Normalización
El plan de la extrema derecha para ocupar Bruselas
Los ultras pueden ser la primera fuerza en nueve países europeos y conseguir el 25% de los escaños en la Eurocámara. No aspiran a los puestos principales, pero confían en nombrar comisarios de peso
Steven Forti 6/06/2024
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En Veinte mil leguas de viaje submarino, Julio Verne nos explicó que debajo del mar pasan muchas cosas. Pues, sin ir más lejos, también en las profundidades de la política europea pasan cosas cuando estamos a las puertas de las elecciones cruciales de este 9 de junio. Si se atreven a ponerse un buen traje y una máscara de buceo y se tiran al agua, seguramente no se cruzarán con el capitán Nemo y su fantasmagórico Nautilus. Tampoco serán rescatados por un arponero canadiense llamado Ned Land. Sin embargo, eso sí, se darán cuenta de que se están moviendo cosas. Y, últimamente, más de lo esperado, sobre todo en el lado derecho del espectro político. Les adelanto ya que no descubrirán ni la mítica Atlántida, ni llegarán a las plácidas islas de la Polinesia. Más bien, se toparán con bichos peligrosos con traje y corbata que mueven fichas para poder subir hasta la superficie y surfear las olas del descontento y el resentimiento, vendiéndose como gente presentable y respetable. ¿Listos? Empecemos pues nuestro viaje.
Las corrientes de fondo
Debajo de las olas del Mediterráneo y del Atlántico hay muchas corrientes peligrosas. Incluso no se puede descartar del todo el riesgo de un tsunami. Sin metáforas: la extrema derecha puede ser la primera fuerza en nueve países europeos –entre ellos, Francia, Italia, Polonia, Países Bajos, Hungría y Austria– y conseguir el 25% de los escaños en la Eurocámara. Sería, con diferencia, su mejor resultado desde la creación del Parlamento Europeo. Por primera vez puede haber una mayoría alternativa a la gran coalición europeísta –populares, socialistas y liberales– que ha gobernado la Unión Europea hasta la fecha. Por primera vez también los populares les han abierto la puerta a los ultraderechistas, olvidándose, como ya ha pasado en la mayoría de los países, de la importancia de los cordones democráticos.
Por primera vez puede haber una mayoría alternativa a la gran coalición europeísta –populares, socialistas y liberales– que ha gobernado hasta la fecha
Como explicaba hace unas semanas, la política europea es un encaje de bolillos. Los nombramientos de los llamados top jobs, los puestos más importantes de las instituciones comunitarias (presidencia de la Comisión, del Consejo y del Parlamento; Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores; presidencia del Banco Central Europeo, etc.), se pactan conjuntamente en una especie de paquete entre los jefes de gobierno de los 27 Estados miembros y los líderes de las formaciones políticas europeas. El Parlamento tiene un peso importante, y en consecuencia lo tienen las aritméticas parlamentarias que puedan darse, pero más aún lo tienen los presidentes de los principales países, empezando por Francia y Alemania. No olvidemos que en 2019 fueron Macron y Merkel los que pusieron sobre la mesa el nombre de Ursula von der Leyen, junto a los de Charles Michel, David Sassoli, Josep Borrell y Christine Lagarde.
Las próximas tres semanas serán cruciales para entender a qué tipo de acuerdo se llegará y cuáles serán los equilibrios políticos de la nueva legislatura europea. Marquen en sus calendarios los días 27 y 28 de junio, fecha del próximo Consejo Europeo en Bruselas. Será ahí cuando, presumiblemente, se decidirá todo: de ese consejo debería salir el nombre de la persona que ocupará la presidencia de la Comisión. Mientras tanto, se formarán los grupos parlamentarios y, más tarde, el 16 de julio, se celebrará el primer pleno del nuevo Parlamento. Hace cinco años, Von der Leyen consiguió por los pelos la mayoría absoluta en la Eurocámara a mediados de julio. El objetivo es que se respete más o menos el mismo calendario para evitar seguir con la incógnita durante el mes de agosto. La elección de los comisarios se pactará después con los gobiernos de los Estados miembros y la nueva Comisión, así como el nuevo presidente del Consejo, comenzarán su mandato oficialmente el 1 de diciembre.
El akelarre de Vistalegre
Ahora bien, si esta es a grandes rasgos la situación, ¿qué se ha movido en las profundidades del mar y también en la superficie? La extrema derecha está crecida y expectante, pero también nerviosa. Han pasado al menos dos cosas importantes en las últimas semanas. En primer lugar, como saben, Vox y los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR, formación de ultraderecha presidida por Giorgia Meloni y formada por Hermanos de Italia, los polacos de Ley y Justicia, Vox, los Demócratas Suecos y el Partido de los Finlandeses, entre otros) han organizado un encuentro en Madrid, llamado Europa Viva 24. Los ultras quisieron sacar pecho y demostrar que se sienten fuertes. No obstante, no fue solo el clásico mitin electoral. Por un lado, participaron líderes de formaciones europeas que iban más allá del ECR, como el húngaro Viktor Orbán –tras su expulsión de los populares en 2021, su partido, Fidesz, no tiene grupo parlamentario en Estrasburgo–, la francesa Marine Le Pen o el portugués André Ventura, miembros de Identidad y Democracia (ID), el otro partido europeo de extrema derecha. Algo, como mínimo, inusual. Por otro lado, asistieron exponentes de la Internacional Reaccionaria del otro lado del Atlántico, como el argentino Javier Milei, el chileno José Antonio Kast o los trumpistas Roger Severino y Matt Schlapp. Por último, intervino también Amichai Chikli, ministro de Asuntos de la Diáspora de Israel y lucha contra el Antisemitismo del Gobierno Netanyahu. Hay que recordar que el Likud es miembro de ECR.
Hace una década la extrema derecha pedía el desmembramiento de la UE y la salida del euro, ahora quiere tocar poder
Sin embargo, el mitin fue importante también por lo que se ha dicho. Más allá de la habitual retórica identitaria, nacionalista y ultraconservadora de la extrema derecha, hubo tres mensajes relevantes. Primero, en palabras de Orbán, “vamos a ocupar Bruselas”. Se completa así el giro de 180 grados respecto a hace una década: si por aquel entonces la extrema derecha pedía el desmembramiento de la UE y la salida del euro, ahora quiere tocar poder. Sabe que los números se lo podrían permitir. Segundo, y relacionado con lo anterior, Europa es, en palabras del ex primer ministro polaco Mateusz Morawiecki, “ante todo una unión de naciones”. Traducido: no somos antieuropeístas, pero no queremos una verdadera integración política. Al contrario, su modelo es una confederación de Estados soberanos. Lo que significa: no se metan con nosotros si en un país en el que gobernamos ponemos en entredicho el Estado de derecho, es decir si debilitamos la separación de poderes, el pluralismo informativo y los derechos de las minorías. Tercero, y quizás más importante, “la justicia social es aberrante”, en el lenguaje agresivo al cual nos tiene ya acostumbrados Javier Milei. Atención porque esto significa el lanzamiento de una bomba atómica en contra del consenso social creado tras 1945. Milei afirma lo que Margaret Thatcher pensaba, pero jamás se hubiese atrevido a decir. Se trata de un ataque directo y violento contra la izquierda desde el punto de vista ideológico. En la sombra, unos cuantos populares aplaudían: los “bárbaros” les está asfaltando una autopista para poder girar aún más a la derecha sin parecer radicales.
Le Pen mueve ficha
En segundo lugar, y justo después del encuentro madrileño, Le Pen hizo un doble movimiento. Por un lado, con el apoyo de Matteo Salvini, expulsó a Alternativa para Alemania (AfD) de Identidad y Democracia. La razón fue, oficialmente, las declaraciones del candidato de AfD, Maximilian Krah, al periódico italiano La Repubblica en las que minimizaba los crímenes de las SS durante la Segunda Guerra Mundial. En realidad, el distanciamiento entre Le Pen y los alemanes viene de lejos y se ha acelerado después de conocerse que miembros de AfD asistieron, el pasado mes de noviembre, a un encuentro en Potsdam en el que se planteó un plan de expulsión masiva de extranjeros, definidos como “no asimilados”.
A Le Pen le interesa seguir su camino hacia la normalización como una líder política aceptable. El vínculo con AfD era un lastre
La decisión tiene también que ver con las recientes acusaciones a AfD de recibir dinero de Rusia y China, con detención, incluso, de un colaborador del mismo Krah, y con las agresiones a políticos socialdemócratas por parte de activistas de extrema derecha en el país germano. A Le Pen le interesa seguir su camino hacia la total desdemonización, es decir, su definitiva normalización como una líder política aceptable, en la que lleva trabajando en Francia desde hace más de una década. Por más que puedan elegir una veintena de diputados, el vínculo con AfD era un lastre. Dicho de forma coloquial: mejor alejarse de la kriptonita.
Por otro lado, la líder de la Agrupación Nacional francesa ha propuesto a Meloni unir fuerzas y crear un único grupo de extrema derecha en Estrasburgo. Posiblemente, el de Le Pen es un abrazo del oso para no quedar fuera de juego, vista la centralidad que ha cobrado Meloni en los últimos tiempos. La presidenta del Gobierno italiano no solo ha ido tejiendo una excelente relación con Von der Leyen, sino que ha conseguido que se la considere una política seria y fiable por gran parte del establishment europeo, gracias a sus credenciales atlantistas. La presidenta de la Comisión Europea lo ha dicho explícitamente en más de una ocasión; también otros miembros del Partido Popular Europeo (PPE), el primero su presidente, el también alemán Manfred Weber. Vale la pena repetirlo una vez más: Meloni no se ha convertido, como por arte de birlibirloque, en más moderada. Sencillamente, es pragmática y ha entendido que, si quiere durar en Roma y tocar poder en la UE, debe cuidar las relaciones con Washington, apoyar a Ucrania y no tensar demasiado la cuerda con Bruselas.
La esfinge Meloni
De momento, la líder de Hermanos de Italia no ha contestado a la propuesta de Le Pen. ¿Es por incomodidad? ¿O es que quiere dejarse todas las puertas abiertas? Esta es la madeja que hay que desentrañar. En primer lugar, ¿se asumirá la línea Von der Leyen: la aceptación de la extrema derecha como animal de compañía presentable con la única condición de que sea atlantista y no pida la salida de la UE y el fin del euro? Una parte del PPE ha dejado claro que esta opción le encanta. Pero en esta ecuación, ¿podrían entrar también ultras menos “normalizados”? Y, otra cuestión clave: ¿se tragarán este sapo también los liberales de Macron? Quizás el presidente francés no, pero una parte de la abigarrada formación que se conoce con el nombre de Renew Europe está ya en esa tesitura.
Lo que ha ocurrido recientemente en Países Bajos es paradigmático: los liberales de Mark Rutte –que tiene muchos números para convertirse en el próximo secretario de la OTAN– y los democristianos de Pieter Omtzigt han pactado una alianza de gobierno con el ultraderechista Partido de la Libertad de Geert Wilders que, hasta hace poco, alababa a Putin. Es una bomba que ha explotado en medio de la campaña electoral. Y casi nadie ha dicho ni mu.
En segundo lugar: ¿se unirá la extrema derecha? Es indudable que si se reunieran todos los partidos miembros de ECR e ID, excepto AfD, pero recuperando a Orbán, la extrema derecha sería el segundo grupo en la Eurocámara. Pero no es fácil ni automático: hay rencillas y malos rollos. ¿Meloni permitiría a Salvini entrar en el mismo partido? ¿Y Le Pen haría lo mismo con Zemmour? Difícil. Si esta opción se concretara, para los populares sería mucho más complicado, por no decir imposible, aceptar, al menos de momento, una alianza con todos los ultras, atlantistas y rusófilos. A la líder de Hermanos de Italia, entonces, el tiro le podría salir por la culata: se podría bloquear de golpe su proceso de normalización y quedaría nuevamente relegada al grupo de los impresentables.
También podrían darse otros escenarios. Por ejemplo, que Meloni pactara por su cuenta en el Consejo Europeo y, en un segundo momento, aceptara un proceso de unificación con las demás ultraderechas, quizás no todas. El proceso sería complejo, pero cosas más extrañas hemos visto en estos últimos tiempos.
Asomar la patita
A día de hoy, la madre del cordero no es la de tener un líder ultraderechista en la presidencia de la Comisión o del Consejo. La correlación de fuerzas aún no lo permite y el procedimiento de decisión para los puestos principales concede todavía un peso notable a los presidentes de los principales países europeos. Es cierto que la derecha gobierna en la mayoría de Estados de la UE, pero Francia y Alemania tienen un presidente liberal y uno socialdemócrata, respectivamente. Y después de Italia, el cuarto y el quinto país con más población son España, con un ejecutivo de izquierdas; y Polonia, con el presidente de los populares, Donald Tusk, firmemente contrario al ECR, al que pertenece Ley y Justicia que quería encarcelarlo en Varsovia.
Así pues, en la Comisión seguirá Von der Leyen u otro nombre mediáticamente potable, conocido o no, como la presidenta del Parlamento Europeo, la popular maltesa Roberta Metsola, o, como algunos han sugerido, el expresidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi. Para el Consejo se baraja el nombre del ex primer ministro portugués, el socialista António Costa, mientras que para el cargo de Alto Representante para Asuntos Exteriores cobra fuerza el de la primera ministra estonia, la liberal Kaja Kallas, firmemente atlantista. Sería el clásico compromiso a la europea, donde se intentan tener en cuenta no solo las filiaciones partidistas (una popular, un socialdemócrata y una liberal), sino también la procedencia geográfica (norte/sur, este/oeste, países grandes/países pequeños). Así parecería que todo sigue igual.
¿Es esto cierto? La verdad es que no. Primero, porque no se puede descartar que haya un cambio de alianzas tras el 9 de junio, con una mayoría donde se excluya a los socialdemócratas, sustituidos por el ECR. Este es el sueño de la extrema derecha, lo que repite Meloni desde hace meses en cada mitin. Sin embargo, este programa de máximos es difícilmente realizable, de momento. La verdadera batalla para la extrema derecha es la de asomar la patita. Esto implica, por un lado, seguir el camino recorrido en el último bienio, llegando a acuerdos con los populares y, a veces, los liberales, para votar conjuntamente en la Eurocámara durante la próxima legislatura. También para retroceder en asuntos como el Green Deal o para endurecer aún más la política migratoria. Por otro, y principalmente, implica conseguir comisarios de peso en la nueva Comisión.
Meloni busca conseguir una comisaría de peso, quizás la de Defensa, que tendrá un papel notable debido a la coyuntura internacional
Hay que recordar que cada país miembro tiene el derecho de nombrar a un comisario. Hace cinco años, solo había dos países con gobiernos ultraderechistas en la UE: Polonia y Hungría. Kaczinski y Orbán consiguieron las comisarías de Agricultura y Ampliación, respectivamente. Aunque intentaron marcar la agenda, se quedaron aislados y, prácticamente, sin poder ni margen de maniobra. Había un tercer gobierno nacionalpopulista en las pasadas elecciones europeas: el de la Liga y el Movimiento 5 Estrellas. No llegaron a nombrar comisario porque Salvini hizo caer antes al gobierno. Así, la responsabilidad del nombramiento recayó en el siguiente ejecutivo, de centroizquierda, que eligió a Paolo Gentiloni, para alivio de Bruselas.
Unas comisarías de peso
La jugada de Meloni es, pues, conseguir una comisaría de peso, quizás la de Defensa, que tendrá un papel notable debido a la coyuntura internacional. En Roma se barajan los nombres del actual ministro de Economía, el liguista Giancarlo Giorgetti, del ministro de Políticas Europeas, el exberlusconiano Emanuele Fitto, o el de la diplomática Elisabetta Belloni, desde 2021 directora del Departamento de Información para la Seguridad. Algo similar puede decirse de los demás países en los que gobierna la extrema derecha –Hungría, Países Bajos, Finlandia, República Checa y Croacia–, aunque, excepto en Budapest y Praga, son gobiernos de coalición presididos por los populares o por independientes. Además, entre julio y diciembre la presidencia del semestre europeo recae en Hungría: Orbán se frota las manos desde hace meses.
Si esto pasase, las cosas no seguirían igual, aunque aparentemente nada cambiase. Sería otro paso hacia el definitivo blanqueamiento de la extrema derecha. Aceptar que uno o más gobiernos ultraderechistas nombraran a un comisario de peso en Bruselas, marcaría una deriva que sería difícil frenar en el futuro. Valga el ejemplo de Berlusconi en la Italia del lejano 1994. El cavaliere integró a los neofascistas de Fini y a los liguistas de Bossi en sus ejecutivos, convirtiéndose así en su principal garante. El resultado salta a la vista: cuando la extrema derecha entra en los palacios del poder, no hay quien la saque.
¿Qué posibilidades quedan, pues? Ir a votar este 9 de junio y movilizar a amigos, conocidos y desconocidos, explicándoles lo que nos jugamos. A muchos, Bruselas les parece algo lejano, pero lo que ahí se decide marca nuestra vida mucho más de lo que se piensa.
Siento que este viaje a las profundidades del mar no haya sido tan bonito. Los mares del sur, como nos enseñó Manolo Vázquez Montalbán, son, a menudo, menos idílicos de lo que nos imaginamos.
En Veinte mil leguas de viaje submarino, Julio Verne nos explicó que debajo del mar pasan muchas cosas. Pues, sin ir más lejos, también en las profundidades de la política europea pasan cosas cuando estamos a las puertas de las elecciones cruciales de este 9 de junio. Si se atreven a ponerse un buen...
Autor >
Steven Forti
Profesor de Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona. Miembro del Consejo de Redacción de CTXT, es autor de 'Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla' (Siglo XXI de España, 2021).
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