Y SIN EMBARGO, GRACIA (y III)
Intento de novelar la vida balbuceante de una hermana
Cómo me pesa todo, qué hago yo ahora con toda esta responsabilidad añadida que me exigirá atenciones y tiempos que me encantaría racanear
Natalia Carrero 14/07/2024
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El vértigo de la libertad
Quién nos ha visto y quién nos ve, hoy más alegres que de costumbre, con una misión que cumplir, encontrar una nueva residencia es el horizonte que deberíamos ir focalizando, después de todos estos meses con salidas esporádicas de cuarenta y cinco minutos, más la gran escapada de una semana en verano, cuando Gracia se vino a vivir conmigo y la experiencia supuso cierta reconexión en la que aún seguimos, resulta que después de tantas vueltas y silencios, surge la impensada posibilidad que esta misma mañana de lunes nos ha transmitido el nuevo psiquiatra, el doctor Toni Reguera, quien ya en su momento me dijo por teléfono que conocía el caso de Gracia desde su primer ingreso hará casi treinta años, de darle el alta definitiva. ¿El alta definitiva?, he necesitado contrastar, aquí en la unidad de subagudos ya no puede estar, ha sentenciado él, y en otras áreas no disponemos de camas, es preciso buscar una residencia, pero cómo puede ser, después de tantos años viviendo en vuestra institución, sin más, la soltáis a la calle, la liberáis a la buena de un dios que sabemos que no existe. Así es, he hablado esta mañana con Gracia y se lo he comunicado, y por este motivo, y siguiendo indicaciones de la trabajadora social, debemos ir cuanto antes a visitar una llar residencia, hogar residencia privada para mayores con salud mental, al parecer las plazas públicas tienen lista de espera y su adjudicación podría tardar tres o cuatro años. La recomendada se encuentra en el Maresme, en su versión para la red global un vídeo muestra un atardecer anaranjado en la playa y una terraza con mesas y sillas vacías, el conjunto transmite paz, justo lo que Gracia desearía en esta nueva etapa vital con tanta libertad que casi nos ahogamos, necesitaría una atmósfera monacal o monástica para sentarme a dibujar sin que nadie me moleste, no lo dice así de manera tan directa sino con su voz quebrada y apenas audible, modo balbuceo. Queda una plaza, es una oportunidad, afirma la trabajadora social, han aceptado valorar el ingreso de Gracia en un régimen semiabierto de manera que pueda salir a diario y, si así lo organizáramos, también se viniera a pasar algunas temporadas conmigo. Cómo me pesa todo, qué hago yo ahora con toda esta responsabilidad añadida que me exigirá atenciones y tiempos que me encantaría racanear, cuántas veces he pensado que el verdadero descanso de Gracia sería la muerte. La palabra valoración que repite en su discurso fluido y pedagógico la asistenta social me suena amenazante, ¿a qué de repente tanto apremio?, la trabajadora social desconoce la tarifa de la mensualidad, seguramente oscile entre mil ochocientos y mil seiscientos euros. Imposible pagarlo, eso es más que mi hipoteca. Pienso en Germán, quien administra la pensión por discapacidad de Gracia desde la muerte de nuestro padre estafador y lleva tiempo sin responder a mis llamadas y mensajes, necesitamos transparencia, de cuánto dinero disponemos para dignificar y alegrar un mínimo la vida de esta hermana que hace menos de un año era un despojo que con una frecuencia que ni sabemos intentaba infructuosos actos autolíticos. He llegado a pensar que a lo mejor Germán ha muerto o está ausente por enfermedad letal y aún no nos ha llegado la noticia, y eso que dicen que las noticias de empaque vuelan como la pólvora, de alguna manera tendremos que luchar por ese poder que, enfermo o no, muerto o no, parece que el hermano varón ostenta de manera trasnochada y de vieja escuela autoritaria sobre el dinero que debería pasar a manos de su verdadera dueña, más ahora cuando resulta que después de tantas sesiones de terapia electroconvulsiva le dan el alta, el pase usted a las calles y fúndase como una entre tantas personas en desigualdad de condiciones, una componente más de esta plaga depredadora que a estas alturas del siglo veintiuno podríamos llamar sociedad desquiciada. A la trabajadora social le agradezco la información, repite que la residencia está dispuesta a valorar el ingreso de la paciente y que es una oportunidad. Mis oídos se resisten a la última remesa de consabida palabrería mientras mi facción justiciera susurra que por esa tarifa mensual nosotras también valoraremos el lugar, si conviene o no, si apetece o no a Gracia pasar sus días y noches en los espacios luminosos y acogedores que la llar residencia muestra en su vídeo promocional.
Música de violines
Después de salir disparada de ese meollo salvaje he conseguido transformar gran parte de esa agresividad en intento de comprensión
Gracia y yo recorrimos las calles de Mataró siguiendo los puntos azules de la pantalla del móvil, en cuyo centro se encontraba la ubicación indicada como destino, mira, le enseñé la ele de puntos azules en la pantalla del móvil, vaya, qué poca carga tiene, estamos en esta calle, tenemos que subir todo cuesta arriba y la última giramos a la izquierda. Paramos en cuanto te canses, intenta respirar como te dije y mete tripa, inténtalo que yo también lo hago, el ejercicio es sano mente sana cuerpo sano qué pesada soy verdad. A veces tengo que animar la conversación cuando Gracia se queda como congelada sin previo aviso y no conviene, eh, necesito que te esfuerces en estar despierta, presente, tienes capacidad y eres en parte responsable de tu propio estado mental. La mitad de la calle estaba en sombra, caminamos por la zona sol y temperatura agradable a un ritmo lento; la acera estrecha, coches aparcados, desde luego más silencio que en plena ciudad. Mientras esperábamos el bus que nos trajo hasta aquí Gracia me pidió con su típica mirada evasiva, anclada en el aire e incapaz de establecer contacto visual con los ojos de quien sea la persona interlocutora, que le dejara hablar a ella. Claro, es a ti a quien preguntarán, cómo voy a hablar yo por ti, tú eres la que vivirás en la llar residencia, la que decide, yo no puedo hablar por ti, ni se me ocurre, no sé por qué me lo dices, respondí algo cansada, molesta, refunfuñona, de pronto me harté de esta película en la que llevo implicada como si me fuera la bolsa y la vida, una historia morosa y fea, desagradable y que a nadie le gustaría protagonizar, sin guion ni producción ni casting ni estilista ni nada por el estilo, represento el papel de la hermana buena samaritana sin duda algo idiota que improvisa el día a día, a ver cómo está Gracia hoy, ahora dice que quiere dibujar, esta semana ha vuelto a hablar con esa supuesta amiga que le adoctrina sobre religión y siempre le engatusa un libro infumable por cinco euros, según dice, que a lo mejor son diez, porque Gracia, como Germán y yo misma, en nuestra familia todos comenzando por la madre, menudo otro cantar, trabajamos o hemos trabajado en algún momento la mentirijilla, y toda esta comunicación nuestra o intento de comunicarnos salvando las disfuncionalidades que ambas tenemos no es nueva sino que viene de lejos, allá por nuestra juventud y nuestra abrupta separación, nuestra convivencia en la casa de los padres donde se chocaba y todo retumbaba en lugar de crear y consolidar vínculos o espacios de seguridad, de ahí salimos disparadas tras recibir una educación basada en un odio y una violencia gratuitas, tan absurdas como temibles; Gracia hacia el manicomio y yo rumbo a las atracciones no tan fatales de esta vida que al cabo de los años puedo considerar como algo, no sé qué pero es algo mi vida insignificante de currante y madre soltera no por decisión sino por deceso súbito y temprano del padre, después de salir disparada de ese meollo salvaje he conseguido no sin esfuerzo transformar gran parte de esa agresividad en intento de comprensión, cierta forma de amor aplicado sin filtros allá por todas las cosas, animales y personas que lo precisen; el fallecimiento del padre de mi hija supuso un episodio clave, ahora cuento con Blanca, cómplice en la sombra de todas estas escrituras, papeles en desorden que voy generando, la hija de veinte años, que veinte años en su caso desde luego que son muchos, por eso hoy se encuentra trabajando en una ciudad europea y la próxima semana en Asia muy cerca al parecer de donde nació Kurosawa, por eso unos días antes de su viaje visualizamos juntas y revueltas en el sofá Los sueños.
Despropósito
Con suerte, si todo va bien después, gracias a mi hermana aquí presente, y a una tía que también me ayuda, este puede ser el día más importante de mi vida. Esto pretendió decir Gracia en cuanto se sentó, esto balbuceó más bien, lo emitió de manera entrecortada con su hilo trémulo de voz que transmitía una decisión largo tiempo anhelada, la mirada apoyada en algo inocuo que no le infundiera miedo o la despistara, el tablero de la mesa que recuerdo azul; estas u otras palabras similares pronunció en la silla donde le indicaron que se sentara, a mi lado, las dos en un microdespacho, un cubículo abarrotado de vida con gestiones apresuradas, abundantes, el trajín que no cesa, al fondo un archivador, sobre el archivador dosieres improvisando torres que podrían desmoronarse al abrir o husmear con la correspondiente premura en algún cajón; prioridades que cumplir antes que adecentar el espacio para ofrecer una apariencia mejor o más pulcra. No fue la apariencia sino el espíritu carcelero o cancerbero de la directora de la llar residencia y su ayudante, las dos mujeres fuertes y de palabras contundentes que nos recibieron del revés, como dándonos golpes y llamadas de atención para llevarse las manos a la cabeza, al menos en mi caso, qué remilgada soy, al descubrir la existencia de esta clase de espacios saturados, superpoblados por tantos sufrimientos que no pude dar rienda suelta a mi facción beligerante, quedé reducida como si fuera una de esas personas habitantes de un mundo paralelo en el que resultaría casi una obscenidad introducir conversaciones sobre el gluten, el aguacate, yoga kundalini o la última novela publicada por la editorial Planazo, permanecí callada, solo recibir datos en modo esponja; las habitaciones eran de más de cuatro, las duchas compartidas, ahora no podíamos visitar la residencia, para ello estaba el vídeo en la web, lo virtual idealizado como lo perfectamente opuesto a lo real deprimente a más no poder. Las puertas de la llar residencia estaban siempre abiertas porque se permitía entrar y salir a los pacientes, para que pasearan por el pueblo o tomaran un café en alguno de los bares, en este último caso debían pedir el recibo y traerlo, había que comprobar que alguien no tomaba más de un café al día y que ir anotando los gastos. Si alguien consumía alcohol, cuidado, tarde o temprano la dirección se enteraba; todos los pacientes así como los camareros o dueños o dueñas de bares y, en fin, el vecindario en general formaban una comunidad en la que no podía haber secretos ni comportamientos reprobables sino pacientes y profesionales de sus cuidados, la directora, la trabajadora social, el psicólogo y, al parecer una vez cada no recuerdo cuánto, también contaban con un o una psiquiatra. El alcohol estaba terminantemente prohibido, anulaba por completo los efectos de la medicación y eso no era deseable. A una de las preguntas del cuestionario disciplinar que le lanzaron, a Gracia le dio por balbucear que alguna vez había tomado una caña cuando empezaba a encontrarse mal, como en fase previa o amenazante de una crisis, escucha de voces internas o lo que fuera. Como le forzaron para que respondiera, improvisó lo de la cerveza. Ella no bebe, aquí soy yo la única alcohólica reconocida, no pude decir desde mi estado esponja absorbedatos. En el cubículo de dirección fue mentar la cerveza y se le echaron encima, por su parte la valoración ya estaba decidida. Salimos sin apenas hablar, con las ilusiones burbuja de los últimos días recién desvanecidas para nuestro alivio. Cerca de la parada del bus de regreso, que no podía consultar cuánto tardaría porque el móvil estaba sin batería, pregunté a Gracia por su valoración. En su lengua oprimida dijo que no se veía en ese lugar, ella no pertenecía a esa clase, ya, apostillé, esa clase de pacientes desde luego que más pobres y menos burguesas que nosotras. Cuánta razón tenía, antes de la encerrona en el despacho azul vimos entrar y salir, y permanecer aposentadas en sillones con los respaldos pegados a las paredes, a tantas personas con los cuerpos reducidos por la química y acaso también el abandono o la ausencia de algún sentido anhelado, más de cuarenta o cincuenta personas de cuya visión con impacto ya habíamos empezado a intentar desprendernos con todo nuestro egoísmo.
El vértigo de la libertad
Quién nos ha visto y quién nos ve, hoy más alegres que de costumbre, con una misión que cumplir, encontrar una nueva residencia es el horizonte que deberíamos ir focalizando, después de todos estos meses con salidas esporádicas de cuarenta y cinco minutos, más la...
Autora >
Natalia Carrero
es colaboradora habitual de El Ministerio y autora a su pesar de 'Otra' (Tránsito, 2022), 'Yo misma, supongo' (Rata, 2016) y 'Una habitación impropia' (Caballo de Troya, 2012), entre otras. Preferiría no haber escrito nada.
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