manipulación
Asombro mediático en México tras la prevista victoria de Sheinbaum
Luego de la proclamación de los resultados del conteo rápido, en las pantallas de los medios adictos a Xóchitl Gálvez (casi todos los grandes, más varios pequeños) ya sólo había criaturas sin máscara
Juan Antonio Montiel México DF , 6/06/2024
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Por más que las elecciones para la presidencia de México se hayan celebrado el pasado 2 de junio, a estas alturas se han producido ya suficientes reacciones como para inundar de trabajo lo mismo a los sociólogos que a los humoristas o a los profetas del Apocalipsis. No hay duda de que observar a los vencidos desde la tribuna de los vencedores resulta cuando menos entretenido (ni siquiera tiene uno las rodillas manchadas de arena), pero hay un ejercicio que me ha parecido menos frecuentado en estos últimos días: el de observar la propia reacción cuando uno ha votado por Claudia Sheinbaum.
Algunos están asustados por los efectos de una mayoría como la que han obtenido el partido del presidente y sus aliados. Quizá yo mismo lo esté hasta cierto punto, pero eso es lo mismo que asustarse de la democracia. Suponer que esas mayorías no existen o que pueden o deben evitarse no es menos absurdo que proponer que la gente debería “votar bien”, como dijo aquel señor que todos sabemos. La reacción que me interesa, en mi caso, fue la sorpresa ante la evidencia de que, al contrario de lo que yo pensaba, la oposición mediática en México (que conforman todos los medios y representa la única oposición, puesto que los partidos dejaron de existir hace casi seis años ya, con la victoria de López Obrador) realmente creía que Xóchitl Gálvez podía ganar; es más, ¡que iba a ganar!, pese a lo que sugerían las mediciones de la popularidad del presidente y anticipaban todas las encuestas serias desde hace más de un año.
Lo que vimos quienes nos asomamos a la pantalla del ordenador o de los televisores fue un espectáculo que sólo puedo comparar con aquella escena de The Doors, de Oliver Stone, en la que Jim Morrison está bailando alrededor de una fogata y de pronto, a sus espaldas, se aparece su animal totémico; vale decir: su verdadera naturaleza. Luego de la proclamación de los resultados del conteo rápido del Instituto Nacional Electoral (una proyección estadística a partir de los resultados de una muestra de colegios electorales), en las pantallas de los medios adictos a Xóchitl Gálvez (casi todos los grandes, más varios pequeños) ya sólo había animales totémicos y seres primigenios; es decir: criaturas sin máscara.
En el plató de Alazrak se pidió al “verdadero pueblo de México” que “velara las armas” ante la rebelión, pese a que la victoria de Sheinbaum fue arrolladora
En el plató de Carlos Alazraki, antiguo publicista y asesor de campañas electorales devenido youtuber, no sólo se repitieron frases como “no puede ser”, más propias de una hecatombe, sino que se pretendió no transmitir el discurso de Xóchitl Gálvez aceptando su derrota ni el de Claudia Sheinbaum proclamando su triunfo. Para justificar la negativa, se oyeron frases tan esclarecidas como “No quiero ver a esa pendeja”, y se pidió al “verdadero pueblo de México” que “velara las armas” ante la inminente rebelión, pese a que la victoria de Sheinbaum no sólo fue mayoritaria, sino decididamente arrolladora.
Otros, como el insigne intelectual Héctor Aguilar Camín (a quien, con mala intención y buen humor, algunos llaman “OligarCa-mín”), acusaron a los mexicanos pobres de aceptar dinero (los programas sociales) a cambio de su voto (pese a que él mismo vivió del presupuesto nacional desde la época de Salinas de Gortari hasta la de Peña Nieto), como si lo único lícito en la democracia fuera votar en contra de los propios intereses y abrazar otros que, curiosamente, coinciden con los de Aguilar Camín.
Jorge Castañeda, otro intelectual de renombre, profesor en Columbia (hasta donde sé) y antiguo canciller del gobierno de México, se declaró “marxista” antes de soltar que la clave para el triunfo de Sheinbaum no tenía relación alguna con la (evidente) identificación de una enorme cantidad de mexicanos con el proyecto de López Obrador (quien, dicho sea de paso, al contrario que sus opositores, no acostumbra a llamar estúpidos a sus posibles votantes), sino estrictamente con “la lana” (el dinero). Finalmente, Joaquín López Dóriga, que solía dominar los medios electrónicos hasta la llegada al gobierno de López Obrador, preguntó, luego de oír los resultados oficiales que le daban la victoria a Sheinbaum: “¿Para esto nos hicieron esperar hasta esta hora?”, como si la labor de un periodista consistiera simplemente en congratularse públicamente de las noticias que considera buenas.
La oposición en México hace años que se ha reducido a la batalla de ciertos políticos por conservar sus fueros y no acabar en la cárcel por corrupción
Esto da que pensar, insisto, porque muchos como yo atribuían a la oposición un cinismo y aun un pragmatismo del que a todas luces carecen. No quiero decir que no sean capaces de mentir, por ejemplo, sobre el origen de sus ingresos sin que se les mueva un músculo de la cara, sino que es probable que seriamente crean que sus ingresos son, si no lícitos, definitivamente merecidos. Es decir, que creían que Xóchitl Gálvez debería ganar las elecciones ¡porque ellos se lo merecían! Diría que esta reacción da una imagen más justa de la (inexistente o meramente mediática) oposición en México que aquella que representaba a los políticos y los “líderes de opinión” de la derecha observando los datos duros de la realidad y luego pretendiendo engañar al electorado: en México quieren engañar, cierto, pero los engañados son ellos. Al contrario que Trump, Bolsonaro y Milei, que tienen un proyecto político, por más atroz que nos parezca, la oposición en México hace años que se ha reducido a la batalla de ciertos políticos por conservar sus fueros y no acabar en la cárcel por corrupción, la de ciertos magnates que temen sinceramente al “comunismo” de López Obrador y Claudia Sheinbaum, la de intelectuales que no se molestan siquiera en intentar mirar la realidad mientras buscan recuperar privilegios decididamente tercermundistas presumiendo de cosmopolitismo y la de presentadores que, francamente, hace años que no tienen nada que decir porque no hay nadie que se lo dicte.
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Juan Antonio Montiel (Puebla, 1972) es editor, traductor y poeta.
Por más que las elecciones para la presidencia de México se hayan celebrado el pasado 2 de junio, a estas alturas se han producido ya suficientes reacciones como para inundar de trabajo lo mismo a los sociólogos que a los humoristas o a los profetas del Apocalipsis. No hay duda de que observar a los vencidos...
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