Un sueño cien veces repetido
Hasta 40.000 vizcaínos se desplazan a Barcelona de todas las maneras posibles para apoyar a su equipo de fútbol convencidos de que esta vez derrotarán al gigante blaugrana como David hizo con Goliat.
Gorka Castillo 27/05/2015
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Andoni Goikoetxea, aquel duro defensa central del último Athletic glorioso que ganó dos Ligas y una copa al FC Barcelona, aún se emociona al recordar la canción que entonaba en el vestuario para motivar al resto de la tropa. Y se atreve incluso a tararearla: “¡Adelante campeones, el equipo del Athletic vencedor tiene que ser, nadie podrá detener nuestro avance arrollador!”. Eran tiempos en los que el fútbol era otra cosa, más abierto pero menos universal. Desde aquella década prodigiosa de los 80, la autoridad de los bilbaínos ha caído como árboles viejos, algo tremendamente duro para un club con 117 años de historia que hasta los años 50 compartió el honor dinástico con el Real Madrid y el FC Barcelona. Sólo una cosa sigue inalterable: su peculiar filosofía para enfrentarse a titanes del balompié con jugadores de casa sigue forjada con hierro. Hay quien no puede disimular una sonrisa socarrona al escuchar ese orgulloso propósito, pero lo cierto es que el equipo rojiblanco sobrevive al influjo de la globalización, no como la estrella de la radio que sucumbió al vídeo de la banda británica The Buggles.
Los bilbaínos comentan este paisaje con una gigantesca autoestima y sin abandonarse al drama. “Prefiero al equipo en Segunda que jugando con extranjeros”, es el mantra que a estas alturas acompaña a los 40.000 vascos que por tierra y aire arroparán a su equipo cuando el sábado salte al Camp Nou para disputarle al Barça la Copa en su propia guarida. “Esto de la filosofía es algo muy difuso, pero a la hora de la verdad todos nos ponemos más o menos de acuerdo, porque las filosofías siempre se han ido acomodando a las circunstancias. Cosa distinta sería que fuésemos asumiendo que, o bien se cambia o bien se pierde la categoría por primera vez en la historia. Así se esquiva el debate”, explica Jon Agiriano, cronista del diario El Correo y autor de un libro esencial sobre las 24 Copas y ocho Ligas ganadas por el Athletic Club a lo largo de sus 117 años de historia.
Pero bajo esa capa de aparente ingenuidad, hay un realismo mágico sorprendente que sostiene al Athletic en el origen genético de la sociedad vizcaína. Si hay algo que une a un militante del PP de Neguri con un independentista radical de Gernika es la bandera del club y un himno que San Mamés vocifera al unísono como el grito de guerra ancestral. La patria en Bilbao termina siendo el Athletic.
En una ocasión, uno de los maestros del reporterismo español como Manu Leguineche, seguidor enfermizo del Athletic, se quedó perplejo al recibir en su habitación del Hotel Mansur de Bagdad la visita de dos locos bilbaínos dispuestos a colocar la camiseta que un día se enfundaron Gainza y Zarra a Sadam Husein. Esto sucedió pocas horas antes de comenzar la Tormenta del Desierto. Los chicos no eran periodistas sino miembros de un grupo de música. Podrá parecer la mayor insensatez del mundo pero para un hincha del Athletic como lo era Manu (o para quien escribe esta crónica) sólo es una muestra demoledora del desprecio al riesgo y la determinación de los apasionados forofos que en estas horas solemnes –y toda final lo es para este club- siempre encuentran un resquicio en la vida para demostrar qué es el Athletic. “Algo tan anacrónico como imaginarse a Sadam vestido de Panizo al inicio de la III Guerra Mundial”, concluyó Manu entre risas.
En la vida hay cosas complicadas y problemas irresolubles. El Athletic siempre ha navegado entre estas dos tempestades. Ambicioso y genial, caótico y trasnochado. Todo al mismo tiempo y puede que con un poco de suerte lo demuestre en un mismo partido. Un chute de adrenalina constante para las emociones de quienes lo siguen contra viento y marea. Pero el enganche con este equipo no procede de su ciclotímica manera de entender el fútbol sino de una cierta rebeldía contra la forma en la que algunos enmascaran su displicencia al hablar o escribir de este singular club.
En San Mamés, un templo maravilloso, jamás se piensa en los naufragios deportivos. Ni mucho menos en que la filosofía del club es, en realidad, una agonía sin testamento vital
Lo único claro de sus seguidores es que todos aman profundamente su cantera, que todos muestran una resistencia tenaz a la codicia irrefrenable del fútbol y que en la mayoría de ellos anida una tozuda negativa a entregar sus pequeños tesoros al feroz capitalismo que rodea a un deporte de atolondrados. Cierto es que el aficionado bilbaíno se frustra con las derrotas ante equipos hechos en factorías de un banco nacional. Como si luchar por el Olimpo estuviera al alcance de la mano de un equipo peculiar. Si alguien afirmara lo contrario sería sentenciado por Judas Iscariote. De inmediato y por aclamación.
En San Mamés, un templo maravilloso, jamás se piensa en los naufragios deportivos. Ni mucho menos en que esta filosofía en permanente revisión es, en realidad, una agonía sin testamento vital. Sólo hace falta observar a los niños cuando juegan en los patios de los colegios vizcaínos. Casi nadie viste una camiseta del Barça ni de Messi y, por supuesto, ver a un joven emulando a Cristiano Ronaldo resulta más difícil de encontrar que la huella reciente de un dinosaurio. En estos tiempos, los ídolos infantiles vascos son Muniain, Aduriz e Iraola. Es el síntoma de la identificación existencial que acompaña al Athletic, pese a que lleve 31 años sin ganar un solo título.
“Hay algo quijotesco en todo esto. Me refiero a que exista esa pasión desenfrenada hacia una filosofía que, en realidad, te impide competir en igualdad”, confiesa Agiriano con realismo. En cierto modo tiene razón. El forofo bilbaíno observa el fútbol montado en Clavileño, el caballo de madera desde el que Don Quijote emprendió una portentosa aventura con el único consuelo del intento. Y nada hace pensar que la ilusión bilbaína de sentirse grandes vaya a cambiar. Exprimiendo su metáfora en medio de ese mercado financiero que impera en el fútbol, uno de los muchísimos hinchas del conjunto vasco que ha decidido echarse sobre los hombros el delirio de los recuerdos y acudir con todas sus energías hasta Barcelona a bordo de un vehículo articulado coronado con la cabeza gigante de un león , no sólo llama al rival “codicioso”, sino que añade que “mientras ellos sólo quieren resultados, nosotros buscamos la felicidad”. Es el sentimiento más extendido en San Mamés.
Allí se habla de los mitos rojiblancos como se reza a los dioses. Y aunque los leones de ahora ya no muerdan como los de antes, Bilbao parece hoy Esparta antes de la batalla contra los persas. Hasta el Guggenheim se encuentra estos días rendido a sus pies. El Athletic es un asunto muy serio en la vida de esta ciudad y, por extensión demográfica, de Euskadi entera. Hablan de Iribar, uno de los mejores porteros de la historia, cuyos halagos se agotaron hace años. “Era un gigante. El monstruo de los seis brazos. Mejor que Zamora”, sentencian los socios veteranos. No es extraño que se le siga venerando como a un tótem. Lo mismo sucede con Txetxu Rojo , el genio rebelde que ejercía un influjo a medio camino entre el amor fascinante y los odios implacables. San Mamés vivió pendiente de él durante 17 temporadas porque había que verle. Ponía la zurda en el camino del balón, detenía el cuero en el regazo de su bota y entonces el mundo se detenía, expectante. Algo iba a pasar. Y sólo por disfrutar de ese misterio uno le entregaba el alma. Lo contó Patxo Unzueta de forma simbólica: “El Madrid tenía a Velázquez y nosotros a Rojo”.
Bilbao huele el drama de la final contra un equipo demoledor. Muchos apelan al triunfo imposible en Old Trafford. "Si entonces se pudo, el sábado también. ¿Por qué no?"
Bilbao huele el drama de la final contra un equipo demoledor, sin resquicio alguno para la ironía. Muchos apelan al triunfo imposible de hace tres años en Old Trafford, el Teatro de los Sueños, que desde entonces se ha convertido en un Parnaso para los poetas bilbaínos. En Manchester, el Athletic de Marcelo Bielsa escribió su última gran obra con buena parte de los jugadores que se enfrentarán al Barça. “Si entonces se pudo, el sábado también. ¿Por qué no?”, reza una pancarta descolgada junto al Museo Guggenheim. Una frase que encierra el mundo interior bilbaíno, el combate del deseo de ganar contra la razón de su limitada filosofía y que acompaña a este histórico club desde que el bipartidismo desplegó su tiranía futbolística por el siglo XXI. En otro análisis prodigioso, Patxo Unzueta explicaba la contradicción con una frase de Unanumo: “En mi corazón luchan dos bandos”; y otra del escultor Jorge Oteiza: “Todo vasco lleva en su mochila un abuelo carlista y otro liberal”.
Por eso, hasta que concluya la adrenalítica noche del sábado se ha propuesto en Bilbao tomar medidas de común acuerdo contra el diablo. Preguntan por los remedios a las abuelas, a los pescadores de Bermeo que faenan en Gran Sol y a quienes, de verdad, creen que el destino del mundo no está en la naturaleza del hombre sino en las alturas celestiales. Se supone en estas tierras de leyendas que cualquier cosa es importante para que el balón sienta una atracción irrefrenable por entrar en la portería culé. No olvidemos que el Athletic se juega un sueño y el Barcelona un puñado de dólares. Con perdón para Luis Enrique y su genial tropa, que para eso soy del Athletic.
Andoni Goikoetxea, aquel duro defensa central del último Athletic glorioso que ganó dos Ligas y una copa al FC Barcelona, aún se emociona al recordar la canción que entonaba en el vestuario para motivar al resto de la tropa. Y se atreve incluso a tararearla: “¡Adelante campeones, el...
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Gorka Castillo
Es reportero todoterreno.
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