El día que la Acrópolis venció al miedo
Carlos Carnicero Urabayen Atenas , 29/01/2015
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Tras una noche electoral histórica en la que un partido de izquierda radical ha ganado por primera vez las elecciones en Grecia, el sol brilla con fuerza sobre la Acrópolis. Atenas ha amanecido con un sol radiante. Mirar la posición del sol sobre el Partenón es una referencia habitual para los habitantes de la ciudad. Facilita la orientación. Pero sobre todo ayuda a recordar el peso de la historia que llevan consigo sus habitantes. El nuevo día, mientras se espera la formación de Gobierno, ha llevado un poco de calma a las calles de Atenas después de una intensa campaña electoral.
El oráculo de Delfos ha hablado: los griegos se embarcan en un arriesgado pulso con la Unión Europea con el objetivo de restaurar su dignidad. El débil nunca lo tiene fácil, pero muchos griegos creen que tienen poco que perder. Peor imposible.
Muchos de los problemas que cavaron la tumba de Grecia siguen ahí. En su último libro, Political order and political decay, Francis Fukuyama dedica un capítulo a Grecia, 'El lugar de nacimiento de la democracia'. Según el autor, el desarrollo de un Estado hiperclientelar, ineficiente, al servicio de unos partidos políticos que tejieron redes de intereses y compraron simpatías con los recursos públicos, es la gran causa que explica el colapso de la economía griega en 2010.
“Tenemos leyes para todo, pero no se aplican”, dice Giorgos Yfantis, ingeniero mecánico y jefe de ventas de una compañía que produce y exporta aceros especiales. Las cosas les van bien porque tienen clientes alemanes y suizos en un país en el que escasean las grandes empresas. Grecia es, junto a Pakistán, el país con más microempresas por habitante. Yfantis es muy crítico con lo que se ha hecho durante las últimas décadas. Cree que Syriza es la última bala que les queda en la recámara para remontar. “Syriza no hará ninguna locura: no saldremos del euro”, dice convencido.
La informalidad y la falta de confianza en las instituciones –salvo en la familia– son comunes en Grecia. Las contradicciones entre la ley y las conductas toleradas forman parte de la vida cotidiana. Muchos motoristas circulan sin casco sin temor a ser multados. Se fuma en sus cafés, a pesar de estar prohibido. Casi nadie quiere pagar con tarjeta para no dejar rastro. Y es obligatorio acudir a votar aunque, quienes no lo han hecho, no sufrirán consecuencia alguna. “Sí, pero” es el comienzo de casi todas las respuestas.
El Estado clientelar griego encajaba a la perfección con la gran fiebre del crédito barato que inundó Europa en la década de 2000, la década del lanzamiento del euro. Una licencia de taxi llegó a costar 300.000 euros. Una campaña publicitaria se hizo popular porque invitaba a los ciudadanos a comprarse un coche pagando con una moneda de un euro. El resto podría esperar un año.
El viento soplaba a favor. La Unión Europea se iba ampliando hacia el centro y el este del continente. En 2004, el académico J. Rifkin sentenció: “Mientras el sueño americano languidece, un nuevo sueño europeo ve la luz”. Europa estaba unida y el sur latía con fuerza. Justamente ese año, Grecia ganó la Eurocopa de fútbol en Lisboa; España lo haría las siguientes dos ediciones.
Es un debate recurrente entre los atenienses cuestionar la utilidad de muchas de las grandes infraestructuras de aquella época. El aeropuerto Venizelos, inaugurado en 2001, en sustitución del viejo aeropuerto de Ellinikion, es un buen ejemplo. Muchos se preguntan si hacía falta uno nuevo. Los Juegos Olímpicos que Grecia organizó en 2004 supusieron una de las mayores inversiones de su historia (9.000 millones de euros). Muchos de sus estadios duermen vacíos. Antonis Mairakis, un taxista que habla bien inglés y dice trabajar 24 horas –“siempre estoy disponible”– concluye: “Un país no puede gastar más de lo que tiene”.
Antonio Prunés recuerda perfectamente aquella época dorada. Viajó a Atenas en 2005 con una mochila. Después decidió quedarse. Es filólogo y trabaja como traductor freelance. Cuenta que los griegos, al mirar a España, piensan: "Allí los fondos de la UE sirvieron para hacer carreteras, infraestructuras... En Grecia todo cayó en saco roto".
Estos días ha cundido la sensación de impotencia e indignación entre los griegos que viven en el extranjero. No han podido participar en estas elecciones. Los partidos en el Parlamento no fueron capaces de ponerse de acuerdo para aprobar una ley que lo regulara. Un joven miembro del PASOK, que prefiere no ser identificado, recuerda que hasta 2009 PASOK y Nueva Democracia proporcionaban una pequeña ayuda a sus simpatizantes en el extranjero para que pudieran viajar a Grecia el día de la jornada electoral.
Al margen de las complicidades europeas, cooperadores necesarios en aquella gran burbuja, los griegos reconocen las carencias de su Estado. Loukas Tsoukalis, profesor de Estudios Europeos de la Universidad de Atenas, vuelve la vista atrás, al inicio de la crisis, y recuerda que la clase política griega no tenía credibilidad para exigir esfuerzos a la población. No hubo un gran consenso en la sociedad para afrontar el programa de austeridad, que, en todo caso, era una receta equivocada. Mirando también a España, Tsoukalis dice: “La crisis ha revelado la debilidad de nuestros sistemas políticos”.
¿Podrá el nuevo Gobierno acabar con la indisciplina ciudadana y con la permisividad con la corrupción en todas las escalas? ¿Podrá establecer un sistema fiscal proporcional y justo que sustituya la maraña de impuestos y las vías de escape que están generalizadas? Muchos piensan que Syriza es la opción más práctica porque nunca ha gobernado y tiene menos intereses. Confían en que puedan instaurar una nueva ética.
La terapia de choque que la Unión Europea y el FMI ha aplicado a los griegos desde que entraron en una suerte de UVI en 2010 les ha dejado heridos. No sólo más empobrecidos y desprotegidos, con un Estado del bienestar laminado, sino también moralmente resentidos con Europa, a la que, por otro lado, insisten en querer pertenecer. Curiosamente, el porcentaje de griegos que apoyan el euro es ahora mayor que al inicio de la crisis.
Una guía que trabaja en el Museo de la Acrópolis rememora las batallas de los habitantes de Atenas contra los fenicios en el siglo V a.C. Repite enérgicamente hasta tres veces: “¡La importancia de que les ganáramos no reside en nuestra victoria sino en que les frenamos porque querían conquistar después Europa!”. Ahora sienten que Europa les ha dado la espalda.
Esta cicatriz en el orgullo nacional es lo que explica la victoria de Syriza, pero sobre todo la alianza de gobierno con ANEL. Makis Katsikogiannis, que ha trabajado durante años en el Parlamento Europeo, resume su perplejidad: “Sólo en Grecia puede estar la izquierda radical en el Gobierno junto con los euroescépticos conservadores”.
ANEL, un partido conservador y nacionalista, con tintes xenófobos, se encuentra ideológicamente en el lado opuesto de Syriza. Es una combinación exótica que sólo es posible comprender por la voluntad de los griegos de dar un puñetazo en la mesa de la Unión Europea. Ambos comparten la pulsión nacionalista de reafirmarse frente a Europa y priorizar la batalla contra la austeridad por encima de otras consideraciones ideológicas.
¿Es Syriza el nuevo PASOK? Digenis Minos, una veterana militante, cuenta en la caseta central del partido, casi vacía, sus grandes logros. “El PASOK creó Grecia tal como es hoy. Puso en marcha los servicios sociales. Las pensiones, la seguridad social…”. El PASOK, como para muchos el PSOE, evoca al partido de la nostalgia. Se le debe mucho, pero se confía poco en su futuro.
Yorgos Papandréu, ex primer ministro, hijo del fundador del PASOK, Andreas, y todavía a día de hoy presidente de la Internacional Socialista, no ha logrado entrar en el Parlamento con su nuevo partido, que fundó hace sólo un mes. Se han instalado en el mismo edificio en que Andreas Papandreu fundó el PASOK en 1984 y dicen que han abandonado el PASOK porque ha terminado siendo un apéndice de Nueva Democracia. Digenis Minos, veterana militante, tiene otra opinión: “Papandréu se ha marchado porque no aceptó que él no sería el número uno”. Divididos, han cavado su propia tumba.
Un hombre que celebra la victoria de Syriza frente a la universidad todavía recuerda con emoción el día en que, con tan sólo seis años, su padre le llevó a escuchar el discurso triunfal de Andreas Papandréu. Era 1981 y el PASOK, con un 52% de los votos, había alcanzado por primera vez el poder. Enseguida olvidó su retórica anti-OTAN e incluso contra la Comunidad Europea. Muchos en Grecia temen que a Syriza le ocurra lo mismo con el tono combativo que ha mantenido hasta ahora.
¿Puede la izquierda seguir combatiendo cuando llega al gobierno en esta Europa capitaneada por Merkel? La experiencia demuestra que no. La ilusión de la izquierda europea ante la victoria de Tsipras ha evocado las expectativas que despertó Hollande, el presidente de Francia que en 2012 prometió que acabaría con la austeridad.
El profesor Tsoukalis dice convencido: “Hay una gran distancia entre lo que Syriza promete y lo que puede conseguir. Y ahí es donde reside el peligro”. “No espero un gran terremoto en Europa: la Unión Europea es muy compleja y Grecia es muy pequeña. La decisión de Draghi de comprar deuda es más importante”, añade.
Tsipras, al mando de un país hiperendeudado, parte de una posición de evidente debilidad. Su decisión de no salir del euro le quita de la mesa negociadora la posibilidad de emplear el botón nuclear. Económicamente, puede haber margen para un acuerdo con los acreedores (alargar los plazos de devolución o reducir más los intereses, por ejemplo). Pero las implicaciones políticas de la victoria de Tsipras podrían tener consecuencias imprevisibles para la Unión Europea.
No sólo Podemos está pendiente de que Tsipras salga victorioso de esta batalla. Curiosamente su éxito podría ser también el de los populistas de extrema derecha que miran ahora a Atenas en busca del empujón final. Los partidos que se oponen al rescate griego (el Frente Nacional en Francia, Alternativa por Alemania, el Partido de la Libertad en Países Bajos, entre otros) lo van a poner muy difícil para que se dé más oxígeno.
Es la gran hora de la política en Europa. El nudo gordiano se encuentra ahora en la periferia. Lo que ha ocurrido en Grecia es un hecho político que tendrá consecuencias y que abre un camino de esperanza en Europa. Salvarla o dejarla morir. La Unión Europea tiene que cambiar para poder ser refugio de todos los europeos. Y una vez más, los griegos, agazapados por su difícil historia, han reclamado su papel en la defensa de la democracia.
Carlos Carnicero Urabayen (@CC_Urabayen) es politólogo y analista de cuestiones internacionales y europeas para varios medios nacionales e internacionales. Reside en Bruselas y ha trabajado cinco años en el Parlamento Europeo.
Tras una noche electoral histórica en la que un partido de izquierda radical ha ganado por primera vez las elecciones en Grecia, el sol brilla con fuerza sobre la Acrópolis. Atenas ha amanecido con un sol radiante. Mirar la posición del sol sobre el Partenón es una referencia habitual para los...
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