Madrí, zona de obras
Santa Bárbara bendita
En 2009, entre coplas y villancicos, el folclórico del Manzano decidió meterle mano a la plaza. Puro sacrilegio. Se salvó el bulevar: milagro. Sin embargo, el resto pagó caro su excelente servicio público
Ricardo Aguilera 1/12/2024
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Uno se acuerda de Santa Bárbara cuando truena. Demasiado tarde. La vida de Bárbara de Nicomedia es un cuento de terror. Esta santa paleocristiana fue martirizada por su fe. Horribles torturas precedieron a su decapitación a manos de su señor padre. A continuación, éste fue fulminado por un rayo. Demasiado tarde, otra vez. Pero este incidente meteorológico le valió ser matrona de los oficios explosivos: mineros, artilleros y todos los que hacen ¡bum! Todavía recuerdo a los mineros asturianos en su última marcha a Madrid, allá por 2012, cruzando el infame Arco de la Victoria. Emocionante recibirlos cantando “Santa Bárbara bendita”. El Gobierno no les hizo ni puto caso. Ya había tronado el neoliberalismo salvaje, valga la rebuznancia. Demasiado tarde, por tercera vez.
La plaza de Santa Bárbara también tiene algo de paleoplaza, pues el único vestigio que queda de aquellos bulevares que se extendían desde Génova hasta Alberto Aguilera. Se los llevó por delante el conde de Mayalde en 1965 de un papirotazo, como quien da de hostias de Miguel de Molina, que resulta que también fue él. Una manía: destrozar la belleza. Santa Bárbara se libró de la quema por su lateralidad. Su bulevar es ancho y animado. Antaño recibía un kiosco añejo y práctico donde desayunaba todo el barrio. Entre sus especialidades, un hallazgo: cerveza con granizado de limón. Un poco más abajo, un templete tetrástilo dórico, obra de Manuel Valcorba, resolvía dos necesidades básicas tras haber bebido en el kiosco: por la cara norte, una librería de lance alimentaba el espíritu; mirando al sur, unos urinarios aliviaban las vejigas. Todo en orden. Hasta que llegó el Ayuntamiento, claro. En 2009, entre coplas y villancicos, el folclórico del Manzano decidió meterle mano a Santa Bárbara. Puro sacrilegio. Se salvó el bulevar: milagro. Sin embargo, el resto pagó caro su excelente servicio público: no hay buena acción que quede sin castigo. Fuera el kiosco, sin contemplaciones ni sustituto; el templete de granito trocado en un artefacto de metacrilato con poca literatura de solera, los libros de segunda mano sustituidos por una lona a modo de trampantojo, y los urinarios desaparecidos en desigual combate. A cambio, tenemos áreas de juegos infantiles que no usa nadie, losetas donde antes había tierra, árboles estabulados en maceteros poligonales y absurdos, por no hablar de esa plaga consistorial de vacas y meninas en technicolor que torturan nuestras retinas.
Retorno al pasado. La plaza de Santa Bárbara comenzó a perfilarse en el siglo XV, cuando se instaló allí el convento de la santa explosiva, justo en el lugar donde hoy está la famosa cervecería que le rinde homenaje entre cañas bien tiradas. El resto eran caminos y cuestas. Ya en el XVIII se fue urbanizando con la instalación de un saladero y matadero de cerdos, obra de Ventura Rodríguez. Cuando cerró esta industria cochinera, la autoridad competente aprovechó las pestilentes instalaciones para reconvertirlas en cárcel: qué puntería. Luego, avatares del destino, el edificio acogió un circo estable, el Olímpico. Más olor a tigre. Al final, el fétido inmueble fue demolido a principios del XX para dar lugar al palacio de los condes de Guevara, un edificio aromatizado por el neobarroco, pleno de torreones altivos, rejerías de mucho lustre y balconadas generosas. Fue expropiado en el 36 y desde entonces se ha abandonado al gran capital, siendo sede de varios bancos sucesivamente. Vuelta al hedor. Hoy es Openbank, sea eso lo que sea. Se ha perdido, eso sí, el bar La Concha, periférico al complejo, en la esquina con San Mateo, famoso por sus loros, plumíferos de verbo incontenible que alegraban la parroquia.
Otro palacete reina en Santa Bárbara, el que lleva su propio nombre, también conocido como palacio del conde de Villagonzalo. Es obra de Juan de Madrazo y Kuntz, de la familia de los pintores. Ocupa una manzana entera con sus fachadas de estilo isabelino y su ladrillo visto. Tiene unos salones estupendos que a veces se utilizan en rifas y mercadillos. En navidades se engalana con lucecillas el jardín de la entrada y da gusto pasearlo. En el bajo que da a Mejía Lequerica habitó durante décadas la ferretería Hermanos Sáinz. Hoy es una tienda de ropa ecológica, sostenible y cara. Y ya que estamos en esa calle, justo enfrente, una curiosidad: la casa de los lagartos, obra de Benito González del Valle (1911). Lo más llamativo es su fachada, quizás porque es prácticamente lo único que tiene. Se trata de una casa tan estrecha que casi hay que andar de perfil dentro de ella. Puro frontispicio, eso sí, hermoso, ejemplo de arquitectura modernista, con un friso rematado por salamandras. Lagarto, lagarto.
La Casa de los Lagartos es tan estrecha que casi hay que andar de perfil dentro de ella
En la cara este del bulevar, además de la citada cervecería Santa Bárbara, encontramos El Junco, hoy club de jazz de apertura inestable, y antaño garito de baile y ligoteo al por menor. Allí pasaban noches sin fin todos los rojeríos proscritos en tiempos de clandestinidad y se escuchaban coros contrapuestos: “¡Sí, sí, sí, Dolores a Madrid!”, “Eo, eo, eo, Dolores al museo”. Al final la Dolores de estas coplas fue a los dos sitios. A la vuelta de la esquina moraba El Limbo, donde se hacía tiempo para entrar en El Junco. Puro trajín nocherniego. También abundaban las reuniones festivas y conspirativas en el cercano pub de Santa Bárbara, un poco más abajo, ya en la calle Fernando VI. El edificio que lo albergaba era peculiar, un antiguo almacén modernista de dos plantas, obra de Francisco Reynals. Había sido la fábrica de las cervezas Cruz Blanca, de ahí la hilera de pingüinos blanquinegros que alegraban la fachada. Cuando cerró el pub, se instaló allí el Malevo, respetando la vieja barra, pero no duró mucho. Con estos vaivenes estuvo a punto de irse al garete todo el edificio. Fue dejado en barbecho durante una década. A petición popular, la abuelita Carmena le dio protección oficial, pero nadie se echaba para adelante. Por fin, un fondo financiero entró en conversaciones con el ratón consistorial y remodeló el edificio a cambio de ponerle un sombrero de tres pisos de lujo encima. Los pingüinos perdieron sus colores: han palidecido del susto.
Justo enfrente, La Duquesita, pastelería de postín y rococó. Forma parte de la suculenta triada de pastelerías que endulzan la zona. Las otras dos son Viena Capellanes, en Génova, y la Niza, en Argensola, desaparecida hace poco, cuya primorosa decoración aún se mantiene en una tienda de ropa finolis. Han tomado su relevo los chocolates postmodernos de Cacao Sampaka, en Orellana. Un poco más arriba de la mencionada Duquesita, en Fernando VI, el Palacio de Longoria, sede la SGAE. Modernismo desatado de la mano de José Grases Riera (1902). La escalera imperial apabulla con sus elegantes curvas Art Nouveau. El cielo privado de este palacio lo compone una vidriera de la Casa Maumejean, especialistas en cristales de colorines y forja de hierro. Marco incomparable para la parte más sucia del arte: el negocio. En la otra acera estuvo durante años la librería Machado, recibiendo amablemente esforzados lectores y resignadamente pedradas de los jóvenes bárbaros. Se ha mudado un poco más adelante. Ya ni la apedrean. El fascismo nacional-católico se ha enterado, por fin, de que no lee casi nadie, o sea, que no hay peligro. Ya no les es necesario “volar la Santa Bárbara”. Eso se lo “afinan por detrás” muy cerca, en la plaza de las Salesas. Pero esa es otra historia…
Uno se acuerda de Santa Bárbara cuando truena. Demasiado tarde. La vida de Bárbara de Nicomedia es un cuento de terror. Esta santa paleocristiana fue martirizada por su fe. Horribles torturas precedieron a su decapitación a manos de su señor padre. A continuación, éste fue fulminado por un rayo. Demasiado tarde,...
Autor >
Ricardo Aguilera
Iba para biólogo pero las cosas se torcieron y devine en periodista. Por favor, no se lo digan a mi madre.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí