PROYECTO UNA / COLECTIVO DE ESCRITURA
“Es muy grave que presidentes del gobierno publiquen comunicados oficiales en una plataforma privada”
Diego Delgado 22/11/2024
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“Feminismo brillibrilli”, “shitposting anticapi” y “antifascismo cuqui”. Si has leído algo de Proyecto UNA alguna vez, reconocerás de inmediato su impronta en estas tres expresiones, puesto que se han convertido en la principal referencia en el ámbito del monitoreo y el análisis de la ofensiva reaccionaria en el entorno digital. Los motivos son sencillos: han entendido mejor que nadie la relevancia que tienen las cosas que ocurren en internet y, en lugar de desdeñarlas o ignorarlas, han puesto en marcha estrategias de confrontación y construcción de alternativas abrazando los códigos del lenguaje que dan vida a la esfera online. Porque, en realidad, no hay otra forma de hacerlo.
Después de sumergirse en la machosfera y desvelar los engranajes de la ofensiva antifeminista en Leia, Rihanna y Trump (Descontrol, 2019), publican ahora La viralidad del mal (Descontrol, 2024). Centrado en exponer el sustento material que permite la existencia de internet y cómo ello influye en las dinámicas digitales, este nuevo libro ayuda a entender lo que ocurre en la web en tanto que se trata de fenómenos inscritos en unas estructuras de poder y unos modos de producción ya preexistentes y muy concretos. Concretos y contingentes, puesto que en Proyecto UNA se niegan a adscribirse al pesimismo inmovilista: está en nuestras manos construir una internet más amable.
Es imposible no empezar esta entrevista hablando del éxodo de Twitter. ¿Cómo lo ha vivido Proyecto Una, qué está ocurriendo?
Nosotras llevamos ya un tiempo diciendo que Twitter ha dejado de ser una herramienta útil para nadie que no esté tirando hacia la ultraderecha en general.
En espacios privados te encuentras a merced del dueño de ese espacio
Twitter fue una apuesta que se hizo en determinado momento en el que las redes sociales comerciales no eran tan masivas, sobre todo desde movimientos sociales de izquierdas a rebufo de la Primavera Árabe, y fue una apuesta bastante acrítica, excepto por algunos sectores, y que obviamente tenía sus contrapartidas. Desde hace dos años estamos viendo con más claridad cuáles son esas contrapartidas.
En espacios privados te encuentras a merced del dueño de ese espacio. Por eso, desde que Elon Musk compró Twitter hemos estado diciendo que hay que plantearse la salida, y no con esa idea de “vámonos de aquí a buscar otro sitio”, que esto es una cosa clásica de internet. Creo que lo diferente aquí es que, aunque pensamos que la mayoría de la gente se va porque ya no está cómoda, eso también es la consecuencia de decisiones corporativas y políticas. A nosotras nos gusta entenderlo más bien como una huelga o un boicot, por el tipo de relación comercial que establecemos con Twitter y por el tipo de plusvalía que Musk saca de nuestras interacciones. En cierto modo somos sus trabajadores o su medio de ganar dinero. Nos interesa mirarlo desde aquí, desde una decisión conjunta en la que todo el mundo está diciendo que hay que irse de ahí.
¿Qué le diríais a alguien que defiende la idea de quedarse para no cederle el terreno al enemigo, para librar la “batalla cultural”?
Lo peligroso de Twitter y las redes sociales comerciales no es solo lo evidente, sino el tipo de individuo en el que nos convierten. Porque lo que generan es que la gente esté ahí, inevitablemente, construyendo su marca personal, su propio personaje que al final acaba teniendo un cierto número de seguidores, y por lo tanto cierta influencia. Y además con esta sensación de que te lo has trabajado tú, que has estado ahí picando piedra a lo largo de años. Creemos que, en parte, este tipo de discurso que estamos escuchando viene de ahí. Hay gente que tiene la sensación de que se lo ha trabajado y que se lo merece en algún modo, e irse a otro sitio le supone perder este capital social y este poder de influencia.
Mucha gente depende de ello para vivir también. Hemos generado un ecosistema en el cual mucha gente que empezó en Twitter ha acabado teniendo un podcast, un trabajo de periodista, influencer, comentarista... Por ahí se entiende esa angustia.
En Proyecto UNA siempre hemos dicho que nosotras estamos en redes sociales comerciales aunque venimos de hacklabs y de sitios donde es más o menos inconcebible estar en esas plataformas. Hacemos de abogado del diablo en los dos lados, y creemos que tiene sentido estar en ciertas redes sociales comerciales en ciertos momentos para hacer llevar el mensaje a gente que se está politizando a través de internet, que no tiene contacto con los movimientos sociales de base clásicos, por llamarlos de algún modo. Pero esto no se puede hacer a cualquier precio.
En Twitter hay un magnate sacando rédito económico de las interacciones y colaborando con el Gobierno más a la derecha que ha tenido Estados Unidos en este siglo. Se ha convertido en una fábrica de bulos, de desinformación, de odio... Creemos que no tiene sentido quedarse a alimentar eso.
Bluesky se está perfilando como la alternativa, a pesar de los esfuerzos que han hecho personas y colectivos como vosotras por explicar los beneficios de Mastodon. ¿Por qué consideráis preferible Mastodon a Bluesky?
Esto lo explica mucho mejor Marta G. Franco. Nosotras apostamos por Mastodon principalmente porque no viene de la misma cultura de ideología californiana de la que viene Bluesky. Después de todo, Bluesky no deja de ser un proyecto paralelo para intentar lavar la cara de un Twitter que ya estaba maltrecho hace unos años.
Por lo tanto, esta red social sigue teniendo el mismo tipo de financiación, sigue funcionando con la misma lógica financiera y especulativa. Cuando haya que tomar decisiones, las va a tomar el equipo directivo en base a lo que le exijan sus acreedores. Este es el verdadero problema y es de donde viene la “enmierdación” (decadencia de las plataformas), como explica Cory Doctorow.
La diferencia es que Mastodon permite un poquito más de gobernabilidad. Nosotras tampoco pensamos que sea la panacea, porque al final hay que plantearse qué buscamos en este tipo de arquitectura, y de hecho mucha gente entra en Mastodon y dice “ah, es que me aburro”. Así que la cuestión es qué buscamos en las redes sociales. Buscamos el enganche y la bronca que nos da Twitter. Es una cosa más profunda.
En el libro citáis a Sarah Jeong: “Hacerlo bien en Twitter no va de interactuar o contribuir con información útil a la comunidad. Significa obtener muchos me gusta y retuits”. Con los medios y las instituciones sumergidos hasta el fondo en Twitter durante muchos años, ¿hemos convertido dos pilares fundamentales de la democracia como son el periodismo y la política en una conversación tuitera?
Absolutamente. Y más allá de las dinámicas de discusión, de debate, que evidentemente cambian según el medio y el espacio en el que se den, creo que también es importante entender que en los últimos años hemos asimilado como normal que tanto medios como instituciones estén en una empresa privada, que ni siquiera está muy claro que pague impuestos aquí, legitimando el espacio y ofreciendo, muchas veces de forma exclusiva, contenido que la ciudadanía necesita. Se ha dado a conocer en Twitter información crucial, como pueden ser los avisos de Aemet, que eran muy difíciles de encontrar fuera de esa red social.
La información y las relaciones sociales, políticas y de todo tipo han sido totalmente privatizadas
Hay un montón de cosas que hemos dado por supuestas porque en un momento dado nos han sido muy cómodas, pero las miramos con un poco de perspectiva es evidente que no están bien. Al final lo público y lo común están totalmente incrustados dentro del interés privado de una corporación.
Criticamos el neoliberalismo porque se ha dedicado a arrebatar lo que era público, desde la educación a la construcción de vivienda, pero resulta que la información y las relaciones sociales, políticas y de todo tipo han sido totalmente privatizadas y no han encontrado mucha resistencia.
Es muy grave que presidentes de gobiernos estén haciendo comunicados oficiales en una red privada. En las escuelas está Google, toda la administración funciona con Microsoft Teams… Es como si los comunicados oficiales de un presidente salieran exclusivamente en un periódico, por poner un ejemplo analógico. Como si tuvieras que ir a pedir las ayudas del comedor al Corte Inglés.
En el libro proponéis visibilizar el hecho de que las plataformas digitales no funcionan en el vacío, sino que tienen un sustento material imprescindible para su existencia. ¿Cómo se relaciona esto con las dinámicas online?
Es curioso que el mundo digital se presente como un ente etéreo, ¿no? Como si no fuese tangible. Nosotras queríamos dar importancia al hecho material. O sea, hablamos de zanjas cavadas para meter cables, de minerales, del CO2 que se genera… Internet va de la mano con todo el modelo de producción que tenemos, pero el tema digital está oculto a los respetables miembros de la sociedad occidental. Mucha gente flipa cuando le cuentas que internet viaja a través de cables interoceánicos. Y luego está la otra cuestión: de quién son estos cables, porque en su grandísima mayoría no son de gestión pública, aunque lo fueron en el pasado.
Entendemos que esto es la máxima expresión de toda una materialidad que no se muestra, porque el relato alrededor de las tecnologías que se promueven es “tú no te preocupes, tú dale al botoncito”. Y tú estás con tu dispositivo tranquilamente. Pero existen consecuencias materiales de todo lo que hacemos online, y se está generando un problema desde el punto de vista medioambiental.
Si los centros de datos se ponen en sitios apartados de las poblaciones, nadie tiene claro por dónde entran los cables interoceánicos, y así es mucho más fácil tomar decisiones corporativas con las que a lo mejor la población no estaría de acuerdo. Esto es una forma sibilina de destruir la democracia.
Existen consecuencias materiales de todo lo que hacemos online
Esta separación del mundo digital dificulta también que la sociedad exija a las administraciones públicas ciertas regulaciones para paliar y corregir violencias o desigualdades que ocurren en el entorno online.
Sí, sí, absolutamente. Todo esto impulsa la idea de que las cosas son de este modo porque no pueden ser de otro. Y cuando hablamos de tecnología específicamente, lo mismo. Esto también nos aleja de la idea de que, en realidad, detrás de cada línea de código, detrás de cada decisión, hay una mano humana. Hay alguien que ha decidido que esto sea así y no sea de otro modo. Nada es neutral.
Existe la idea de que hay acoso en redes sociales porque la gente es así, porque está en la naturaleza del ser humano. Pero esto es obviamente falso. Es que ni siquiera ocurre en todos los espacios digitales.
En realidad son decisiones: tú puedes priorizar qué cosas quieres paliar y cuáles no. Nosotras siempre ponemos el mismo ejemplo de Meta, donde hay acoso, difusión de imágenes sexuales sin consentimiento, donde suceden un montón de cosas terroríficas, pero no se puede mostrar un pezón femenino porque te lo censuran automáticamente. Esto es una política que Meta ha implementado porque la mayoría de anunciantes cristianos en EEUU tienen unos valores concretos. Mientras tanto, el acoso hacia ciertas personas o ciertos tipos de violencia o ciertos discursos de odio pueden estar ahí tranquilamente, porque la prioridad no es esa.
Lo importante aquí es comprender que todo esto son decisiones políticas que marcan qué tipo de fenómenos, qué tipo de cuerpos, qué tipo de personas son las pueden estar y cuáles no pueden estar, o tienen que pagar un precio más alto por estar en los sitios.
El negocio de las plataformas digitales, principalmente publicitario, multiplica el alcance de lo que llamáis el embudo de radicalización. También ese modelo de negocio da alas a la industria de la desinformación. Estas son dos de las mayores amenazas a la democracia en la actualidad. En las últimas páginas del libro proponéis “hacer desaparecer las métricas y las estadísticas en manos privadas”, así como “abolir la industria publicitaria al completo”. ¿Cómo está contribuyendo a romper la convivencia democrática este modelo de internet?
Esto tiene mucho que ver con la frase de Jeong. Lo que importa no es la aportación que tú hagas a tu comunidad o lo buena persona que seas, sino conseguir interacciones y engagement. Cuando la contabilización de visitas o de likes es lo único que importa, no se mide el impacto que pueda tener, ni negativo ni positivo. Lo que importa es que tenga impacto. Hay cierto tipo de mensajes que nos hacen reaccionar, compartirlos, comentarlos. Y suelen ser mensajes que nos provocan sentimientos como el odio, el resquemor, la desconfianza o también el sentirnos más listos y mejores que el resto. Sesgos de confirmación o bronca.
Esta es la arquitectura y el objetivo de las plataformas comerciales. Da igual que yo te explique una historia bien argumentada o que te cuente una mentira gigante. Lo que a mí me premian es que tú reacciones. Esto es un problema tremendo, porque ese funcionamiento abre la puerta a que se digan mentiras y a que se emitan mensajes que son nocivos y tóxicos.
Además hay muchos otros motivos por los cuales las mentiras, las conspiraciones o los bulos funcionan. Aquí hay muchísimos intereses corporativos y es importante recalcar que internet no es una cosa totalmente nueva y que esté en el aire, sino que, como es material, surge de estructuras materiales que ya existían. Claro, hay bulos, pero es que ya había bulos antes por parte de las tabaqueras o las petroleras, que se reunían y financiaban estudios para impedir al gran público conocer el verdadero impacto de esas actividades económicas.
Todo esto existía antes de internet, pero como en las plataformas comerciales lo que se premia es la capacidad de crear tráfico, de crear interacción, este tipo de fenómenos en estas redes sociales han proliferado y se ha creado una retroalimentación tremendamente nociva. Las empresas tienen una responsabilidad muy grande, porque han decidido que sus plataformas funcionen así porque eso les da datos con los que pueden especular. Es una decisión empresarial y política que tiene unas consecuencias gravísimas.
Es importante explicar que muchas de estas cosas ya venían de antes y no es porque internet sea malo. Y si tenemos la sensación de que florecen o de que están en todas partes es porque existen unos intereses privados para que esto sea así. Muchas veces lo que decimos de los monetizadores de odio es que actúan por la monetización y no por el odio.
“Feminismo brillibrilli”, “shitposting anticapi” y “antifascismo cuqui”. Si has leído algo de Proyecto UNA alguna vez, reconocerás de inmediato su impronta en estas tres expresiones, puesto que se han convertido en la principal referencia...
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Diego Delgado
Entre Guadalajara y un pueblito de la Cuenca vaciada. Estudió Periodismo y Antropología, forma parte de la redacción de CTXT y lee fantasía y ciencia ficción para entender mejor la realidad.
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