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Estaba sentado en mi despacho de la Universidad de Brown el 16 de diciembre de 2014 cuando un correo electrónico apareció en mi bandeja de entrada con el título “Herzlichen Glückwunsch – Sie sind der 1. Preisträger des Hans-Matthöfer-Preises für wirtschaftspublizistik”. Se trataba de un premio otorgado por la Fundación Friedrich Eber Stiftung (FES, por sus siglas en alemán), el instituto de investigación cercano al Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), y la Fundación Hans-Matthöfer a la mejor publicación económica en alemán de 2014. Estaba, cuando menos, sorprendido.
Mi libro Austerity: The History of a Dangerous Idea (Oxford University Press, 2013) había sido traducido al alemán recientemente por el servicio de publicaciones de la FES. De hecho, había estado hacía un mes en Berlín para hacer una presentación del libro, que tuvo muy buena acogida. Desde entonces, el libro había recibido muy buenas críticas de la prensa alemana y hasta el Suddeutsche Zeitung hizo una crítica bastante positiva. Algo raro estaba ocurriendo.
Evidentemente, a pesar de la impresión que tenemos en EEUU, en Berlín había un movimiento que rehuía el planteamiento de que “la austeridad es la única manera” de resolver la crisis de la Eurozona, al menos entre los socialdemócratas. Pero ¿cuál es su relevancia?
Tengamos en cuenta que durante las negociaciones para formar la actual coalición con la Unión Demócrata Cristiana, el partido de la canciller Angela Merkel, el SPD pudo haber hecho hincapié en que las políticas diseñadas para sanar a Europa estaban infligiendo un grave perjuicio, algo que reconoció incluso el Fondo Monetario Internacional en 2012. Sin embargo, decidieron no hacerlo.
Es cierto, como saben demasiado bien los políticos alemanes (y franceses), que hablar de Europa no da votos y sólo tiene costes, por lo que no hablar es lo razonable desde una óptica local. Pero no hablar cuando estas políticas inapropiadas se están aplicando a los socios europeos de Alemania es algo desastroso en términos colectivos. De hecho, lo más trágico de esta crisis es que el centro-izquierda de toda Europa no sólo ha aceptado, sino que en muchos casos ha apoyado activamente, unas políticas que no han hecho más que perjudicar a su supuesto núcleo de votantes.
Así que me premiaron en una ceremonia en Berlín por “pensar diferente” sobre la economía. Martin Schulz, el presidente del Parlamento Europeo, hizo la presentación. Peter Bofinger, la voz de la razón macroeconómica en lo que sería el equivalente alemán del Consejo de Asesores Económicos de EEUU, pronunció un discurso alabando el libro. Yo tenía diez minutos para decir algo útil al final del acto. ¿Pero qué debía decir que fuera de utilidad para los 600 socialdemócratas congregados en aquella sala?
Había estado allí hacía un mes escaso, transmitiendo el mensaje del libro, y no quería hacerlo de nuevo. Quería ser útil y apoyar este cambio de pensamiento, pero también quería recordar al SPD quiénes se suponen que son y lo que se espera que defiendan. Espero que lo que se expone a continuación se percibiera de este modo.
(Esta introducción ha sido publicada por Blyth en la revista Jacobinmag).
Aquí el discurso:
Es tanto un honor como una ironía estar aquí hoy recibiendo el premio Hans-Matthöfer a la mejor publicación económica. El honor es, sencillamente, ser reconocido, dada la competencia. Por nombrar a unos pocos de mis colegas aspirantes, Thomas Piketty puede que sea mi economista favorito y Wolfgang Munchau, mi periodista favorito, así que ser elegido entre ellos es un honor.
Pero es también irónico ser distinguido con este galardón en un país que parece, al menos en el nivel de las élites, totalmente insensible al mensaje del libro que se premia hoy. Quizás al menos en esta sala, y entre socialdemócratas, ese mensaje está ganando fuerza.
La austeridad como política económica simplemente no funciona. En los casos en los que sí parecía hacerlo, era algún otro factor el que estaba haciendo realmente el trabajo, normalmente la devaluación de la moneda nacional al mismo tiempo que la expansión de un socio comercial mucho más grande impulsaba las exportaciones a corto plazo. Se recortaban los presupuestos mientras las exportaciones se expandían, pero lo que importaba no eran los recortes, sino la expansión.
Pero ya he estado aquí antes hablando de mi libro, así que aprovechemos los pocos minutos que tenemos hoy para mirar hacia delante en vez de hacia atrás.
Todas las miradas están puestas en Grecia y en la posibilidad de un impago o Grexit. De hecho, es una situación insostenible para todas las partes. Los griegos no pueden pagar lo que deben, dado que las políticas promulgadas para ayudarles a crecer han tenido como resultado el colapso de casi una tercera parte de su economía. Los jóvenes y los talentosos se han ido, dejando atrás a los pensionistas y al sector público.
Sin embargo, reconocer este hecho y flexibilizar las políticas plantea problemas en países deudores, como Irlanda, Portugal y España, que los países acreedores como Alemania no quieren abordar.
Así pues, ¿cómo podemos avanzar y cuál es el papel de un partido socialdemócrata en el diseño de ese camino? Destacan dos cuestiones. La primera es a la que me refiero en Austerity como “la falsa promesa de la reforma estructural”. No cabe duda alguna de que los países deudores de Europa necesitan importantes reformas de sus sistemas tributarios, mercados de trabajo, regulación empresarial y otros muchos sectores.
Pero…
1. Cuando decimos “reforma estructural” realmente no tenemos ni idea de lo que esas palabras significan y a menudo recurrimos a ellas como un reconocimiento ambiguo de que la austeridad ha fracasado, o
2. Malinterpretamos lo que hicimos cuando nos referimos a episodios previos de “reforma estructural” y por eso nos extraña que sea imposible para los demás hacer lo que nosotros hicimos en su día.
Déjenme explicarme. La “reforma estructural” solía llamarse “ajuste estructural”. Y los europeos izquierdistas como nosotros solíamos criticarla y calificarla de absurda, ridícula, decíamos que “el neoliberalismo se ha vuelto loco”, y aun así parecemos bastante satisfechos de dar rienda suelta a estas políticas, pese al daño que han causado en los países en desarrollo, entre nuestros socios europeos.
Cuando preguntas por el fondo de lo que significa reforma estructural, parece haber una lista: bajar los impuestos, liberalizar todo lo visible, privatizar todo lo que no esté especificado y esperar que suceda lo mejor. ¿Pero estas políticas no son inquietantemente estadounidenses, cuando no thatcherianas? De hecho, ¿no es esto todo aquello a lo que supuestamente se opone el SPD y algo que jamás aceptaría, en gran medida, el público alemán?
Las reformas europeas adoptan la sutil forma de, simplemente, pedir a todos que sean “más competitivos”. ¿Y quién se opondría a algo así? Hasta que uno recuerda que la competencia entre sí de los principales socios comerciales de una misma unión monetaria genera un problema de “media móvil” de proporciones continentales.
Es estadísticamente absurdo que todos nos volvamos más competitivos. Es como si todos intentáramos estar por encima de la media. Parece una buena idea hasta que te paras a pensar en la inteligencia de los niños de una clase. Por definición, alguien tiene que ser el "menos brillante”, incluso en una clase de genios.
No obstante, hay que hacer algo al respecto y se nos ha dicho a menudo que Alemania era el “enfermo” de Europa, que el país tomó la “amarga medicina” de las reformas de Hartz y ganó competitividad. Por ello, cuando golpeó la crisis, Alemania sobrevivió y se fortaleció. La conclusión que se extrae de inmediato es que el resto de Europa debe aplicar “reformas estructurales”.
Se trata de una historia popular, pero bastante equivocada, y la aplicación en otros países se basa en una malinterpretación bastante evidente de la historia reciente de Alemania. Christian Dustmann y sus colegas han estudiado esta cuestión en profundidad y han llegado a la conclusión de que lo que realmente hizo que la economía alemana fuera más competitiva fueron tres fenómenos interrelacionados que se produjeron antes de Hartz.
El primero, y lo conozco bien porque estoy casado con una alemana del Este, fue la reunificación. La repentina incorporación de diez millones de trabajadores adicionales al mercado laboral supuso una presión a la baja en los salarios que empezó a ser evidente en torno a 1994.
En segundo lugar, el traslado de los proveedores de piezas de la industria automovilística alemana a los países del antiguo bloque del Este hizo que las exportaciones alemanas fueran aún más competitivas. Esto empezó en aquella misma época.
En tercer lugar, los sindicatos alemanes, al mismo tiempo, se dieron cuenta de que la globalización empezaba al este del Elba y dejaron de reclamar aumentos salariales. La consecuencia fue una reducción salarial que dura casi 20 años y que se enmascaró con las transferencias del Estado del bienestar. De ahí es de donde proviene la competitividad.
Lo que Hartz hizo, una década después, fue eliminar a los jóvenes solteros de la asistencia social y colocarlos en mini-jobs. El resultado fue una expansión del sector de servicios protegidos, y de una baja retribución crónica, que tuvo que corregirse años después con la introducción de un salario mínimo. De hecho, casi todos los empleos creados por Hartz eran trabajos de baja productividad dentro del sector de servicios protegidos.
El sector exportador, la parte “competitiva” de la economía, depende de la demanda generada en el resto del mundo y continúa reduciendo puestos de trabajo, no creándolos, a medida que el capital sustituye a la mano de obra en la producción de alta cualificación.
Si Dustmann et al. están en lo cierto, y creo que lo están, entonces la capacidad de trasladar estas lecciones a otros países es nula. Nadie más tiene una Alemania del Este esperando a vuelta de la esquina para reducir los costes laborales, e incluso si todos la tuvieran, lo que sucedería es que habría una reducción en el consumo agregado que empobrecería a todo el mundo.
La moraleja es que quizás Alemania sólo es Alemania porque el resto “no son Alemania”. Intentar que todos se parezcan un poco más a Alemania sólo puede suponer la expansión de un sector de servicios mal pagado y la introducción de un salario mínimo para compensarlo. No creo que eso sea lo que los defensores de la reforma estructural recomiendan, pero ahí es donde podemos acabar.
El segundo punto nos devuelve a la idea de que nos hemos sentido bastante cómodos hablando de “naciones acreedoras” y de “naciones deudoras”, en lugar de “naciones europeas”, como si ser un deudor o un acreedor fuera una característica nacional. De hecho, uno de los aspectos más ponzoñosos de este periodo y de la política de austeridad es el discurso que genera, ya que reduce formaciones complejas de clase e instituciones a nociones básicas de raza e identidad.
Pero si miramos más allá, los partidos de izquierda deben enfrentarse a un problema mayor, uno que, por desgracia, ellos mismos ayudaron a crear. En los años 70, un periodo que ahora parece bastante benigno, los beneficios empresariales eran muy bajos, la participación del trabajo en la renta era muy elevada y la inflación estaba aumentando. Se nos dijo que era insostenible y se crearon nuevas instituciones y políticas para garantizar que no volviera a producirse jamás esta combinación particular de resultados.
En este sentido fuimos particularmente exitosos. En la actualidad, los beneficios empresariales son más altos que nunca, la participación del trabajo en la renta se encuentra en mínimos históricos y la inflación ha dado paso a la deflación. ¿Estamos contentos de este cambio?
Lo que hemos hecho en los últimos treinta años es construir un paraíso para el acreedor, con tipos de interés real positivos, baja inflación, mercados abiertos, sindicatos débiles y un Estado en retirada. Y todo ello controlado por las autoridades económicas no electas de los bancos centrales y de otras instituciones no electas que tenían un único objetivo: que ese paraíso para el acreedor continuara funcionando.
En un mundo como éste, ¿cómo podría un trabajador medio conseguir una subida salarial? Es más, ¿cabe alguna duda de que la desigualdad es un problema en todas partes? En Europa esto sucede a escala nacional, y a escala internacional con países acreedores (buenos) y países deudores (malos), donde se deben proteger los derechos de los acreedores y respetar el mantra de que “tienes que pagar tus deudas”.
Incluso en términos de economía del bienestar, es un sinsentido. Si el coste de exprimir al deudor es mantener su servidumbre por las deudas, o si las pérdidas para los acreedores son menores que los costes de pagar los intereses de la deuda a perpetuidad, entonces el impago es eficaz, si no moral.
Actualmente es una profunda ironía que a los socialdemócratas europeos les preocupen mucho, como es normal, las clausulas de protección de los inversores incorporadas en la propuesta del Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversión (ATCI) con EEUU y, sin embargo, exijan la aplicación de la misma protección de los acreedores a sus conciudadanos europeos sin pararse a recuperar el aliento por el dinero que les “prestaron” para rescatarlos por las malas decisiones de préstamo de sus propios sistemas bancarios.
Algo ha ido tremendamente mal cuando la socialdemocracia cree que esto está bien. No lo está. Porque evita la pregunta fundamental: “¿Qué defiendes, si defiendes esto?”. Los socialdemócratas alemanes, herederos como son de Rosa Luxemburgo, son corresponsables de que exista un paraíso para el acreedor. ¿Es eso lo que realmente quieren ser? La historia moderna europea ha girado muchas veces en torno a las decisiones del SPD. Éste es uno de esos momentos.
Es genial que mi libro haya ayudado a recordarles la pobreza de esas ideas, pero lo importante es que recuperen su voz, no sólo su memoria histórica. Su porcentaje de votos no cae porque no le estén haciendo suficiente sombra al CDU. Cae porque si todo lo que hacen es eso, ¿por qué debería votarles alguien?
Espero que la lectura de mi libro le recuerde al SPD una cosa: que la razón de su existencia es hacer algo más que simplemente permitir un paraíso para el acreedor en Europa. Les agradezco este premio, y espero que el libro nos anime a todos a volver a pensar en la economía que queremos construir para nosotros mismos, nuestros hijos y nuestros conciudadanos europeos.
Traducción de Irene García.
Estaba sentado en mi despacho de la Universidad de Brown el 16 de diciembre de 2014 cuando un correo electrónico apareció en mi bandeja de entrada con el título “Herzlichen Glückwunsch – Sie sind der 1. Preisträger des Hans-Matthöfer-Preises für wirtschaftspublizistik”. Se trataba de un premio otorgado por la...
Autor >
Mark Blyth
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