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El busto de Edward Snowden amaneció desnudo una mañana helada de lunes santo en un parque de Brooklyn (Nueva York). Con su raya a un lado y sus gafas de adolescente empollón, su pecho y su cabeza aparecieron sobre una columna que forma parte del monumento Prison Ships Martyrs, dedicado a unos miles de prisioneros estadounidenses fallecidos durante la guerra de independencia americana en los barcos-prisión británicos. "Sería una falta de respeto para quienes son homenajeados aquí no alabar a quienes protegen los ideales por los que ellos lucharon, como Edward Snowden, que nos ha mostrado cómo la NSA (Agencia de Seguridad Nacional estadounidense) ha violado la cuarta enmienda [de la Constitución] con sus programas de espionaje". Son las palabras que proclamaron los autores anónimos de la escultura dedicada al 'chivato' (qué mala traducción tiene el idioma español para whistleblower) que le contó al planeta que las agencias de seguridad nacional de Estados Unidos y Gran Bretaña espían a sus ciudadanos y al resto del mundo con total impunidad y a una escala sin precedentes.
Pero el busto apenas consiguió sobrevivir unas horas. "Colocar una escultura sin permiso es ilegal", dijeron desde la dirección de parques públicos de Nueva York. Y a continuación varios empleados colocaron un plástico sobre la cabeza del hombre que trató de abrirnos los ojos frente a los abusos de las democracias más democráticas del planeta y al rato se llevaron los 150 kilos de escultura en los que cuatro 'artivistas' habían trabajado durante casi seis meses.
Todo el proceso fue documentado desde el principio por la web Animal New York.
La misma noche en que Snowden fue defenestrado del monumento, el grupo Illuminator Art Collective decidió que aquello no podía quedar así y acudió al parque para proyectar sobre aquella columna un 'holograma casero' de Snowden, un hombre cuyo atrevimiento, relatado por Laura Poitras en Citizenfour, acaba de llevarse un Oscar al mejor documental del año pero cuya vida está limitada por un exilio en Rusia autoimpuesto para evitar que Estados Unidos le juzgue por delitos de traición y le meta en la cárcel de por vida, como ya ha hecho con su predecesor más reciente, Chelsea Manning, cómplice directo del fundador de Wikileaks, Julian Assange (actualmente autoexiliado en la Embajada ecuatoriana de Londres).
En un comunicado público, el Illuminator Art Collective explica el porqué de su holograma. "Nos hemos inspirado en el trabajo de esos artistas anónimos y hemos recreado efímeramente su intervención proyectando una imagen de la escultura sobre una nube de humo. Nuestra sensación es que el Estado puede llevarse los artefactos materiales que desafían a la autoridad pero los actos de resistencia quedan en la conciencia colectiva. Y la esperanza reside en compartir esos actos de desafío".
Los gobiernos estadounidense y británico espían indiscriminadamente a sus ciudadanos y a los nuestros, persiguen con más voracidad que nunca a los delatores en materia de seguridad nacional y a los periodistas por no desvelar sus fuentes y obligan a quienes denuncian sus abusos a huir lejos y buscar asilo en otras latitudes. El Gobierno español aprueba leyes que restringen el derecho de reunión, penalizan las manifestaciones y multan la disidencia y aunque hasta la ONU se pronuncia en contra, poco importa, la ley de Seguridad Ciudadana y el nuevo Código Penal se aprueban y el 1 de julio entrarán en vigor. Ante esta perspectiva, ¿cuál es nuestra alternativa?
Nunca aspiré a parecerme a Obi Wan Kenobi. Pero la ola de represión aterciopelada que asuela nuestras democracias indica que pronto yo también me veré obligada a crear una imagen fotográfica en tres dimensiones con la que luchar contra las fuerzas del mal. En realidad ya llego tarde a lo que parece ser un presente de plasmas y hologramas. El de los plasmas los españoles lo conocen bien: Mariano Rajoy lo convirtió en trending topic hace ya años e incluso ha conseguido que cruce en forma de noticia las fronteras ibéricas para ser recibido con incredulidad y sorpresa por otros países.
Pero descubrir que Edward Snowden se ha convertido en holograma en la misma semana en que por primera vez 18.000 personas virtuales han alzado sus pancartas en una protesta pública en Madrid es una metáfora cruel del oscuro presente en el que vivimos. La plataforma No somos delito, formada por más de cien colectivos ciudadanos de activistas de toda índole que aspiran a la derogación de la ley Mordaza, inauguró el pasado viernes nuestra triste existencia como manifestantes de videojuego con la que se considera la primera manifestación de hologramas de la historia. La prensa nacional se empeñó en convertirlo en una mera anécdota artística con la que animar las páginas de información local pero toda la prensa internacional habló del tema con interés, aunque sólo fuera para explicar a sus lectores los espeluznantes detalles de esta nueva ley.
Creemos que seguimos viviendo en democracias que nos hacen libres porque en los supermercados tenemos cien tipos diferentes de pasta de dientes para elegir y la televisión nos tienta con más de mil canales. Pero el paulatino recorte de libertades y derechos al que Europa y Estados Unidos se han sometido desde que los atentados del 11-S jubilaron definitivamente al enemigo comunista para sustituirlo por el enemigo terrorista va en aumento y a velocidad vertiginosa. Lo difícil es explicárselo a quienes sufren la represión no velada de países como Irán. Recientemente acudí en Londres a la proyección de la película Rosewater, que cuenta la historia del periodista de origen iraní Maziar Bahari, quien pasó cuatro meses en una prisión en Teherán en 2009 por bromear con la posibilidad de ser espía en una entrevista para el programa cómico estadounidense The Daily Show. Después de sufrir múltiples torturas y vejaciones fue liberado gracias a la intervención de Hillary Clinton y regresó a Londres, donde reside actualmente.
Tras la proyección del filme (dirigido con poco acierto y sentimientos de culpa por el brillante humorista Jon Stewart, director del Daily Show) durante el Human Rights Watch Film Festival, a la que también acudía el reportero, se me ocurrió preguntarle qué pensaba sobre la situación de Snowden o el arresto de periodistas estadounidenses que se niegan a desvelar sus fuentes. Bahari prácticamente se rió en mi cara. "Son nimiedades comparadas con la represión de regímenes como el iraní. Estados Unidos es una democracia. Allí hay libertad. En Irán no. Y la prueba es que al documental de Snowden le han dado un Oscar". Se le olvidó mencionar que Snowden no pudo asistir a la entrega del premio porque habría sido arrestado. No fue una respuesta sin más. Fue la proclamación de un acto de fe. Bahari y miles de disidentes de países de todo el mundo creen en el sueño de libertad americano. Y no hay duda de que Estados Unidos lo alimenta meticulosamente entre los habitantes de países 'enemigos'. Durante casi 50 años, por ejemplo, los exiliados cubanos han sido los únicos inmigrantes con derecho a ayudas del Gobierno estadounidense, el resto podían morirse de hambre pero a los cubanos poco faltaba para que les montaran un piso al llegar. Para sus connacionales disidentes, en cambio, el trato es muy diferente.
Ninguna democracia occidental puede hacer barbaridades contra los derechos humanos con la impunidad descarada de las dictaduras. La maquinaria mediática está engrasada con elegancia. Los gobiernos democráticos conocen demasiado bien el juego de la propaganda y la comunicación como para encarcelar y torturar a un periodista que bromea en la tele como le ocurrió a él. Pero sí pueden poner en marcha una campaña de comunicación para convertir a Edward Snowden en un traidor y un bicho al que más de la mitad de los estadounidenses consideran que habría que encarcelar para siempre. Es una manera de que el Gobierno no parezca el malo: la sociedad toma partido.
En España es totalmente legal aprobar una ley como la de Seguridad de Ciudadana que permitirá controlar y contener explosiones de reflexión cívica y colectiva como la que se vivió durante el 15-M. Nada lo impide legalmente, aunque los juristas planetarios pongan el grito en el cielo. Son actos mucho más sutiles y refinados de los que se acostumbran a practicar en las burdas dictaduras. Y si mientras tanto la oferta de coches, cereales y series de televisión no decae, la ilusión de la libertad seguirá estando ahí. Pero no nos engañemos: la primera manifestación de hologramas del planeta llega en un momento demasiado significativo como para considerarla anecdótica. "Es la primera vez que se hace y esperamos que sea la última", dijo uno de sus convocantes. Seguro que el holograma de Snowden comparte el mismo deseo.
El busto de Edward Snowden amaneció desnudo una mañana helada de lunes santo en un parque de Brooklyn (Nueva York). Con su raya a un lado y sus gafas de adolescente...
Autor >
Barbara Celis
Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo.Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático..
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