El Hacha
Cholo: contigo empezó todo
Simeone ha aparecido de la nada para reivindicar que un nuevo poder resurge. Su Atlético es alternativa de poder
Rubén Uría 16/12/2015
Diego Simeone
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La pregunta del millón es sencilla: ¿Qué tiene el Atlético que no tengan el Barça y el Madrid? Fuera del campo, el Barça es una crónica de sucesos que funciona juicio a juicio, el Madrid es una venta de humo al por mayor, que se consume portada a portada, y el Atleti resiste el ritmo de dos multinacionales a base de una filosofía definida: partido a partido. Dentro del campo, el Barça tiene a Messi, el Madrid tiene a Cristiano y el Atlético tiene a Simeone. El Barça encontró su estilo cuando se percató de que podía fabricar Balones de Oro en vez de comprarlos, el Madrid sigue empeñado en la indefinición de coleccionar los cromos más caros que el dinero pueda comprar y el Atlético, que tiene 400 millones de euros menos de presupuesto, contrarresta con una sobredosis de dedicación. A falta de más dinero, más liderazgo. A falta de más músculo financiero, menos margen de error. A falta de más atención mediática, más peso específico para la afición. Y a falta de los mejores futbolistas y los más caros, filosofía de equipo. Y a la cabeza de todo ese diferencial, en la cúspide de ese proyecto, como cabeza visible y única autoridad moral reconocible, Simeone.
El Barça, gracias a su magnífico equipo, probablemente en la época de Messi, el mejor de la historia de este deporte, ha podido mitigar sus jaleos judiciales y su crisis institucional. El Madrid, gracias a su crisis de identidad, de valores y de liderazgo, se obliga a convivir con un modelo suicida, donde la economía y el marketing brillan y el proyecto deportivo agoniza. En ambos clubes, Barça y Madrid, la figura del entrenador es ingrata. Si el equipo gana, es mérito de los jugadores, de su colección de estrellas. Y si pierde, por descontado, es cosa del banquillo. En cambio, el Atlético, que durante la época de Gil fue una trituradora humana de entrenadores (Gil se reunía con Imperioso para preguntarle si debía echar al técnico y el caballo decía siempre que sí), que era un club instalado en la locura y la inestabilidad, una máquina de picar carne, ha apostado por un entrenador. Simeone está cumpliendo su cuarta temporada completa en un banquillo que antes de su llegada era una silla eléctrica. Desde la llegada del argentino, el Calderón parece bendecido. Cada temporada que pasa, el club ficha y vende jugadores --el club siempre parece una puerta giratoria, gane o pierda--, cambia el sistema de juego, acciona un nuevo esquema y se obliga a reinventarse, pero el equipo funciona. El vestuario permanece unido, el grupo funciona como un único hombre y el liderazgo de Simeone es tan indiscutible como efectivo.
Cruyff cambió la historia contemporánea del Barça y Guardiola sublimó su modelo. Bernabéu fue el motor del impulso del mejor Madrid y Di Stéfano, su brazo ejecutor. Simeone, en la era donde Madrid y Barça tenían previsto seguir su particular duopolio de poder, ha aparecido, de la nada, para reivindicar que un nuevo poder resurge. Su Atlético es alternativa de poder. Una seria. Una que crece, que rinde, que molesta, que compite. Que como Mallory dijo del Everest, tiene sentido porque “está ahí”. Simeone es el Atlético. No tiene un Messi, ni tiene un Cristiano, pero no le hace falta. Él lidera, con sus virtudes y sus defectos, y el club, fusionado con jugadores y afición, le sigue. Con determinación y en fila de a uno. Su influencia, abrumadora, no para de crecer. La institución, definitivamente, se ha rendido a un equipo de autor. El argentino es el hincha número uno del club, impone su velocidad de crucero y sustenta sus reglas. Parámetros conocidos por toda la masa social del Atlético, como si el movimiento colchonero perteneciese a una secta cuya fidelidad empieza a ser casi fanática. El Cholo nuestro de cada día: esfuerzo innegociable, competir y trabajar. Simeone cogió una casa en ruinas y la convirtió en un barrio de Esparta.
¿Qué tiene el Atlético que no tienen los demás? Tiene a Simeone. A un tipo enamorado de la camiseta que defiende. A un líder nato empeñado en prestigiar al club que le concede todo el poder y el amor para crecer. Hay cosas que no se pagan con dinero. Y que, por supuesto, no tienen precio. El Barça tiene uno de los mejores equipos de todos los tiempos y si los que lo dirigen no se empeñan en seguir erosionando el prestigio de la entidad en los juzgados, seguirá ganando títulos. El Madrid tiene un músculo financiero de Rey Midas y seguirá coleccionando los mejores jugadores que el dinero pueda comprar, así que ganará títulos. Y el Atleti, que no tiene nada de todo eso, tiene un líder. Tiene a Simeone. Desde que él llegó, el Barça y el Madrid ya no duermen tranquilos. Desde que él llegó, el Atlético es una máquina de competir. Desde que él llegó, el Atlético ha ganado cinco títulos y se ha colado en la élite europea. Desde que él llegó, los buenos jugadores quieren jugar en el Atlético y el club ingresa más dinero. Desde que él llegó, los atléticos han recuperado el orgullo porque saben que, si se trabaja y se cree, se puede. Desde que él llegó, no hay aficionado azulgrana o merengue que no sepa, de memoria, que si ellos se duermen, el Atlético del Cholo va a estar ahí porque es más duro que los clavos de un ataúd. Y desde que él llegó, los hinchas del Atlético duermen a pierna suelta y rezan para que se quede cien años más. Cholo, contigo sí que empezó todo.
La pregunta del millón es sencilla: ¿Qué tiene el Atlético que no tengan el Barça y el Madrid? Fuera del campo, el Barça es una crónica de sucesos que funciona juicio a juicio, el Madrid es una venta de humo al por mayor, que se consume portada a portada, y el Atleti resiste el ritmo de dos multinacionales a base...
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Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
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