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Probablemente no sea sencillo verlo desde un país en el que la música popular es sistemáticamente caricaturizada, se encuentra disecada por los grandes medios en un baúl hermético y con olor a cerrado que se denomina "Movida" o tiene el estigma de ser considerada vulgar por los personajes que monopolizan la escena cultural, pero en las Islas Británicas, afortunadamente, las cosas son distintas. Allí la música pop no es solamente un vector artístico dinámico y ampliamente reconocido (en la Universidad de Manchester, sin ir más lejos, se analizan las letras de Morrissey) y una industria de peso que resulta beneficiosa para el Estado (2.200 millones de libras esterlinas en exportaciones según un informe de UK Music recientemente publicado), sino que, por méritos propios, forma parte consustancial de la propia idiosincrasia del país. Pertenece al imaginario colectivo de la misma forma (o más) que los pubs, las Baked Beans de Heinz, los tabloides, La Casa Real, Coronation Street… o el fútbol. Sería absurdo iniciar ahora un debate sobre si fueron o no sus inventores, pero parece sensato admitir que fútbol y música pop son hoy lo que son gracias a una sociedad británica que hizo de excelente embajadora mientras interiorizaba los dos mundos como parte inexorable de su propio ADN. Ambos son buenas herramientas con las que adentrarse en esa compleja sociedad separada del "continente" por algo más que el Canal de la Mancha, pero tienen además numerosos puntos de conexión.
El más evidente aparece en el propio sonido de los estadios de fútbol. En lo que sale de los altavoces, que a diferencia de lo que ocurre en lugares más cercanos no suele ser cualquier cosa, pero sobre todo en lo que se canta desde la grada. El Reino Unido no es, evidentemente, el único lugar del mundo en el que los grandes éxitos musicales se adaptan a la personalidad de los equipos, pero es muy probable que sí sea de los más originales y en el que las vinculaciones entre himnos populares y clubes sean más sólidas. Hoy es imposible, por ejemplo, escuchar el You’ll Never Walk Alone (una canción original del genial dúo Rodgers/Hammerstein para el musical Carousel que los scousers Gerry and The Peacemakers versionearon, con producción de George Martin en el apogeo del Merseybeat, para llevarla al número 1 en 1963) y no visualizar mentalmente el escudo del Liverpool FC. Cualquiera que haya escuchado a The Kop cantando en un partido importante sabrá lo creíble que puede llegar a resultar. Algo que también se puede apreciar, por cierto, en las gradas de Celtic Park, donde también se canta la misma canción (algunos reclaman incluso ser los pioneros) aunque allí se haga entre colores verdes y blancos (y algún que otro naranja). Los ejemplos son interminables y se repiten en multitud de estadios británicos. Desde el Glad All Over, otro número 1 de los londinenses Dave Clark Five que se canta en el estadio del Crystal Palace, hasta la adaptación del Mule of Kyntire de Paul McCartney que hacen los aficionados al Nottingham Forest en The City Ground.
En 1985 Ian Brown y John Squire, dos fervorosos seguidores del Manchester United, lideraban ya los Stone Roses, un interesante pero desconocido grupo dentro de la amplia escena musical de Manchester que no tenía nada publicado. Fue en ese año cuando llegó su primera oferta interesante por parte de una compañía discográfica: colaborar con el afamado productor Martin Hannett Zero para grabar su primer LP. El prometido disco llegó a grabarse, pero no se publicó gracias a la negativa de los miembros del grupo, que quedaron muy descontentos con el resultado obtenido. Llegaría a las tiendas 11 años después, pero con la banda ya disuelta y como recopilatorio de los primeros trabajos inéditos de los Stone Roses. Cuenta la leyenda que en una de aquellas controvertidas y olvidadas sesiones, Martin Hannet les obligó a estar encerrados en el local de ensayo hasta que Ian Brown y John Squire fueran capaces de salir con una canción original. Cantante y guitarrista aceptaron el reto y consiguieron abrir la puerta de salida con un nuevo tema en la mano llamado This is the One. Cuatro años más tarde los Stone Roses publicarían finalmente su primer Long Play, ese disco homónimo que les daría fama mundial, que abanderaría el acreditado Sonido Manchester (o Baggy, según la jerga local) y que ha terminado convirtiéndose en uno de los más importantes de las últimas décadas. Pero lo que Brown y Squire no podían sospechar entonces es que esa canción que un día se vieron forzados a escribir y que habían decidido retomar para incluirla al final en su primer disco sea décadas después la que suena en Old Trafford cada vez que hay partido de su equipo y segundos antes de que los jugadores del Manchester United salten al césped. Algo que sin duda debe ser muy emocionante para dos reconocidos aficionados como ellos pero especialmente para Ian Brown, único seguidor de los Red Devils entre una familia llena de abonados del Manchester City.
Pero sin salir del mismo Manchester encontramos cosas parecidas en ese otro equipo. El United es el club que tradicionalmente ha aglutinado la numerosa comunidad irlandesa del entorno de la ciudad así que no sorprende que una familia apellidada Gallagher y afincada en Burnage, un sitio en el que las casas se dividen entre Red o Sky Blue, fuesen fervientes seguidores de los Devils. Lo que sí sorprende es que los tres hijos del matrimonio Thomas y Peggy Gallagher saliesen fanáticos del City. O quizá no, porque la falta de lógica es una de esas cosas que todavía hacen del fútbol algo extraordinario. Dos de esos hermanos Gallagher, Noel y Liam, se convirtieron con el tiempo en los líderes de Oasis, una de las bandas inglesas más importantes de finales del siglo XX. Mientras el grupo deambulaba por la cresta del éxito liderando las listas del pop británico, el equipo de sus amores, el City, se debatía en el barro de la Championship, humillado por los éxitos de su vecino y archirrival. Fue en esos tiempos duros, a punto de ascender definitivamente a la máxima categoría y cambiar el signo de la historia, cuando la afición citizen utilizó el arte de los Gallagher para que desde la grada brotase un lema, reflejado en una mítica pancarta colgada en el estadio, que además fue premonitorio: "Some might say we will find a brighter day". La frase corresponde al título del primer número 1 de Oasis en las listas de éxitos del Reino Unido (incluido en el disco (What’s the Story) Morning Glory?).
La cantidad de músicos británicos fanáticos del fútbol es prácticamente interminable. Desde los hermanos Ray y Dave Davies (The Kinks), que movían fechas de conciertos para no coincidir con los partidos del Arsenal (Ray Davis se mostró también públicamente en contra de la demolición de Highbury Stadium), hasta el grupo indie Stereolab, que un buen día decidió patrocinar con su nombre al modestísimo Barking and East Ham United, un equipo que jugaba la Isthmian League (una liga amateur afincada entre Londres y el sureste de Inglaterra). Desde Damon Albarn (o los chicos de Madness) declarando su amor al Chelsea FC, hasta las lágrimas de Rod Stewart el día en que su adorado Celtic FC ganaba al todopoderoso FC Barcelona. Desde Eric Clapton, seguidor del West Bromwich Albion (aunque algunos dicen ahora que en realidad es del Chelsea FC), que es capaz de aparecer en la portada de uno de sus discos con la bufanda de los Baggies (se puede ver en un álbum de 1978 llamado Backless) o, según cuenta la leyenda, usar el nombre del equipo como seudónimo para registrarse en los hoteles, hasta los hermanos Reid (The Proclaimers), fanáticos del Hibernian FC, que llegaron a ser potentes activistas en la campaña promovida por los aficionados Hibs para evitar la fusión de su equipo con el eterno enemigo de la capital escocesa, los Hearts. Los aficionados a The Cabbagge (¿es casualidad que el apelativo con el que se conoce al equipo de Edimburgo fuese usado por los también escoceses y futboleros Teenage Fanclub para titular una de sus canciones?) han adoptado incluso una canción de los mismos Proclaimers como himno popular del equipo: la ahora famosa Sunshine on Leith.
Si ya el título del primer disco de los Housemartins, con aquel enorme London 0 – Hull 4, dejaba clara la afinidad futbolera de sus miembros, no hacía falta tampoco acercar mucho más la lupa para saber que su líder, Paul D. Heaton, era (y es) otro gran aficionado al balompié. En especial al Sheffield United y hasta el punto de haber pertenecido a los Blade Bussiness Crew, una de las peñas ultras del equipo. Él mismo ha declarado en varias entrevistas que se considera también seguidor del Racing de Santander y al parecer es un gran coleccionista de objetos relacionados con el fútbol. La lista es interminable, pero quizá merezca la pena detenerse en la figura de Elton John, protagonista de la historia más bonita que pueda vivir un aficionado: acabar siendo dueño del equipo del que eres un rendido seguidor. Ocurrió en 1976, año en que el músico inglés compró el equipo de toda su vida: el Watford FC, entonces militante de la cuarta división inglesa. Lejos de resultar una simple excentricidad propia de una estrella del rock & roll, su labor como presidente resultó ser excelente, llevando al equipo hasta la First Division en tan sólo cinco años y viviendo por el camino una de las mejores etapas del club.
Existen muchas otras historias y formas de conexión entre fútbol y música pop atendiendo a referencias en las canciones, portadas, sintonías, rivalidades que llegan al local de ensayo, músicos futbolistas y futbolistas músicos… pero mejor dejarlo para otro día.
Probablemente no sea sencillo verlo desde un país en el que la música popular es sistemáticamente caricaturizada, se encuentra disecada por los grandes medios en un baúl hermético y con olor a cerrado que se denomina "Movida" o tiene el...
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