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Hay dos cosas inalterables en los veranos de los atléticos: a pesar de haber roto el carné cien veces, los hinchas rojiblancos acaban renovándolo y, pase lo que pase, su Atleti tendrá un buen delantero centro en septiembre.
Así lo atestigua la historia rojiblanca, que se nutre de una dinastía de delanteros legendarios, nombres propios que, a golpe de gol, se han ganado un lugar en el santoral colchonero. Christian Vieri fue un asesino del área que perforó porterías a estacazo limpio, poniendo la gamba dura; Jimmy Floyd Hasselbaink destrozó el arco enemigo derrochando coraje y corazón; Fernando Torres fue el potro de la casa que se fabricaba los goles a toda pastilla; Diego Forlán fue hincha de Peñarol, pero vacunó tantos de todos los colores y logró una Bota de Oro; Kun Agüero fue un delantero digno del Museo del Prado, un príncipe del gol que fue un genio de cintura para abajo y un tío sin clase de cuello para arriba; Radamel Falcao fue capaz de rematar una lavadora arrojada desde el Fondo Sur, un tigre que dejó tantas lágrimas en su despedida como gloria en las vitrinas; Diego Costa fue un terremoto 7,5 en la escala del Cholo, un torbellino furioso capaz de solucionar problemas al mismo tiempo que los creaba y por último, Mario Mandzukic fue un guerrillero, un batallador incansable al que faltó recorrido y balón para descollar. El último eslabón de ese selecto club de goleadores es Jackson Martínez, un Hércules de ébano colombiano. Él será el próximo 9 del Atleti.
Forjado en la Cancha Barrio Álamos de Quibdó, Colombia, Jackson Martínez, hijo de un profesor y de una licenciada en ciencias sociales, creció en el seno de una familia muy humilde, y siempre tuvo especial vocación por el fútbol. El niño que jugaba a arrancar las cabezas de las muñecas de sus hermanas para usarlas como pelota y poder practicar, se formó en la escuela Los Virtuosos hasta pulir su estilo en la cancha del barrio donde ya apuntaba maneras. Entonces era flaco, endeble, liviano y estaba mal alimentado. Eso sí, era agresivo, potente y alto. Y sobre todo, muy disciplinado. Su primer entrenador de juveniles recuerda que, cuando lo sacaba al campo, le gente le insultaba porque parecía muy poca cosa, al tiempo que se quejaba al entrenador de escoger a ese delantero que apenas tenía físico suficiente como para aguantar cualquier embestida. “Algunas personas pensaban que fracasaría como jugador, pero estaba convencido. Puse todo de mi parte y conté, por supuesto, con la ayuda de Dios”. En apenas dos años, aquel chico desgarbado mutó en una auténtica roca, en un jugador con un físico espectacular, una carrocería brutal y una capacidad innata para el gol. Ahí había un 9. Los ojeadores se dieron cuenta y su carrera, en apenas un año, dio un giro sorprendente. Se había esforzado y si no había recibido ayuda divina, desde luego lo parecía.
Fichó por el Deportivo Encizo, por el Coopebombas y finalmente, por el Independiente de Medellín. Ya tenía suficientes condiciones como para llamar la atención de los clubes extranjeros. Al punto que el Ulsan Hyundai surcoreano llegó a firmar un preacuerdo para que Jackson recalase en la K-League. Al final, discrepancias con el contrato y las formas de pago sirvieron para que Martínez no viajase al continente asiático. A pesar del interés de River y Racing, dos grandes de Argentina, su destino estaba en México. “Dios eligió ese destino para mí y yo traté de agradar a todo el mundo”. El Jaguares de Chiapas lo reclutó para su delantera y allí logró que la portería le pareciese tan grande como una piscina. Todo lo que remataba, entraba. Su fama creció más allá de México y al otro lado del charco, en Europa, Jackson tenía muchos pretendientes: Liverpool y Fulham se interesaron por sus servicios. Finalmente, el Oporto de Pinto da Costa, en una maniobra relámpago, fichó a Martínez por 9 millones de euros en 2012. Y en Portugal, primero como complemento de Falcao y después como su sucesor, el colombiano reventó las metas enemigas a base de potencia, disparo con ambas piernas y un remate de cabeza inapelable. Durante sus últimos tres cursos con los dragones, Jackson fue tres veces máximo goleador del campeonato, con 26, 20 y 34 goles respectivamente. Fue, por supuesto, con la ayuda de Dios. Eso repetía él, una y otra vez, cuando volvía a su barrio de la infancia, una zona marginal, para dar camisetas, balones y regalos a los chavales que sueñan con llegar a ser profesionales. “No olvido mis raíces. Soy lo que soy por mi esfuerzo y sobre todo, soy lo que soy con la ayuda de Dios”.
Este verano, Jackson será el 9 del Atlético. El club colchonero, a falta de su presentación, ha fichado al colombiano, de 28 años, pagando su cláusula íntegra, de 35 millones de euros. Su fichaje será el segundo traspaso más caro de la historia del club, después de los 47 kilos que costó Falcao --52 si se suman los 5 por Rubén Micael--, después de que el Oporto le renovase al curso pasado rebajándole la cláusula de salida en 5 millones. Jackson, que rechazó la posibilidad de fichar por el Milán porque se sentía atraído por el Atlético, por vivir en Madrid y por la posibilidad de trabajar con Simeone, será el nuevo delantero centro para una afición que, en ese rol, tiene paladar fino, porque ha podido ver a algunos de los mejores rematadores de los últimos tiempos en el Calderón. Jackson sabe que llegará con la presión de demostrar lo que ha costado, con la necesidad de abrirse hueco a base de goles y con el complicado desafío de igualar o superar a sus predecesores, auténticos ídolos del Manzanares en diferentes épocas. Un reto difícil, pero no imposible para Martínez, un tipo hecho a sí mismo, que persiguió durante toda su vida un sueño en el que nadie creía, salvo él. Jackson no es Vieri, ni Haselbaink, ni Falcao, ni Forlán, ni Costa, ni tampoco Mandzukic.
Martínez tiene un estilo propio, inconfundible, movilidad, desmarque, fiereza en el choque, potencia, juego aéreo y remate con ambas piernas. Y sobre todas las cosas, un espíritu de superación que le ha permitido llegar muy lejos cuando nadie apostaba por él, en la vida y en el fútbol. Algunos le conocen como “la pantera”. Otros le apodan Cha Cha Cha. Y los aficionados portugueses, rendidos a su capacidad goleadora, le conocen con un nombre de guerra muy peculiar: Jackshow Martínez. El Atlético ya tiene 9. Ahora falta saber si estará a la altura de la dinastía que ha hecho vibrar a generaciones de Atléticos en el Manzanares. Lo intentará como le gusta a Simeone, sin negociar el esfuerzo, aportando al equipo su espíritu de superación personal. Su meta será dejar una estela imborrable de goles en el Calderón. Y si lo logra, por supuesto, será “con la ayuda de Dios”.
Hay dos cosas inalterables en los veranos de los atléticos: a pesar de haber roto el carné cien veces, los hinchas rojiblancos acaban renovándolo y, pase lo que pase, su Atleti tendrá un buen delantero centro en septiembre.
Así lo atestigua la historia rojiblanca, que se nutre de una dinastía de...
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Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
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