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Siempre había pensado que E=mc2 era la explicación de la teoría de la relatividad —hoy me han aclarado que no es exactamente así; parece ser que esta fórmula, que es también de Einstein, está más relacionada con el problema de los kilos, tema que dejo aplazado para otro día—. El caso es que me sorprendía la sencillez de la expresión para un concepto tan complejo. De joven —no se admiten comentarios al respecto—, mi amiga Teresa, que estudiaba Físicas, intentaba una y otra vez que mi cerebro de letras entendiera el continuo espacio tiempo, pero nunca lo logró. Y mira tú por dónde, ahora, mis nuevos amigos, los agentes inmobiliarios —creo que se llaman así—, me están dando un cursillo acelerado y empiezo a ver la luz. ¡Al final, Teresa, solo necesitaba vender y comprar una casa en un corto periodo de tiempo para aprehender el concepto!
Me explico por si alguna persona de letras con inquietudes científicas está leyendo esto. Hasta hace un par de semanas —en las que yo era la vendedora, o como diría Groucho, la parte contratante de la primera parte— todos me atormentaban con la caída de los precios y la escasez de compradores. El enunciado era simple: si quieres vender, has de bajar, bajar y bajar y, además, armarte de paciencia (es decir, V=B3+P). Al final, aplicando esta fórmula lo conseguí, lo que parecía probar su veracidad. Lo curioso, y donde está el quid de la cuestión, es que ahora —que me he convertido en la compradora— esos mismos señores afirman sin inmutarse que hay una miniburbuja inmobiliaria que deja poco margen para la negociación y que, cuando vea algo que me interese, lo compre rápido porque las casas vuelan (o sea, C=S2+R, donde S es subir y R rapidez). Tras observar cómo un par de viviendas posibles desaparecían del mercado, empecé a sospechar que esta teoría también podría ser correcta y, por si acaso, llevo un par de semanas montada en unas zapatillas deportivas que me permiten llegar a casa por la noche con cierta dignidad después de haber recorrido la ciudad en busca de ese chollo que nunca llega. ¿Será que soy la única que me he creído eso del V=B3+P?
En definitiva, una vez demostrado que todo es relativo, asumes que tus deseos no son una excepción. La primera semana aspiraba a vivir en un piso en el centro de Madrid con una gran terraza, pronto la realidad me demostró que no se pueden sumar peras con manzanas —ya lo decía la Botella— y que tendría que elegir. Decidí que la importancia de la terraza era, cómo no, relativa, siempre y cuando la vivienda fuera luminosa. Tras sumar los cientos de kilómetros recorridos, las decenas de casas visitadas y los innumerables encuentros con las más variadas sonrisas de vendedores profesionales, mi mente se ha ido poblando de magnitudes que trato relacionar para lograr el algoritmo perfecto: L (luminosidad), s (espacio), t (tiempo), h (altura, donde juega un importante papel la variable ascensor, que en adelante llamaremos A).
Y, tras aplicar múltiples combinaciones y permutaciones, he llegado a una certeza incuestionable: no importan los atributos que entren en juego siempre y cuando encuentre un lugar en el que mis hijas y yo podamos charlar sobre la vida, bailar las coreografías que aprendo en el gimnasio y acurrucarnos en la cama para ver series con un cubo lleno de palomitas. Porque eso, señor Einstein, no es relativo; siempre hay una excepción que confirma la regla… ¿o quizás no…?
Siempre había pensado que E=mc2 era la explicación de la teoría de la relatividad —hoy me han aclarado que no es exactamente así; parece ser que esta fórmula, que es también de Einstein, está más relacionada con el problema de los kilos, tema que dejo aplazado para otro día—. El caso es que me...
Autor >
Marta Rañada
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