ANÁLISIS
Estados Unidos, entre la euforia y el desasosiego
Un Donald Trump ‘presidencial’ elige al senador JD Vance (Oh) como su candidato a vicepresidente mientras prepara su coronación en la Convención Nacional Republicana, ante la que hablará el jueves
Diego E. Barros 16/07/2024
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Donald Trump y JD Vance en la Convención Nacional Republicana de 2024. / YT
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Hasta hace un par de días lo único que unía a las múltiples facciones que conforman el Partido Demócrata y a sus bases era Trump. Consumado el fracaso de 2016, en parte por la dejadez y displicencia de la élite estratega del partido, en parte por la altanería de una candidata, Hillary Clinton, odiada casi tanto fuera como dentro de sus propias filas, la consigna estaba clara: todos unidos contra el magnate ultra. Por el contrario, lo único que dividía a lo que queda de un Partido Republicano devorado por el movimiento MAGA y sus heterogéneas bases, era precisamente el expresidente, todavía hoy número 45, con serias posibilidades de convertirse en noviembre en el 47.
Todo esto saltó por los aires el sábado 13 de julio poco después de las seis de la tarde en Butler, Pensilvania, justo en el momento que un joven identificado como Thomas Matthew Crooks, de 20 años, decidió engrosar la dimensión más infame de la historia de EEUU intentado asesinar a Donald Trump mientras este participaba en un acto electoral. Crooks, abatido inmediatamente y cuyas motivaciones políticas se encuentran todavía bajo escrutinio, además de herir levemente a Trump y acabar con la vida de uno de los asistentes al mitin, ha conseguido disipar cualquier duda en torno a la figura del candidato y multiplicar sus opciones para noviembre mientras el Partido Demócrata continúa en shock y maniatado, preso de la duda y casi resignado; la peor situación en la que se puede encontrar un partido a las puertas de las urnas.
Donald Trump se encuentra ya en Milwaukee, Wisconsin, uno de esos estados bisagra que en 2020 fueron claves en su derrota ante el presidente demócrata, donde desde el lunes se celebra la Convención Nacional Republicana que lo coronará como candidato. Haciendo buenas las apuestas, el republicano anunció ayer lo que en realidad era un secreto a voces (y más desde el empujón emocional del pasado sábado, el héroe superviviente, desafiante puño en alto): JD Vance, senador por Ohio, y autor del popular libro de memorias, Hillbilly Elegy (Hillbilly, una elegía rural, 2016), será su candidato a vicepresidente. A un lado se han quedado nombres como Tim Scott, senador por Carolina del Sur; Marco Rubio, senador por Florida; o incluso, Nikki Haley, su única rival de peso en las últimas primarias y que desdiciéndose a sí misma hace semanas que anunció que apoyaría a Trump en noviembre.
JD Vance es un senador novato y un MAGA de última hora. Sin embargo su popularidad y una indisimulada hambre de poder lo han convertido en uno de los más duros y fieles escuderos de Donald Trump. El sábado fue uno de los primeros en usar sus redes sociales para culpar al Partido Demócrata y al presidente Biden del intento de magnicidio al haber alentado la retórica anti-Trump: “La premisa central de la campaña de Biden es que Trump es un fascista que debe ser detenido a toda costa”, escribió en su cuenta de X. No fue el único, ni mucho menos, pero no todos estaban entre los candidatos a compartir tícket, y lo sabía.
No deja de ser llamativo que la misma gente que lleva cuatro años reclamando (y hasta prometiendo), casi literalmente, la cabeza de Biden y otros demócratas, en una pica (basta echar un vistazo al merchandising MAGA que circula por las vías estadounidenses), lleve 72 horas acusando al Partido Demócrata y “la izquierda global”, de propiciar este clima de violencia política.
Como si la violencia fuera algo ajeno a Estados Unidos. Como si, incluso, la violencia de naturaleza política no fuera tan estadounidense como la tarta de manzana.
Un hijo de la Appalachia entre la élite
Natural de Middletown, Ohio, Vance es un hijo de los Apalaches. Región rural, minera, mítica, industrial y postapocalíptica a partes iguales, esta se extiende desde el sur del estado de Nueva York al noreste del estado de Mississippi. A lomos de esa cordillera se despliega esa Post-América convertida en infierno del trabajador blanco, zona cero de la epidemia de opiáceos y uno de los caladeros de Trump que ha sido capaz de encandilar a muchas de las víctimas del capitalismo globalizado y que se sienten traicionados por un Partido Demócrata encargado, supuestamente, de su defensa. La desesperación conduce a la rabia y es capaz de convertir a cualquiera en presa fácil. Aunque sea de los principales habilitadores de sus depredadores.
Parte de esta historia la relató Vance en unas memorias que se convirtieron automáticamente en bestseller. Nacido en el seno de una de esas familias obreras que sufrieron en carne propia los efectos de la deslocalización industrial y el final de la gran siderurgia estadounidense, Vance supo escapar a un destino prefigurado por ese cóctel mortal que es la frustración profesional y el abuso del alcohol y las drogas. Su paso por el Ejército le dio la oportunidad de acceder a la universidad (Ohio State, una de las mejores instituciones públicas del país) y llegar a graduarse en Derecho por la prestigiosa Law School de Yale. Allí, desclasado, fue capaz de abrirse paso entre el desprecio de la élite blanca de la costa este estadounidense. Es inteligente y está dotado de la picaresca y el sentido de la supervivencia de la que carece quien ha nacido con todo en la vida. El libro es interesante a priori, emocionante y tramposo a partes iguales, en ocasiones roza la pornografía emocional, y acaba por responsabilizar a la clase trabajadora de su desgracia. Aun así llegó al corazón de millones de lectores, dentro y fuera del país, y proporcionó a las élites liberales la enésima coartada para culpabilizar a los pobres de su propia pobreza. Se convirtió en un melodrama menor producido por Netflix pero acabó de darle a su autor las dos cosas que buscaba: dinero y popularidad con la que lanzar una carrera política con la que amagó ya en 2018. Tres años más tarde, y con el estimable respaldo (económico) de ultra millonarios libertario-conservadores como Robert Mercer y Peter Thiel, dio el paso. Consiguió hacerse con el asiento en el Senado en 2022, derrotando al demócrata Tim Ryan con un 53% de los votos.
En términos económicos, Vance es proteccionista. Se ha mostrado a favor de incrementar los controles sobre la gran banca aun favoreciendo cierta desregulación, le molesta el monopolio y la posición dominante de tecnológicas como Google (él, con fuertes lazos personales y económicos en el sector de la mano de Thiel). No es un neoliberal al uso, sino un populista (a conveniencia) conservador. Está a favor de plantar cara a la industria china a base de aranceles y tasas con el deseo de reconstruir la malograda industria pesada estadounidense –el cinturón del óxido que tan bien conoce–. Cree que hay que reflotar la energía fósil y abandonar lo que llama “la fantasía verde”.
En términos económicos, Vance es proteccionista
En cuestiones sociales como el derecho a la interrupción del embarazo es incluso más conservador que Trump. Si este prefiere dejar la cuestión en manos de los estados, actual situación tras la decisión de la Corte Suprema de revocar Roe v. Wade, Vance se ha mostrado favorable a cierta legislación federal de naturaleza restrictiva. No obstante es un pragmático y aquí seguirá a Trump, a quien el tema del aborto nunca le ha interesado más allá de la necesidad de mantener a la base religiosa más o menos contenta.
Vance es uno de los senadores más beligerantes en relación a seguir apoyando financiera y militarmente a Ucrania. Quiere que ese conflicto se termine y sin el apoyo estadounidense solo puede terminar de una forma y mucho más rápido. Está en contra de las políticas de fomento de la diversidad y es partidario de perseguir a las universidades díscolas. Entre otras cosas, está a favor de incrementar ostensiblemente la fiscalidad sobre sus fondos presupuestarios y de inversión (los endowments): quiere incrementar el impuesto sobre los beneficios de estos del 1,4% actual a un 35%.
La de Vance es una opción segura e inteligente por parte de los estrategas de campaña de Trump, especialmente tras el intento de asesinato. Se trata de aprovechar el momentum. Vance no añade nada al ticket, al menos en un sentido tradicional. Es un senador novel procedente de un estado cuyos votos electorales están asegurados en noviembre. Se trata de contentar a la base MAGA más recalcitrante a pesar de que Vance no está interesado en posicionamientos ideológicos claros y sí únicamente en el poder. En la situación de naufragio que se vive en las filas demócratas, con los tribunales despejando su horizonte judicial (a la decisión de la Corte Judicial sobre la inmunidad presidencial, hay que unir que la jueza Aileen Canon ha desestimado el caso de los documentos clasificados que Trump se llevó a casa), la simbólica fotografía y el control sobre la narrativa, Trump no necesita en estos momentos atraerse al votante moderado y-o poco proclive a su persona. Le basta con movilizar a su propia base. Y eso explicaría la opción Vance y no, por ejemplo, la del afroamericano Tim Scott. Sexo y raza parecían descartados, más si cabe teniendo en cuenta que MAGA lleva años disparando contra todo lo que huela a esa fantasía de lo woke, amén de las políticas de diversidad, equidad e inclusión (DEI, en sus siglas en inglés), declaradas proscritas en casi todos los estados republicanos.
Vance es un (meta)Trump evolucionado
Vance es un (meta)Trump evolucionado. Más sofisticado incluso que el propio Trump quien, como se vio en el debate fatídico, trata ahora de parecer experimentado, incluso moderado, si es que eso es posible. Su campaña es buena; su estrategia y su mensaje son claros. Rubio (opción remota dado que procede del mismo estado que Trump, Florida) o incluso Doug Burgum, gobernador de Dakota del Norte, representaban opciones “moderadas” e institucionales. No aportaban nada en un clima basado exclusivamente en mantener prietas y movilizadas a las tropas.
El PD ante el precipicio
Es precisamente el problema del Partido Demócrata, descolocado y traumatizado por partida doble: la imagen de Joe Biden frente a la de su rival. Frente a un decrépito Biden, Trump encarna desde el sábado buena parte del imaginario mitológico estadounidense, the last man standing frente a lo(s) salvaje(s).
Frente a un decrépito Biden, Trump encarna desde el sábado buena parte del imaginario mitológico estadounidense
Los estrategas demócratas se encuentran ante una disyuntiva temible: control de daños y asegurarse el control del Congreso y el Senado con el fin de contrarrestar a un Trump que ha prometido ser “un dictador” y retirarse a sus cuarteles de invierno o, por el contrario, jugarse la última carta. Se trata de una jugada arriesgada y peligrosa pero esta pasa ineludiblemente por forzar la retirada de Biden y conformar un ticket potente aun encabezado por la vicepresidenta Kamala Harris. Harris tiene mejores números que Biden y una imagen más positiva dentro que fuera de las fronteras del país. Los demócratas necesitan un revulsivo. Algo que insufle energía a unas bases que reclaman una razón más allá de un mensaje apocalíptico –la vuelta de Trump pone en peligro mortal la democracia–, que ya no cala. No hay nada peor que encarar unas elecciones con tu electorado desmovilizado y casi resignado.
Necesitan, también, cambiar la agenda. Es comunicación política 101: contraprogramar a Trump, que se dirigirá a la Convención Republicana el jueves en un discurso que ha dicho haber cambiado y que se presume será más presidencial, con una intención unificadora tratando de mostrarse como alguien más experimentado. El tipo que ha dividido a los americanos entre buenos y malos querría presentarse ahora como alguien fuerte y, tras haber esquivado a la muerte, capaz hasta de unir al país.
Hay tiempo y personas, al más alto nivel, trabajando en ello. En contra de esta opción juega el círculo más cercano de Biden y la innata cobardía del Partido Demócrata, instalado esta legislatura en la comodidad de creer imposible la vuelta de Trump y en la fantasía de haber ensanchado su base de votantes por el centro.
Si el PD se atreve a esto, rápido, no más tarde de la próxima semana, no todo está perdido. Hasta noviembre hay margen. Cuatro meses en política son una eternidad.
Thomas Matthew Crooks falló en su intento de asesinar a Trump. Mató a Corey Comperatore, un bombero voluntario de 50 años e hirió de gravedad a David Dutch, de 57, y James Copenhaver, de 54. La viuda de la víctima, Helen Comperatore, dijo al New York Post el lunes que Joe Biden en persona había intentado hablar con ella, pero que lo había rechazado porque su marido “era un ferviente republicano, y no habría querido que hablara con él”. Añadió que no responsabilizaba a Biden por lo ocurrido: “No guardo ningún rencor hacia Joe Biden. No soy una persona que se implique en política. Apoyo a Trump, voy a votar por él, pero no albergo ningún rencor contra Biden”. “Joe Biden no le ha hecho nada a mi marido, ha sido un despreciable joven de 20 años”, dijo.
Una campaña de GoFundMe “autorizada por Trump” y puesta en marcha por Meredith O’Rourke, principal tesorera del equipo electoral del candidato republicano ha recaudado más de cuatro millones de dólares para las víctimas de Crooks.
Otra semejante ha conseguido ya más de un millón de dólares para la familia de Comperatore, que sin embargo según su viuda no ha tenido noticias de Trump. Aun así insistió en que Biden no sería bienvenido en su casa.
Es posible que esto explique casi todo lo que ocurre en EEUU.
Hasta hace un par de días lo único que unía a las múltiples facciones que conforman el Partido Demócrata y a sus bases era Trump. Consumado el fracaso de 2016, en parte por la dejadez y displicencia de la élite estratega del partido, en parte por la altanería de una candidata, Hillary Clinton, odiada...
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Diego E. Barros
Estudió Periodismo y Filología Hispánica. En su currículum pone que tiene un doctorado en Literatura Comparada. Es profesor de Literatura Comparada en Saint Xavier University, Chicago.
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