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María fue su nombre de guerra. Aunque a veces también se hizo llamar Carmen o Vera. Su belleza, en otros tiempos legendaria, palidecía bajo la impenetrabilidad de su rostro. Conservaba su mata de pelo azabache que recogía sobriamente en un moño, y la elegancia y la feminidad con las que resolvía el movimiento de su cuerpo menudo. La dulzura de su rostro parecía haberse petrificado bajo su mirada melancólica. En la severidad de su conjunto, aparentemente, no quedaba ni rastro de aquella supuesta femme fatale, con un pasado de actriz de cine mudo en Hollywood, a la que el fotógrafo Edward Weston, inmortalizó desnuda en la soleada azotea de su vivienda mexicana y Diego Rivera en sus murales.
Entre el guirigay de los asistentes al II Congreso de Escritores en Defensa de la Cultura, en contra del fascismo, que se celebraba en Valencia, en julio de 1937, la compañera María no conseguía pasar inadvertida. Gerda Taro la reconoció: aquella mujer de hablar lento y triste era la fotógrafa italiana Tina Modotti, cuya mirada solidaria había conseguido aunar, con gran sensibilidad, una depurada estética modernista con el compromiso social. Modotti había sido una pionera del fotoperiodismo. Taro seguía ahora su senda y simbolizaba todo aquello que la italiana había sido diez años atrás: joven, dinámica, alegre, apasionada, decidida e irresistible. “¿Por qué no vuelves a coger tu cámara?”, le animó la entusiasta joven fotógrafa alemana. “No, una no puede hacer dos cosas a la vez”, respondió María.
Tina Modotti (Udine, Italia, 1896-México DF, 1942) llegó a España en la primavera de 1936, procedente de Moscú, donde habían vivido los últimos cuatro años junto a su pareja Vittorio Vidali, comisario político del Komintern. Fue allí donde, citando a su amigo el poeta Pablo Neruda, “tiró su cámara al río Moscova”, poniendo fin a una lucha que venía arrastrando desde hacía tiempo entre el arte y la militancia. Desde su incorporación al Partido Comunista de México en 1927 - que coincidiría con su momento más esplendoroso como fotógrafa - la rigidez de la disciplina política fue minando su quehacer artístico, obligándole a cuestionarse su esencia, convencida de que la búsqueda estética por sí sola servía a los intereses burgueses. Utilizó la fotografía como un arma de denuncia y rechazó ser considerada una artista: “Soy fotógrafa, nada más”, decía. Esto no impidió, quizás muy a su pesar, que haya encontrado un lugar en la historia del arte por derecho propio.
Se inició en la fotografía de la mano de Edward Weston, de quien fue amante durante cuatro años. El artista americano fue su interlocutor artístico y quien la orientó en la búsqueda de su propio lenguaje. Juntos llegaron a México en 1923, en un momento donde si bien la revolución no había dado los frutos esperados en lo social, sí lo había hecho en lo cultural. México también supuso para Tina una nueva confrontación con la pobreza, con el recuerdo de su dura infancia en Udine, Italia, donde había conocido el hambre.
Su obra fotográfica, realizada en un corto periodo de tiempo -entre 1923 y 1932-, partió de su sensibilidad estética por el ritmo, las texturas, las tonalidades y los detalles, llegando a rozar los límites de la abstracción. Poco a poco fue incorporando la narrativa visual de su conciencia social, dotando a su obra de unas dimensiones antropológicas. Sus fotografías son a la vez testimonio de las inquietudes estéticas del momento, así como del momento histórico. “Aunque para ella la calidad fotográfica es importante, lo esencial es que la dignidad de la persona o el objeto fotografiado sea lo primero”, dice María Millán, comisaria de la magnífica exposición Tina Modotti, organizada por la Fundación Loewe, que puede verse hasta el 30 de agosto, como parte de la programación de PhotoEspaña 2015. Para Patricia Albers, autora de la biografía de la artista, Shadows, Fire, Snow: The Life of Tina Modotti (University of California Press), la obra de la italiana engloba las mismas características que su propia personalidad: “Una mezcla de fuerza, vulnerabilidad, creatividad e inteligencia emocional. Su obra es tan original y relevante hoy en día como lo fue cuando la realizó”.
Pero volvamos al dramático episodio de la Guerra Civil española, donde Tina Modotti se entregó por completo a la cruzada contra el fascismo. Si algo cabe destacar del retrato de la artista italiana durante estos años es su abnegación y capacidad de sacrificio. Había sido enviada desde Moscú para ocuparse de la tareas administrativas del Socorro Rojo Internacional, un servicio social organizado por la Internacional Comunista. Pero siguiendo la consigna de su admirado Nietzsche, “vive peligrosamente”, prefirió entregarse a todo tipo de tareas donde el riesgo solía ser una constante. Dedicada, disciplinada e infatigable, puso todo su afán en sacar adelante el precario Hospital Obrero situado en la madrileña calle de Francos Rodríguez. Allí estuvo al cuidado de La Pasionaria durante cinco días -su adiestramiento en el uso de pistolas, rifles y granadas fue una garantía para proteger a un paciente tan preciado-. Fue testigo de la barbarie atendiendo a las víctimas y rescatando a niños heridos en bombardeos. Participó en labores de evacuación y colaboró con el doctor Norman Bethune, quien desarrolló la primera unidad de transfusiones de sangre en el frente. También asistió al poeta Antonio Machado evacuado desde Madrid a Rocafort, a las afueras de Valencia -la llamaba “el ángel de mi casa”-. Y encontró tiempo para colaborar como redactora en la revista Ayuda. Todos los testimonios de quienes trabajaron con ella coinciden en que siempre estuvo dispuesta a sacrificarse haciendo aquello que los demás no querían. Todo ello de forma entregada y serena, bajo el inquebrantable dominio de su carácter. “No creo que cogiera su cámara”, dice Patricia Albers, “estaba totalmente inmersa en el drama de la guerra. Y además su forma de trabajar no era la de echarse a la calle y disparar, sino trabajar despacio, pensando y planteándose el escenario. Y dedicando mucho tiempo al cuarto oscuro. Dado el momento que estaba viviendo, todo esto hubiera supuesto un lujo para ella” .
“Fue una heroína”, dice Elena Poniatowska en entrevista telefónica, “porque vivió toda la vida de acuerdo con su ideales, y estuvo dispuesta a dar la vida por ellos. Me impresionó que tuviese una idea de cómo quería que fuese el mundo y se dedicara a construirlo. Ese mundo más justo, en el que todos se van a dormir habiendo comido más o menos lo mismo. Un ideal de protección y de amor”. La célebre escritora, periodista y también activista pasó varios años investigando la vida de la fotógrafa para escribir su novela, Tinísima. Esto estuvo a punto de costarle su amistad con el también escritor y poeta mexicano Octavio Paz. El escritor dejó de hablarle durante diez años. El origen del enfado tuvo que ver con un incidente, relatado en varias ocasiones por el propio escritor y ocurrido en 1937, durante el II Congreso de Escritores en Defensa de la Cultura: fue entonces cuando Tina citó a su entonces esposa, la también escritora Elena Garro, en las oficinas del Socorro Rojo. Su misión era aconsejarle que era preferible que tanto ella como Paz dejaran de frecuentar un café famoso por su clientela de trotskistas y anarquistas. Estos eran traidores a la revolución y enemigos del pueblo; las consecuencias podrían ser serias para los dos si no lo hacían.
Las sospechas sobre la implicación de la activista italiana en asuntos turbios relacionadas con las luchas internas y con el contraespionaje entre las facciones trotskistas y estalinistas del Partido Comunista han sido recurrentes, alimentando una visión enigmática de la artista. Comenzaron en México en 1929, tras el asesinato del ideólogo revolucionario cubano Julio Antonio Mella. Mella fue tiroteado mientras regresaba a su casa acompañado por la fotógrafa, con quien mantenía una apasionada relación amorosa. Llamada a declarar por el juez, Tina incurrió en varias contradicciones, lo que hizo que inmediatamente se la considerase como instigadora. La prensa aprovechó su condición de mujer extranjera y de costumbres muy avanzadas para la época para mostrarla como una depravada bolchevique. Su casa fue saqueada y su intimidad violada con la publicación de su correspondencia más íntima y sus desnudos, realizados por Weston. Fue la intervención de Diego Rivera la que puso freno al acoso. Finalmente se aceptó la causa política como móvil del crimen. Tina fue absuelta, pero el misterio que rodea la muerte de Mella todavía persiste; unos mantienen la sospecha de que fue obra del dictador cubano Gerardo Machado pero son más los que se inclinan a pensar que la orden vino de Moscú y que Vittorio Vidali estuvo involucrado.
Es la figura del controvertido Vittorio Vidali la que más sombra arroja sobre la vida de la artista. Se conocieron en México en 1927. Tosco y mal hablado, sin ningún interés por el mundo artístico y sofisticado que había conocido Tina, contrastaba fuertemente con la delicadeza, prudencia y dulzura que caracterizaban a la apasionada fotógrafa. Sus orígenes italianos y de familias empobrecidas, su aversión por Mussolini y su entrega sin reservas a la militancia política debieron ser su punto de unión. Vidali era conocido, también, como Carlos Contreras o Elías Sormenti, de carácter enérgico y organizativo, hábil para las negociaciones e implacable a la hora de defender las órdenes de Moscú, se convirtió en un hombre muy valioso para el politburó soviético. Fue en 1930, después de que Tina Modotti fuera expulsada de México --durante una campaña xenófoba y anticomunista, acusada de haber participado en el atentado contra el presidente electo Pascual Ortiz Rubio-- cuando se convirtieron en pareja. Estuvieron juntos 11 años. Se establecieron en Berlín y después fueron trasladados a Moscú. Parece ser que las labores de Tina para el partido durante este periodo se extendían más allá de su colaboración como traductora y mecanógrafa para el Socorro Rojo y la Liga Anti-Imperialista. De esta época data su primera visita a España, con pasaporte falso para, curiosamente, visitar la Exposición Iberoamericana celebrada en Sevilla.
Vidali llegó a España con el fin de organizar el famoso Quinto Regimiento, lo que de alguna forma le convirtió en héroe en cuanto a la contribución comunista a la República, pero su historia no está exenta de testimonios que también lo convierten en bellaco. Trotski lo describió como “uno de los más crueles agentes de la GPU (Cheka) en España”. Las acusaciones que se ciernen sobre él incluyen haber llevado a cabo ejecuciones indiscriminadas tanto de civiles como de prisioneros de guerra, así como haber participado en varios crímenes políticos, todos ellos de feroces oponentes al estalinismo: en el del máximo dirigente del POUM Andrés Nin, en el del brasileño comunista y voluntario de las Brigadas Internacionales Alberto Bezouchet, en el del anarquista Carlos Tresca y en el de Trotski. El republicano Andreu Castells, en su libro sobre las Brigadas Internacionales, cita a Tina Modotti como asistente de Pauline Marty, la mujer del brigadista francés André Marty, en las labores de contraespionaje del sector antitrotskista, y si durante años no hubo documento que lo acreditase, su biógrafa Patricia Albers publicó una carta enviada por Modotti al comité central del partido comunista español en la que informaba sobre el paradero de Alberto Bezouchet y su paso al trotskismo.
“Los acontecimientos se desencadenaban con rapidez, y la victoria fascista era la peor de las perspectivas. Yo creo que Tina pasó por alto y mentalmente desechó las barbaridades de las que estaba siendo testigo e incluso participando. De ahí su declaración: 'Sé muy bien que no es momento para lágrimas: se espera mucho de nosotros y no debemos aflojar, ni quedarnos a medio camino'. Se dejaba llevar por la visión estalinista de los hechos” , señala Patricia Albers. Elena Poniatowska parece no ver sombra en la protagonista de su novela: “Me parece extraño que una persona volcada en atender a enfermos, una gran enfermera que hizo las primeras transfusiones de sangre junto al humanista Bethune, participara de las actividades de Vidali”. La escritora mexicana conoció a Vidali en la última etapa de su vida, cuando ya retirado de su puesto como senador en el Parlamento italiano escribió varios libros autobiográficos. Son los únicos testimonios que quedan sobre algunos de los episodios de la vida de Modotti. “Tuve la sensación de que era un luchador social, no creo que fuera un sanguinario, aunque creo que no desaprobaba el terrorismo”, comenta la novelista.
El 19 de abril de 1939 Tina Modotti regresaba al puerto de Veracruz, México, con pasaporte falso. Su expulsión fue anulada. Una vez más le tocaba empezar de nuevo. Consumida en su muda tragedia, la desilusión y la vergüenza apagaron más su carácter. Quienes la recuerdan entonces lo hacen con tristeza. Procuraba no frecuentar a sus antiguas amistades y se volcó en ayudar a los refugiados españoles y a colaborar con la Asociación Garibaldi. Su relación con Vidali se deterioró por completo y él reanudó su vida con otra mujer. Jesús Hernández, exministro de la República y exiliado español en México, cuenta en sus memorias que se encontró con Modotti poco antes de su muerte: “Lo tenías que haber fusilado. Hubiera sido una buena acción, te lo aseguro. No es más que un asesino y me arrastró a un crimen monstruoso. Lo odio con toda mi alma. Pero estoy obligada a seguirlo hasta el final. Hasta la muerte”, le dijo la italiana en referencia a Vidali.
Tal vez en su últimos días recordó el individualismo de Weston, que inútilmente trató de inculcarle. Defendió la causa política antes que al amor y al arte y supo vivir con estoicismo la pérdida de las tres cosas. Hubo un intento de volver a la fotografía, a través de un encargo de su amiga Constancia de la Mora, quien trabajaba en un libro sobre México que nunca llegó a ver la luz. Las fotos no han sido encontradas. La artista murió el 5 de enero de 1942, a los 46 años, sola en un taxi, mientras volvía de una cena en casa de Hannes Meyer, exdirector de la Bauhaus. Falleció víctima de una dolencia del corazón. No se le practicó autopsia y durante algún tiempo circularon rumores de que se trataba de otra venganza estalinista por saber demasiado.
En su cartera se encontró una foto de Julio Antonio Mella.
María fue su nombre de guerra. Aunque a veces también se hizo llamar Carmen o Vera. Su belleza, en otros tiempos legendaria, palidecía bajo la impenetrabilidad de su rostro. Conservaba su mata de pelo azabache que recogía sobriamente en un moño, y la elegancia y la feminidad con las que resolvía el...
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