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“Una imagen vale más que mil ahogados...”, así leía la viñeta del mordaz Andrés Rábago, El Roto, en el diario El País, la mañana del 5 septiembre. El artista resumía la conmoción que en los tres últimos días había sacudido Occidente, a causa de la perturbadora imagen del cuerpo sin vida de Aylan Kurdi, arrastrado por la marea hasta la orilla de una playa turca, cuando intentaba huir de la guerra con su familia. El poder de la imagen, en una sociedad que se caracteriza por su sobreabundancia, volvía a cobrar fuerza, pero también evidenciaba las carencias de la sociedad occidental, acomodada, lenta en reaccionar e insensibilizada ante el horror ajeno. Aquel que sabemos que existe, pero que tendemos a ignorar hasta que nos salpica.
En la tarde del 2 de septiembre la imagen de Aylan Kurdi ya se había hecho viral en las redes. Ciudadanos de medio mundo se estremecían con la imagen de un muerto, en aquel momento sin nombre. Un inocente de 3 años con camiseta roja y pantalón corto, que bien podría ser cualquiera de nuestros hijos. Una imagen carente de violencia, cuya fuerza reside precisamente en la candidez que transmite el niño- la muerte de un niño es algo que va siempre en contra de la propia naturaleza- y que, contextualizada, se convierte en un símbolo de la barbarie del ser humano. Mientras, en la reuniones de cierre de los principales periódicos del mundo, se debatía la publicación de alguna de la incómoda serie de fotos realizadas por la fotógrafa Nilüfer Demir, de la agencia turca Dogan. Tras largos debates, la mayoría acabó publicando una de las imágenes en las que el pequeño aparece con el policía, al considerar que el gran interés público suscitado y la capacidad de la instantánea para reflejar la gravedad y la escala que había adquirido la historia, eran justificación suficiente para romper una regla que habitualmente respeta la prensa: evitar publicar la foto de un niño en portada.
El debate estaba servido: ¿Era realmente necesario publicar esa foto? ¿Atacaba a la dignidad del sujeto de forma gratuita y banalizando el dolor? ¿Por qué había causado semejante impacto esa foto y no las de los niños ahogados aparecidos en una playa de Libia 6 días antes? De cualquier forma, lo que sí quedaba claro es que el poder de una imagen había sido el catalizador para fomentar una respuesta política y social ante el drama que viene causando la guerra de Siria desde hace cuatro años. Su efecto ha sido comparado al que tuvo la fotografía tomada por Nick Ut, a Kim Phuc, más conocida como la niña del napalm, a la hora concienciar a la sociedad norteamericana sobre los efectos de la Guerra de Vietnam.
“La fotografía de Aylan no cambia el mundo, pero es la prueba del papel que desempeña el fotoperiodismo en esta sociedad”, comenta Jean-François Leroy, director del prestigioso festival de fotoperiodismo internacional, Visa pour l’image, durante su entrevista telefónica con CTXT.
La polémica llegó cuando transcurría el quinto día de este certamen que celebra su XXVII edición en Perpignan, Francia y que se prolongará hasta el 13 de septiembre. El festival funciona como un punto de encuentro en el que fotógrafos profesionales, editores gráficos y nuevos talentos de la fotografía pueden debatir y subrayar los problemas a los que se enfrenta el fotoperiodismo actual, al tiempo que sirve de escaparate para muchos de los mejores reportajes que han sido realizados a lo largo del año. Este año son 24 las exposiciones gratuitas que, junto a diversos actos, intentan mostrar “la verdadera realidad del mundo” según palabras de su director.
Uno de los ejes que conforman esta edición es el tema de la inmigración. El premio Visa de Oro ha recaído este año en uno de los fotógrafos que mejor lo ha sabido plasmar, Bülent Kilic, con su conmovedor reportaje, 'De Kiev a Kobane', sobre los refugiados sirios en la frontera turca. Destaca también el trabajo de la norteamericana Lynsey Addario,‘Refugiados sirios en Oriente Medio’, que durante tres semanas estuvo fotografiando a los refugiados sirios antes de cruzar la frontera, en el momento de abandonar su tierra, lo que le otorga al reportaje una dimensión emocional distinta y el de Giulio Piscitelli en 'De allí a aquí:la inmigración y la fortaleza de Europa'. También han tenido eco en este festival el ebóla, el terremoto de Nepal, el cáncer, las madres adolescentes y otros conflictos bélicos, confirmando que la tan necesaria fotografía documental sigue manteniendo el pulso con vigor.
España ha tenido un protagonismo especial en esta edición. Cuenta con la presencia de José Manuel Castro Prieto y su ”Peru Valle Sagrado”. El fotógrafo lleva desde 1990 siguiendo la huella andina de su admirado maestro Martín Chambi, con una cámara de gran formato, y fascinado por la magia y el misterio de este país latinoamericano. También se puede ver “La crisis de la vivienda en España”, del argentino Andrés Kudacki, que ha merecido el Premio ANI y que se hace eco de los desahucios en nuestro país. Otro de los galardonados ha sido Javier Arcenillas, que ha merecido uno de los premios otorgados por Getty Image por su reportaje 'Latinoamérica'. “Es un trabajo que llevo desarrollando más de 5 años sobre el lugar que ocupan las víctimas de una sociedad consumida por la violencia en Centroamérica, uno de los lugares donde hay más muerte sin existir una guerra”, dice el joven fotógrafo a CTXT. Y por último, Alfonso Moral, que ha conseguido el premio Pierre & Alexandra Boulat por su trabajo sobre la vida diaria de un barrio de Trípoli donde conviven las comunidades alauitas y sunitas.
Tanto Alfonso Moral como Javier Arcenillas parecen tener sentimientos encontrados en lo que se refiere al interés suscitado por la fotografía de Aylan, ya que coinciden en que llevan muchos años viendo fotos de niños refugiados sin que hayan tenido la menor trascendencia. “No hay nada nuevo en la imagen de un niño muerto en la playa, todo es producto de campañas informativas que hoy lo consideran actualidad y mañana lo olvidan. Miles de niños como Aylan mueren cada día de hambre, guerras, violencia o desapego y la sociedad, que tanto se alarma con esa imagen, sigue igual de absorta. El poder de una imagen no es tanto su efecto como fotografía, sino su distribución y su contexto en el momento indicado ”, opina Javier Arcenillas. Sin embargo Jean-François Leroy se muestra más positivo y reconoce que nunca se puede pronosticar la capacidad que va a tener una imagen poderosa para llegar a la gente, pero que el hecho de que ”llegue al menos una y arme tanto ruido es siempre motivo para alegrarse”.
En cuanto a si la publicación de la foto supone un ataque contra la dignidad del muerto, los tres entrevistados se muestran muy tajantes: la dignidad del niño ya se le había robado antes no intentado resolver los problemas que le han llevado a subirse a un barco para salir de su tierra.
Visa pour l’image destaca por su voluntad de promocionar a las nuevas generaciones de fotoperiodistas. Para Jean-François Leroy, no solo director, sino también fundador del festival, el fotoperiodismo no ha cambiado mucho en estos últimos 27 años. “Técnicamente sí, se ha introducido el formato digital, ha avanzado la técnica, la transmisión de las imágenes se ha acelerado, pero a la larga nada ha cambiado . Yo agrupo a los fotógrafos según si tienen ojo o no lo tienen. El ojo es lo que importa en este oficio”.
Tampoco faltan las críticas a la prensa, en su día madre del fotoperiodismo y hoy a punto de devorar a su hijo. “Si observas en qué se centra la información diaria, verás que está muy presente el fútbol, la política, los programas de televisión, el cine pero Somalia, Ucrania y Sudán, los problemas que están lejos de casa, no están” se queja Leroy. “El periodismo debe volver a su esencia: dar información a la gente, la información correcta, y esa es una gran tarea que parece no importar a nadie”. Alfonso Moral comparte este malestar frente a los medios de comunicación. “ En España hay muchos fotógrafos que gozan de un gran prestigio internacional, sin embargo la prensa española ha hecho gran daño en estos últimos años al fotoperiodismo con su política de recortes en los departamentos de fotografía. Es de los países de Europa que menos apoya a los fotógrafos freelance”. Javier Arcenillas pone el acento en la falta de diversidad que existe en las fotografías de los diarios, “Las portadas con la misma imagen son constantes. Hablan de lo mismo y, desafortunadamente, la otrora calidad e independencia de cada uno de ellos se ha transformado en un soliloquio poco original y mal trabajado fotográficamente. Tanto recorte se nota”. No obstante cada vez aumenta el número de jóvenes dispuestos a dedicarse a esta profesión y los fotógrafos van encontrando otras alternativas donde mostrar sus trabajos, como ONGs, fundaciones, becas o el tan ahora de moda, fotolibro.
Aun así, el caso Aylan ha vuelto a poner de relieve la importancia de esta profesión. Todavía es pronto para evaluar el impacto que la foto de Aylan puede tener a medio plazo en Europa, en cómo responderá a la mayor crisis humanitaria desde la II Guerra Mundial. Pero mientras siga habiendo refugiados y emigrantes que mueren intentando escapar de zonas de conflicto, podemos confiar en que allí estarán los fotoperiodistas con sus cámaras para mostrárnoslo. Decía el escritor José Saramago: “Los vivos se justifican siempre, realmente no sería sensato exigirles que a todas horas vuelvan la cabeza hacia este lado, el del dolor, el de la miseria, el de lo que podía haber sido y no será.”
“Una imagen vale más que mil ahogados...”, así leía la viñeta del mordaz Andrés Rábago, El Roto, en el diario El País, la mañana del 5 septiembre. El artista resumía la conmoción que en los tres últimos días había sacudido Occidente, a causa de la perturbadora imagen del cuerpo sin vida de Aylan Kurdi,...
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