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Se han descubierto las fuentes hititas que aluden a Troya. Giran en torno a cuatro textos. Se trata de otra información, completamente diferente a la que conocemos, a la que nos transmitimos a nosotros mismos por generaciones, desde que, en el siglo VIII aC, fue transcrita La Iliada tras varios siglos de su difusión oral, nacida en tiempos de la mismísima Guerra de Troya, en el siglo XIII aC.
Las fuentes hititas son radicalmente distintas a las fuentes griegas, si bien en ocasiones convergen de manera discreta y precisa, como lo hacen los engranajes. Se trata de documentos de Estado, y no de textos literarios y religiosos, como los de Homero. Explican de otra manera y desde otro mundo otra historia. Se sabe, así, que el nombre de la ciudad era, para los hititas, Wilusa. Ese nombre perdió la W, por lo que derivó a Ilusa, de ahí pasó a Ilios, y de ahí a Ilión. Era una ciudad de ubicación estratégica, integrada en el imperio hitita. Por los documentos hititas sabemos que en la región, y en ocasiones en la ciudad misma, se produjeron importantes choques con los Ahhiyawa, que es como los hititas conocían a los micénicos –es decir, los aqueos, los griegos–. El primer conflicto, el inicio de todos ellos, tal vez el que inaugura un corpus de leyendas aqueas al respecto, transcurre en el siglo XV aC. Ese conflicto fue probado en 1991 cuando, en el centro de Turquía, se encontraron varias espadas de bronce micénicas del siglo XV aC. Se trataba de un botín de guerra, piezas capturadas al enemigo, y que habían sido ritualizadas y grabadas con textos que glorificaban al rey hitita que venció a los micénicos en Asuwa, una liga de ciudades rebelde que dio lugar, más de 1.000 años después, a la palabra favorita de Alejandro: Asia. La Iliada corrobora esos datos. O, al menos, no los desautoriza, pues en ocasiones describe elementos arcaicos, impropios del siglo XIII aC, como el escudo en forma de torre de Ajax, los yelmos reforzados con dientes de jabalíes o las espadas tachonadas con clavos de plata. Además, y por encima de esos indicios, en el Canto VII, se alude explícitamente a una guerra anterior por Troya entre los aqueos y los troyanos, liderada por Heracles, que fue a la ciudad con tan solo seis naves –lejos, por tanto, de las 1.186 naves que fletó Agamenón– y que, pese a ello, venció a los troyanos tras un breve cerco.
Hacia el 1250, o tal vez más cerca del 1200, se fechan los restos de Troya VIIa
Otra fuente, que eriza el vello por la explosión de emoción que provoca, es ya del siglo XIII, el siglo en el que Troya fue destruida. Es un tratado de paz entre un rey hitita y el rey de Wilusa –un rey aliado que ha dejado de serlo y se ha levantado en armas; es, por lo tanto, un personaje voluble, inconstante, parecido a Paris–, que se llama Alaksandru, nombre que se ha interpretado como una contaminación de Alejandro, que es como Homero llama a Paris. Unos años después de ese tratado, hacia el 1250, o tal vez más cerca del 1200, se fechan los restos de Troya VIIa, una de las nueve ciudades que se han encontrado superpuestas en Troya. Se supone que es la que sucumbió ante los aqueos –se ha encontrado acopio de armas defensivas en el casco urbano, algo propio de una ciudad desesperada, que se defiende ya en las calles; también se han encontrado los restos de una mujer joven, con los pies quemados, que no llegó a ser enterrada y que fue olvidada bajo los escombros de una ciudad derruida, no se sabe certeramente por quién–. En alguna ocasión, los textos hititas aluden a Troya –esto es, a Wilusa–, adjuntando a continuación el epíteto “la de empinadas calles”, que también aparece, varios siglos después, en Homero. Se ha interpretado ese hecho como un indicio de la existencia de un canto épico sobre Wilusa, confeccionado en lengua hitita y desde la lógica hitita, que versaría sobre Troya. Tal vez explicaría la Guerra de Troya que conocemos. U otra. O, tal vez, versaría sobre otro suceso. Ese canto, de haber existido, nunca se transcribió, o su transcripción no ha llegado hasta nosotros, de manera que fue olvidado hasta morir, que es el fin y consecuencia última del olvido.
Si bien hay más testimonios arqueológicos de la Guerra de Troya que del Éxodo –de lo que no hay ninguno por ahora, por cierto–, seguimos sin saber tampoco si la Guerra de Troya –aquella que enfrentó a los aqueos contra los troyanos y sus aliados– se produjo. Y, lo más importante, seguimos sin saber si en ella se produjo lo que explica La Iliada. No es una guerra. Son los 51 días en los que transcurre uno de los sucesos más inabarcables de la humanidad, posiblemente el primero que nos supuso una perplejidad mayúscula, de tal manera que, quince siglos después de su suceso o de su invención, nos sigue fascinando, porque no podemos definirlo ni comprenderlo. Se trata, sencillamente, de la cólera de Aquiles. Lo único que sabemos es que, sea lo que sea la génesis de esos 51 días de cólera, su explosión excitó a los aqueos a la fabricación de memoria, mientras que a los hititas solo les motivó en la dirección del olvido. Tan solo por eso sabemos que la memoria, el recuerdo, es tan arbitraria como el olvido. Y, tal vez, tan falsa e impredecible. Unas veces sucede lo uno y otras lo otro, sin explicación alguna. Y, posiblemente, sin mérito o demérito. El olvido no es detrimento, o no menos que la memoria. Simplemente, sucede y requiere el mismo esfuerzo.
Se han descubierto las fuentes hititas que aluden a Troya. Giran en torno a cuatro textos. Se trata de otra información, completamente diferente a la que conocemos, a la que nos transmitimos a nosotros mismos por generaciones, desde que, en el siglo VIII aC, fue transcrita La Iliada tras varios siglos de...
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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