La colmena de cristal
Salario emocional
Anda que no hay que ser capullo para oír esto y que no te estalle la boca a carcajadas
Ignacio Echevarría 29/08/2024
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20.06.24
Leo con desagrado la reseña que Nadal Suau dedica en Babelia a la última novela de Juan Manuel de Prada, La ciudad sin luz (Espasa), primera entrega de un novelón que tendrá, al parecer, continuación y cuyo título general es Mil ojos esconde la noche. El desagrado me lo produce la necesidad que siente Suau de hacer notorios los escrúpulos que le produce confesar que ha disfrutado con una novela escrita por un autor de caracterizado perfil conservador, columnista del ABC y de El Mundo, tertuliano de la COPE, verso libre de eso que su maestro Francisco Umbral llamaba “derechona” española; un escritor que hace gala, desinhibida y no pocas veces valientemente, de un linaje ideológico, moral y estético digamos que poco prestigioso. Las contorsiones retóricas que hace Suau para aplaudir la novela de De Prada sin malquistarse con un imaginario lector políticamente correcto me resultan penosas, y desde el punto de vista de mi idea de cómo debe comportarse un crítico, decepcionantes.
En su reseña, Suau remite a un extenso artículo de Santiago Alba Rico en Público, dedicado también a la novela de De Prada. Haciendo gala de todavía más escrúpulos que Suau a la hora de valorar positivamente el libro, Alba eleva la apuesta y no sólo introduce toda suerte de lamentables cláusulas atenuantes de las eventuales suspicacias que pudiera producir su juicio favorable –pensando él también en un imaginario lector políticamente correcto–, sino que aprovecha la ocasión para impartir un sorprendente sermón.
La retórica desplegada por Alba es inopinada: “¿Desde dónde leemos hoy una novela? ¿Qué es para nosotros, lectores voraces del siglo XXI, la literatura? Costó un largo esfuerzo histórico, de obra y de crítica, que se aceptase la política (‘ese pistoletazo en medio de un concierto’, según Stendhal) como legítimo objeto literario. Hoy, al contrario, parece difícil sacarla de sus entrañas; necesitamos cada vez más reconocer en los libros una constelación identitaria compartida, un mensaje claro acorde con los valores que defendemos en el mundo real. Pero eso no es literatura. La perfidia, la mala leche, el rencor, el odio, la crueldad son objetos literarios tan legítimos como el amor o la revolución; el placer de golpear indiscriminadamente el mundo hasta el esperpento forma parte inalienable de una de nuestras tradiciones literarias más fecundas y decisivas. De una novela no deberíamos poder decir nunca si es de izquierdas o de derechas, feminista o no, ecologista o menos; solo si es buena o mala. Como he dicho otras veces, la literatura no consiste en un combate contra el mal; consiste en un combate contra la mala literatura. Cuando leemos o escribimos tenemos que defender, sí, la buena literatura, y no la verdad o el bien, porque solo la buena literatura dice más cosas de las que quiere decir el autor y cosas también distintas de las que quiere oír el lector: entre ellas, a veces, la verdad y el bien”.
¿De qué demonios está hablando Alba? Si ha disfrutado leyendo las 800 páginas de La ciudad sin luz no tiene más que decirlo y explicar sus razones, contar y compartir su disfrute, como no deja de hacer en algunos pasajes de su artículo. Sin pedir perdón, sin exhibir triunfantemente su apurado forcejeo contra sus propios prejuicios, sin dar lecciones a ese “lector ideal” que él mismo dice representar a sus propios ojos.
Todo buen ciudadano lleva dentro a un fascista queriéndose escapar. No hay más que observarse a uno mismo en según que situaciones
Me pregunto si el carácter vergonzante de estas dos valoraciones de la novela de De Prada no constituye –con independencia de que la novela sea o no tan buena como pretenden– un indicio flagrante de los complejos de una crítica cada vez más desorientada –y desarmada– acerca del papel que pudiera adoptar en el escenario de la cada vez más enconada batalla cultural en la que, querámoslo o no, nos hallamos todos inmersos.
22.06.24
Alguien dijo –nunca he sabido con certeza quién– que todo hombre gordo lleva dentro a un hombre flaco queriéndose escapar. Me permito versionar este aserto de la siguiente manera: todo buen ciudadano lleva dentro a un fascista queriéndose escapar. No hay más que observarse a uno mismo en según que situaciones, reaccionando según cómo. Se me ha ocurrido pensar en esto al recibir de una amiga la siguiente cita, entresacada, al parecer, de una entrevista que le hiciera Natalie Ginzburg a Federico Fellini. Tratando de documentar la cita, veo que alguien la exhumaría recientemente en Instagram o cualquier otra red social, de ahí que, de un tiempo a esta parte, haya circulado mucho sin que me haya sido posible acreditar su fuente original. ¿Será apócrifa? Da lo mismo, ahí va: “El fascismo siempre nace de un espíritu provincial, de una falta de conocimiento de los problemas reales y del rechazo de las personas, ya sea por pereza, prejuicio, avaricia o ignorancia, para dar un significado más profundo a sus vidas. Aún peor, se jactan de su ignorancia y buscan el éxito para ellos mismos o para su grupo a través de la presunción, afirmaciones sin fundamentos y una falsa exhibición de buenas cualidades, en lugar de apelar a la verdadera capacidad, experiencia o reflexión cultural. El fascismo no puede ser combatido si no reconocemos que es simplemente el lado estúpido, patético y frustrado de nosotros mismos del cual debemos avergonzar”.
26.06.24
Presento en Barcelona la última novela de Rafael Gumucio, Los parientes pobres (Literatura Random House). Trato de establecer con Rafael algo parecido a una conversación, pero una vez más –pues no es la primera vez que los dos nos vemos en esta situación– él se salta a la torera mi esforzado interrogatorio y se derrama en uno de sus interminables y desopilantes monólogos acerca de su familia. De Rafael Gumucio y Rodrigo Fresán siempre digo que comparten una peculiaridad: de todo lo que cuentan en sus libros, lo más disparatado e inverosímil es siempre lo que se ajusta más estrictamente a la realidad. ¡Así cualquiera! Hablando de su abuelo materno, protagonista principal de su novela, Gumucio dice que escribió varios libros, a cuál más insensato, entre ellos uno titulado, al parecer, La jaula por dentro. Qué título estupendo. Me recuerda al que quizá sea uno de los apuntes o aforismos más certeros y profundos que he leído nunca. Es de Paul Valéry, y reza: “El hombre es el único animal encerrado por la parte de afuera de su jaula”.
Paul Valéry: “El hombre es el único animal encerrado por la parte de afuera de su jaula”
30.06.24
“Es una convención de la literatura moderna, y de la cháchara de bustos parlantes e intelectuales públicos, el proyectar lo que se nos dice como tendencias emergentes de un futuro en el que el declive cultural, intelectual, moral y económico tocará fondo, más o menos. Por alguna razón, este tipo de comentarios siempre parecen valientes y profundos. Los detalles al respecto de este futuro abisal son vagos –Gran Bretaña dejará de ser Gran Bretaña, América dejará de ser América, Francia dejará de ser Francia, y así sucesivamente, dependiendo de qué país sea el centro del sombrío porvenir spengleriano. La literatura más antigua del pesimismo radical puede leerse como una profecía. Por descontado, esas tres sociedades han cambiado profundamente en los últimos cien años, y también en los últimos cincuenta, y son pocos con un mínimo conocimiento de la historia los que reconocerían lamentar el cambio. Lo que se invoca es la noción de una preciosa e innombrable esencia, natural para algunos, que formaría el tuétano de sus huesos, de hecho. Siguiendo esta perspectiva, los otros, tanto si quieren como si no, son incapaces de comprenderla o valorarla, y por tanto suponen una amenaza” (Marilynne Robinson, “¿Qué hacemos aquí?”, conferencia dictada en julio de 2015 y recogida en el volumen de ensayos titulado asimismo ¿Qué hacemos aquí?, trad. de Vicente Campos, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2020).
03.07.24
La editorial Acantilado ha recibido el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural. Con este motivo, Jordi Amat hace en El País un encomio del sello. El titular de la pieza no puede ser más grandilocuente: “Europa resiste en el Acantilado”. Y comienza con una desafortunada afirmación: “La publicación en 2001 de las memorias El mundo de ayer [de Stefan Zweig] funcionaría como la mejor carta de presentación del proyecto que pretendía ser y sigue siendo Acantilado”. Sin duda es cierto que los libros de Stefan Zweig, empezando por sus memorias, han contribuido al éxito y la bonanza de Acantilado. Pero conviene recordar que la inmensa mayoría de los libros de este autor publicados por la editorial ya contaban con ediciones españolas desde muchos años atrás. Tanto sus biografías, como sus ensayos, como sus novelas y, por supuesto, sus memorias figuraban en el catálogo de la editorial Juventud de Barcelona, que ya por los años 50 había publicado las obras completas de este autor, cuya popularidad nunca ha mermado. Jaume Vallcorba tuvo la astucia y el talento de recuperarlo y de represtigiarlo –como hiciera también con Simenon, publicado también con anterioridad–, pero pretender que esta iniciativa sea “la mejor carta de presentación” de un proyecto como Acantilado supone rebajar mucho la singularidad de ese proyecto. No dejan de resultar sorprendentes, por otro lado, tanto el éxito casi unánime de que goza hoy Zweig como la representatividad que se le atribuye. Se trata de un escritor apreciable pero sin duda menor, tanto más en un escenario de gigantes como el que le correspondió compartir. Zweig fue un divulgador talentoso y eficaz, sin duda, y un hombre apasionadamente entregado a la causa de Europa en unos tiempos en que ésta se desmoronaba a ojos vista. Su suicidio imprimió un giro trágico a una trayectoria llena de triunfos. Pero la obra de Zweig debería servir, una vez disfrutada, de puerta de entrada a una literatura y a una cultura cuyos logros –como bien certifica el catálogo de Acantilado, sin ir más lejos– se sitúan a una altura indeciblemente superior a la que él mismo llegó a alcanzar aun en sus libros más afortunados.
Nos hemos acostumbrado a que los líderes políticos o de cualquier otra especie se presenten al público sobre un fondo de seguidores y correligionarios
05.07.24
Leo en eldiario.es este titular: “El lobby del turismo se opone a reducir la jornada laboral y propone mejorar el ‘salario emocional’”. Es la primera vez que oigo esto de “salario emocional”. Intrigado, trato de informarme, y el primer lugar al que me direcciona Google es una página del banco Santander, nada menos, que explica qué es esto del salario emocional y cuáles son sus beneficios. No se lo pierdan. Era lo que nos faltaba. Anda que no hay que ser capullo para hablar de eso, del “salario emocional”, y que no te estalle la boca a carcajadas.
12.07.24
Nos hemos acostumbrado a que, tanto en mítines como en comparecencias públicas, los líderes políticos o de cualquier otra especie se presenten al público sobre un fondo de seguidores y correligionarios. Por grotesca que resulte –¿qué hace toda esa gente a las espaldas del líder que han ido a aplaudir?–, la escena se ha vuelto tan común que ya no choca a casi nadie. Pero soy lo bastante viejo como para recordar unos tiempos en que algo así resultaba insólito. De hecho, estoy casi seguro de que las primeras veces en que, al menos en España, se escenificó una comparecencia pública de esta manera fue en Euskadi, en los tiempos en que ETA estaba todavía activa. Juraría que fueron los etarras y los abertzales los primeros en presentarse en público en forma de equipo, con los compañeros atrás, haciendo compañía, escoltando a los portavoces. Poco a poco el uso se extendió a toda la clase política. Y hoy es de curso común, en todos los países, en cualquier circunstancia. La imagen del líder, o del poliburó, o del comité de empresa, o de los portavoces de quien sea, se ofrece con su propio público incorporado. No son necesarios los contraplanos para certificar el aplauso, la aprobación, el entusiasmo. El público contempla su propio reflejo en el espejo y aprende en él a comportarse. Como extras en una película. Haciendo de eso mismo: de público. Representándose a sí mismo. Aplaudiéndose a sí mismo.
25.07.24
Leo estos días –¡a buenas horas!– El cuaderno dorado, de Doris Lessing. Publicada hace ya más de medio siglo, en 1962, la novela se resiente del paso del tiempo, también en el aspecto formal, en el que tanto se juega. Pese a lo cual la leo con mucho interés y bastante provecho. Sorprende lo muchísimo que han envejecido todos los pasajes dedicados a la militancia comunista de la protagonista. Todas esas consideraciones, todos esos escrúpulos, todas esas dudas deben de sonar, a oídos de un lector más joven que yo, como ruido de una cacharrería oxidada. Pienso en algunas grandes novelas del XIX, como Rojo y negro, como El crimen del padre Amaro o como La Regenta, con sus revuelos de sotanas, con sus cuitas de confesionario, con sus problemas de conciencia. Todo eso que las hace extrañas y a menudo ininteligibles para un lector actual. Me digo que algo parecido puede ocurrirle a ese mismo lector con El cuaderno dorado. Y me pregunto hasta qué punto el conservar o no la fe que zozobra en esas páginas, el guardar o no memoria de ella y de sus temblores, determinará decisivamente el modo de comprenderlas y de disfrutarlas.
Significativamente, y pese al importante desplazamiento de coordenadas que también se ha operado en este ámbito, la novela apenas ha envejecido en lo que respecta a otro asunto principal de su contenido: la experiencia de las primeras generaciones de mujeres que, una vez superada la que cabría considerar etapa “heroica” del movimiento por la igualdad de los sexos, se enfrentaron a la dura intemperie del terreno recién conquistado. Se lo dice Anna Wulf, la protagonista de la novela, a su psicoanalista en el transcurso de una sustancial conversación. Anna habla de su determinación de “caminar sola” y, frente a la mirada escéptica de su interlocutora, añade: “Sí, eso es, pues estoy convencida de que hay zonas enteras de mi persona hechas con un tipo de experiencia que las mujeres nunca han tenido antes…”. Para apostillar enseguida: “No, no sonría aún… Creo que estoy viviendo un tipo de vida que las mujeres todavía no han vivido nunca. Puedo asegurárselo…”. Sin duda el empeño en documentar ese nuevo tipo de vida constituye todavía el principal atractivo de El cuaderno dorado, que a este respecto procura una interesante arqueología de los cambios que no han dejado de producirse entretanto en las relaciones entre hombres y mujeres.
Supongo que mi escasa afición a los deportes me hace especialmente sensible, cuando no alérgico, a la cursilería tan característica de los periodistas deportivos
04.08.24
Supongo que mi escasa afición a los deportes me hace especialmente sensible, cuando no alérgico, a la cursilería tan característica de los periodistas deportivos. Hace unos años se puso de moda hablar todo el tiempo de la inmortalidad. Guardiola era “inmortal”. El Barça era “inmortal”. Perico de los Palotes, que había hecho un buen lanzamiento de jabalina, era asimismo “inmortal”. En estas Olimpiadas, pero ya desde meses antes, el vocablo de moda es “infinito”. Hoy mismo, tras la derrota de Alcaraz: “Alcaraz sucumbe ante un Djokovic infinito”, “Djokovic es infinito: gana los Juegos y ya tiene todos los títulos posibles”… Poco antes: “Nadal extiende en París su amor infinito”… Y así, hasta el infinito. Qué manía.
08.08.24
¡Puigdemont se ha escabullido! Ja ja. Y los Mossos d’Esquadra ponen en marcha la Operación Jaula. Se me ocurre versionar el apunte de Paul Valéry que anoté el pasado 26 de junio: “Puigdemont es el único preso del procés encerrado en la parte de afuera de su cárcel”. Bueno, en realidad no es el único, pero igual vale. Ya puestos, recuerdo otro famoso aforismo de Kafka, éste relativo a los Mossos: “Una jaula salió en busca de un pájaro”.
10.08.24
“La incomodidad que suele acompañar a la desnudez depende de la conciencia de nuestra indefensa blancura, que ha perdido hace mucho tiempo toda relación con los colores del mundo circundante y por esta razón se encuentra en disonancia artificial con él. Pero el efecto del sol remedia esta deficiencia, nos hace iguales a la naturaleza en nuestro derecho a la desnudez, y el cuerpo bronceado ya no siente vergüenza. Todo esto parece arrancado de un folleto nudista, pero la propia verdad no tiene la culpa si coincide con la verdad que un pobre sujeto ha pedido prestada” (Vladimir Nabokov, La dádiva, 1952).
12.08.24
Aaya nació en Iraq
pues fue muy fácil el parto de mi madre
que tuvo cesárea y estaba nerviosa.
A los 3 años me hice foto con mi familia y
a los 6 fui al cole.
Yo era positiva, ordenada y feliz.
A los 9 años me rompí una pierna.
Y a los 12 años me pilló la guerra.
Tuve que ir a Suecia
cuando dejé a mi padre en Iraq.
Aprendí a nadar un poco, que la
vida no es sólo amor y que hay diablos.
Mis amores: María, Ana, padres, hermanos,
Carmen, amigos, Yara, Iraq, España,
el cole, el mundo, la vida
y quiero paz, mi padre,
pasaporte de España.
14.08.24
A vueltas con el bronceado, recuerdo lo que, al hilo de sendos textos de Sánchez Ferlosio y de Adorno, escribí hace ya sus buenos años en esta columna. “Tener la piel blanca fue durante siglos indicio de solvencia, de una vida protegida de las inclemencias de la intemperie a la que estaban expuestas las clases trabajadoras. (Lo sigue siendo en países en que la blancura de la piel indica pertenencia a la raza dominadora.) A partir de un momento dado, sin embargo, conforme las clases trabajadoras ingresaron en masa en las fábricas y en las oficinas (proceso que no por casualidad coincidió con la nueva afición por los balnearios y las playas), pasó a ser la piel bronceada la que sugería tiempo libre y calidad de vida”. De donde la compulsiva tendencia a mostrarse morenos.
16.08.24
De los diarios de Adolfo Bioy Casares, mes de febrero de 1950: “La madre de Borges hablaba de la otra vida con una sirvienta. La sirvienta: ‘Es claro, la religión dice que hay otra vida. Pero no sabemos cómo es. (En un tono de esperanza:) Si una pudiera seguir trabajando’…”. He aquí formulada, en Buenos Aires y avant la lettre, la gran conquista del neoliberalismo triunfante, del que Milei es la caricatura grotesca: que “la otra vida” en que sueñan los trabajadores sea una en la que su trabajo, por mierda que sea, esté asegurado.
17.08.24
De nuevo una entrada de los diarios de Bioy, esta del mes de noviembre de 1949. Entre risas, Borges le cuenta a Bioy una conferencia en que el orador habría preguntado con ademán retórico: “¿Qué ocurriría en el mundo si no existiera el español?” A lo que el mismo orador habría respondido enseguida: “La gente tendría que hablar en otros idiomas”. Hay quienes parecen vivir aterrados ante esta hipotética eventualidad. ¿Se imagina usted lo que sería tener que hablar en otro idioma? Suerte que existe el español.
19.08.24
Interesante tribuna de Daniel Innerarity en El País acerca de la crisis de la democracia liberal. Me interesa sobre todo la idea de que “haya una fuerza expansiva del liberalismo que limita la democracia”. También eso de que “la celebración del formato actual de la democracia y su institucionalización” suele conllevar el rechazo a que ese formato se abra “a futuras configuraciones. El principal problema de la democracia lo constituye en la actualidad el fundamentalismo democrático, la tendencia a pensar que “el poder constituido es superior al poder constituyente”. Urge repensar la democracia, sus mecanismos de participación y de representatividad; la construcción entera de sus instituciones ha quedado, en buena medida, caducada. Debería ser una prioridad de la izquierda plantear propuestas que trasciendan y fecunden el engañoso universalismo que se esconde tras la premisa de “un hombre, un voto”. Hay que reformular, y dotar de un nuevo sentido de la responsabilidad y de la trascendencia que tiene, el concepto mismo de voto, rebajado en la actualidad al nivel de los likes con que los usuarios de las redes muestran su aprobación o rechazo a lo que sea, lo mismo un candidato que una crema solar.
24.08.24
En 1988 trabajaba yo en la editorial Tusquets y me correspondió ocuparme del último volumen de las memorias de Carlos Barral, Cuando las horas veloces. Con este motivo lo visité unas pocas veces en su casita de Calafell y en su domicilio de Barcelona. En una de esas ocasiones fui a verlo con Beatriz de Moura. Buscando un libro, los tres fuimos al cuarto que en la casa de Barral cumplía funciones de biblioteca y despacho. Sobre el sillón orejero en el que solía leer, había clavado, muy alto, un ajado póster de Che Guevara, esa icónica fotografía de Alberto Korda universalmente conocida. Beatriz, impertinente, la señaló con el dedo y preguntó: “¿Qué hace eso allí colgado? ¿Por qué no lo quitas?”. Con su irresistible sonrisa de viejo seductor Barral respondió: “¡Lleva tantos años allí! ¿Tú lo quitarías?”
27.08.24
Me entero por una columna de Sergi Pàmies en La Vanguardia de que “el día 18 de este mes David Trueba estrenó, en Movistar+, la película El hombre bueno. El 23 Fernando Trueba estrenó la película Isla perdida en los cines. El viernes 30 Jonás Trueba estrenará, también en cines, su película Volveréis”. ¿Podrá el cine español resistir tanto Trueba? ¿Y el espectador? Permanezcamos atentos.
20.06.24
Leo con desagrado la reseña que Nadal Suau dedica en Babelia a la última novela de Juan...
Autor >
Ignacio Echevarría
Es editor, crítico literario y articulista.
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