Jazz
¡Ochenta y cinco años ya, Sonny Rollins!
Ayax Merino 11/11/2015
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Bueno, habrá que celebrarlo como es debido, descorchando para brindar una botella de vino con burbujas y esas cosas. No es para menos. Ochenta y cinco años ha cumplido el bueno de Sonny Rollins. Así es, ochenta y cinco castañas como ochenta y cinco soles agobian con su peso sus espaldas ya débiles y encorvadas; injurias del tiempo implacable que a todo quisque termina por abatir. Sí, y de esos ochenta y cinco años de existencia, más de sesenta y cinco dedicados a soplar con ganas un saxo tenor ¡Caray, se dice pronto! ¡Qué tío, qué animal! 66 años justos y cabales desde que grabó su primer disco allá por 1949 cuando el hoy anciano era un mozalbete de apenas 19 tiernos añitos.
Y el jovencito imberbe todavía sin pulir, sin desbastar, pero con un talento natural inmenso, siguió tocando. Con el Modern Jazz Quarter, ahí es nada para empezar. Y luego con Bud Powell y Jay Jay Johnson, con Fats Navarro, con Monk, con Miles Davis. Y más tarde estuvo en el quinteto de Clifford Brown y Max Roach. Nombres todos de relumbrón ¡Eso es una escuela, sí señor! ¡Así se aprende el oficio! Luego, maduro ya para más altas empresas, hecho y derecho, le dio por ir por libre y a su aire. Y ya de jefe, de mandamás, anduvo su propio camino sin agarraderas ni asideros. Ahí están sus sextetos, sus quintetos, sus cuartetos, los tercetos sin piano (bajo, batería y saxo), combinación muy del gusto de Rollins.
Y el oficio lo aprendió, ya lo creo que sí. Este tipo es un portento, una bestia parda, una fuerza desatada de la naturaleza, un terremoto, un ciclón, qué se yo, un volcán. Coloso del saxo, es un jayán, sin duda uno de los cinco o seis mejores tenores que vieron los tiempos pasados o verán los venideros. Coleman Hawkins, Lester Young, Ben Webster, John Coltrane y Sonny Rollins. Un gigante, un grande entre los grandes.
Y, sin embargo, un algo, una pequeña sierpe debía de anidarle en los adentros a este hombre remordiéndole en ocasiones las entrañas. Una inquietud, una desazón, un algo que de vez en vez le hacía andar descontento, mohíno. Quizás se lanzara a la busca de la perfección inalcanzable que, siempre inasequible, se fuga dejando al perseguidor burlado. No es eso, no es eso, no, no es, aún no, se me escapa de entre las manos, no es eso, no.
Guadiana viviente que aparece y desaparece, varias han sido las veces que lo ha mandado todo a paseo (giras, conciertos, grabaciones y la madre que lo crió) y se ha enclaustrado en su casa. A darse a la meditación. O a la contemplación de lo creado, no sé. A improvisar un solo a solas para sí mismo. Tal vez la veta se hubiera agotado o anduviera cansado y harto de todo, vaya usted a saber. O necesitara un respiro para encontrar de nuevo su senda perdida. Y entonces, por la noche, agarraba el portante y se plantaba en un puente de Nueva York, el de Williamsburg, a darle un concierto a las aguas que corrían bajo sus pies. Es posible que algún noctámbulo que pasara por allí se parara unos segundos a escuchar la música y, antes de continuar su marcha, dejara unas monedas al que confundiera con un vagabundo y tal vez el amigo Rollins sonriese imperceptiblemente mientras seguía soplando su saxo.
Mas siempre ha vuelto con nuevos bríos al ajetreo de la vida. Y su estilo, de retiro en retiro, ha ido evolucionando, cambiando sin cesar al compás de los años. Pero sin perder jamás su sonido, un sonido muy propio, un sonido poderoso, pleno, intenso, recio, pujante, duro, bravío, a las veces incluso bronco. De una gran inventiva, inagotable, fecundo, con una facilidad impresionante para la improvisación suelta una cascada tras otra de notas, de frases que enlazan con nuevas frases sin que se entrevea el final de tanta abundancia, tal que parece que pudiera seguir así por lo siglos de los siglos sin que el manantial se secase.
Y así hasta hoy. Y que dure.
Bueno, habrá que celebrarlo como es debido, descorchando para brindar una botella de vino con burbujas y esas cosas. No es para menos. Ochenta y cinco años ha cumplido el bueno de Sonny Rollins. Así es, ochenta y cinco castañas como ochenta y cinco soles agobian con su peso sus espaldas ya débiles y...
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Ayax Merino
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