CORAZÓN ROJIBLANCO
¿De qué equipo debería ser hincha Alexis Tsipras?
Soledad Gallego-Díaz 29/01/2015
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En Grecia, todo está un poco cambiado, pero para bien. Por ejemplo, el primer equipo del país es el Olympiakos, pero el Olympiakos, que nació en El Pireo, un puerto de los de verdad, es el equipo proletario de Atenas, es decir, equivaldría al Atlético, mientras que el número dos, el Panathinaikos, es el equipo señorito, el alma gemela del Real Madrid.
¿De cuál debería ser hincha Alexis Tsipras?: del Olympiakos, sin duda. ¿Alguien se imagina a Pablo Iglesias saliendo de un Consejo en el que haya desquiciado a Angela Merkel e instalándose después en el palco del Bernabéu? No, Tsipras debe tener un corazón rojiblanco. Pero como las cosas en Grecia no son fáciles de entender, resulta que el dirigente de Syriza es un loco del Pana. Tiene la disculpa de que vivió cerca de ese estadio cuando era niño, en un buen barrio ateniense, céntrico, y no en el ruidoso puerto, el enorme refugio de ferris y mercantes que tejen incesantes una red invisible en el Egeo y Oriente Próximo, que es El Pireo. Ni tan siquiera en la pequeña y moderna ciudad que nació mas allá de los astilleros y fábricas y que, a veces, a ciertas horas, huele a aceitunas y a jabón. Allí, junto a las grúas, el ir y venir de marineros de medio mundo que mezclan palabras de cien idiomas y que tienen cien dioses diferentes, es donde estaría, sin dudarlo un minuto, el Atlético de Madrid, y no en la céntrica avenida Leoforos, al lado del Ethnikos Kipos, el bonito y señorial Jardín Nacional, como en Pana.
La verdad es que el fútbol griego está hecho unos zorros, Olympiakos y Panathinaikos incluidos, como es natural en un país donde todo se ha ido al garete. Todo el mundo se fija en Syriza, pero de donde no habría que separar el ojo es de Amanecer Dorado, un partido de extrema derecha, racista y violento, algunos de cuyos dirigentes están en la cárcel por presunta implicación en un asesinato, y que, aun así, ha quedado tercero en las últimas elecciones. De Amanecer Dorado debe ser el jugador del AEK y de la sub-20, Giorgos Katidis, expulsado para siempre de la selección por hacer el saludo nazi. En un país que padeció enormemente la ocupación alemana en la II Guerra Mundial, al jugador sólo se le ocurrió decir que no sabía lo que significaba ese saludo.
La verdad es que la crisis económica y el cataclismo subsiguiente ha tenido un único efecto benéfico en el fútbol griego: se ha empezado a destapar la corrupción que corre, y que ha corrido durante muchos años, por los palcos y los campos de los estadios. En Grecia hace ya tiempo que saben que es imposible que exista tanta corrupción en los ayuntamientos, en las empresas constructoras y en las entidades financieras, y que esa misma corrupción no haya alcanzado al fútbol. Imposible que la federación no estuviera implicada en mil actos vergonzosos y, seguramente, delictivos. Imposible que los presidentes de las Ligas y los de los grandes equipos no hubieran cometido mil tropelías, al calor de sus aguerridas hinchadas y de los suculentos negocios inmobiliarios.
En Grecia, hasta tuvo que dimitir el presidente de la Liga, acusado de amañar partidos. El año pasado, la Federación tuvo un arrebato de furia y suspendió durante unos días todos los partidos de primera, segunda y tercera por la agresión a un árbitro. Lo raro es que al árbitro no le agredieron en el campo, sino en su propia casa, de madrugada. Cosas extrañas que tienen seguramente más que ver con la corrupción que con un penalti no señalado. Se dice que será la Interpol y la policía judicial las que investiguen la situación económica de los clubes, en lugar de encomendárselo a la FIFA. Sería una idea estupenda. En Grecia y en otro lugares.
En Grecia, todo está un poco cambiado, pero para bien. Por ejemplo, el primer equipo del país es el Olympiakos, pero el Olympiakos, que nació en El Pireo, un puerto de los de verdad, es el equipo proletario de Atenas, es decir, equivaldría al Atlético, mientras que el número dos, el Panathinaikos, es el equipo...
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Soledad Gallego-Díaz
Madrileña, hija de andaluz y de cubana. Ejerce el periodismo desde los 18 años, casi siempre como informadora, cronista política y corresponsal. La mayor parte de su carrera la hizo en El País. Cree que el suyo es un gran oficio; basta algo de humildad y decencia.
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