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Aquí manda el mar. Turquesa y soberano. Lo sabe la turista –¿alemana? ¿estadounidense? ¿brasileña?– que flota ahora cara al sol sobre ese azul insobornable, después de dos daikiris de fresa, dispuesta a amortizar cada dólar que invirtió en sus vacaciones all inclusive y a no salir del agua hasta que el viento la empuje hacia la orilla. Tiene suerte, porque es uno de los pocos días de este febrero en el cual en Cancún no sopla una brisa y el bronceado está asegurado.
El mar manda aquí. Lo saben también los mexicanos, que eligieron (y acertaron) este punto sobre el Atlántico para fundar su Caribe en los años 70 del siglo pasado. Desarrollaron un emporio hotelero y promovieron el turismo en su costa oriental (era el Pacífico hasta entonces su sinónimo de playas y distensión), gracias a un lugar donde la cordialidad te hace sentir bienvenido en cada esquina. Sin los viajeros no somos nada, resumirá Mario, doorman del impactante Fiesta Americana Grand Coral Beach, uno de los cinco estrellas que integran el top ten de la isla.
Y que el mar manda, lo supieron antes los mayas, antiquísima civilización americana, que se desarrolló durante más de 2.500 años y gobernó estas tierras del actual Estado de Quintana Roo hasta el siglo XVI, sin imaginar que la tierra que perderían tras la conquista se convertiría en un templo profano. Ellos ya representaban el mundo como una enorme tortuga o como un cocodrilo suspendidos –justamente– en un océano insondable. Eran politeístas y creían que después de morir, uno se iba al inframundo con sus petates (de allí que se enterrara al muerto con sus posesiones), adonde podía llegarse caminando, bailando o remando.
Algunas de estas historias se cuentan en el Museo Maya de Cancún, que expone 400 piezas de gran valor arqueológico y cultural, al que se llega por $10.50 (menos de un euro, al que hay que sumar unos cuatro más de la entrada), trepado a cualquier autobús que recorra la avenida Kukulkán. Hey, Miss: hotel zone, La isla, La isla…, arenga, buscando pasaje a tres turistas rubias, un asistente comedido del chofer del coche que nos lleva.
El viaje en bus es en sí mismo un programa y basta encontrar un asiento para disfrutar la diversidad del paisaje: hacia un lado, el mar (naturaleza omnipotente desplegando sus encantos); del otro, la estudiada huella del hombre en un sinfín de discotecas, tiendas y hoteles de lujo; y dentro del ómnibus, el arte de una dependienta que se maquilla con pulso firme en los diez minutos que dura el viaje desde la zona hotelera hasta La Isla, el centro comercial donde trabaja, y al que llega con lo justo, entre el rímel y el rubor, con cada color en su sitio.
Extraordinarios arquitectos y urbanistas –en el año 600 a.C. ya construían pirámides de más de 70 metros de altura y allí está Chichen Itza, a 188 km de Cancún, para probarlo, quitándote el aliento–, los mayas desarrollaron una escritura jeroglífica que se afianzó hacia el siglo I de nuestra era. Dejaron un libro sagrado –el Popol Vuh–, que aún nos intriga, y extendieron su dominio en una superficie de más de 300.000 km2, que abarca varios países actuales (Guatemala, Belice, Honduras, El Salvador y diversos Estados mexicanos).
Su esperanza de vida era de 35 años (la misma de los gladiadores romanos) y uno de sus ritos de contacto con los seres sobrenaturales, necesario para mantener la armonía del cosmos, consistía en verter gotas de sangre en papeles que se quemaban elevando esa suerte de plegaria a lo alto. Este escribir con la propia sangre es rico en metáforas para una poeta y, sin embargo, de todas sus tradiciones, la que más me fascina es la de la "muñequita quitapenas".
Tejida o armada con desechos de tela, la idea es contarle a esa mujercita de paño qué te angustia, ponerla luego bajo la almohada y dormir sobre ella la preocupación. La creencia afirma que a la mañana siguiente, ya no hay tristeza. La palabra como camino hacia la cura, el sueño liberador… mea culpa: la lectura psicoanalítica es un tic argentino.
¡Qué paradoja tener que anclar en Cancún para descubrir influencia maya en Freud!, pienso medio en broma, mientras camino hacia el ferry que nos llevará hasta Isla Mujeres. ¿Un paseo, amiga?, pregunta uno de los incansables taxistas que te salen al paso. Consiéntase. Hoy es día para consentirse, retoma antes de que pueda decir nada, a puro principio del placer. Freud otra vez.
Aquí manda el mar. Turquesa y soberano. Lo sabe la turista –¿alemana? ¿estadounidense? ¿brasileña?– que flota ahora cara al sol sobre ese azul insobornable, después de dos daikiris de fresa, dispuesta a amortizar cada dólar que invirtió en sus...
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Raquel Garzón
Raquel Garzón es poeta y periodista. Se especializa en cultura y opinión desde 1995 y ha publicado, entre otros libros de poemas, 'Monstruos privados' y 'Riesgos de la noche'. Actualmente es Editora Jefa de la Revista Ñ de diario Clarín (Buenos Aires) y Subdirectora de De Las Palabras, un centro de formación e investigación en periodismo, escritura creativa y humanidades.
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