Análisis
Biden se aparta, es un nuevo día en Estados Unidos
Todos se preguntan si el Partido Demócrata conseguirá crear una nueva Kamala Harris que deje atrás la imagen de cubo de plástico. Puede que América esté lista para hacer presidenta a la hija de dos académicos marxistas
Diego E. Barros 22/07/2024
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“Ha sido el mayor honor de mi vida servir como vuestro presidente. Aunque era mi intención buscar la reelección, creo que en el mejor interés para mi partido y la nación he de renunciar [a la candidatura] y centrarme en mi deber como presidente por lo que resta de la legislatura”.
El comunicado más esperado llegó finalmente el domingo 21 de julio poco antes del mediodía, hora de Washington. Escondido en el cuarto párrafo de una carta que empezaba con un “A mis compatriotas”, Joe Biden, todavía presidente de los EE UU y hasta ayer candidato del Partido Demócrata a la reelección tiraba la toalla. Tras 24 días de vértigo que habían comenzado con su desastrosa actuación en el debate de candidatos a finales de junio, y habían sido coronados con el intento de asesinato sufrido por su rival Donald Trump, Biden cedía a las voces –y la presión–, cada vez más pública y evidente, que le pedían, casi suplicaban, que se echara a un lado. En el comunicado había sin embargo un silencio. No hacía referencia alguna a su posible sucesor/a al frente de la candidatura demócrata mientras que aseguraba que terminaría la legislatura –su presidencia acabará en el mismo momento que se produzca el juramento de su sucesor, en enero de 2025–. Agradecía a Kamala Harris su labor como compañera de campaña y actual vicepresidenta, pero dejaba suficiente espacio para la especulación. Pocos minutos después, en su propia cuenta oficial de X, se encargó de disipar cualquier duda: “Hoy quiero ofrecer mi total apoyo a Kamala [Harris] para que encabece la nominación de nuestro partido este año. Demócratas, es el momento de unirnos y derrotar a Trump. Hagámoslo”.
Biden emplazó a los estadounidenses a una comparecencia pública a finales de esta semana.
Harris tardó dos horas en pronunciarse aun sabedora de que todas las miradas están en su persona. También por medio de sus redes sociales, la vicepresidenta agradeció las palabras de Biden: “Me siento honrada de contar con el respaldo del presidente y mi intención es ganar esta nominación. (...) Haré todo lo que esté a mi alcance para unir al Partido Demócrata –y unir a nuestra nación–, así como para derrotar a Donald Trump y su agenda extrema. Tenemos 107 días hasta la jornada electoral. Juntos lucharemos. Y juntos ganaremos”.
Desde el bando republicano tampoco se hicieron esperar las reacciones, estas más previsibles. Trump aseguró en la CNN que derrotar a Harris sería “más fácil” que hacerlo con Biden. Por su parte, JD Vance, candidato republicano a vicepresidente, no escatimó en su ataque a la aún vicepresidenta: “Joe Biden ha sido el peor presidente en mi vida y Kamala Harris ha estado a su lado en cada momento.” En poco tiempo las voces más autorizadas del Partido Republicano comenzaron a enardecer sus ataques a Biden llegando incluso a exigir su dimisión. Mike Johnson, presidente de la Cámara de Representantes (House of Representatives), señaló que “si Joe Biden no es apto para presentarse a presidente, tampoco lo es para ser presidente. Debe dimitir de su cargo inmediatamente. El 5 de noviembre no puede llegar lo suficientemente pronto”. Una reclamación a la que también se unió el ahora delfín de Trump.
Las bondades de la macroeconomía todavía no son percibidas por el gran público, que sufre los altos precios de la gasolina y unos salarios que siguen sin recuperarse
“En los últimos tres años y medio hemos hecho grandes progresos como nación”, empezaba la misiva de Biden en un intento de resumir algunos de sus logros: la economía estadounidense, asegura, es “la más fuerte del mundo”; bajo su mandato consiguió bajar el precio de los medicamentos y aumentar las prestaciones sanitarias. Pudo aprobar la primera ley para el control de armas en treinta años y colocó en el Tribunal Supremo a la primera mujer afroamericana de su historia. Nada de todo eso fue suficiente para que los suyos aflojaran la presión ejercida desde el debate para forzar su renuncia, en vista de que las encuestas daban una victoria de Trump en las urnas con un temor mayor: abortar toda posibilidad de recuperar la Cámara y perder, incluso, la exigua mayoría en el Senado.
En el debe del presidente hay que situar otras cosas. Biden ha sido incapaz de cumplir su principal promesa de hace cuatro años, acabar con el trumpismo. Tampoco salvaguardar el derecho a la interrupción del embarazo, hoy proscrito y perseguido en algunos estados tras la decisión del Tribunal Supremo de tumbar Roe v. Wade. Mucho menos plantar cara al ultraconservador máximo órgano judicial del país, el principal legado de Trump y sobre el que ha cimentado su vuelta. El presidente podría haber optado por “ir a la guerra” contra la Corte amenazando con incrementar el número de sus miembros en un intento de buscar un mayor equilibrio ideológico. Hay precedentes (FDR), pero timorato y débil ni siquiera lo buscó. Tampoco ha hecho nada para aplacar la ofensiva republicana contra el voto en algunos estados del Sur. Ni la llamada “guerra cultural” en el centro de la narrativa republicana. Por último, las bondades de la gran economía todavía no son percibidas por el gran público que sufre los altos precios de la gasolina y unos salarios que siguen sin recuperarse.
Biden se ha mostrado incapaz de detener, siquiera amonestar, a un Estado, el de Israel, que lleva desde el pasado octubre cometiendo actos de genocidio en Gaza
Harina de otro costal es la política internacional. Se comió el sapo de la retirada de las tropas de Afganistán y no le quedó más remedio que volver a entregar el país a los talibán con el coste que para los derechos humanos, especialmente para las mujeres afganas, ha tenido la decisión. No ha hecho otra cosa que sostener, a duras penas, el esfuerzo bélico de una Ucrania invadida por Rusia. Y, sobre todo, se ha mostrado incapaz de detener, siquiera amonestar, a un Estado, el de Israel, que lleva desde el pasado octubre cometiendo actos de genocidio en Gaza en directo y televisados sin que nadie mueva un dedo. Su reacción a las protestas por la complicidad con la masacre en algunas universidades ha sido una dura represión. Para mayor vergüenza, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, será recibido en el Capitolio este mismo miércoles.
La carta de este domingo llegó con cierta sorpresa. Si bien en las últimas horas arreciaron los rumores sobre una renuncia este mismo domingo, hace unos días se decía que Biden prefería posponer su decisión a la visita de Netanyahu. No fue así y su decisión abre un nuevo periodo de incertidumbre de consecuencias imprevisibles para Estados Unidos y el propio Partido Demócrata. También pone fin a casi cuatro semanas de dudas sobre sus aptitudes físicas y mentales para continuar cuatro años más en la Casa Blanca, un suplicio que un político con la mochila y experiencia de Biden no merecía. Días en los que, en público y en privado, se sucedieron las presiones y palabras (a veces humillantes) de donantes, estrategas, analistas, medios de comunicación, senadores, congresistas, incluyendo sus líderes en ambas Cámaras, Chuck Schumer y Hakeem Jeffries. También de figuras tutelares del Partido Demócrata como Nancy Pelosi o el expresidente Barack Obama.
Un ticket para unirlos a todos
Precisamente estos dos últimos evitaron imitar a Biden y guardan silencio sobre un posible apoyo a Kamala Harris en la carrera que se mantiene abierta para cerrar una candidatura demócrata de ciertas garantías de cara a noviembre; y cuanto antes mejor para aprovechar el radical cambio en la agenda política que la decisión de Biden ha generado.
Hay dos fechas claves: el 7 de agosto es el último día para que los nombres de los candidatos sean oficializados en el estado de Ohio, el primero de los territorios en certificar este trámite. La segunda es el 19 de agosto, día en el que da comienzo la Convención Nacional Demócrata en Chicago. Aunque quedan poco más de cien días para las elecciones, el 5 de noviembre, el voto anticipado comienza en algunos estados ya en el mes de septiembre.
Ahora mismo hay dos opciones encima de la mesa de los demócratas. La primera es seguir la indicación de Biden y coronar a Kamala Harris como candidata para centrarse en cerrar, cuanto antes, el ticket. Y arrecia el baile de nombres.
Hasta 26 de los 51 senadores demócratas habían declarado públicamente su apoyo a una candidatura encabezada por la vicepresidenta
Esta es la opción preferida, a priori, por todos. El domingo el partido y alrededores entraron en ebullición y hubo peleas por ser el primero en subirse al carro de Harris. Hasta 26 de los 51 senadores demócratas habían declarado públicamente su apoyo a una candidatura encabezada por la vicepresidenta. Las 50 oficinas estatales del Partido Demócrata anunciaron su apoyo a la candidatura presidencial de Harris, haciendo todavía más difícil la posibilidad de un candidato alternativo. Entre los nombres que estaban en las quinielas de unas miniprimarias, el primero en autoexcluirse fue el gobernador de California Gavin Newsom, que se declaró partidario de Harris. Newsom, del mismo estado que la vicepresidenta, tampoco podría ser candidato a vicepresidente. Sí podría serlo Pete Buttigieg, actual Secretario de Transportes, que en las primarias de 2020 vapuleó a Harris. Buttigieg, del Midwest, inteligente, joven y al que todos auguran un futuro prometedor, también se sumó a la candidatura de Harris, sabedor de que como mucho, sus posibilidades (pocas) ahora solo pasan por ser un hipotético número dos.
Lo importante es que ayer ya comenzó a fluir el dinero incluyendo a los donantes demócratas de Wall Street. Si Harris es finalmente la elegida podría contar con el dinero ya recogido por Biden al ser parte de su campaña. En cualquier caso, los grupos de acción política pro demócratas han puesto ya la maquinaria en marcha con anuncios –“Kamala Harris Para América”–, en apoyo a la candidatura presidencial de la vicepresidenta destinados a incentivar el voto demócrata joven, que ya fue crucial en 2020 y volverá a serlo ahora. Solo unas horas después de la decisión de Biden, Act-Blue, la mayor plataforma de recaudación de fondos del Partido Demócrata había recaudado más de 27 millones de dólares dejando claro que el presidente había movido el avispero: en el mismo periodo de tiempo, el sábado, las donaciones solo habían alcanzado una décima parte de esa cifra, apenas 2,7 millones.
Unas horas después de la decisión de Biden, Act-Blue, la mayor plataforma de recaudación de fondos del Partido Demócrata había recibido más de 27 millones de dólares
Tras asegurarse el apoyo de Biden y de importantes figuras fuera y dentro del Capitolio, Harris es la indiscutible favorita. Obama sigue en silencio –olviden las especulaciones sobre una posible entrada en juego de su mujer Michelle–. En realidad estas nunca han pasado de ensoñaciones de los encantados con el universo Obama. Tampoco la gran muñidora en la sombra de la renuncia de Biden, Nancy Pelosi, se ha subido al carro de Harris. Todavía.
Pelosi, que más sabe por vieja que por diablesa, trata de evitar a toda costa que una designación exprés de Harris como sucesora pueda parecer una “coronación”. Mantener su silencio aviva, por un tiempo, la incertidumbre y la fantasía de que haya algún demócrata con la ambición –quizás la temeridad–, suficiente para presentar una alternativa a la vicepresidenta que deje la situación abierta unas semanas más. A última hora de ayer se decía que el senador por West Virginia independiente y exdemócrata, Joe Manchin, estaba barajando volver a registrarse en el partido para explorar su propia candidatura. Manchin, un moderado, a veces demasiado conservador, en un estado cruzado por los Apalaches y castigado como pocos por la muerte de la gran industria pesada y la epidemia de opiáceos, ha sido una pesadilla para el ala más progresista del PD.
Dudo que este Partido Demócrata pueda permitirse nada parecido a unas primarias en este momento. Y aunque la “sucesión a dedo” quede poco decorosa, dudo que los demócratas, y sus bases, puedan aguantar una sucesión de escaramuzas en prime time, en lugar de un frente unido y firme que desde ya se ponga a trabajar en la coalición arcoíris que hizo posible la derrota de Trump hace cuatro años. Precisamente Alexandria Ocasio-Cortez alertó hace unos días del peligro de una convención abierta. La que es una de las figuras más prominentes de la llamada “ala progresista” del partido no esconde sus simpatías por Biden al que respeta por su condición “pro-sindical” y con quien ha sabido entenderse estos cuatro años. El presidente dio cariño a los denominados izquierdistas. Su relación con Kamala Harris dista mucho de ser igual de fluida pero sin embargo también se sumó a su candidatura. No lo había hecho, mientras escribo estas líneas, el senador Bernie Sanders.
La elección de Shapiro como compañero de Kamala Harris parece la más lógica (y conservadora). Más arriesgada y lanzada al ataque sería la apuesta por Buttigieg
Además de los líderes demócratas en ambas Cámaras, Hakeem Jeffries y Chuck Schumer, entre los que también guardaban silencio se encontraban Gretchen Whitmer, gobernadora de Michigan, quien estaba en las quinielas como hipotética rival de Harris y que salvo sorpresa no será su número dos. Un ticket no con una sino dos mujeres se antoja difícil incluso para este Partido Demócrata. Tampoco había hablado Andy Beshear, gobernador de Kentucky y que en los últimos días se ha subido a la ola de posibles candidatos a vicepresidente, al igual que Josh Shapiro, gobernador de Pennsylvania y que sí que mostró su apoyo a Harris.
Más allá del escrutinio del que está siendo objeto –Trump sufrió el atentado en su estado–, la elección de Shapiro como compañero de Kamala Harris parece la más lógica (y conservadora). Con el tándem republicano apuntando a la clave del Midwest, de ahí la presencia de Vance en el lado republicano, Shapiro, que gobierna uno de los estados bisagra en noviembre, está en buena posición y ya hay incluso encuestas que apuntan a que una hipotética campaña conjunta con Harris podría derrotar a Trump. Más arriesgada y lanzada descaradamente al ataque sería la apuesta por Buttigieg, también de un estado del Midwest, Indiana, que aunque seguro para los republicanos, podría rascar votos en otras zonas del país.
Y ahora qué
Más allá de las fantasías alucinatorias de gente como Aaron Sorkin, el tipo que más daño le ha hecho a la política desde su atalaya ficcional, pase lo que pase en los próximos días el Partido Demócrata ha conseguido apuntarse un primer tanto y no precisamente menor: un cambio de agenda pública. Nadie, o casi nadie, habla ya del atentado contra Trump. Se vienen horas y días de conversación sobre una candidatura demócrata que, como mínimo, ha inyectado una dosis de optimismo entre sus bases. Al menos aquellas concentradas en derrotar a Trump en noviembre cueste lo que cueste y alejadas del purismo más izquierdista.
Se trata ahora de olvidar las cuitas del candidato octogenario, ahora solo en el lado republicano. Y cambiar la narrativa. Insuflar positividad en una campaña que hasta el momento ha sido incapaz de superar el horizonte apocalíptico. “El fin de la democracia” a todas horas desde 2020 en un país optimista como los EEUU tiene un recorrido limitado y daba ya signos de agotamiento. Incluso de reivindicar algunos de los logros de la presidencia de Biden, que los tiene, especialmente a nivel macroeconómico.
Harris cometió errores, algunos groseros, como cuando se fue a la frontera a decir a los inmigrantes “no vengan”
Harris dista mucho de ser la candidata perfecta. Incluso la deseada. Pero es lo que hay. Biden la nombró segunda de a bordo en las elecciones de 2020. A nadie se le escapaba que su elección tuvo una alta carga de simbolismo: la primera mujer y la primera persona negra y de ascendencia asiática en la vicepresidencia de EEUU. También estaba su edad. Harris tiene 59 años, y Biden se presentó hace cuatro años como un “puente” hacia el relevo generacional en un partido cuyas principales voces directivas parecen salidas de una reunión del Politburó del Partido Comunista de la Unión Soviética de los 70 y 80. Sin embargo algo ocurrió en estos tres años y medio. Harris cometió errores, algunos groseros, como cuando se fue a la frontera a decir a los inmigrantes “no vengan”. El optimismo y excitación que despertó su candidatura hace cuatro años se evaporó. Sus rivales la consideran izquierdista, intolerablemente woke y demasiado débil. Las dos primeras acusaciones son rotundamente falsas, la tercera era cierta hasta ahora. La primera vez que Estados Unidos se vio en la tesitura de escoger a una mujer como inquilina de la Casa Blanca, Hillary Clinton en 2016, prefirió optar por el sociópata de tez naranja. Hoy la amenaza de su regreso es más fuerte que nunca en los últimos cuatro años.
Mientras, todos se preguntan si el PD y su círculo de influencia conseguirán crear una nueva Kamala Harris que deje atrás la imagen de cubo de plástico con la que era demasiado fácil asociarla por su falta de carisma. Se preguntan si quien fue capaz de erigirse como fiscal general de California (por cierto con un récord bastante duro), y después senadora, será ahora capaz de echarse a los hombros un país y, sobre todo, a unos votantes demócratas, necesitados de cierta esperanza. Puede que América esté ahora lista para hacer presidenta a la hija de dos académicos marxistas –podrían ser dos si finalmente Buttigieg resultara el escogido como compañero–.
A la espera de que las incógnitas se desvelen, los americanos saben desde ayer que por primera vez desde 1976 no habrá en las papeletas presidenciales un Biden, un Clinton o un Bush. El tiempo de las dinastías parece haberse cerrado.
Joe Biden se ha echado a un lado y una vez más es un nuevo día en América.
“Ha sido el mayor honor de mi vida servir como vuestro presidente. Aunque era mi intención buscar la reelección, creo que en el mejor interés para mi partido y la nación he de renunciar [a la candidatura] y centrarme en mi deber como presidente por lo que resta de la legislatura”.
El
Autor >
Diego E. Barros
Estudió Periodismo y Filología Hispánica. En su currículum pone que tiene un doctorado en Literatura Comparada. Es profesor de Literatura Comparada en Saint Xavier University, Chicago.
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