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campo literario

Desconfíen del narrador

De Constantino Bértolo como apologeta del rencor y maestro de la sospecha

Rubén A. Arribas 22/09/2024

<p>El editor Constantino Bértolo.</p>

El editor Constantino Bértolo.

Mariú Bértolo

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Constantino Bértolo ha publicado tanto, en tantos formatos y desde hace tanto tiempo que no es fácil tener completa la colección de cromos. Fiel a su espíritu de intervención y agitación en el campo literario –por leve que sea el influjo de la literatura hoy en el debate social–, el editor, crítico, poeta y agitador cultural gallego es autor de una vasta y diversa obra en forma de artículos, conferencias, seminarios o paratextos. Hasta hace poco, de hecho, parecía imposible aspirar a poder leer algo así como sus obras completas. Sin embargo, cada vez estamos más cerca de conseguirlo.

En los últimos tiempos hemos visto cómo llegaban a las librerías Miseria y gloria de la crítica literaria (Punto de Vista, 2022), Una poética editorial (Trama, 2022) o La crítica como combate (UDP, 2024). Si bien el primer título de esa trilogía es una reedición actualizada de El ojo crítico (1990), esta nueva versión incluye una punzante nota donde Bértolo reflexiona sobre cómo ha cambiado el mundo de la edición en las últimas tres décadas. En él retoma una de sus afirmaciones más provocativas: “Hoy la crítica se resume en la lista de libros más vendidos, por más que en literatura todavía subsisten nichos o círculos de mercado que venden elitismo, sensibilidad estética y distinción, donde la crítica asume el papel de consejero de consumo”. Estamos, como dice él, ante la crítica como coaching.

Los otros dos títulos mencionados funcionan como compilaciones de material de diversa índole otrora disperso y ahora reunido bajo sendos hilos conductores. Así, Una poética editorial recoge sus reflexiones sobre el funcionamiento del negocio del libro, las políticas sobre el fomento de la lectura o la llamada “edición sin editores” (en especial los grandes grupos, sostiene Bértolo, ya no buscan editores, sino jefes o jefas de compra de manuscritos). Entre sus ideas más polémicas, destaca esta: aunque la literatura lleva muerta muchos años, el cadáver goza de buena salud; no se inquiete nadie, por tanto, de la industria editorial, que hay negocio aún para rato.

Por su parte, La crítica como combate reúne casi una treintena de textos relacionados con la crítica como un modo de intervenir en la cultura como campo de batalla, y no como mera compañera publicitaria de los libros que se publican. Por eso, siguiendo la estela de Raymond Williams, Bértolo plantea que la crítica literaria comienza cuando uno se responde la siguiente pregunta: “¿Qué quiere este libro de nosotros?”. Más que como un compromiso con la literatura, Bértolo entiende la crítica como un ejercicio cívico, como un servicio a la comunidad, similar al de los bomberos, el personal médico o los guardias forestales.

Según él, está muy bien que la crítica evalúe la estructura, el ritmo interno, el estilo o el tipo de narrador en una obra, pero también debe actuar como garante de los sentidos que se construyen con las palabras en las ficciones, pues las palabras son un bien colectivo cuyo significado siempre está en disputa. Para Bértolo, la literatura no existe como burbuja aislada del mundo; al contrario, se produce, circula y consume en la sociedad, de cuya salud semántica hay que ocuparse y preocuparse. Cuidar de ella es menester de la crítica literaria.

Bértolo plantea que la crítica literaria comienza cuando se responde la siguiente pregunta: “¿Qué quiere este libro de nosotros?”

Troyanos en forma de avisos de lectura y rencor tuitero

Los tres títulos citados anteriormente vienen a unirse a otros dos ya publicados: Avisos de lectura (Caballo de Troya, 2014) y El sentido del rencor (Delirio, 2018). El primero recogía los mordaces y personalísimos textos que escribió para la contracubierta del más de centenar de libros que publicó mientras dirigió Caballo de Troya (2004-2014). A través de aquellos avisos de lectura, como los denominó él, más que contar el argumento o incurrir en los clichés del marketing editorial, Bértolo explicaba por qué había publicado el libro y consideraba que valía la pena leerlo. De paso, con su habitual tono socarrón y lúdico, daba su punto de vista sobre qué tipo de literatura le interesaba y por qué.

Así, el texto de contra de Unas vacaciones en la miseria de los demás (2004) de Julián Rodríguez arrancaba de este modo: “Este libro no cabe en una frase, y eso es mala cosa, me dice la responsable de marketing”. En el aviso de Mansos (2010), el debut de Roberto Enríquez (Bob Pop), se lee que Marx sostenía que “bajo el capitalismo el kilo de humillación se vendía barato”. Y para Los combatientes (2013), de Cristina Morales, el inicio del aviso decía así: “Amables clientas y clientes: Lo que más me gusta de esta novela es que no sabemos si es una novela, un manifiesto, un guion teatral, un panfleto, un libro de instrucciones o una carta de protesta que un joven indignado envía a otro joven indignado”.

En cuanto a El sentido del rencor, es un libro de pequeño formato –más bien formato pulga– que antologa la actividad tuitera de Bértolo y la entremezcla con fragmentos de artículos publicados en el blog Colectivo Todo a Zen y en el periódico Mundo Obrero. En general, los tuits pueden leerse como aforismos, algunos muy ilustrativos del pensamiento bertoliniano; por ejemplo, estos tres: “¿De dónde vendrá la estúpida y elitista necesidad de ser diferente?”, “¿Y qué estaremos haciendo tan mal como para que los ricos no tengan miedo de ser ricos?”, “El sueldo dice más que mil palabras”.

Pues bien, bajo esta inercia compiladora, y a falta de que alguna editorial se anime a reunir los dichos de Martín López de Navia –su heterónimo– o compilar los numerosos prólogos y textos para presentaciones que Bértolo ha escrito, recibimos en mayo Espía en país enemigo (La Uña Rota, 2024), que recoge los textos con que colaboró entre los años 1982 y 2000 con la mítica colección juvenil Tus Libros (Anaya). En total, son diecinueve apéndices para otras tantas novelas y dos textos de carácter introductorio: “Introducción a la novela de intriga y de terror” y “Una aproximación a la novela policíaca”. Todo ello escrito, insisto, pensando para quienes fuimos público juvenil a finales del siglo pasado, esto es, quienes hoy estamos entre los 40 y los 60.

Bértolo argumentaba contra quienes consideraban que la lectura era un acto solitario, una manera de aislarse del mundo con el único fin de entretenerse

Una colección juvenil como trampolín teórico

Cada quien tiene su historia con la colección “Tus Libros”. En mi caso, la conocí gracias a una biblioteca colectiva que nos invitó a organizar nuestra profesora de Lengua en 6.º de EGB. La idea era simple: cada uno aportaba un libro que hubiera leído y que tuviera por casa. Yo no recuerdo cuál saqué de mi estantería, pero sí que uno de mis compañeros, muy lector él, llevó La guerra de los botones de Louis Pergaud, con el que me reí muchísimo. Aunque en mi casa había muchas novelas, la mayoría eran infantiles o para adultos, así que aquel ejemplar de “Tus Libros” resultó una epifanía para mí.

Con el tiempo, conseguí que me prestaran o que me compraran otros títulos de esa colección, como La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson, El Chancellor de Jules Verne o Las aventuras prodigiosas de Tartarín de Tarascón de Alphonse Daudet. Eso sí, como buen lector adolescente, jamás leí paratexto alguno, ni tan siquiera para redactar los resúmenes que nos exigía la profesora de Lengua para aprobar. No me importaba mucho, digo, que un tal Juan José Millás o un tal Constantino Bértolo hubiesen escrito en La máquina del tiempo, de H.G. Wells, una introducción de casi veinte páginas sobre la ciencia ficción –el primero– y un apéndice de quince páginas para contextualizar y valorar la obra (el segundo). Por aquel entonces, yo me limitaba a ir pasando de un libro a otro y ni siquiera conocía siquiera la palabra paratexto.

Gracias a Espía en país enemigo, he podido rellenar varias lagunas de aquel lector juvenil que alguna vez fui. Eso sí, más que centrarme en el ingente esfuerzo de contextualización histórica y repaso biográfico que Bértolo hizo para cada autor abordado –Edgar Allan Poe, Fiodor Dostoievski, Rudyard Kipling, Bram Stoker o Louisa May Alcott, entre otros–, he preferido profundizar en su visión sobre tres asuntos medulares en sus investigaciones narrativas posteriores, como son las claves profundas del proceso de lectura, para qué sirve la ficción y las relaciones entre política y literatura.

De hecho, resulta sencillo encontrar conexiones entre estos apéndices con afán didáctico y ensayos posteriores, como La cena de los notables (Periférica, 2008) y Quiénes somos. 55 libros de la literatura española del siglo XX (Periférica, 2021). Ya en aquella época, Bértolo argumentaba, por ejemplo, contra quienes consideraban que la lectura de un cuento o una novela era un acto solitario, una manera de aislarse del mundo con el único fin de entretenerse.

En Espía en país enemigo explica que eso, por la propia naturaleza del libro, es imposible. Por un lado, si lo estamos leyendo, es porque alguien –en general, el editor– ha considerado conveniente convertir ese discurso privado en público y ponerlo a circular en el ágora por si fuera de interés para la comunidad. Por otro lado, las palabras que leemos “son siempre colectivas” y, a través de ellas, “irrumpe e interrumpe siempre la realidad”. Moraleja: conviene no olvidar, mientras leemos, que el mundo de lo real es donde “la lectura deviene existencia”.

Bértolo ve en la literatura policial el entrenamiento ideal para convertirse en un buen lector, pues nos enseña a sospechar de la fiabilidad del narrador

¡Desconfíen del narrador!

En el prólogo, Bértolo explica que estos 21 textos escritos a lo largo de  casi dos décadas reflejan su búsqueda por formular un método propio a la hora de leer y analizar ficciones. Un método que debe mucho a Raymond Williams, Karl Marx o Sócrates, y cuyo objetivo es “abordar la obra como un todo en el que la búsqueda de sentido puede y debe ir más allá de lo textual”. Puestos a condensarlo en un par de frases, podrían ser estas procedentes de un comentario a propósito de El agente secreto de Joseph Conrad: “Leer es interrogar el texto. Sacarle las preguntas –y las respuestas– que lleva dentro”.

Según Bértolo, todas esas preguntas “que no podemos dejar de hacernos intervienen en el proceso de búsqueda y conformación del sentido de aquello que estamos escuchando o leyendo”. En consecuencia, agrega: “Leer es interpretar, es descifrar el texto, pero al tiempo y en un mismo movimiento intelectual, es buscar el sentido a aquello que se está leyendo y, en ese proceso de búsqueda donde vamos delimitando el conflicto, la argumentación, el ser y la condición humana de los personajes, la pregunta que ordena y da sentido a la lectura es precisamente esa: ¿qué se nos está contando con lo que se nos cuenta?”.

En la estela de Ricardo Piglia, Bértolo ve en la literatura policial el entrenamiento ideal para convertirse en un buen lector, pues nos enseña a sospechar de la fiabilidad del narrador. O dicho de otro modo: a preguntarnos quién es esa voz que nos está contando la historia, qué quiere de nosotros como lectores, qué es exactamente lo que nos está contando y, sobre todo, por qué nos está contando esa historia utilizando determinados recursos retóricos y estrategias narrativas.

Como en la vida real cuando nos llama alguien para que cambiemos de compañía eléctrica o vendernos un seguro privado de salud, el narrador de un cuento o una novela busca la manera de captar nuestra atención, ganarse nuestra confianza y, sobre todo, dejarnos en silencio. “Escribir es seducir”, que se dice en tantos talleres de escritura a modo de regla de oro, pero sin reflexionar cuánto de engaño hay en esa seducción (a la definición de la RAE me remito). ¿Por qué habríamos de fiarnos de alguien que, en definitiva, lo que quiere es vendernos su historia, persuadirnos de que las cosas son tal y como nos las está contando, de que su punto de vista es la verdad?

Por más que el autor intente construir un narrador en tercera persona objetivo, fiable o casi invisible, su voz habla anclada en algún lugar de la sociedad

Puede que por eso mismo Bértolo sea tan contundente en “Aproximación a la literatura policial” cuando afirma lo siguiente: “Aprender a leer es aprender a desconfiar del narrador, aprender a descubrir cuáles son sus intenciones e intereses, y que solo una vez que los hemos detectado podremos interpretar correctamente”. Como lectores, haríamos bien en imitar a detectives como Auguste Dupin o Sherlock Holmes –suyo es lo de espía en país enemigo– y asumir la duda y la interrogación como modo de enfrentarnos a nuestra propia lectura, sea esta la de una ficción o la de la realidad. Ya lo escribió el lingüista Ferdinand de Saussure, y Bértolo lo repite más de una vez en estos apéndices: “Lo importante no es encontrar la verdad, sino saber situarla”.

Llegados ahí y, si “la vida es del color del sueldo con que se mira”, como reza el aforismo bertoliniano, conviene siempre preguntarse qué salario, patrimonio, ideología o prejuicios tiene la voz que nos está contando una historia. Por más que el autor o autora intente construir un narrador en tercera persona objetivo, muy fiable o casi invisible, su voz habla anclada en algún lugar de la sociedad. Ubicarla bien, nos ayudará a descifrar no solo el sentido de lo que estamos leyendo, sino también a formularnos otra cuestión fundamental: ¿por qué escuchamos esa voz y no otra? Es más: ¿por qué leemos?

En fin, preguntas y más preguntas... Ahora lo veo claro: eso es lo que algunos nos perdimos en la EGB y el instituto por saltarnos los apéndices de Bértolo para “Tus Libros”. Menos mal que el pasado tiene por costumbre volver y darnos una segunda oportunidad.

Constantino Bértolo ha publicado tanto, en tantos formatos y desde hace tanto tiempo que no es fácil tener completa la colección de cromos. Fiel a su espíritu de intervención y agitación en el campo literario –por leve que sea el influjo de la literatura hoy en el debate social–, el editor, crítico, poeta y...

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Constantino Bértolo / Pablo Muñoz

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