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JAVIER LIMÓN / MÚSICO Y PRODUCTOR

“Hay una simplificación exagerada en la música popular”

Miguel Ángel Ortega Lucas 11/12/2024

<p>El músico y productor Javier Limón en una imagen reciente. / <strong>Cedida por el entrevistado</strong></p>

El músico y productor Javier Limón en una imagen reciente. / Cedida por el entrevistado

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“Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende”, oyó decir Federico G. Lorca al cantaor gitano Manuel Torre tras escuchar el Nocturno del Generalife de Manuel de Falla (“Y no hay verdad más grande”, apostilló el escritor). Francisco Javier López Limón (1973), madrileño de Huelva, conocedor profundo de esa Andalucía universal, entiende tanto de sonidos negros como de sonidos solares, tanto de la filosofía como de la sangre de ese milagro cotidiano que es la música. Y porque su paleta de colores es tan amplia, tan rica de aventura, ha sabido dotar de contrastes, texturas y aroma a las obras de las figuras más rutilantes de la música popular contemporánea, a éste y al otro lado del Charco. Si en su propio jardín creativo atesora cuatro álbumes, su labor a los mandos del estudio de grabación resulta casi interminable. E impresionante. Caetano Veloso, Alicia Keys, Juan Luis Guerra, el tándem Sabina & Serrat… (y etcétera) han querido contar con su criterio como productor. 

Es su faceta más conocida, pero su entrega a la música es total; como profesor en la prestigiosa Latin Berklee College de Boston, como divulgador televisivo y radiofónico, como implicado en programas humanitarios de la ONU… “A mí me gusta mucho hablar”, dice al inicio de esta larga conversación, que atendió por videollamada desde Miami. “A mi madre también. Somos de un pueblo de Huelva, San Bartolomé de la Torre. Esa sensación geológica de llegar los veranos y conectarme con el fandango y todo ese mundo viene de mi madre. Mucha familia, y gente muy de puertas abiertas, como es Andalucía”. (Y como él mismo, según demostrará aquí). “Pero el López viene de mi padre, que es de una familia de Soria, muy humilde. El tema del folclore y de la raíz es como una droga a la que no puedo renunciar; esas cosas que se han mascado durante tantos siglos… 

“Mira, ayer estaba en un restaurante de aquí que se llama El Maní, y descubrí un estilo musical que no conocía: la gaita de Maracaibo. Es como la bulería y la rumba afrocubana; se pueden tirar días sin cambiar el ritmo, con un tambor, una cosita de metal y un cuatro. Y quinientos venezolanos cantando sin parar. Un subidón; de una calidad increíble… Y no lo conoce nadie. Yo creo que de mi madre he heredado también esas ganas de búsqueda constante que tiene, que se fue de viaje a Vietnam sola con setenta y cinco años. Esa cosa mediterránea de buscar y buscar y buscar…”. 

¿Hubo algún momento, siendo crío, en el que oyera algo en la radio, o en la calle, algún campanazo por el que dijera: “Yo quiero hacer eso”? 

La música era mucho más que una forma de ganarse la vida; es algo esencial para mí desde que tengo uso de razón

Pues no, porque la música siempre la he tenido ahí… Hay una carta que guardó mi madre, que escribí con ocho años, en la que decía que quería ser “investigador de pirámides”… Pude haber sido ingeniero agrícola, de hecho me faltaron tres asignaturas; pude haber sido sacerdote, porque con catorce años estuve en los jesuitas; pero luego me fui a los Estados Unidos y quise ser guitarrista de heavy metal… Yo hubiera sido feliz haciendo muchas cosas, pero la música era mucho más que una forma de ganarse la vida; es algo esencial para mí desde que tengo uso de razón. Siempre estaba con instrumentos, con grabaciones… También estudié en un colegio en el que teníamos un coro de voces blancas, donde cantábamos de lunes a domingo, y nada de gilipolleces; cosas de polifonía compleja. Luego, como no pude estudiar piano en el conservatorio, porque había mucha gente, pues me apunté al oboe, que era lo que tocaba Jeremy Irons en la película La misión… Con el flamenco, recuerdo escuchar a Paco Toronjo en Huelva con mis tíos. Recuerdo la primera vez que escuché a Morente. La primera vez que escuché, yendo en un taxi, a Camarón, en el dueto que hizo con Ana Belén… Cuando me fui a Nueva York con 16 años y me regalaron un disco de Conchita Piquer… Pero la música es para mí como respirar. Yo creo que escribir, pintar, bailar y demás, son artes muy esenciales. 

Volviendo a lo que contaba de Venezuela, me gustaría que me hablara de las resonancias tan misteriosas que hay entre tradiciones musicales muy distantes en el tiempo y el espacio (el flamenco; el folclore andino; el espiritual negro…). Cosas que parecen proceder de una misma fuente para acabar confluyendo otra vez al cabo de los siglos.

El flamenco es un idioma. Lo que haces puede gustar o no a los demás, pero si ni te entienden los propios flamencos… 

Si escarbas un poco se ve claramente. Hay un libro muy bueno, Big cuban music, que empieza explicando por qué el jazz tiene su origen en Cádiz. Hubo varios movimientos, entre los siglos XVIII y XX, que luego han creado la música popular más grande. El primero, y más obvio, es el de los esclavos africanos que se mezcla [en América] con la música indígena nativa y con la influencia colonial, lo que acaba dando luego el tango, el jazz, el candomblé, el blues… Es decir, el 100% de la música que va a sonar en la radio. También los gitanos que llegan desde la India al medio Oriente hacia el siglo X u XI, y ahí se dividen en dos ramas. Los gitanos interpretativamente marcan mucho; en Turquía, Rumanía; en España evidentemente. Podríamos seguir hasta el infinito… Y no nos damos cuenta de hasta qué punto una anécdota puede cambiar la historia de la música. Eso de que Paco [de Lucía] fuera a la fiesta de Chabuca Granda y cogiera un cajón: si no va a esa fiesta, a lo mejor no llega el cajón a España. Los discos que traían los toreros de sus giras latinoamericanas crean los palos de ida y vuelta; el bolero, la guajira, lo hacían luego los flamencos a su manera… Es infinito. Pero también hay que tener cuidao, como cuando alguien quiere inventar en el flamenco. Yo soy un transgresor constante, y puedes hablar alemán a tu manera, por ejemplo, pero hay una cosa básica, y es que te entiendan en Alemania. Si dices: “Es que yo hablo alemán a mi manera”…; bueno. El flamenco es un idioma también. Lo que haces puede gustar o no a los demás, pero si ni te entienden los propios flamencos… 

Félix Grande –que además de escritor fue guitarrista y flamencólogo; muerto apenas un mes antes que su amigo íntimo Paco de Lucía– me contó algo que quizás sea sólo una intuición poética escalofriante, pero justo por eso certera: que el zapateao flamenco pudiera venir del recuerdo de pisar con rabia, llorando, la tumba en que las gitanas tenían que abandonar a sus muertos en el camino; a sus hijos muertos más exactamente.

Lo que está claro es que todas estas expresiones artísticas vienen de celebraciones, sean felices o tristes

Lo que está claro es que todas estas expresiones artísticas vienen de celebraciones, sean felices o tristes; un funeral, una boda… Está bien tirao que el lamento, la rabia de golpear la tierra con los pies, tenga que ver con expresar eso. Igual que el grito o dar palmas: son momentos emocionalmente álgidos. Pero en este caso Félix, al que yo también conocí, no es la flecha; es el indio: es cómo él lo decía. La forma en que expresaba ese conocimiento era una maravilla… Ese texto que escribió cuando murió la madre de Paco lo he leído un millón de veces. Digo: este tío ha hecho una réplica poética, en prosa, al disco de Paco, el suyo más triste y uno de mis favoritos. Porque de Paco esperábamos siempre la luminosidad. El siguiente sí fue así, Cositas buenas, en el que yo trabajé; pero ese disco anterior es de una tristeza que el tiempo ha tratado muy bien. 

Me es forzoso preguntarle por ese momento tan luminoso para usted que supuso, en 2004, recibir el Grammy Latino a Mejor Productor, por haber encadenado cuatro discazos el año anterior. He leído que esa noche le pilló de juerga en el Candela, legendaria guarida de Lavapiés… 

Esa visión del álbum que tenían esos supercompositores ahora es imposible, porque hay diez autores por tema; sesenta tíos opinando…

Sí, estaba en el Candela. Es que, si vas y no te lo dan, se te queda una cara de loser increíble, porque te pagas tú el billete de avión, el hotel, la entrada, todo… Y te dan una entradilla para ti solo. Entonces, bueno… Es un gran programa de televisión [se ríe]… Ese año, los cuatro discos que decías se nutrieron mutuamente: Lágrimas negras, de Bebo Valdés y el Cigala; El pequeño reloj de Enrique Morente; El cantante de Andrés Calamaro; Cositas buenas de Paco de Lucía… Y luego un quinto, que fue un homenaje que le hicieron los flamencos a Juanito Valderrama, donde él cantó su última taranta. Pero ahora mismo creo que sería imposible que yo ganara ese premio, porque tienes que tener no sé cuántos discos [en circulación ese año], y ahora en un solo tema hay cuatro productores y quince autores… Nosotros somos de la antigua usanza. Ayer justo estaba grabando un dueto de Chucho Valdés con mi hijo, que tiene de nombre artístico Frank Maza. Muy emocionado, porque me acordaba de cuando nos conocimos y mi hijo era pequeño. Les propuse hacer un disco con [el músico cubano] Arturo Sandoval. Y pensaba: es que ya no se hacen discos así, lo de coger tres músicos, un cantante… Como cuando Manuel Alejandro hacía un disco a Rapahel o a Rocío Jurado. Era muy bonito porque el tipo proponía varios colores; aquí una canción más triste, aquí una más rítmica… Yo creo que esa visión del álbum que tenían esos supercompositores ahora es imposible, porque hay diez autores por tema; sesenta tíos opinando… 

Es algo generalizado en el negocio musical de los últimos tiempos, que la artesanía quede relegada por cuestiones más relacionadas con la fanfarria. 

Ahora se escucha más música que nunca, con lo cual también hay más música mala que nunca

Bueno, música mala siempre ha habido. Porque Mami, qué será lo que quiere el negro, o Tengo un tractor amarillo… Ahora se escucha más música que nunca, con lo cual también hay más música mala que nunca. Pero a mí me gustan las sonoridades modernas. Me gusta Travis Scott, me gusta Billie Eilish… Me gustan esos temas en los que no sabes qué instrumentos están sonando. Pero, mira; te pongo dos ejemplos, uno con nombre y otro sin nombre [risas]. Dos productores muy potentes ahora. Uno es Casta, un colombiano que es el productor de moda; el que está haciendo el último de Alejandro Sanz. El tipo que cada cosa que hace es un palazo mundial. Pues este tío vino ayer a conocer a Chucho y se sentó en el piano y se puso a tocar a Chopin porque tiene la carrera de piano. Y digo: hostia, pues me da alegría que este chaval sea ese productor, porque es un musicazo. Como Julio Reyes, otro musicazo…. Y hay otro productor, español [el “sin nombre”], al que yo mandé un bajista. Éste le preguntó al bajista: “Entonces, el acorde de mi menor, ¿qué notas tiene?”. La triada básica. El bajista se quedó blanco. Claro: ese tipo de productores que están más basados en jugar a videojuegos, en filtrar el sonido… Con estos se está demostrando que el éxito es efímero, porque siempre llega otro que es más joven, más cool y con el pelo más morao. La liga del “yo soy más moderno que nadie” tiene la contraprestación de que siempre hay uno detrás más moderno que tú. A mí me gusta mucho la música, y me gusta que sepan quién es Bach, Shostakóvich, Coltrane, Gardel… Me gusta que los músicos sepan de música. Mi hijo pequeño, Pablo, con seis años, me dijo que si estudiaba era por obligación. Le dije: “Pues mira: vas a aprender a sumar y a restar, ortografía, geografía, historia y solfeo, porque para mí es igual de importante”… Casualmente, ahora es bajista, y resulta que escribir sin faltas de ortografía, saber lo que es una derivada, y saber leer música, no le hace daño a nadie. 

Es que hay algo que se olvida cada vez más, creo: si uno quiere pintar, por ejemplo, por mera solidez y respeto al oficio, debe conocer la base y la tradición de la pintura. Porque Picasso, antes de ser Picasso, sabía pintar un Velázquez. 

Totalmente de acuerdo. Yo el gusto no lo voy a discutir. Si te gusta más El tractor amarillo que la Novena sinfonía, vale. “A mí me gusta más una hamburguesa del McDonald’s que ir a comer jamón y gamba blanca a Huelva”…: Vale. Pero las calidades, las cualidades de las que hablaban los griegos, no se pueden discutir. Si esto pesa diez kilos, no puedes decir que “en tu opinión” pesa cinco. En la música, la afinación, el ritmo, la estructura, las cualidades, no son subjetivas. A ti te puede no gustar cómo desafinan Leonard Cohen y Bob Dylan, pero es que lo están compensando con un texto cojonudo y otras cosas… Recuerdo a un alumno de Berklee [no confundir con la Berkeley de California] que escribía unas letras horrorosas y me decía: “Es que las letras de los Beatles eran muy malas”. Le contesté: “Uno: las letras de los Beatles no son malas. Y dos: ¿dónde está aquí Paul McCartney, que no ha venío…? Porque si no viene, vas a tener que escribir letras buenas, chiquillo…”. A ti te puede gustar lo que sea, pero no me digas que “esto es bueno” cuando no lo es, porque lo que es bueno y malo en la música está clarísimo; otra cosa es lo que te gusta y lo que no. 

Leonard Cohen tenía una frase maravillosa en un poema, algo así como: “Nunca te dijeron que antes de estudiar magia conviene estudiar etiqueta”. Parecido a lo que decía Sinatra, que él “vendía estilo”. Es decir: un carácter propio, autenticidad.

Da igual si tienes cuatro notitas, desafinas y tal…: si tienes algo chiquitito que es bello y es tuyo, eso vale oro

Es así. Sinatra tenía un ritmo de cojones, una vocalización, un color de voz tremendo, tocaba el piano increíble… pero da igual. Yo tengo un montón de alumnos que tocan cinco instrumentos, hablan siete idiomas, guapísimos, guapísimas…: da igual. La clave aquí está en la originalidad. Ser unique, que dicen aquí. Da igual si tienes cuatro notitas, desafinas y tal…: si tienes algo chiquitito que es bello y es tuyo, eso vale oro. Cuando me hablan de los nuevos guitarristas y cantaores, yo digo que uno tiene valor cuando hay otros muchos tocando por él. Dices Paco de Lucía: están lo paqueros. En el cante, Morente, Camarón… Todo el mundo ha cantado como Camarón y como Manolo Caracol. Para mí, en el arte, el valor absoluto se da cuando alguien tiene tanta personalidad que crea escuela. Y eso ya va al margen de las calidades. 

También sucede que todo el mundo aspira a ser unique, o “especial”, pero pocos están dispuestos a pagar el precio; que suele suponer, para empezar, ser oveja negra en el rebaño. 

Claro, es que ahí te pones en riesgo. Pero luego tiene mucho premio. Es lo que dicen los japoneses del blue/dark blue [azul/azul oscuro]: hay cien en un naufragio, y hacia un lado se ve el agua más clara y parece que hay una isla, y 98 se van nadando para allá. Pero hay uno que dice a otro: “Oye, ¿y si nos vamos en dirección contraria, hacia el azul oscuro…? Probablemente nos ahoguemos, sí. Pero, si encontramos algo, es sólo pa nosotros”… Cuando salió Rosalía, todo el mundo sonando como Rosalía. Cuando salió C. Tangana, todo el mundo sonando como C. Tangana… Pero C. Tangana en El madrileño ya no suena como C. Tangana. Y ahora se pone a hacer una película, cuando cualquiera hubiera hecho El madrileño 2. Sólo eso ya es un respeto; me cae bien ese chaval.

Sobre lo homogéneo del panorama, al menos en España parece que hubiera ya un solo tipo de música sonando en todas partes, sea en el bar o en el tanatorio. No sé si obedece al sino de los tiempos, a cuestiones generacionales, a que a la industria le da por apostar por una sola vía…

Sí es cierto que hay una simplificación en la música; por ejemplo con respecto a lo que dice Sting, que ha desaparecido el puente [la transición entre estrofas y estribillo] de las canciones. Pero probablemente las big bands de los años veinte y treinta, al escuchar mucho después a los Doors por ejemplo, dirían “pues qué simplón rítmicamente”, comparado con Duke Ellington, que era jazz comercial. Y siempre hubo música buena y música mala. En los ochenta y noventa, tú coges Los 40 Principales y había una cantidad de basura… Y la lista de Afyve: coges los 50 primeros y dices: truño, truño, truño… Lo que ha cambiado todo es esto [el teléfono inteligente]; se escucha más música que nunca. Entonces, estoy de acuerdo en que hay una simplificación en la música popular exagerada. Pero te digo una cosa: el otro día, en la gala Persona del año de los Grammy Latinos, que era un homenaje a Carlos Vives, ¿sabes quién arrasó con todos; con Juan Luis Guerra, Gloria Estefan, Alejandro Sanz…? Pues la Niña Pastori, que salió sola con Antonio Rey, el guitarrista. Fue unánime que arrasó con todos, jóvenes y viejos… También hay muchos jovencillos haciendo cosas interesantes, eh. Pero sí: el reguetón, en líneas generales, me parece un coñazo de música.

Decía en otra entrevista que para usted y para muchos de su gremio, los programas como O.T. y La Voz no tienen mucho que ver con la música. 

Son programas sujetos a que haya escenas o momentos “humanos” que generan en la audiencia cierta empatía

Ah, sí, es que son programas sujetos a que haya escenas o momentos “humanos” que generan en la audiencia cierta empatía, pero para mí no tiene nada que ver con la música. En Eurovisión es a ver quién conecta más con una generación, el más moderno, el que baila mejor… Aunque un año les da por Salvador Sobral, como yendo a contracorriente; qué revolución… 

Quizá lo que se percibe es la falta de honestidad de lo prediseñado. Volviendo a lo del principio, la música popular bebe muchísimo de la marginalidad, de lo que nace en las cantinas, en los campos de trabajo, en la calle. Es decir, el problema no es que esas fórmulas no sean “cultas”, sino justo lo contrario: es que no suelen tener la autenticidad instintiva del arte.

Sí, totalmente. Yo no creo que haya que ser pobre para ser músico (mira a Miles Davis), pero sí hay un tipo de hambre que… Mira, mi hijo, Frank Maza, escribe muy bien canciones, pero a veces le digo a su madre: “Cuidao, porque le falta el hambre”… Un día me llamó Eva, mi mujer, y me dijo: “Javier, no tenemos dinero para pagar la hipoteca”. Entonces llamé a Alfonso Pérez, de Warner, y le dije: “Oye, se me ha ocurrido: ¿y si hacemos un disco con Buika cantando copla…?”. Entonces hicimos Mi niña Lola [2006], que tenía yo en una cinta de Pepe Pinto. Y resulta que es una revolución. Pero si llego a tener la cuenta llena, probablemente eso no pasa. Es verdad que hay sitios como las barriadas gitanas, como Salvador de Bahía, Nueva Orleans…, en que la música es una forma de compensar las penas. Cantar es gratis. En eso África es el ejemplo, porque la gran potencia musical es África, siendo el continente más económicamente pobre. 

¿Quién diría que le ha dejado más huella, de toda la gente con la que ha trabajado? 

[Se lo piensa: poco]. Pues diría que me acuerdo mucho de Enrique Morente y de Bebo Valdés. Probablemente al que más recuerdo en el día a día es a Enrique. Porque tenía una libertad en su manera de hacer música que cada vez tiene más valor. Una libertad absoluta… Que yo me acuerde más en el día a día, es él. Decir: “Ay, si estuviera aquí cómo se hubiera reído…”. 

A estas alturas de su vida, ¿con qué sueña, teniendo en cuenta todo lo que ya ha conseguido?

Yo con veinte años hubiera firmado lo que tenía con treinta. Ahora, también te digo: a mí me interesa de aquí p’alante. No escucho los discos que he hecho. He escrito un libro con mi editor, Miguel Aguilar, pero para poder olvidarme; digo genial, qué divertido, pero… Me siento con energía, y con algo esencial, y es que mis hijos son muy buenos músicos, me gusta mucho trabajar con ellos, y creo que me ha tocado la lotería. Porque me podían haber salido de otra profesión, o asesinos en serie. Y ahora viene una época bonita en la que me gustaría mucho crear música con ellos. Soy muy padrazo y me gusta mucho eso. Ves esa relación que tenía Enrique Morente con Estrella, o Emilio Aragón con su padre, y qué cosa más bonita. Porque si tus hijos tienen dieciocho o veinte años y tenéis un arte común… Mi reto ahora es ése. Que el segundo tiempo, en vez de en tierra, lo juguemos en césped.

“Todo lo que tiene sonidos negros tiene duende”, oyó decir Federico G. Lorca al cantaor gitano Manuel Torre tras escuchar el Nocturno del Generalife de Manuel de Falla (“Y no hay verdad más grande”, apostilló el escritor). Francisco Javier López Limón (1973), madrileño de Huelva, conocedor profundo de...

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Autor >

Miguel Ángel Ortega Lucas

Escriba. Nómada. Experto aprendiz. Si no le gustan mis prejuicios, tengo otros en La vela y el vendaval (diario impúdico) y Pocavergüenza.

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