Análisis
Sobremesas de cocido madrileño
Julio Embid 19/02/2015
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Podrías pensar que aquella casa no tenía nada de especial. Todos los portales de aquella calle portaban la misma placa con el yugo y las flechas del Instituto Nacional de la Vivienda franquista y los mismos ladrillos rojizos en su fachada. Su salón de quince metros cuadrados tampoco tenía nada de particular. Una foto descolorida de la boda de los padres, las fotos de la Primera Comunión de los hijos y la de la Jura de Bandera del mayor de ellos, adornaban el desvencijado mueble marrón del salón, junto al gallo negro ‘Recuerdo de Portugal’ y Telecinco en la televisión siempre encendida. Enfrente, sobre el sofá de escay marrón que tantas siestas había soportado, un cuadro con un amenazante león presidía la habitación. Por fortuna una agradable y cálida humareda se extendía sinuosamente sobre todo el salón.
Era mediodía de domingo y, como había visitas, el mantel blanco de tela había sustituido al hule de colores de diario. La cazuela blanca con tapa sobre un salvamanteles verde de esparto remplazaba a la olla exprés a la hora de servir el alimento. Alrededor de la mesa, media docena de personas se arremolinaba para disfrutar de una comida familiar en el salón de un pequeño piso sin ascensor de los años cincuenta en un barrio de la orilla sur del Manzanares. La crisis, que tanto daño les había hecho, no iba a ser ese día ningún impedimento para un agradable almuerzo compuesto por un cocido completo con su sopa humeante con fideos, garbanzos, col, patata, berza, zanahoria, puerro, chorizo, morcilla, pollo, tocino, pan y vino con casera, todo incluido. De postre, café, naranjas o un pedazo de contessa, que siempre gusta, y que además estaba de oferta en el súper del barrio. El padre, prejubilado de la Talbot de Villaverde, se quejaba de lo mal que iba todo y de los políticos. La madre, ama de casa, se quejaba de lo ridícula que era su pensión y de los políticos. El mayor, en paro, se quejaba de que no les saliese nada para pagar las letras del alfabeto que cada mes le perseguían, y de los políticos. La novia del mayor, ochocientoseurista por cuenta ajena, bramaba contra el cabrón de su jefe de turno y contra los políticos. El mediano, autónomo especializado en ñapas, con el agua al cuello, ya tenía fecha para el desahucio de su piso y para el acto de conciliación del divorcio con la mal encarada de su ex. Pronto le tocaría volver a vivir a casa de los padres, y tal vez, debería dejar de pagar por meterla o por meterse. El pequeño, que todavía no había abandonado el nido, sin oficio ni beneficio, solamente se quejaba de lo mal que estaba la defensa del Madrid y de los pocos puntos que sacaba cada domingo en el Comunio.
Todos los comensales, bien por convicción, bien por cortesía, felicitaron a la cocinera por lo sabroso que estaba todo. En los postres, el patriarca pelón, sentado en la cabecera de la mesa, frente a su familia con el agua al cuello, removiendo la taza de café con una cucharilla, sentenciaba la conversación con la siguiente frase: “La vida está hecha para los cuatro hijos de puta que tenemos dinero”.
A ti que me lees, universitario de clase media-alta o superior, esta escena cotidiana te puede sonar a la típica telecomedia española familiar de entre semana. Te puede hacer gracia o absoluta indiferencia, pero es lo que vive cada día un millón de madrileños olvidados que residimos en los seis distritos al sur del Manzanares.
El paro es nuestra mayor epidemia. El desempleo se extiende al otro lado de la M-30 como si fuera chapapote. Existen tres barrios del sur de Madrid que cuentan con una tasa de desempleo superior al 25%. Son los casos de San Cristóbal de los Ángeles (28,6%), Entrevías (25,8%) y Orcasur (25,3%). Muy lejos queda el 5,02% de paro del barrio de El Viso en el distrito de Salamanca.
El resto del sur tampoco está mucho mejor, y para postre, el mes pasado, en el distrito de Madrid con mayor desempleo, Villaverde, la Comunidad de Madrid cerraba su oficina del paro para hacer reformas, durante un periodo de al menos cuatro meses, derivando a sus usuarios a la oficina de Chamartín. ¡A 16 kilómetros y 18 paradas de metro con dos transbordos de distancia!
Además, la distribución de estaciones en Madrid no es acorde a la población. Los barrios del sur tienen muchas menos estaciones de Metro por habitante que los del centro o los del norte de Madrid. La media de la capital es de 6,14 estaciones por cada 100.000 habitantes. Sin embargo, distritos como Puente de Vallecas o Villaverde sólo tienen 2,63 y 2,82 estaciones por cada 100.000 habitantes, respectivamente. Resulta muy vergonzoso que uno de los distritos más poblados como es Puente de Vallecas, con casi un cuarto de millón de habitantes, sólo tenga una línea de Metro, la 1, que solamente presta servicio a la parte norte del distrito, y cuyas estaciones fueron inauguradas en 1961. Mientras tanto, más de la mitad del distrito no tiene ninguna parada cercana de Metro a menos de quince minutos de su casa y, si no, siempre puedes coger el tren de cercanías o como le decimos en el sur: La Renfe.
Un vecino de los barrios de la periferia sur puede pasar varios años de su vida en el tren. Imaginemos una persona que vive en el barrio de Las Águilas y que trabaja en Alcobendas. Haciendo transbordo en la estación de Atocha tardaría 57 minutos en llegar de estación a estación. Veintidós días laborables al mes, durante once meses, realizando ese trayecto de ida y vuelta cada día, cada año pasará 19 días completos montado en el tren. Cada 19 años laborables, uno lo pasaría en el tren yendo a trabajar o volviendo a su casa. Y que siga dando las gracias por tener trabajo 19 años seguidos en la misma empresa.
Cuando salga de trabajar, si le queda algo de dinero, siempre puede ir al cine o al fútbol. Al cine es más complicado. Sólo dos de los 38 cines que quedan hoy en la ciudad de Madrid están en los distritos del sur. El que quiera ver una peli, que se vaya al centro en metro o se busque la vida con el coche. Según la organización FACUA, entre 2004 y 2014 el precio medio de la entrada en un día laborable se incrementó un 45,2%, y los sueldos de los madrileños del sur no. Al fútbol, sin embargo, sí va más la clase trabajadora. Te lo quitas de otras cosas. Frente a un 45,5% de españoles de clase alta-media alta que afirma haber acudido pagando una entrada a ver un partido de fútbol en el estadio, existe un 60,1% de obreros cualificados que ya lo ha hecho. Sin embargo, si nos fijamos en otros deportes como el baloncesto, el porcentaje pasa del 20,1% de clase alta-media alta a un escaso 10,3% entre obreros cualificados. Poco más de la mitad. Y en el tenis ya desciende a la tercera parte. El Bernabéu, el Calderón y el Estadio de Vallecas siempre están casi llenos, superando cada año, en Madrid, el 80% de localidades ocupadas de media, aunque las entradas para dos horas de espectáculo valgan la décima parte del salario mínimo interprofesional.
Si no tienes ni una peseta, te quedan dos opciones: bajarte al parque o tumbarte en el sofá a ver la tele. Lo segundo es lo más habitual. El 97% de los hogares españoles tiene televisión. Además, según el Estudio General de Medios (EGM), el consumo de diarios, revistas, cine, radio o internet desciende cuanto menor renta se tiene. En la televisión va en aumento, cuanto menor es la renta, más tele se ve en casa. En el parque puedes tumbarte a la bartola, puedes pelar la pava con la pareja o hacer running o senderismo. La práctica del running, según el barómetro del CIS de junio del año pasado, desciende ligeramente cuanto menos dinero se tiene. Ya no digamos del montañismo o del senderismo, que pasa del 17,5% en la clase alta al 2,2% en la clase trabajadora no cualificada. Yo lo digo siempre, correr es de cobardes.
No todo es de color de rosa pero tampoco todo es tan negro como el carbón. La felicidad se basa exclusivamente en cumplir las necesidades que uno tiene. Comer tres veces al día es una de ellas. Muchos de los que viven bajo un puente de la M-40 en Villaverde o en El Gallinero de la A3 no siempre pueden hacerlo. Vivir bajo techo en una vivienda digna es otra de ellas. Aquellos que están siendo expulsados por no llegar al alquiler social en Carabanchel Alto por un fondo buitre tampoco podrán hacerlo. Tener un trabajo digno bien remunerado y con vacaciones es cada vez más complicado. Que se lo digan a todos esos pequeños comerciantes de General Ricardos o del Paseo de Extremadura que han cerrado sus comercios. Peor aún, que se lo digan a las mujeres prostituidas en el Polígono Marconi de Villaverde o en la Casa de Campo. Tener una pareja estable y que te corresponda es mucho más difícil cuando no tienes un trabajo estable, una vivienda estable y una alimentación estable. Y así con todo. Y sin embargo no es imposible ser feliz. La felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace. Y si vienen mal dadas, rodearse de la familia y los amigos es la mejor defensa de la manada contra los depredadores. Ya lo dice el refrán: un garbanzo no hace puchero, pero ayuda al compañero.
Podrías pensar que aquella casa no tenía nada de especial. Todos los portales de aquella calle portaban la misma placa con el yugo y las flechas del Instituto Nacional de la Vivienda franquista y los mismos ladrillos rojizos en su fachada. Su salón de quince metros cuadrados tampoco tenía nada de...
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Julio Embid
Es politólogo y subdirector del Laboratorio de la Fundación Alternativas.
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