al joven Almodóvar también le dolía, pero por la vía opuesta: la de la nostalgia del futuro. De modo que el cine sería para él un trampantojo en tecnicolor por el que escapar de aquel régimen llamado Aburrimiento, cabalgando faunos con la efigie de Marlon Brando hasta la fiesta interminable de una ciudad no inventada todavía. 

Pongamos que se llamaría Madrid. Pero Madrid había que fundarla. El Almodóvar que aterrizó en ella a los dieciocho, a finales de los ‘60, Franco aún vivo, para acabar currando en Telefónica, tenía en el fondo una visión que iba más allá de hacer cine, de convertirse en director cine estrella: vengarse de lo no vivido. Le estaban robando la Modernidad en la que media Europa y Estados Unidos se andaba revolcando, a años luz del aperturismo de bikinis suecos con López Vázquez de por aquí. Así que no iban a robarle también la Movida madrileña, porque iba a inventarla él. 

Más allá de sus dotes cinematográficas –sobre lo cual hay casi tantas opiniones como personas censadas en el país–, lo que jamás podrá negársele es eso que llaman olfato; en su caso, el talento para intuir el tren que se viene y subirse de los primeros a la locomotora, y establecer itinerario. España clamaba por quitarse de encima la mugre, las sotanas y la miseria moral franquista, y él iba a encabezar esa batalla. Por una parte, creando películas trituradoras de tabúes, con monjas heroinómanas y homosexuales haciendo de homosexuales. Por otra, blandiendo una bandera de pelos de colores en las noches madrileñas, subiéndose a cualquier escenario y triturando eso que llamaban (ya no existe) sentido del ridículo: transmutando la frivolidad en arte y ensayo. Mientras otros hacían la Transición, él diseñaba la Transgresión, erigiéndose en el Andy Warhol del underground de Malasaña. Así, más de cuarenta años después de aquello, un episodio icónico de lo que llamaron “movida madrileña” sigue siendo un vídeo cutre en que Almodóvar canta junto a Fabio McNamara en un tugurio algo parecido a una canción, en un idioma que quiere parecerse al inglés.   

El precio a pagar por decir lo que se piensa puede ser muy alto, pero a Carlos Boyero empezaron a pagarle cada vez más por hacer eso mismo

Ya estaban ahí, con armas, bagajes y purpurina: lo que Carlos Boyero ha llamado, con infinitas variables, “la insoportable tribu de los moderrrnosss”. Boyero, que empezó escribiendo crónicas noctívagas en La guía del ocio –gracias a su amigo Trueba precisamente–, y que tuvo allí sus primeros problemas por decir lo que pensaba de los estrenos de cine, sin filtro alguno, pasó luego a Diario 16, dirigido por otro gran talento para el olfato llamado Pedro José Ramírez. El idilio entre estos dos también daría para capítulo, teniendo en cuenta que fueron casi veinte años de relación profesional, prolongada luego en el diario El Mundo: si Boyero podía perturbar los intereses de Ramírez con sus opiniones, si éste lo quiso matar más de una vez por comprometerle a él o al periódico, jamás llegó la sangre a ese despacho, porque Ramírez prefería tenerlo como quebradero de cabeza dentro que tenerlo fuera, divirtiendo a la oposición. Así acabara llamando de todo a Jesús Gil, a Florentino Pérez y al Santo Padre romano. 

El precio a pagar por decir lo que se piensa puede ser muy alto, pero a Carlos Boyero empezaron a pagarle cada vez más por hacer eso mismo. Diario 16 publicó por fascículos, entre los años 1986 y 87, una muy completa Historia del cine con firmas expertas entre las que figuraba él. Escribiendo ya a los treinta años con igual pulso que a los setenta.

Del clásico Derzu Uzala de Akira Kurosawa decía: “Como todas las grandes películas, no es codificable, encuadrable, y analizarla resulta tan fatuo como inútil. Pertenece al reino de la emoción, de las sensaciones, del afecto inmenso hacia los personajes que cruzan la pantalla, de comprender y admirar una conducta pura y vital”. 

De El halcón maltés de John Huston: “En ese universo de villanos sardónicos y codiciosos, con mano de seda y guante de acero, las fidelidades no existen o tienen un precio; el amor es bronco, desconfiado y oportunista; la noche, definitivamente negra; la ética, un concepto obsoleto”. 

Del inclasificable Sam Fuller: “Ha pasado malas rachas, ha sufrido el sarcasmo y la infravaloración de la crítica de su país, pero los dioses, a pesar de cruzarle permanentemente los cables, no han conseguido destruirle”. 

De la actriz Romy Schneider: “Su recuerdo, las últimas imágenes, van asociadas a la palabra tragedia, a una mujer maravillosa que no pudo soportar las excesivas puñaladas, el machaqueo casi continuo con que le castigó la vida. En ese rostro, en esa mirada y en esa sonrisa existía capacidad comunicativa, luz, sensualidad, deseo y voluntad de plenitud”.

Boyero ha cimentado una trayectoria sobre la base de una concepción personalísima del cine, y de cualquier cosa de la vida de la que hable

La única forma que conocía y conoce ese crítico de comprometerse con lo que ve, y comprometer a quien luego le va a leer o escuchar, es confesar en carne viva su experiencia como espectador (como espectador de vasta cultura fílmica que sabe transmitir magníficamente lo que siente y piensa, cabe añadir). Es decir: ser él mismo. Que es exactamente por lo que le han admirado y pagado tanto; y también por lo que tantos no pueden verle a él. 

Que es exactamente por lo que tantos admiran a Pedro Almodóvar, y por lo que tantos no pueden verle tampoco. Resulta que en ese mismo coleccionable de Diario 16, años 86-87, Almodóvar escribió un comentario sobre Lo que el viento se llevó. Titulado Escarlata O’Hara, una manchega perfecta, empezaba diciendo: 

“Los que piensan que La ley del deseo es una película autobiográfica se equivocan. La que habla de mí estaba hecha mucho antes… Se llama Lo que el viento se llevó. El personaje que me representa no es Mummy, como dirían los malintencionados, sino Escarlata, un carácter capaz de sacar leche de una alcuza. Si se contempla con atención (cosa difícil, porque la película emociona tanto que no hay modo de verla con otros ojos que con los del corazón) resulta fácil adivinar en Escarlata un personaje masculino, interpretado por una mujer”. 

Seguro que “resulta fácil adivinar en Escarlata a un personaje masculino”: siempre que uno sea Pedro Almodóvar; así como sólo Pedro Almodóvar sería capaz de ver en Escarlata O’Hara a “una manchega perfecta”. Pero es que, convenza o no su planteamiento, esto es justo lo que le hace ser Pedro Almodóvar: único en el mundo entero en su visión del cine, de Escarlata O’Hara y de sí mismo. También le convierte en alguien que, según su propio método de ver “con los ojos del corazón”, suscribiría sin problemas estas líneas para describir Lo que el viento se llevó: “Pertenece al reino de la emoción, de las sensaciones, del afecto inmenso hacia los personajes que cruzan la pantalla, de comprender y admirar una conducta pura y vital”. 

No se puede chantajear a la emoción, por mucho que se pretenda silenciarla. Ninguno de estos dos individuos que tratamos han podido ni querido hacerlo nunca; pagando en cada caso sus precios, más o menos intangibles. Pedro Almodóvar ha cimentado una carrera insólita –por lo que hace y por cómo repercute lo que hace– sobre la base de una concepción personalísima del cine que puede entusiasmar o puede dar alergia; difícil la media tinta. Carlos Boyero ha cimentado una trayectoria insólita –por lo que dice y por la cantidad de gente en que influye lo que dice– sobre la base de una concepción personalísima del cine, y de cualquier cosa de la vida de la que hable, que puede seducir o puede repeler; casi imposible la media tinta. Estaban condenados a desencontrarse como la pura némesis que son uno de otro. Pero es que, como razonaba Dustin Hoffman en Hook: “¿Qué sería de este mundo sin el Capitán Garfio?”. 

El Nunca Jamás de cada uno de ellos estaría incompleto de alguna forma sin el otro, porque sólo alguien con ciertos humos es capaz de bajar los humos a otro que fuma con igual ímpetu (“–Me desprecias, ¿verdad, Rick? –Si tuviera tiempo de pensar en ti, quizás.”). Algo que Boyero ha reprochado con cada vez más convicción, según se sucedían películas almodovarianas irrelevantes para él, es esa capacidad de la que hablábamos para marcar itinerario: “Ese señor tan aclamado como sobrevalorado llamado Pedro Almodóvarrr”. “Genio del marketing” ha dicho de él más de una vez, siendo esto último incontestable. 

Cabe recordar lo que el propio Almodóvar decía de sí mismo al identificarse con Escarlata O’Hara: “un carácter capaz de sacar leche de una alcuza”

No sabemos quién le pudiera conocer en Hollywood en 1989, cuando Mujeres al borde de un ataque de nervios logró nominación en los Globos de Oro y luego en los Oscar a Mejor Película Extranjera, y es lógico que fuera por motivos propios (también premiaron ese guion en Venecia). Se llevó su primer Oscar en el 2000 por Todo sobre mi madre. Más digno de reseñar es lo ocurrido en 2003: la Academia española del Cine había llevado a la preselección de los Oscar Los lunes al sol, de León de Aranoa, y no Hable con ella, de Almodóvar. Pero Almodóvar (que se llevó rebote importante por eso) sí fue nominado en los Oscar por cuenta propia, en las categorías de Mejor Guion (que ganó) y Mejor Director. Es decir: los complejísimos resortes por los que la Academia de Hollywood decide a los ungidos de cada año, bendijeron por dos veces ese año a un director no nacido allí. No entramos a cuestionar los méritos de Hable con ella. Pero cabe recordar lo que el propio Almodóvar decía de sí mismo al identificarse con Escarlata O’Hara: “un carácter capaz de sacar leche de una alcuza”. (…Por cierto: ¿qué carajo es una alcuza?)

En 1993, cuando el editor Manuel Arroyo se empeñó en traer a una casi olvidada Chavela Vargas a cantar en la Sala Caracol de Madrid, y viendo que a falta de una semana no había reservado nadie, pidió a Almodóvar que la presentara: problema de aforo resuelto. También se la llevó luego a presentarla en París. (Reconózcanse los créditos que correspondan al manchego por ese regalo universal).

Después del roce con la Academia de aquí en 2003, y de que en 2004 Mar adentro, de Amenábar, barriera en los Goya ante La mala educación, Almodóvar entró en modo me enfado y no respiro con “la gran familia del cine español”y sólo volvió a respirar del todo cuando Álex de la Iglesia le pidió por favor, por favor, que fuera a presentar un premio en la gala de 2010. Hacía rato que sus películas eran sistemáticamente respaldadas en los premios ingleses, franceses y lapones, amén de su idilio americano; había sido distinguido con el Príncipe de Asturias de las Artes en 2006 (a Serrat se lo han dado ahora) y casi siempre ha sido nominado en los Goya, a pesar de lo cual ha tenido perenne sospecha de conspiración cainita: “Ser director de cine en España es como ser torero en Japón”, dijo alguna vez. Mientras, la ganadería Polanco le ha dedicado 14 portadas, catorce, de El País Semanal desde finales de los ‘80: cada vez que ha estrenado, o no. De manera que nadie se quedara sin saber que había película nueva de Pedro Almodóvar, o que nadie se olvidara de que sigue ahí. (Existe otra serie por fascículos, publicada por El País en 1992: Los mil protagonistas del siglo XX. Ahí está Almodóvar, 43 años entonces, junto a los Hermanos Marx, Ingrid Bergman y Buñuel, entre otros.)

Glosamos todo esto por dos razones. Una, los motivos de mosqueo de Boyero. Dos: que, efectivamente, Almodóvar debió de jurar en algún momento de su juventud, como Escarlata O’Hara, que jamás volvería a pasar hambre, y cualquier atisbo de lo contrario le pone nervioso. Donde ponemos hambre, póngase reconocimiento inequívoco universal. Sin ironías ya: basta ver hasta qué punto el abandono, la pérdida, es piedra angular de sus películas más perdurables (Todo sobre mi madre; Volver), hasta qué punto el abuso truculento de poder se repite en variadas y siniestras formas (La mala educación; La piel que habito), para darse cuenta de que este hombre ha seguido toda su vida lidiando con sus emociones más viejas, más en carne viva. Ésas con las que, para bien y para mal, se hace luego una obra de autor, con la autobiografía desperdigada y cifrada en cada paso del camino, porque la herida es la pintura con que se plasma el cuadro. [Sus recientes lágrimas a causa de la carta abierta del presidente Pedro Sánchez se han tomado a chufla, pero es de creer que eran sinceras: esa “hipersensibilidad” que le “debilita frente a cualquier emoción”.]

Cada uno a su modo, Almodóvar y Boyero siempre han estado solos; combatiendo el ruido y la furia en una partida cada vez más arriesgada con su propia sombra

Quizás a esta luz pueda explicarse mejor su estallido final contra Boyero cuando éste puso a parir Los abrazos rotos, estrenada en mayo de 2009 en el Festival de Cannes: “Lo que observas y lo que oyes te suena a satisfecho onanismo mental. Y no te crees nada, aunque el envoltorio del vacío intente ser solemne y de diseño”; etcétera. Fue la gota que colmó su alcuza. Almodóvar pidió a la dirección de El País, más o menos implícitamente, la cabeza de Boyero (y de paso también la de su redactor jefe y amigo Borja Hermoso, al que llamó “macarra”). Pero no fue el primero. Medio año antes, en una carta al director de El País, más de cien firmas del ámbito de la crítica cinematográfica habían acusado a Boyero de “faltar a su deber como informador” por su cobertura del Festival de Venecia de 2008. Boyero confesó en un artículo que no había tenido más remedio que levantarse de la sala, después de hora y media, padeciendo una película iraní en la que sólo se mostraban caras mirando a cámara; aún faltaba otra hora y media idéntica de metraje. [Más allá de sus formas, quienes acusan a Boyero de no argumentar racionalmente lo que opina de las películas se equivocan: lo que sucede es que su estilo eclipsa muchas veces sus conocimientos técnicos. De Ersu Usala –“analizarla resulta tan fatuo como inútil”– decía unos párrafos más tarde: “Kurosawa y su fotógrafo consiguen que los lagos estén helados, que los colores parezcan reales, que el ruido del viento amenace los oídos, que los planos duren el tiempo exacto para explicar las emociones”. Cosa distinta es que los árboles no dejen ver ese bosque.] 

Otro amigo suyo, el poeta y periodista Antonio Lucas, ha dicho que Boyero no ha dejado de hacer durante décadas una suerte de autobiografía dispersa en los periódicos. Tiene razón: la tinta es también sangre con que se pinta un autorretrato en blanco y negro, y en Boyero no puede haber separación entre lo que vive como espectador, oyente y lector, y lo que vive como autor de su propia vida. Escribía hace cuarenta años sobre Humphrey Bogart, por ejemplo: “Transmitió estilo, estados de ánimo compartidos, chulería trágica y desesperanzada, rebeldía y fortaleza. Era mordaz y podía ser grosero, amigo de sus amigos (…) Lúcido para bordear la autodestrucción y alejarse de ella cuando encontró una porción de sus sueños”. Escribió, por ejemplo: “Solo ante el peligro es tristemente demostrativa de que los valientes siempre están solos”. Pero alguna vez ha confesado que el verdadero héroe es el Jack Lemmon de El apartamento: la solitaria valentía del que sabe perder con dignidad.

Quienes le vimos fumar a solas alguna vez –en la escalera de incendios de la antigua redacción de El Mundo, cuando nosotros los de ahora éramos becarios; sin atreverse uno a romper aquel silencio de humo– podíamos intuir la ternura supurándole el cigarro. Y que esa “nada” a la que aspiró siempre se parecía mucho en realidad a la del Álvaro de Campos de Fernando Pessoa: 

No soy nada. 
Nunca seré nada. 
No puedo querer ser nada. 
Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo. 

Cada uno a su modo, con caracteres disímiles, con estilos irreconciliables, de una forma soterrada pero radical, Pedro Almodóvar y Carlos Boyero siempre han estado, de alguna forma, solos; combatiendo el ruido y la furia en una partida cada vez más arriesgada con su propia sombra. Comprobando ambos, al pasar las décadas, que ningún laurel, ninguna fama, ninguna juerga interminable, ninguna ninfa o fauno de los bosques serán nunca suficientes para suplir el esplendor perdido en la hierba. A los dos les supura la orfandad por los ojos de quienes, siendo alguien, preferirían seguir atesorando todos los sueños del mundo. 

“La felicidad consistiría en decir siempre la verdad y que nadie sufriera por ello”, dijo alguien que lamentamos no ubicar ahora. No; la felicidad no consistiría sólo en tal cosa. Pero cierto que viviríamos todos más tranquilos si nadie tuviera que sufrir por escuchar nuestras –en ocasiones insufribles–...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Miguel Ángel Ortega Lucas

Escriba. Nómada. Experto aprendiz. Si no le gustan mis prejuicios, tengo otros en La vela y el vendaval (diario impúdico) y Pocavergüenza.

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí