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Atentados en el centro de París. El terror asesta un nuevo golpe contra el corazón de Europa y la democracia occidental. En respuesta, millones de voces resuenan en medio mundo. Es La Marsellesa, el símbolo de los valores republicanos –Liberté, Égalité, Fraternité–, de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
Nada se entiende en nuestras sociedades modernas sin la Revolución Francesa, por muchos enemigos que –entonces y ahora– tenga. Ni democracia, ni constitucionalismo, ni derechos, ni libertades. Prohibido por Napoleón y durante la Restauración monárquica, también por el régimen de Vichy, el himno se convierte durante la II Guerra Mundial en un símbolo universal de la libertad frente a la tiranía y la opresión. Jean Renoir contó la historia de su origen en La Marsellesa: era 1938 y su país estaba amenazado por los nazis.
Cuando en la inolvidable escena de Casablanca (Michael Curtiz, 1942) en que Viktor Laszlo –un líder de la resistencia checa– se enfrenta con los nazis en el café de Rick´s, todo el mundo sabe que al cantar La Marsellesa no está haciendo un guiño nacional al colaboracionista capitán Renaud, sino que llama a algo mucho más grande y mejor: es el símbolo de la libertad, y su causa, la de todos los pueblos.
Contra nosotros, la tiranía alza
su sangriento pendón. (…)¿Qué pretende esa horda de esclavos,
de traidores, de reyes conjurados?
¿Para quién son esas innobles cadenas,
esos grilletes preparados hace tiempo?
Pregunta La Razón por qué en situaciones como la de la evacuación del estadio de Saint Denis, en donde una enorme multitud contestaba al terror cantando La Marsellesa, los españoles no respondemos haciendo lo mismo con la Marcha Real (“Lolo, lolo, lolololo…). Deben de estar muy preocupados por esta cuestión porque la postean en Facebook dos días seguidos y piden a sus lectores que opinen sobre ella. La pregunta debería haber sido formulada así: ¿Viktor Laszlo hubiera podido cantar la Marcha Real, ese himno de raíz absolutista y sin letra oficial, delante de los nazis en Casablanca? No: aquí no hay revolución que cantar. España no es Francia.
Tampoco para algunos periodistas, como Ignacio Camacho, quienes, haciendo una pirueta imposible, lamentan que en los atentados del 11 de marzo no se respondiera defendiendo al Gobierno y cantando el himno nacional como hace en París el buen pueblo francés, no como el cobarde y acomplejado pueblo español.
“Qué vas a ser París. París es esa ciudad donde la gente salió del estadio evacuado cantando el himno nacional, el que aquí abucheamos (¿?) Y tú, tú eres parte de un pueblo que hace once años, en una situación similar, en unos días iguales de sangre y plomo, se amedrentó y echó la culpa a su propio Gobierno” (Ignacio Camacho, ABC, 15-11-2015).
Al parecer, nunca existieron las manifestaciones masivas del “No a la guerra”, las mentiras de los periódicos-tytadines ni las del Gobierno de Aznar, quien sigue afirmando que “en la guerra de Irak, España salió ganando” (El Mundo, 2-11-2015). La verborragia de Aguirre –la cólera de Dios y de las elecciones perdidas-- niega que España participara en la guerra de Irak aunque en la hemeroteca queden las imágenes ominosas de la bancada popular ovacionando la declaración de guerra. Como entonces, el cotarro mediático jalea esta otra guerra de hoy, hija putativa de aquella. Quien no lo tenga tan claro –como entonces-- que se prepare. (Además hay elecciones… ¿Lo habían olvidado?)
Y recién llegado desde el planeta Raticulín, Juan Manuel de Prada:
“Nos duele en el alma que la nación católica que en otro tiempo fue denominada ‘primogénita de la Iglesia’ se haya convertido, tras dos siglos de destructiva exaltación de los deletéreos ideales revolucionarios, en el principal centro irradiador del veneno que está destruyendo Europa, que no es otro sino la renuncia a los principios que fundaron su civilización, la insensata exaltación del laicismo, la negación de las leyes naturales y divinas que nos ha convertido en una papilla de gentes amorfas, aferradas a sus placeres embrutecedores y a su esterilizante bienestar material". (ABC, 16-11-2015)
Bajo esta caricatura de fanatismo inverso late de nuevo la dialéctica Cruzada versus Yihad: un conflicto complejísimo, con ramificaciones incontrolables, va a ser resuelto a golpes de tuit, de salivazo tertuliano y de bombas de racimo lanzadas muy lejos de los guetos de la Banlieue retratados en La Haine (El Odio) de Mathieu Kassovitz, una película de 1995. Alguien se pregunta qué pasa en Francia cuando los nietos de los argelinos pitan La Marsellesa en los estadios y empuñan un kalashnikov para matar a sus compatriotas: son innumerables las causas, pero habría que recordarles que La Haine ya contaba del olvido de la República para con unos chavales sin futuro y el fracaso del “multiculturalismo”. Veinte años después, hay mucho más odio, menos Libertad –solo para el menudeo de droga siempre que no te pillen los keufs--, poca Igualdad –paro, educación colapsada, sueldos por debajo de la media nacional-- y nada de Fraternidad --racismo y ascenso del Frente Nacional-- en los barrios de la periferia parisina. Durante los disturbios de 2005 provocados por la reacción ante la muerte de dos adolescentes musulmanes cuando huían de la policía, el entonces ministro del Interior, Sarkozy, llamó “escoria” a los miles de manifestantes que protestaban por el desempleo y el acoso policial: los disturbios se propagaron por otras ciudades de Francia y Bélgica, Dinamarca, Alemania, Holanda, Grecia y Suiza.
Hoy, desde Siria, Irak o el corazón de nuestras ciudades, los bárbaros prometen muerte, devastación y esclavitud religiosa, mientras los mezquinos de Europa se frotan las manos: hay que vender armas o comprar votos. (¿Verdad, Marine?). Pero la opinión pública francesa –su ciudadanía-- es una de las más poderosas del mundo y tiene fuerza suficiente para enfrentar al horror. Es el país de La Marsellesa, el himno universal de todos los seres humanos libres, iguales y hermanos.
Atentados en el centro de París. El terror asesta un nuevo golpe contra el corazón de Europa y la democracia occidental. En respuesta, millones de voces resuenan en medio mundo. Es La Marsellesa, el símbolo de los valores republicanos –Liberté, Égalité, Fraternité–, de la Declaración...
Autor >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
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