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El acceso franco o las relaciones amistosas sólidas no deben ser fáciles en esta ciudad para un extranjero, al menos así me lo comentan quienes llevan años, incluso décadas, viviendo aquí y tienen establecidos lazos familiares permanentes. Sin esta experiencia personal, lógicamente, a mi entrada en la capital de la República de Croacia experimento una sensación de frialdad y distancia que no he percibido en otros lugares hasta ahora, dentro, eso sí, de una gran corrección y hasta amabilidad en el trato dispensado en todo momento.
La estructura urbana ofrece ya alguna indicación orientadora. Una ciudad vieja asentada en dos colinas con poblaciones otrora enemigas encarnizadas -las antecesoras de los actuales núcleos Kaptol y Gradec-, de calles estrechas, empinadas, de caserío de una planta, con encanto en los retazos que restan, supervivientes de guerras y terremotos, con sus edificios singulares, iglesias o palacios que acogen a las instituciones principales del Estado, tiene continuidad a sus pies en una amplia zona llana donde se sitúan las calles y plazas más significativas y se asientan el comercio y la actividad administrativa, con los grandes edificios de impronta austríaca, teatros, salas de concierto y museos entre otros, separados por parques y arboledas espaciosos y cuidados. La ciudad se prolonga y culmina hasta perderse en la vasta extensión de Novi Zagreb, la nueva ciudad residencial, dormitorio más bien, construida en la época comunista con los grandes bloques de viviendas uniformes característicos de las repúblicas populares.
Al atardecer las dos primeras zonas repletas de terrazas en las abundantes áreas peatonales son tomadas por todo tipo de gente, la mayoría grupos de jóvenes, ruidosos y festivos ante sus grandes jarras de cerveza. Según me cuentan quienes conocen los hábitos locales, jóvenes y más mayores aquí extravertidos y despreocupados en apariencia, hacen ostentación, se diría, de una voluntad de mirar al presente o a un próximo futuro que esperan o sueñan mejor que el pasado reciente, lo que no es fácil, sin embargo, porque el pasado se resiste a desaparecer, para los no tan jóvenes es especial. Véase el reciente y duradero episodio protagonizado por los veteranos de la ultima guerra. Llevan meses concentrados en un parque de la ciudad, no se sabe con exactitud qué es lo que demandan, privilegios mayores dicen unos, dimisión de un ministro socialdemócrata dicen otros, pero ahí siguen, una herida más que resiste a cerrarse.
El recuerdo del pasado algo más lejano también sigue dividiendo en dos la sociedad croata, homogénea étnicamente después de las guerras desmembradoras de Yugoslavia. Cada parte tiene sus recuerdos que celebrar, con sus héroes y sus víctimas. Unos peregrinan anualmente a Jasenovac, a unos cien kilómetros al este de Zagreb, al campo de concentración erigido por la Ustacha en 1941 donde se cometieron sobre los partisanos serbios, comunistas en su mayoría, crímenes atroces que llenaron de espanto al máximo experto en atrocidades, Heinrich Himler, con una cifra de ejecutados todavia en discusión pero nunca inferior a la de 85.000. Otros, ajenos a este dolor y quizá herederos de aquellos verdugos, recuerdan la llamada "masacre de Bleiburg" y peregrinan a este lugar en la frontera austro-eslovena. Finalizada apenas la II Guerra Mundial los partisanos seguidores de Tito ejecutaron a unos 50.000 croatas, Ustacha y colaboradores del nazismo, que en su huida habían sido rechazados de Austria por los ingleses y obligados a retornar a territorio yugoslavo. Memoria dividida, sociedad dividida.
En tiempos recientes había una nueva peregrinación, esta probablemente común y sin el marchamo de ninguna guerra como motivo. Autobuses repletos de ciudadanos croatas iban y venían regularmente en un día a Austria, esta vez para hacer sus compras en IKEA, el paradigma del consumo mesocrático de hoy. De un tiempo a esta parte no es necesario este viaje, Croacia tiene su IKEA propio, como cualquier país moderno. No hay más que ver el mobiliario que domina en los hoteles, las terrazas y las cafeterías. El presente uniformiza.
Un presente, cierto es, con rasgos muy sombríos. La preocupación dominante de la mayoría es la situación económica y la mayor desprotección social frente al deterioro de las condiciones de vida. Ni la paz civil, ni la entrada el año pasado en la UE han traído soluciones y esperanzas a una mayoría de la sociedad croata. "Hoy se vive peor", me dice Branka Oštrec, profesora de lengua española en la Universidad de Zagreb. Branka no habla de estar en crisis, taxativamente afirma "los croatas somos la crisis". Y no hay más que ver, insiste y yo lo puedo corroborar, la cantidad de gente rebuscando en las basuras, recolectando envases y arrastrando lentamente sus miserables pertenencias por el centro de la capital. "Antes esto no existía", concluye categóricamente en referencia, claro es, a la época yugoslava. El trabajo no abunda, el paro aumenta, la calidad de ciertos servicios públicos se deteriora, y los salarios... los salarios son decididamente bajos. Y eso no es lo peor de todo. Muchas empresas privatizadas, mal gestionadas, han adquirido la costumbre de no pagar las nóminas aduciendo dificultades y con la amenaza de despido si se protesta. Con todo ello y pese a las dificultades del día a día, Vesna Bernadic, corresponsal de la agencia EFE en Zagreb, prefiere el presente, sin optimismos cree que ahora hay mejores perspectivas para la mayoría, prefiere, dice, la sociedad abierta de ahora que la uniformidad del pasado. No lo añora. Lo que no será el caso de los "perdedores" de hoy, como apunta Branka, entre los que sí domina la nostalgia del pasado comunista.
El problema actual es el funcionamiento del sistema político, del sistema de partidos, formado por los dos mayoritarios que han usufructuado el poder desde los tiempos de la independencia, más tiempo la Unión Demócrata Croata, partido nacionalista de centro derecha, que el Partido Socialdemócrata de Croacia que gobierna en esta última legislatura.
La corrupción mina el sistema, las privatizaciones han sido el mecanismo por el que gran cantidad de recursos públicos se han filtrado a los bolsillos privados, los de los líderes políticos de los que todo el mundo echa pestes y a los que se culpa de la mayoría de los problemas que padecen las nuevas sociedades balcánicas (aquí puedo hablar en plural, porque todos mis interlocutores hablan de su república, pero piensan que su destino actual es idénticamente negativo en todas las demás por estar dirigidas por el mismo tipo de políticos ambiciosos, en gran número reciclados del comunismo, que miran exclusivamente por sus intereses). Muchos ministros y hasta el primer ministro entre 2003 y 2009, del Partido Nacional Democrático, Ivo Sanader, han acabado en la cárcel, la "Academia de Ciencias Políticas" como dice Branka que la denominan en la calle.
¿Y los ciudadanos?, pregunto. ¿Protestan, se rebelan? Ahí la respuesta casi se acerca al "no sabe, no contesta". Lo cierto es que los ciudadanos de esta nueva democracia no están, no se les encuentra manifestándose por las calles. ¿Falta de conciencia política, atrofia democrática, inmadurez? Será preciso seguir indagando en estas sociedades.
¿Mejorará la situación con el ingreso en la Unión Europea? Se impone el escepticismo en las respuestas. Hubiera sido muy positivo haber entrado en los 90, a renglón seguido de la proclamación y reconocimiento de las independencias. Entonces había entusiasmo, reconocen. De esa época además, me explica Branka, queda en Croacia un cierto resentimiento. Se cree que Europa no ayudó lo suficiente, o, más bien, que dividió sus apoyos y con ello contribuyó a la prolongación de los enfrentamientos. Hoy la economía deteriorada y la crisis general lo ennegrecen todo.
Vesna Bernardic y Branka Oštrec consideran, cada una a su manera, que el ingreso en Europa de las repúblicas balcánicas, sobre todo el de Serbia, podría contribuir a mejorar las relaciones entre pueblos que hasta hace poco formaban una sola nación. Pero no es seguro. A su juicio, Serbia debería reconocer su responsabilidad en las guerras y la comisión de delitos y crímenes, algo que actualmente no consta ni es previsible que suceda en el futuro.
Bernadic, por su lado, indica que todavía se dan políticas inaceptables en diferentes lugares. Los croatas de Bosnia no deberían considerar héroe nacional ni recibir con honores, incluso en la iglesia y en ceremonias religiosas, a un criminal de guerra, Dario Kordic, condenado por el Tribunal de La Haya a 25 años de cárcel y liberado recientemente al cumplir dos tercios de la condena. Pero no todos son iguales. Hasta el cardenal de Sarajevo protestó por el trato dispensado por la iglesia croata a un acusado de crímenes contra la humanidad.
Europa, esta Europa en crisis, que no termina de arreglarse a sí misma, con otro país balcánico como Grecia, convertido en un pimpampúm que cae y se levanta de la lona sin acabar de salir del círculo infernal de la deuda y los ajustes a cual más amenazador y en el que se miran todos los no miembros de la región para intuir lo que les espera, esta Europa no puede suscitar entusiasmos, y sin duda que no los suscita en lo considerado fundamental, la angustiosa situación económica. España tuvo suerte cuando entró en el club europeo, me dicen las entrevistadas, ojalá fuera el caso de Croacia.
Pero este país, cuyo gentilicio da nombre a la corbata moderna, si bien no es algo de lo que se presuma, es mucho más que su capital. Es un país de montañas y bosques concurridos en todas las estaciones. Y es un país de mar, costas e islas, y de ciudades encajadas en ellas que son de visita obligada por su pasado y su presente. Explorarlo con la tranquilidad y el tiempo que merece puede dar muchas satisfacciones y motivos sugerentes a otros cronistas.
El acceso franco o las relaciones amistosas sólidas no deben ser fáciles en esta ciudad para un extranjero, al menos así me lo comentan quienes llevan años, incluso décadas, viviendo aquí y tienen establecidos lazos familiares permanentes. Sin esta experiencia personal, lógicamente, a mi entrada en la capital de...
Autor >
Felipe Nieto
Es doctor en historia, autor de La aventura comunista de Jorge Semprún: exilio, clandestinidad y ruptura, (XXVI premio Comillas), Barcelona, Tusquets, 2014.
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