'Je suis Charlie', un poco tarde
Aceptar que no se pueden decir algunas cosas es aceptar que no se pueden desafiar algunas formas de poder
Kenan Malik 13/04/2015
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Je suis Charlie. Un lema que se repite en cada periódico, en cada cuenta de Twitter, en las movilizaciones que tienen lugar en ciudades de toda Europa. Las manifestaciones en solidaridad con las víctimas del ataque a la redacción de Charlie Hebdo son impresionantes. Pero llegan demasiado tarde. Si durante los últimos veinte años, periodistas, artistas y activistas políticos hubiesen tenido una actitud más enérgica respecto a la libertad de expresión, no se habría llegado a la situación actual.
En lugar de eso, ayudaron a crear una nueva autocensura. Se trata en parte de una cuestión de miedo, por no querer asumir los riesgos con los que flirtearon los editores de Charlie Hebdo y por los que han pagado un precio muy alto. Pero el miedo sólo explica una parte. A lo largo de las últimas dos décadas, se ha ido desarrollando un cierto compromiso moral de censura, la creencia de que, porque vivimos en una sociedad plural, debemos vigilar el discurso político sobre las diferentes culturas y creencias, y nos vemos en la necesidad de hacer discursos que no ofendan a nadie. En palabras del sociólogo británico Tariq Modood, “si la gente va a ocupar el mismo espacio político sin conflicto, debe limitar mutuamente el alcance al que someten a crítica las creencias fundamentales de los demás”.
Dicha creencia está tan fuertemente enraizada que es incluso aceptada por los activistas de la libertad de expresión. Hace seis años, Index on Censorship (Indice de Censura), una de las principales organizaciones mundiales sobre la libertad de expresión, publicó en su revista una entrevista con la académica danesa-estadounidense Jytte Klausen sobre su libro en el que trataba de la polémica de las caricaturas danesas. Pero el entonces editor de la revista no obtuvo su permiso para publicar ninguna de ellas. En esa época yo era miembro de la junta directiva de Index, pero fui el único en oponerse públicamente a esa decisión. “Al rechazar la publicación de las caricaturas”, dije, “Index no sólo está ayudando a fortalecer la cultura de la censura, también está debilitando su autoridad para desafiar dicha cultura”.
En esta ocasión, Index on Censorship ha insistido de modo loable en que “la libertad de expresión no es negociable” y llamado a que “todos los que creen en el derecho fundamental a la libertad de expresión se unan y publiquen las caricaturas o portadas de Charlie Hebdo”. Pero la cultura de la autocensura se encuentra ya profundamente arraigada. De hecho, la misma Charlie Hebdo ha sido ambigua. Demasiado a menudo, la defensa de la libertad de expresión ha venido acompañada de un doble rasero.
Lo irónico es que quienes más sufren la cultura de la censura son las propias minorías. Cualquier cambio o progreso social conlleva necesariamente ofender algunas sensibilidades profundamente arraigadas. “¡No puedes decir eso!”, suele ser a menudo la respuesta de los gobernantes cuando ven su poder desafiado. Aceptar que no se pueden decir algunas cosas es aceptar que no se pueden desafiar algunas formas de poder. El derecho “de someter a crítica las creencias fundamentales de los demás” es la base de toda sociedad abierta y diversa. Cuando se renuncia a dicho derecho en nombre de la “tolerancia” o el “respeto”, limitamos nuestra capacidad para enfrentarnos a aquellos que se encuentran en el poder, y por lo tanto para desafiar a la injusticia.
No obstante, apenas empezaron a filtrarse las noticias sobre el tiroteo de Charlie Hebdo, hubo quienes sugirieron que la revista era una “institución racista” y que los dibujantes, aun sin merecerse lo que les ha pasado, se lo habían buscado con sus incesantes ataques al islam. Lo que es realmente racista es la idea de que únicamente los buenos progresistas blancos son los que quieren desafiar a la religión o destruir sus pretensiones, o que pueden manejar la sátira y la burla. Aquellos que afirman que es “racista” o “islamófobo” burlarse del profeta Mahoma, parecen imaginar, junto con los racistas, que todos los musulmanes son reaccionarios. Es aquí donde el “antirracismo” de izquierdas se da la mano con el fanatismo antimusulmán de derechas.
Lo que se llama “ofensa a la comunidad” es a menudo una lucha entre comunidades. Entre las comunidades musulmanas de Occidente y los países de mayoría musulmana en todo el mundo, existen cientos de miles de personas que se enfrentan a las ideas, políticas e instituciones reaccionarias con base religiosa; escritores, dibujantes, activistas políticos, que cada día ponen en juego sus vidas al desafiar las leyes contra la blasfemia, defender la igualdad de derechos y luchar por las libertades democráticas; personas como el dibujante paquistaní Sabir Nazar, la escritora bangladeshí Taslima Nasreen, exiliada en India tras ser amenazada de muerte, o el blogger iraní Soheil Arabi, sentenciado a la pena capital el año pasado por “insultar al Profeta”. Lo que ha ocurrido en las oficinas de Charlie Hebdo nos ha impresionado visceralmente, pero fuera de Occidente, aquellos que luchan por sus derechos se enfrentan cada día a amenazas como ésta.
Lo que nutre a los reaccionarios, tanto dentro de las comunidades musulmanas como fuera de ellas, es la cobardía de muchos de los llamados liberales, su falta de voluntad para defender los principios liberales básicos, su disposición de traicionar a los progresistas dentro de las comunidades minoritarias. Por un lado, esto da a los extremistas musulmanes nuevos campos para operar. Cuanta más licencia dé una sociedad a las personas para sentirse ofendidas, más oportunidades aprovecharán esas personas para sentirse ofendidas. Y más peligrosas se volverán en expresar su indignación. Siempre habrá extremistas que respondan como lo han hecho los asesinos de Charlie Hebdo. El verdadero problema es que los progresistas que proclaman que ofender es inaceptable otorgan a sus acciones una legitimidad moral espuria.
La pusilanimidad progresista también ayuda a alimentar el sentimiento antimusulmán. Alimenta la idea racista de que todos los musulmanes son reaccionarios, que los propios musulmanes son el problema, que debería rechazarse la inmigración de musulmanes, y que las comunidades musulmanas deberían ser fuertemente vigiladas. Crea el espacio para que organizaciones como el Frente Nacional difundan su veneno. Queda por ver si, tras los asesinatos de Charlie Hebdo, habrá una reacción antimusulmana, si bien ya se están dando noticias de ataques contra mezquitas y centros comunitarios. Los falsos liberales han jugado su papel al alentar las ideas reaccionarias sobre los musulmanes.
Ridiculizar la religión y defender la libertad de expresión no es un ataque a las comunidades minoritarias. Al contrario, sin ambas acciones es imposible defender las libertades de los musulmanes o de cualquier otro. Así que, sí, desafiemos a los islamistas y reaccionarios dentro de las comunidades musulmanas. Desafiemos también a los reaccionarios antimusulmanes. Pero igualmente pidamos a los falsos progresistas que rindan cuentas.
Traducción de Ana María Coullaut.
Kenan Malik (http://www.kenanmalik.com/), periodista y escritor angloindio, es autor del libro From Fatwa to Jihad: The Rushdie Affair and its Legacy (Atlantic, 2009 ) y de los documentales Are muslims hated? e Islam, Mullahs and the Media.
https://kenanmalik.wordpress.com/2015/01/08/je-suis-charlie-its-a-bit-late/
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