MADRÍ, ZONA DE OBRAS
Santo Domingo parking
Uno de los lugares más feos, descuajeringados e inhóspitos de la capital
Ricardo Aguilera 23/11/2024
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Causa y efecto, acción y reacción. Es sencillo. Con comprender estos conceptos se hace la luz en la mente más oscura. Sin embargo, no siempre es fácil. Ya lo decía Groucho: ¿a quién va a creer usted, a mí o a sus propios ojos? Ahí es donde intervienen los medios, la publicidad, la política, la propaganda. Nos venden coches en anuncios donde conducimos placenteramente por carreteras sin fin y sin tráfico. La realidad es otra, claro, ya lo sabemos. Y además, no vamos a estar toda la vida conduciendo, así que cuando paremos habrá que dejar el buga en algún sitio. No hay problema, para eso se ha inventado un sistema que, por el mismo precio, nos permite aparcar y destrozar nuestras urbes: el parking.
Pocas ciudades han sido tan sistemáticamente vandalizadas por los parkings como Madrid. Quizás el hecho de que la familia Franco haya invertido los beneficios de 40 años de expolio en el sector tenga algo que ver. Los parkings madrileños son como el caballo de Atila, donde dejan su huella no vuelve a crecer la hierba. El primero que se construyó tiene detrás una larga historia de destrucción del entorno. Se encuentra en la plaza de Santo Domingo, uno de los lugares más feos, descuajeringados e inhóspitos de la capital. Pese a ello, rebosa vida, si se puede llamar así al triste deambular del turismo de masas contemporáneo.
La plaza de Santo Domingo empezó a perfilarse en 1218, en el espacio que daba acceso al convento fundado por Domingo de Guzmán antes de ascender a los cielos. Allí se instaló uno de esos tribunales de la Inquisición que traían fritos a los madrileños. Ocupaba el espacio donde hoy está el Hotel Santo Domingo. No queda recuerdo alguno de todo aquello, claro está, aunque los “Sótanos”, donde antaño estuviera Discoplay o el Rock Club, son el último vestigio del infierno de los calabozos inquisitoriales. Hasta mediados del siglo pasado, la plaza fue un lugar arbolado que acogía un mercado de flores, miel y requesón traídos de la Alcarria. Poco iba a durar la alegría en casa del pobre. Como se trata de un sitio céntrico, entre Callao, Mayor, Gran Vía y Ópera, empezó a sufrir tráfico intenso. En su condición de patio trasero de los lugares señalados, el consistorio del Conde de Mayalde y la Gestapo decidió instalar allí una solución por entonces novedosa: el parking. El natural antagonismo entre parque y parking se resolvió a favor del segundo. Talaron todos los árboles, desaparecieron los parterres, los bancos donde sentarse, las sombras, las flores y la miel de la Alcarria. Corría el año 1959. Aprovechando la pendiente de la Cuesta de Santo Domingo, construyeron una instalación singular, con dos plantas de altura en la plaza y tres inferiores, que solo se veían bajando la cuesta. Era un parking sin muros, con coches y rampas a la vista del personal, rematado en su parte posterior con lo que los diseñadores del engendro denominaron como “cola de piano”. Lo que hay que inventar para ocultar lo que ven nuestros propios ojos…
En 1967 y 1979, el parking se benefició de sendas ampliaciones. En la alcaldía regían, respectivamente, Arias Carnicerito Navarro y Miguel Ángel García Lomas, camisa vieja de falange, arquitecto y destructor del Mercado de Olavide. En la remodelación de la plaza cayeron 22 edificios antiguos. Buena parte de ellos fueron sustituidos por el edificio que domina la plaza, haciendo esquina con Jacometrezo. Hablamos de un despropósito premiado por diversas comisiones de arquitectura. Se trata de un mamotreto de acero y cristal con formas de Tetris tridimensional. Fue perpetrado por el arquitecto vasco Juan Daniel Fullaondo, un señor que ha dejado en Madrid notables muestras de su originalidad y mal gusto: el Tribunal Constitucional, un búnker en toda regla; la iglesia del Buen Suceso, lo más parecido a la nave espacial Nostromo, incluido el Alien; el monstruoso Centro Gallego que socarra cualquier ambición estética en la Plaza de Benavente, o el hotel Puerta de América; un festín de colorines rematado con chapela.
Durante décadas la vida transcurrió agitada en la desdichada plaza del monje blanqui-negro: autobuses caracoleando, tráfico dantesco y una herida a cielo abierto donde se amontonaban los coches. Con el advenimiento del faraón Gallardón, hubo un suceso milagroso: la remodelación integral de la zona, incluyendo el sacrificio ritual de la vaca sagrada: el parking. El proyecto salió a concurso, el Ayuntamiento soltó una millonada y el resultado fue asombroso. En vez de demoler el trasto y dejar espacio libre para lo que fuera o fuese, se respetó el volumen del parking, creando una plaza-mazacote artificial con pendientes y escalinatas, todo ello forrado de ladrillos de granito. En superficie, eso sí, se instalaron unos bancos a pleno sol, se plantaron árboles raquíticos que han ido muriendo generación tras generación, y unos esmirriados parterres confinados en macetones de cuarzo, feldespato y mica. También se dotó al lugar de wifi gratis a cargo del consistorio, aunque capado para que los niños no pudieran ver guarrerías. La guinda fue un parque infantil con diseño de Agatha Ruíz de la Prada. Mucho color. Pero lo más fascinante es que este moderno túmulo funerario no tenía nada en su interior, quizá en homenaje a las mentes pensantes que lo diseñaron. El faraón quedó complacido.
Cuando ocupó la alcaldía este señorcín al que le viene grande el sillón, e incluso el sillín, alguien dio la voz de alarma: hay un espacio municipal que no genera dividendos. Vuelta a remodelar la plaza. Año 2018. Lo primero, recuperar el parking y la caja registradora. Luego, lavarle la cara al asunto. Por fin, en 2022, Borja Caravante, flamante concejal de Medio Ambiente y Movilidad, reinaguró el lugar del desastre infligiendo una última vejación a la plaza dominica: una escultura de cuatro metros de acero corten firmada por Carlos Albert, émulo de Chillida hasta el límite con el plagio. Todo este emporio del despropósitos se ha convertido en el paraíso de los skatersy el infierno de los viandantes, que en esta malhadada instalación no encuentran sombra en verano ni refugio en invierno. Pura desolación. Madrid. Crimen y castigo. Algo habremos hecho.
Causa y efecto, acción y reacción. Es sencillo. Con comprender estos conceptos se hace la luz en la mente más oscura. Sin embargo, no siempre es fácil. Ya lo decía Groucho: ¿a quién va a creer usted, a mí o a sus propios ojos? Ahí es donde intervienen los medios, la publicidad, la política, la propaganda. Nos...
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Ricardo Aguilera
Iba para biólogo pero las cosas se torcieron y devine en periodista. Por favor, no se lo digan a mi madre.
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