La fe neoliberal de los Gobiernos socialistas
En lugar de buscar el equilibrio entre el capital y el trabajo, los dirigentes franceses arbitran a favor del primero
Éric Fassin 2/02/2015
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El rechazo a Nicolas Sarkozy llevó a los franceses a votar mayoritariamente a un candidato “normal”, pero desde las elecciones presidenciales de mayo de 2012 esa normalización afecta únicamente a las ideas de derecha. No hay más remedio que constatar una perseverancia inquietante: es lo que ocurre en el ámbito económico, desde el Pacto de Estabilidad, a nivel europeo, hasta el Pacto de Responsabilidad ofrecido a la patronal francesa por Hollande; o en la política de inmigración, y especialmente con la “caza al pueblo gitano”: desde el verano de 2012, Manuel Valls no ha hecho sino representar el mismo espectáculo que ofreció dos años antes Nicolas Sarkozy.
“Mi enemigo es el mundo de las finanzas”, clamaba el candidato Hollande en el gran mitin de Bourget. Los presidentes de las empresas son mis amigos, susurra hoy el presidente. ¿“El cambio es para ya”? Mirando hacia atrás, el eslogan de François Hollande tiene otro significado: “El cambio, era (solamente) para ya” –justo el tiempo que dura una campaña electoral.
¿Por qué ese giro? ¿Nos podemos contentar con decir que se repite la eterna historia de los “social-traidores”? Ante todo hay que saber que el socialismo de gobierno actual tiene muy poco que ver con la socialdemocracia. En lugar de buscar el equilibrio entre el capital y el trabajo, los dirigentes franceses, como tantos otros en Europa, arbitran a favor del primero frente al segundo: con el pretexto de luchar contra el paro reivindican su pertenencia a un paradójico “socialismo de la oferta”. Puesto que no se trata de socialdemocracia ¿sería más correcto hablar de social-liberalismo? No está nada claro. En efecto, con el socialismo de gobierno, el Estado, lejos de inhibirse se muestra intervencionista –aunque sobre todo para salvar a los bancos-. Parece, pues, que sería más correcto calificar a este socialismo de neoliberal puesto que la misión fundamental que asigna al Estado es la de proteger a los mercados.
El giro de 2012 podría recordar al viraje de 1983 –la austeridad de hoy sustituye al rigor de entonces-. Pero conviene subrayar una diferencia. Presionado por los mercados, François Mitterrand se resignó a cambiar de política a los dos años de estar en el poder. François Hollande, sin embargo, se convirtió al neoliberalismo –pues se trata de una opción, no de una obligación– nada más ser elegido. Sin duda se argumentará que el socialismo de gobierno siempre renuncia a ser de izquierda en nombre del realismo (económico); sin embargo, son numerosos los economistas que consideran poco realista la política actual. De hecho, todo el mundo puede constatar que no funciona –ni para los trabajadores, ni para las empresas, ni para el Estado-. Una vez más, no se trata de oponer el sentimiento (social) a la razón (económica) sino de interrogarse por qué los socialistas han sacrificado sus sentimientos sin razón.
Pero no deben pagar justos por pecadores. La mayoría de los militantes del Partido Socialista se sienten más a la izquierda que la política que están respaldando. En cierto modo pasa lo mismo que en la Iglesia católica: el Vaticano es más conservador que los obispos y éstos, a su vez, más que los curas… Es cierto que, en ambos casos, el resultado es la deriva conservadora. En las primarias presidenciales de la izquierda, Manuel Valls, el más derechista de los candidatos, fue el menos votado; y François Hollande fue elegido con un programa diferente al que está aplicando. Además, dejando a un lado el PS, lo único constatable es la impopularidad del presidente y, ahora, de su primer ministro: la derechización socialista provoca el rechazo de la izquierda y no consigue seducir a la derecha. ¿Cómo explicar, entonces, que esas ideas, minoritarias entre la “gente de izquierda”, e incluso entre los militantes, se impongan en los dirigentes? Sin duda porque es la condición necesaria para unirse a las filas de las élites dirigentes: parecerles razonables, compartir el sentido común de un club muy exclusivo al que la razón le trae sin cuidado.
En cualquier caso, la derechización socialista no es ni realista ni electoralista. Si se tratara de un cálculo, sería erróneo. Hay, pues, que confiar en el presidente de la República, y en su primer ministro. Es la fe la que les lleva a abrazar la ideología neoliberal. En otras palabras, los socialistas de gobierno creen sinceramente que la realidad es de derechas: por eso están dispuestos, en nombre del realismo, a afrontar la impopularidad. Además, están convencidos de que el pueblo es de derechas: no dudan, en nombre del pragmatismo, en sacrificar sus principios para alimentar el resentimiento racista y xenófobo. Manuel Valls y François Hollande son, pues, auténticamente de derechas. Por creencia y no por estrategia.
Éric Fassin es sociólogo, profesor del Departamento de Ciencia Política y del Departamento de Estudios de Género de la Universidad de París-8 Vincennes-Saint Denis, Laboratorio de Estudios de Género y de Sexualidad (LEGS-CNRS / París-8/ París-10). Autor de Gauche: l’avenir d’une désillusion (Textuel, 2014).
El rechazo a Nicolas Sarkozy llevó a los franceses a votar mayoritariamente a un candidato “normal”, pero desde las elecciones presidenciales de mayo de 2012 esa normalización afecta únicamente a las ideas de derecha. No hay más remedio que constatar una perseverancia inquietante: es lo que ocurre en el...
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Éric Fassin
Sociólogo y profesor en la Universidad de Paris-8. Ha publicado recientemente 'Populismo de izquierdas y neoliberalismo' (Herder, 2018) y Misère de l'anti-intellectualisme. Du procès en wokisme au chantage à l'antisémitisme (Textuel, 2024).
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