La vida en negro
Crimen en Marbella: 9 años esperando juicio
Pedro Costa 14/05/2015
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Nueve años se han cumplido de la muerte a manos de unos policías locales de Marbella de un ciudadano belga. Fue en 2006, el año en que la corrupción en la capital de la Costa del Sol alcanzó su mayor esplendor y dio lugar a la Operación Malaya (95 procesados). Roca, Marisol Yagüe, Isabel García Marcos… eran los verdaderos amos del cotarro con el apoyo y la connivencia del juez Urquía, que acabó siendo expulsado de la carrera judicial.
Nadie acaba de entender cómo han podido dejarse pasar nueve años sin que se celebre el juicio por el homicidio del ciudadano belga Lieven de Wilde. Tenía 44 años y un corpachón atlético: 120 kilos de peso repartidos en 2 metros de altura. Había pasado casi toda su vida en Marbella, en el chalé que sus padres compraron en los años 60 en la urbanización Casablanca. Un hombre que jamás dio un escándalo ni tuvo un problema con nadie y sobre el que sus vecinos o los que le trataron (que no fueron muchos) coinciden en los adjetivos que le dedican: correcto, normal, educado, solitario, muy culto…
Pero el lunes 6 de febrero de 2006 algo tuvo que pasar en la cabeza de Lieven para que las cosas terminaran como terminaron. El sábado, día 4, había llegado desde Bruselas, donde había pasado unos días con su madre, la señora Godelieve: Estaba muy bien, totalmente recuperado del impacto por la muerte de su padre, ocurrida dos meses antes. El domingo le llamé pero no le encontré. El lunes me llamó Miguel, el casero, para decirme que no había nadie en la casa y que la puerta estaba abierta. Aquello me sorprendió porque Lieven era extremadamente cuidadoso.
Miguel, el casero, recuerda, como si fuera ayer, lo ocurrido en estas últimas horas de la vida de Lieven de Wilde. Le vi el sábado, cuando llegó de Bruselas y me dijo que el lunes teníamos que hablar. Cuando el lunes llegué a la casa me sorprendió encontrar la puerta de entrada abierta de par en par y ni rastro de Lieven. Me puse a regar y sonó el teléfono. Era la madre, la señora Godelieve. Le conté la situación y se quedó muy extrañada. A la hora o algo así volvió a llamar. Le expliqué que no había novedad y me dijo que cerrara las puertas y me marchara. La siguiente noticia la tuve ya cuando la policía vino a buscarme a casa.
Lieven había salido un par de horas antes de la llegada del casero y realmente cuesta entender las acciones que llevó a cabo aquella mañana. Nadie, ni su propia madre, ni el casero, encuentran un significado o una motivación.
A pesar de que el día era frío, Lieven salió de casa descalzo y vestido solamente con los pantalones de un pijama claro con cuadros oscuros. Aunque había dejado las puertas abiertas en las manos llevaba las llaves de la casa. Caminaba a paso muy rápido y, claro está, llamaba la atención de las personas con las que se cruzaba.
Llegó hasta la playa, en pleno centro, en una zona llena de terrazas y restaurantes. La gente lo miraba con temor. Él se metió en el agua y chapoteó y buceó durante más de quince minutos, riendo y canturreando. Salió del agua y caminó hasta el Paseo Marítimo. Intentó entrar en algunas tiendas pero fue rechazado por los guardas de seguridad, según el minucioso relato que hizo de esos momentos el periodista marbellí Javier Martín-Arroyo.
En la calle Gregorio Marañón fue sorprendido por una pareja de la Policía Local que había acudido alertada por las llamadas. Le dijeron que se acercara y Lieven obedeció pero, cuando le dijeron que estaba arrestado y tenía que acompañarles a Comisaría, el belga se negó y comenzó un forcejeo con los policías que no cesaban de propinarle porrazos.
¡No he hecho nada, dejadme tranquilo!, gritaba. Hasta que uno de los golpes de porra lo derribó y, en su caída, se abrió una brecha en la ceja. Los policías aprovecharon para esposarle y dejarle inmovilizado en el suelo.
Pasó entonces otra pareja de la Policía Local, esta motorizada, y el agente Antonio Bernal Lobero se colocó sobre Lieven y lo inmovilizó clavándole una rodilla en la nuca, pegándole la nariz y la boca contra el asfalto. Así pasaron varios minutos en los que el detenido ni se movió porque no podía moverse.
Algunos de los testigos de los hechos, considerando que el castigo era desproporcionado, comenzaron a insultar a los agentes: ¡¡Asesinos, que lo asfixiáis!! El agente, sin embargo, siguió oprimiendo con su rodilla la nuca de Lieven durante otros diez minutos más desafiando a los que lo increpaban. (Cinco de las personas que presenciaron estos hechos han sido declarados "testigos protegidos" en la causa).
Finalmente el agente Bernal Lobero se levantó y los otros pudieron comprobar que Lieven tenía adheridas pequeñas piedras en el rostro, los labios morados y los ojos ensangrentados. Le soltaron la cabeza y cayó como un peso muerto. ¡Se lo han cargado, se lo han cargado!, exclamaron varios de los testigos. Los agentes trataron de reanimar a la víctima e incluso uno de ellos se puso unos guantes para tratar de sacarle la lengua. Sin duda alguna el belga estaba muerto.
Los agentes dialogaron. ¿Qué hacemos, qué decimos?. Bernal Lobero, autor material del crimen y su compañero motorizado se marcharon. Nuevas voces: ¿Ahora os vais? ¡Asesinos! ¡Que se van! Uno de los presentes comentó: Vuestra obligación era impedir que se autolesionara o hiciera daño a alguien, no propinarle la paliza que le habéis dado.
Los dos policías locales le quitaron las esposas a Lieven, le limpiaron la cara y lo dejaron tumbado boca arriba. Luego llamaron al 061 diciendo que tenían a un detenido que había sufrido un desvanecimiento. La ambulancia tardó menos de cinco minutos en llegar y el enfermero que intentó reanimar a Lieven dijo que aquel hombre llevaba más de media hora muerto.
Todo esto ocurrió antes de la hora de comer –recuerda Miguel, el casero-. Aquella tarde vinieron a casa y me hicieron subir a un coche y me llevaron a Comisaría. De golpe me mostraron el cadáver y me preguntaron si le conocía. ¡Cómo no iba a conocerle! Llamé a la madre y, siguiendo las órdenes de los policías, le dije que Lieven había tenido un accidente muy fuerte, que buscara un billete de avión y viniera a Marbella.
Viajé sin saber que mi hijo había muerto –cuenta la señora Godelieve-. Vi el cadáver en el Depósito pero nadie habló conmigo, ni de la policía, ni del ayuntamiento; ninguna autoridad se dirigió entonces a mí ni lo han hecho en estos nueve años que han pasado. ¡Nueve años! Resulta increíble que no se atrevan a celebrar el juicio. Pero yo no me marcharé de aquí hasta que se dicte una sentencia.
Y lo que paralelamente ocurría en el ayuntamiento lo cuenta muy bien Héctor Barbotta en su libro La última gota. Marisol Yagüe, la alcaldesa, estaba en Punta Cana (República Dominicana) disfrutando de un policía local joven y cachas. A la 1ª teniente de alcalde, Isabel García Marcos, se le ocurrió convocar una Junta de Gobierno pero Juan Antonio Roca, cerebro gris de la Operación Malaya, llamó a Punta Cana para pedirle a la alcaldesa que ordenara a García Marcos que desconvocara la Junta. La frase que pronunció Roca es de las que merecen ser grabadas en mármol: No ha pasado nada que no pueda esperar una semana. ¡Y tanto, hasta nueve años!
Y el remate lo dio el juez Urquía, quien años después sería condenado por el Tribunal Supremo a dos años de prisión y siete de inhabilitación por prevaricación así como expulsado de la carrera judicial. Urquía puso en libertad a los cuatro policías detenidos, incluido el autor material. Según García Marcos, hicieron lo que tenían que hacer.
El resultado de la autopsia "oficial" afirmó que la muerte de Lieven de Wilde se había producido a consecuencia de un "delirium agitado" producido por el consumo de alcohol y drogas.
Nada más llegar a Marbella –recuerda la señora Godelieve- contraté a un abogado y me personé como acusación. Encargamos una nueva autopsia a Luis Frontenla, director del Instituto Universitario de Medicina Legal de Sevilla, y su conclusión fue muy clara: se trataba de un homicidio. Efectivamente, el informe dice que Lieven falleció debido "una presión muy fuerte ejercida sobre su nuca que le provocó una asfixia por sofocación al tener obstruidas las entradas de aire a través de la boca y de la nariz".
Sin embargo en este mismo informe se dice que la mañana del día de autos Lieven de Wilde había consumido alcohol y cocaína aunque no en cantidades elevadas pero que podrían ser una explicación de su extraña conducta al salir de casa vistiendo solamente el pantalón del pijama para irse a dar un baño en la playa. Asimismo, del análisis de sus cabellos, se detectó que Lieven se había iniciado desde hacía cuatro meses en el consumo de cocaína aunque no de una forma severa.
Cuando ocurrieron estos hechos, Macarena Martín Serrano estaba empezando la carrera de Derecho y hoy es, junto al abogado malagueño Carlos Larrañaga, la que lleva la acusación privada. Piden para el autor material, Antonio Bernal Lobero, tres años de prisión por homicidio por imprudencia grave más seis meses por omisión de socorro. El fiscal, por la misma calificación, pide solamente dos años de prisión. Para los otros tres policías la petición de penas es inferior.
Lo que resulta increíble es que los agentes siguen en sus puestos y que no se haya realizado ningún tipo de investigación sobre lo que le pudo pasar a Lieven aquella mañana del 6 de febrero. Sabemos que la Justicia es lenta pero nueve años me parece un exceso. Yo pienso que tiene que influir que los acusados sean policías, razona Macarena.
Durante este periodo, en una ocasión, llegó a perderse el expediente y la sorpresa la tuvieron el 31 de octubre de 2013.
Ese día estaba señalada la vista en el Juzgado Penal de Málaga. El juez titular se declaró incompetente el mismo día de la vista al tratarse de policías los implicados y ordenó el traslado de la causa a la Audiencia Provincial -que todavía no ha señalado nueva fecha para el juicio-, añade Macarena Martín Serrano.
Nueve años se han cumplido de la muerte a manos de unos policías locales de Marbella de un ciudadano belga. Fue en 2006, el año en que la corrupción en la capital de la Costa del Sol alcanzó su mayor esplendor y dio lugar a la Operación Malaya (95 procesados). Roca, Marisol Yagüe, Isabel García Marcos…...
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Pedro Costa
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